Man-made Columns in Ruins Surrounded by God’s Solid Rock

Más allá del final

Autor: Ray C. Stedman


Una de las grandes preguntas con la que todos nosotros tenemos que enfrentarnos ―y todos nosotros lo hacemos, aunque puede que sea en la privacidad de nuestros propios pensamientos― es: “¿Qué me espera cuando muera?”. Actualmente hay un interés renovado en ese tema. Están saliendo muchos libros; se están haciendo investigaciones, incluso los estudios científicos se adentraron en este campo, aunque es muy difícil ver si, de algún modo, la ciencia puede sondear esta área. Cuando usted examina las respuestas que se están dando, hay tres categorías de respuestas y sólo tres, en realidad.

Primero, hay algunos que dicen que cuando usted muere no ocurre nada en absoluto. Usted simplemente sale de la existencia. Como una vela que se apaga, su vida se disuelve en la oscuridad; no queda nada, ninguna experiencia, ningún sentimiento ni reacción ni conocimiento. Los hombres, como los animales, perecen; simplemente dejan de existir, y ese es el final.

Casi todos los que apoyan una filosofía atea de la vida sostienen ese punto de vista. El único problema de ello es, por supuesto, su absoluta desesperanza. No hay esperanza de un desarrollo o experiencia que tenga sentido. La personalidad humana, con todas sus posibilidades y maravillas, se acaba, y no hay esperanza al final. El resultado, claro está, de una vida sin esperanza es el aumento de una desesperación existencial a lo largo de toda nuestra existencia presente. Vemos esto en gran medida por todos lados. Este modo de ver la vida quizá nunca ha sido descrito en términos más elocuentes que con estas palabras de Bertrand Russell:

Uno a uno, mientras se van marchando, nuestros camaradas se esfuman ante nuestra vista, atrapados por el mandato de la omnipotente muerte. Breve e impotente es la vida del hombre. Sobre él y toda su raza la maldición lenta y segura cae, oscura e implacable.

Esas palabras reflejan la desesperación que siempre atenaza el corazón cuando alguien con ese punto de vista contempla el final de su existencia terrenal. Todo es el “ahora”, y se urge a la gente a vivir el presente porque no hay otra vida en perspectiva. Luego hay otra categoría de respuestas, la cual prácticamente dice que cuando usted llega al final de su vida puede pasar cualquier cosa. De hecho, hay tal variedad de respuestas, las posibilidades son tan amplias, que usted, en consecuencia, sólo tiene que pagar y ponerse a elegir. El problema de esto es que todo se basa en hacerse ilusiones, o quizá en alucinaciones demoníacas relacionadas con las inciertas y muy controvertidas experiencias de gente que afirma haber muerto y regresado a la tierra, o incluso se basan en cuentos de viejas, mitos y fábulas que han circulado durante generaciones.

Mucho se está escribiendo actualmente en este campo, pero todo se basa en una “mortal” incertidumbre. Las respuestas son tan contradictorias que está claro que nadie sabe de lo que está hablando. En muchos casos, muchas de las así llamadas evidencias se basan en lo que las Escrituras llamarían “espíritus engañosos”, quienes deliberadamente engañan a hombres y mujeres, induciéndoles a pensar que hay algunas experiencias de lo que está por venir. Pero estas no son reales ni genuinas, ni están basadas en la realidad. Algunas veces, como ya he sugerido, estas respuestas vienen de las pruebas de gente que afirma que ha muerto y retornado a la vida de nuevo. Pero para mí es difícil entender cómo se puede tener alguna confianza en el testimonio de alguien cuya mente apenas está en contacto con la realidad y cuyo cuerpo se está desintegrando rápidamente. Esa clase de respuesta, por tanto, siempre significa que no hay seguridad ni certeza acerca de la otra vida. Debe de existir esa vida, pero nadie lo sabe realmente.

La tercera categoría, naturalmente, es la respuesta cristiana, la respuesta de la Palabra de Dios, basada en la enseñanza del único Hombre que, según las crónicas recogen, ha regresado alguna vez, clara y abiertamente, de la muerte. Este Hombre volvió a enseñar a los mismos hombres a los que había enseñado antes de morir. No sólo venció a la muerte en otros, sino que, en última instancia, la venció en Sí mismo, y Él nos ha dado grandes palabras de seguridad y garantía en las que descansar. Él mandó a Sus apóstoles a contar las buenas noticias de que en Jesucristo hay un futuro cierto de gloria y paz esperando, pero para los que están sin Él hay un futuro de frustración eterna, dolor y lamento.

