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Devoción del 22 de febrero

El principio de la cruz

Entonces Pedro dijo a Jesús: ¡Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí! Hagamos tres enramadas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. No sabía lo que hablaba, pues estaban asustados. Entonces vino una nube que les hizo sombra, y desde la nube una voz que decía: Éste es mi Hijo amado; a él oíd.

Marcos 9:5-7

¿Por qué es que Pedro fue uno de los discípulos elegidos para ver esto y para aprender esta lección? Dicho brevemente, la respuesta es ésta: Él fue uno de los discípulos que, antes de esto, habían esquivado, de palabra y abiertamente, el principio de la cruz. Cuando Jesús empezó a enseñar a los discípulos que el Hijo del hombre debía sufrir muchas cosas, ser rechazado por los ancianos y los sumos sacerdotes, y muerto, Pedro se lo llevó aparte y le dijo: Señor, ten compasión de ti mismo. ¡En ninguna manera esto te acontezca! En cuanto a la cruz, no tienes por qué pasar por eso. Después de todo, un hombre como tú, el Hijo de Dios, no tiene necesidad de ir a la cruz. Jesús le contestó: ¡Quítate de delante de mí, Satanás! Reconozco esa voz. No entiendes las cosas de Dios. Sólo entiendes las cosas de los hombres. El hombre no quiere una cruz. Pero Dios sí. Pedro fue incluido en este grupo porque había rechazado la cruz.

Hoy día, existe una idea equivocada sobre el cristianismo que sostiene que, como Jesús fue a la cruz, nosotros nunca tendremos que hacerlo. Nada podría estar más lejos de la verdad. Él fue a la cruz para que nosotros pudiéramos ir allí con Él y, a través de esa cruz, ir más allá hasta la resurrección. La cruz es siempre la puerta abierta a la libertad. Es la cruz la que nos hace libres de nuestras vidas egocéntricas y rompe esa maldita barrera en nuestro interior que insiste en que vivamos para complacernos a nosotros mismos. Es la cruz la que da muerte a eso. Y, aceptando eso, pasando por eso, renunciando a este derecho a uno mismo, experimentamos con Él la cruz. Pero cuando llegamos a la cruz, más allá de ella siempre está la resurrección. No se puede tener un Pentecostés sin un Calvario. No se puede tener la gloria de la alborada de la resurrección sin la oscuridad de la crucifixión. Pero, cuando aceptemos que la muerte esté en nuestros planes, en nuestros propios programas, en nuestras propias vidas, en nuestro propio ego, entonces, más allá se encuentra el descanso y el poder y el secreto perdido de la humanidad: una humanidad restaurada que compartiremos con Él en gloria. Cuando Cristo, que es nuestra vida, aparezca, entonces estaremos con Él en la gloria.

Padre, ayúdame a aceptar el principio de la cruz. Ayúdame a dejar de apartar Tu mano cuando me conduce a experiencias que implican muerte. Enséñame a aceptarlas y así conocer el gozo de una vida vivida en comunión con el Señor resucitado.

Aplicación a la vida

¿En qué necesita renunciar a su derecho a sí mismo y reconocer que la muerte de sus propios planes puede conducir a la vida y el gozo con Jesús?

Esta devoción diaria fue inspirada por un mensaje de Ray

The Transfiguration of Christ

Lea el mensaje de Ray