Así que, en este pasaje de la 2ª carta a los corintios, comenzando con el versículo 16 del capítulo 4 y recorriendo los versículos que abren el capítulo 5, el apóstol Pablo ahora alza los ojos desde la experiencia por la que está pasando en ese momento hasta la esperanza que se extiende más allá. Él introduce el pasaje con esas palabras tan características que hemos visto a lo largo de toda esta carta, este gran grito de aliento y esperanza en el versículo 16:

Por tanto, no desmayamos; antes, aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día, pues esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria;  no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven, pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas. (2 Corintios 4:16-18)

He aquí ese gran grito: “no desmayamos”. Hay motivos para la esperanza, no sólo viniendo de nuestra presente experiencia de la gracia de Dios (como Pablo ha estado describiendo), sino que cuando miramos al futuro no perdemos la esperanza tampoco. Entonces da tres grandes razones por las que tiene tal esperanza a la hora de morir. Primera, versículo 16:

aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día, (2 Corintios 4:16b)

Eso le da esperanza. Es verdad, dice, que el hombre exterior está pereciendo. Bien, pues, necesitamos entender claramente la diferencia que hay entre el hombre “exterior” y el “viejo hombre” del que leemos en las Escrituras. El viejo hombre es el que la Biblia llama “la carne”, la naturaleza moral malvada que heredamos de un antepasado caído, Adán, a la cual morimos cuando vinimos a Cristo.

Nosotros ya no somos eso. Una vez lo fuimos, pero ya no. Todavía está presente en nosotros para tentarnos, pero como un extraño con el que no nos identificamos ya. Pero el hombre “externo” del que Pablo habla aquí, son el cuerpo y la mente, de los que dice que están desgastándose lentamente. Todos podemos dar testimonio de eso. Yo he notado que las letras del periódico se van haciendo más y más pequeñas con el tiempo. Y no puedo decir qué está pasando a mi alrededor a menos que alguien me lo lea en voz alta, lo cual no ayuda mucho porque todos hablan en una voz tan baja. He notado también que la gente es más joven de lo que solía ser cuando yo tenía su edad, y las personas de mi edad son considerablemente más viejas de lo que yo soy. Me encontré con uno de mis compañeros de clase el otro día. ¡Había cambiado tanto que ni siquiera me reconoció!

Simplemente tenemos que afrontar el hecho de que el hombre externo se va desgastando, se va debilitando y haciéndose frágil, y es objeto de mucho sufrimiento y queja. “Bueno, eso es lo que me está ocurriendo a mí también”, dice Pablo, “pero no me desaliento, porque el hombre interior está siendo renovado día a día”. El hombre “interior” es, por supuesto, el yo real. Es el espíritu humano de dentro, el cual tiene su expresión consciente en el alma, esa característica única, esa combinación de alma y espíritu que marca a la humanidad como diferente de los animales. Pablo cuenta que su experiencia es que ese está siendo renovado diariamente. Las palabras que usa son “hecho nuevo”, vuelto a hacer. Está hablando de esa clase de estímulo interno de la mente y el espíritu que lo mantiene triunfante, gozoso, optimista, fiel, confiado y expectante al vivir día a día, aun cuando las cosas exteriores, su cuerpo y su mente, se van desgastando gradualmente. Esa es la esperanza del creyente. Pablo dice que ese mismo hecho es testimonio para nosotros de que estamos siendo preparados interiormente para algo grande que ha de venir.

En Romanos 12, describe esto como estar “fervientes en espíritu” (Romanos 12:11b). Es genial encontrar gente que está “ferviente en el Espíritu”. Incluso aunque su hombre físico esté atravesando mucha tribulación y dificultades, su hombre interior está vivo y animado, anhelante de lo que Dios va a hacer. ¿Emprende usted el día de esa manera? ¿Ha aprendido usted a elevarse sobre las circunstancias con esa renovación interna del espíritu, por obra del Espíritu Santo, que le mantiene optimista y alegre en medio de las presiones y los problemas de la vida diaria? ¿Cuál es el fundamento de esa clase de renovación? Pablo nos la da en el versículo 17: (Esta es también la segunda gran razón para tener esperanza en el futuro.)

pues esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; (2 Corintios 4:17)

De vez en cuando usted se topa con un versículo de la Escritura que está tan lleno de posibilidades, con un lenguaje tan sugestivo que usted puede ponderarlo y contemplarlo durante horas seguidas. Así es este verso para mí. ¿Qué significa “un cada vez más excelente y eterno peso de gloria”? ¿Qué podría estar describiendo? Lo más asombroso es que Pablo lo enlaza directamente con las aflicciones y las luchas de nuestro tiempo presente. Eso me ha ayudado grandemente, y espero que le ayude a usted. Lo que está diciendo realmente aquí es que hay un enlace directo entre la aflicción y la gloria. La una está preparando la otra. Obtenemos esta insinuación en muchos lugares de las Escrituras: En Romanos 8:17, Pablo dice: “padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados”. En Efesios hay referencias similares al hecho de que, si nuestro tiempo aquí ha incluido aflicción, tribulación y dureza, y es así para todo creyente, ello hará más seguro, en consecuencia, el hecho de que hay una maravillosa gloria que aún está por llegar (Efesios 3:13-16). Eso significa que, no importa lo grande que la prueba pueda parecernos, hay dos cosas que siempre son verdad:

Una, comparada con lo que va a venir, es relativamente ligera. Eso es lo que Pablo dice: “esta leve tribulación momentánea”. Ahora bien, si eso fuera todo lo que usted hubiera leído alguna vez de Pablo, usted estaría tentado a decir: “Obviamente él no tuvo que pasar por lo que yo estoy pasando. Este Pablo debe de haberlo tenido fácil. Seguro que me hubiera gustado ser un apóstol si todo lo que tuvieron que pasar fue una ꞌleve tribulación momentáneaꞌ. ¡Él debería vivir con mi suegra!”.

Pero, claro, eso no es todo lo que sabemos de Pablo. En el capítulo 11 de esta misma carta, recorre una larga lista de sus aflicciones, y no hay nada como eso en los anales de la literatura. Nadie ha pasado por más que Pablo, a no ser nuestro Señor mismo. Él habla de haber sido golpeado cinco veces, de ser apaleado con una vara tres veces, de haber sido arrojado en la cárcel muchas veces, de soportar hambre, sed y ayunos, de adversidades, naufragios y peligros por todas partes. Todo esto era parte de su experiencia; con todo él lo resume de esta maravillosa manera: “esta leve aflicción momentánea”. En Romanos 8:18, lo pone así: “las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse”. He aquí otra vez, este es ese incomparable peso de gloria que está por llegar. Nos quedamos pasmados. Es algo que supera toda descripción, dice Pablo.

C.S. Lewis tiene un gran mensaje que espero que ustedes lean en su totalidad, basado en este mismo pasaje. Se llama El peso de gloria, y es un pasaje que siempre me ha intrigado. Dice así:

Vamos a brillar como el sol, se nos va a dar la estrella de la mañana. Creo que empiezo a ver lo que significa. En cierto sentido, desde luego, Dios nos ha dado ya la estrella de la mañana. Usted puede ir y disfrutar del regalo de muchas mañanas estupendas si se levanta bastante temprano. ¿Qué más queremos?, puede preguntar. Ah, pero, queremos tantísimo más: algo en lo que los libros de estética no se fijan. Pero los poetas y las mitologías lo saben todo acerca de ello. No queremos solamente ver la belleza, aunque, Dios lo sabe, incluso eso es una recompensa suficiente. Queremos algo más que apenas puede expresarse con palabra: estar unidos con la belleza que vemos, incorporarnos a ella, recibirla dentro de nosotros, bañarnos en ella, convertirnos en parte de ella.

Y entonces añade estas palabras:

La puerta a la que todos hemos estado llamando toda nuestra vida se abrirá por fin.

Nuestros sufrimientos presentes nos están preparando para algo tan incomparable, tan asombroso, tan maravilloso que no hay palabras para describirlo. Eso significa que no hay prueba, ni dolor, ni aislamiento, ni angustia, ni soledad, ni debilidad o fracaso, ni sentimiento de haber sido apartado que no tenga significado. Todo juega su papel en cumplir la obra de Dios en nuestra vida y la vida de otros. Está construyendo para nosotros un incomparable peso de gloria. No sé qué más decir acerca de ello.

¿Cómo sabemos que esto es verdad? La respuesta está en el versículo 18, donde también tenemos una tercera razón para nuestra esperanza. Pablo dice:

no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven, pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas. (2 Corintios 4:18)

Siempre ha sido difícil para mí creer que hay realidades invisibles, que son invisibles al ojo humano y a la investigación, pero, no obstante, muy reales e importantes. Con todo, ninguna generación humana debería entender esto más fácilmente ni con más certeza que nosotros hoy día, porque la ciencia está diciendo lo mismo. La ciencia concuerda con la Biblia al decirnos que detrás de lo invisible, las cosas materiales que vemos y medimos, gustamos, tocamos y sentimos, hay fuerzas invisibles que nadie puede ver o gustar o tocar o sentir. Eso es lo que la misma ciencia nos dice. Tras este piano visible de aquí con su apariencia material de madera, la ciencia dice que no hay nada más que el movimiento de partículas infinitesimales viajando a una velocidad tan tremenda que dan la impresión de que es sólido. El piano está hecho en su mayor parte de espacio vacío, y, si supiéramos cómo hacerlo, podríamos arrojar una silla a través de él. Hay tanto espacio vacío ahí que ninguna de las dos cosas se tocarían.

Nuestras mentes captan eso, pero nuestras emociones se resisten a ello, porque parece ser contrario a nuestra experiencia. Bueno, por el amor de Dios, espero que a estas alturas estemos aprendiendo a no confiar en la experiencia. Es algo muy incierto, ¿no es así? Las cosas que vemos pasan, cambian; son efímeras. Todos los eventos que ocurren en nuestra vida hoy estarán mañana tan desfasados como el periódico de ayer; todo habrá cambiado. Son como una película; son reflejos imprecisos de las cosas reales. ¿Cuáles son las cosas reales? Pablo las llama “las cosas que no se ven”, las fuerzas invisibles que actúan, de las cuales, por cierto, el mundo es totalmente inconsciente. La Biblia nos dice lo que son: Existe la Palabra de Dios, la cosa más inmutable de todas, esa divina declaración de la boca de Dios que llama a la existencia todo lo que hay. Dios habló y se hizo, y esa Palabra jamás puede ser alterada. “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”, dijo Jesús (Mateo 24:35, Marcos 13:31, Lucas 21:33). La Palabra, la única cosa fiable dentro de un universo no fiable. Entendemos por la Palabra de Dios que todas las cosas se mantienen unidas por Él. Él es el Creador y el que mantiene todas las cosas. Nuestros ojos, por tanto, deben mirar más allá de lo visible a las cosas invisibles. Aprendemos que hay ángeles, buenos y malos, trabajando ambos a favor y en contra de los seres humanos. Estamos atrapados en un gran conflicto invisible en el que, al mismo tiempo, estamos bajo ataque, y somos apoyados por manos invisibles. Trabajamos y vivimos en medio de esa batalla, de modo que, como Pablo pudo expresar: “no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este mundo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12). Ellos son las fuerzas invisibles que producen los eventos que recogen día a día los titulares de nuestros periódicos. Debemos aprender a leer los periódicos teniendo eso en mente y comprender qué está pasando detrás de la escena de los acontecimientos mundiales. En última instancia, está Dios mismo. Invisible al ojo humano, el Señor Jesús, Señor de la tierra y el cielo y de todo el universo creado, y aunque no lo vemos todavía, lo amamos y lo seguimos. Él está controlando la historia. Conforme nos acercamos al final de la vida estas cosas se irán volviendo más y más importante para nosotros.

Cuando D.L. Moody, el gran evangelista, estaba muriendo, sus últimas palabras fueron: “La tierra se está retirando. El cielo se aproxima. Este es el día de mi coronación”. Esa es la declaración de la fe. Eso es mirar a la realidad. Nada es más alentador para mí que darme cuenta de que cuando creo la Palabra de Dios, me vuelvo más y más realista. De esto trata toda la vida. Ahora bien, en los primeros cinco versículos del capítulo 5, tenemos una descripción más extensa de la naturaleza de nuestra esperanza. Aquí nos enteramos de unos cuantos detalles más de este “peso de gloria que supera toda comparación”. El apóstol lo describe de esta manera:

Sabemos [nótese la palabra de certeza aquí; no dice: “suponemos”, “esperamos”, “pensamos”, sino “sabemos”] que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshace, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha por manos, eterna, en los cielos.  Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial, pues así seremos hallados vestidos y no desnudos.  Asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia, pues no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. (2 Corintios 5:1-4)

¡Qué palabras tan maravillosas! Es obvio que aquí se describe el actual cuerpo de carne y hueso en el que vivimos, contrastándolo con el mismo cuerpo, resucitado y glorificado por el Espíritu de Dios. Cuando usted compara estas palabras con las de 1ª de Corintios 15, puede ver que Pablo está hablando aquí del cuerpo resucitado, ese cuerpo que recibiremos, en el cual dice que la mortalidad será “sorbida” (1 Corintios 15:54) en inmortalidad. Él usa la misma terminología aquí. Es el cuerpo, dice, en el cual entraremos “en un momento, en un abrir y cerrar de ojos… seremos transformados” (1 Corintios 15:52), y se nos dará este cuerpo nuevo. Aquí está describiendo y comparando los dos: el cuerpo presente, dice, es como una tienda de campaña. Estamos viviendo una experiencia temporal, como hace la gente que vive en una tienda de campaña. Una vez visité una familia que estaba viviendo en una tienda mientras esperaban a que acabaran su casa. Era muy temporal; estaban incómodos; estaban impacientes por que se completara su verdadera casa y poder mudarse.

A veces me siento así en esta tienda de mi cuerpo terrenal. Estoy seguro de que ustedes también. Una tienda no es muy satisfactoria. Las estacas empiezan a aflojarse, los postes comienzan a combarse, la tienda misma se hunde por varios lugares, el frio entra, y no es muy cómoda. Algunos de nosotros nos sentimos así al hacernos viejos. Pero esperamos anhelantes el cuerpo de la resurrección, el edificio permanente que Dios tenía en mente cuando nos hizo al principio, la morada permanente, diseñada por Dios sin ninguna ayuda humana, “una casa no hecha por manos”. Nada humano la produce o le añade algo; nada de lo que hace el sepulturero mientras nuestro cuerpo está siendo preparado para la tumba añade ni una sola cosa a lo que Dios hará, que produzca el cuerpo de gloria que ha de venir. Lo que Pablo recalca es que ya es nuestro en la eternidad. “Tenemos”, dice. Fíjese en el tiempo verbal presente: No “tendremos”, “tenemos una casa no hecha por manos, eterna en los cielos”; ya está allí, esperando a que nosotros nos la pongamos. En esta de ahora, dice, gemimos y anhelamos algo mejor. ¿Se siente usted así? ¿Cuántos de ustedes han tenido que decir cuando quieren hacer algo?: “el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil” (Mateo 26:41b). Nos gustaría ser capaces, pero no podemos, porque nuestros cuerpos no nos dejan. Añoramos algo mejor.

Pablo tiene mucho cuidado aquí. Él dice: “No quiero que me malentendáis. No quiero simplemente morir y salir flotando para estar con el Señor en una existencia incorpórea. No queremos ser fantasmas, espectros que encantan los cementerios para asustar a la gente”. Todo eso proviene de los espíritus engañosos. El fenómeno que mucha gente está investigando actualmente, que tiene que ver con casas encantadas y todas esas cosas, es en realidad obra de demonios. La gente que se dedica a estos asuntos debería ser consciente de ese hecho.

Pero el apóstol dice que este nuevo cuerpo, el cuerpo resucitado, no es una experiencia de estar desencarnado, sino mucho más corporeizado. Él cambia la expresión del edificio a la de cuerpo y dice que es como estar sobrevestido, es decir, es más que lo que tenemos ahora. Si usted se siente como si estuviera vestido por estar en un cuerpo, entonces en ese nuevo cuerpo se sentirá incluso más vestido, “sobrevestido”. Entonces usa esta expresión: “absorbido por la vida”, no por la muerte. Es una experiencia más intensa de plenitud y satisfacción. A la luz de eso, el versículo 5 es muy tranquilizador, pues Pablo sigue diciendo:

Pero el que nos hizo para esto mismo es Dios, (2 Corintios 5:5a)

Nadie quiere flotar por ahí en una existencia incorpórea. El espíritu humano rechaza y se resiste a esa idea. Pablo dice que en realidad su experiencia será esta: “Ustedes serán sobrevestidos al morir como creyentes. Tendrán un nuevo cuerpo. Eso es un peso de gloria más allá de toda descripción y vendrá instantáneamente, pues el que nos ha preparado para esto mismo es Dios”.

La gente en este punto pregunta: ¿Cómo puede ser esto? Cuando nuestros seres queridos mueren los sacamos y los enterramos o los quemamos. Si usted visita la tumba décadas más tarde puede cavar, y el cuerpo está todavía ahí. ¿Cómo pudo esa gente que murió recibir un cuerpo resucitado cuando sus cuerpos yacen todavía sin resucitar en la tumba? Se han ofrecido muchas explicaciones para esto, pero básicamente hay tres. Una dice: “Realmente somos desencarnados. Cuando morimos vamos a estar con el Señor en espíritu, pero nuestros cuerpos son enterrados en la tumba, de modo que tenemos que esperar incompletos hasta que el cuerpo es resucitado. Puede que dure siglos, pero estamos simplemente esperando en una existencia incorpórea”. A la luz de este pasaje, no se puede aceptar esa enseñanza. Pablo dice que no quiere ser despojado del cuerpo, no espera serlo, y el que lo ha preparado para justo lo contrario es el mismo Dios. Luego, hay otra sugerencia que dice que lo que ocurre cuando morimos es que ambos, nuestra alma y nuestro espíritu, se duermen dentro del cuerpo, y no hay sensación de comunicación ni experiencia. Como ocurre a menudo cuando vamos físicamente a dormir, nos despertamos y no sabemos cuánto tiempo hemos estado dormidos. El tiempo se ha eclipsado, y eso es lo que pasa. Podemos dormir durante siglos en el cuerpo, y cuando somos despertados en la resurrección, para nosotros es como si nada hubiera ocurrido mientras tanto. Pero el problema con esa propuesta es que no concuerda con la expresión en las Escrituras que habla de estar con el Señor inmediatamente. “Entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor”, dice Pablo justo en el versículo siguiente. Pero estar ausente del cuerpo es estar en casa con el Señor. En Filipenses, habla acerca de tener “deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor” (Filipenses 1:23b). Todo sugiere un inmediato acceso a ello. Hay algunos que proponen incluso una tercera alternativa. Dicen que Dios nos da, mientras tanto, un cuerpo temporal intermedio, para usarlo en la eternidad hasta que nuestro cuerpo real llegue allí, una especie de albornoz celestial, con el que vamos esperando mientras el que es real vuelve de la “lavandería”. Pero, una vez más, no hay ningún vestigio en las Escrituras que respalde eso. No hay ninguna referencia a un cuerpo intermedio.

Lo que Pablo quiere decir, claro está, es que cuando dejamos este cuerpo también dejamos el tiempo. Nuestro problema viene de que nosotros no hacemos eso en nuestro pensamiento. Proyectamos el tiempo hacia la eternidad y decimos que es lo mismo que sigue para siempre, pero no lo es. Cualquiera que estudie cuidadosamente este tema tiene que distinguir radicalmente entre las condiciones de la eternidad y las del tiempo. La característica del tiempo es que todos estamos encerrados dentro de la misma secuencia rígida de acontecimientos. Todos experimentamos 24 horas al día, porque en esta tierra eso es lo que tarda el planeta en girar sobre su eje, y nadie puede acelerarlo. Nadie puede elegir vivir días de 12 horas mientras que el resto de nosotros tiene que percibir 24.

Pero en la eternidad no hay pasado ni futuro, hay simplemente un gran momento presente. Por lo tanto, los eventos que experimentamos en la eternidad nunca son algo que tenemos que esperar, siempre son aquello para lo que estemos preparados, para lo que estemos espiritualmente preparados. Este pasaje dice que Dios nos ha estado preparando espiritualmente para algo, y ese evento es la venida del Señor a por los Suyos, la vuelta del Señor a por Su iglesia, a por cada creyente individual. Por tanto, las Escrituras claramente nos enseñan que cuando un creyente muere lo que experimenta inmediatamente es la venida del Señor a por los Suyos. Pablo describe ese acontecimiento en 1ª de Tesalonicenses 4: “El Señor mismo, con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del cielo” (1 Tesalonicenses 4:16a). Con Él vendrán todos aquellos que han muerto en Cristo, de modo que, a aquellos que quedan en la tierra, les parecerá como si ya hubieran resucitado primero, cuando en realidad todos somos resucitados juntos, “y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:17b). Esta es la experiencia que nos espera inmediatamente.

El versículo 5 continúa diciendo que ya hemos probado de esto en nuestro espíritu, aunque todavía no en el cuerpo, porque el cuerpo está preso en el tiempo. Está sin redimir y sin resucitar, pero en el espíritu, en la vida interior, ya hemos gustado esta situación. Por eso Pablo dice:

… Dios, quien nos ha dado el Espíritu como garantía. (2 Corintios 5:5b)

Eso que es tan refrescante y renovador, que experimentamos diariamente viniendo del Espíritu, es esa garantía de la cual Pablo ha hablado antes. Algo nos está pasando. La vieja vida se está deteriorando, el hombre exterior se está desmoronando, pero el hombre interior se va haciendo más rico, extraordinario y cálido, más cariñoso, anticipando el futuro con creciente esperanza. De eso es de lo que está hablando Pablo. Es un pequeño sorbo de gloria.

Siempre me han encantado los escritos de ese viejo y querido covenanter, ese gran hombre de Dios, Samuel Ruthenford, que vivió en el siglo XVII. Sus escritos llegan a nosotros por las cartas que escribió a mucha gente mientras él mismo era un prisionero por Cristo en Escocia. Algunas de esas cartas son muy expresivas de su maravillosa fe. Anne Cousin las ha repasado todas y ha seleccionado ciertas frases y expresiones que él usaba, y las ha juntado en una canción que siempre me ha encantado. Esta era la canción favorita de D.L. Moody. Dice así:

Se hunden las arenas del tiempo,
irrumpe el amanecer del cielo,
la mañana de verano por la que hemos suspirado,
la bella y dulce mañana se despierta.

Oscura, muy oscura ha sido la medianoche,
pero la aurora está cerca, y la gloria,
la gloria habita en la tierra de Emanuel.

Oh Cristo, Él es la fuente,
el pozo de amor dulce y profundo;
sus corrientes en la tierra he probado;
arriba las beberé hasta lo profundo.

Allí, Su misericordia se expande
como un océano de plenitud, y la gloria,
la gloria habita en la tierra de Emanuel.

La novia no contempla su vestido,
sino el amado rostro del novio;
mi mirada no buscará la gloria,
sino en la gracia de mi Rey.

No miraré a la corona que da,
sino a Sus manos traspasadas.
El Cordero es toda la gloria de la tierra de Emanuel.

Es una grandiosa esperanza, ¿verdad? Es una esperanza que nos da valor en nuestra presente opresión. Si tenemos que pasar por luchas, debemos recordar siempre que la lucha, aunque es lo que Dios quiere ahora para nosotros, es parte del inmenso privilegio que tenemos de compartir Sus sufrimientos, que podemos también “reinar con Él” para siempre. ¡Una gran esperanza!

Oración:

Cuántas gracias te damos, Señor, porque es verdad que los sufrimientos de este tiempo presente no tienen valor comparados con la gloria que será revelada en nosotros. Ayúdanos, entonces, a volver a nuestras aflicciones, sean las que sean, con acción de gracias renovada por tener el privilegio de compartirlas, de afrontarlas en Su amado nombre, pues estamos llamados a hablar y vivir en este siglo XX en nombre del que murió por nosotros, que nos amó, que se dio a Sí mismo por nosotros, para poder vivir en nosotros y manifestar Su presencia y Su vida en este día y tiempo presente. Te damos gracias, Señor, que cuando ese momento de gloria invada nuestros agitados corazones, veremos por fin a Quien hemos amado y servido por tanto tiempo. Oramos en Su nombre. Amén.