Man-made Columns in Ruins Surrounded by God’s Solid Rock
Una fe cristiana viva y vital

¿Por qué duele tanto?

Autor: Ray C. Stedman


La segunda carta de Pablo a los corintios es probablemente la menos conocida de todas sus cartas. Ha sido llamada algunas veces la carta desconocida de Pablo. No sé por qué es así. La primera carta a los corintios es bien conocida entre sus escritos, pero mucha gente siente que la segunda es una lectura demasiado fuerte. Es una lástima que estemos tan poco familiarizados con ella, porque representa la carta más personal y autobiográfica que salió de la pluma del apóstol.

En la primera carta a los corintios miramos a la iglesia de Corinto. Es una carta muy instructiva porque la iglesia de California hoy en día es muy similar a como era la iglesia de Corinto; vivimos en el presente en una situación corintiana. Pero en la segunda carta a los corintios vamos a mirar a Pablo; él es el centro de atención cuando se abre y se revela a sí mismo ante la iglesia. Esta, por tanto, es una carta muy personal salida del corazón de este poderoso apóstol. Aquí lo vemos, quizás, más claramente que en ningún otro lugar de las Escrituras.

La llamamos Segunda a los Corintios, pero quizás debería llamarse Cuarta a los Corintios, porque es la última de cuatro cartas que Pablo escribió a la iglesia de allí. Dos de estas cartas no han llegado hasta nosotros ―por eso es por lo que sólo tenemos Primera y Segunda a los Corintios― pero no están en el orden que estos títulos sugieren. Si puedo resumir un poco los antecedentes, al menos por esta vez, podrían ustedes volver a consultar esto si están confusos con la cronología.

Pablo comenzó la iglesia de Corinto en algún momento del 52 o 53 d.C. Se quedó allí durante aproximadamente un año y medio; luego se fue a Éfeso, donde permaneció durante unas cuantas semanas, y entonces hizo un rápido viaje a Jerusalén y volvió de nuevo a Éfeso.

Mientras estaba en Éfeso escribió una carta a la iglesia de Corinto que se ha perdido para nosotros. Se menciona en 1 Corintios 5:9, donde Pablo dice que les escribió para advertirles en contra de seguir un estilo de vida mundano. En respuesta a esa carta los corintios le contestaron con muchas preguntas. Ellos le mandaron su carta en manos de tres jóvenes que se mencionan en la Primera a los Corintios. Como contestación a esa carta, Pablo escribió la que ahora llamamos Primera a los Corintios. En ella intentó contestar a sus preguntas, y nosotros hemos estado mirando esas respuestas. Intentó exhortarles e instruirles sobre cómo andar en la paz y el poder; e intentó corregir muchas áreas problemáticas de la iglesia. Evidentemente esa carta no consiguió todo lo que Pablo pretendía, sino que desencadenó una reacción adversa, y en esta segunda carta nos enteramos de que Pablo rápidamente viajó de vuelta a Corinto. Cuánto tiempo le llevó, no lo sabemos. Pablo la llama una visita dolorosa. Él llegó a ellos con una reprimenda bastante severa y cortante, pero nuevamente no alcanzó su propósito, y nuevamente se desataron numerosas reacciones negativas.

Así que cuando volvió a Éfeso, envío otra carta breve a Corinto por medio de Tito, para ver si podía ayudarles. Hacía mucho tiempo que Tito se había marchado. Los transportes y las comunicaciones eran muy lentos en aquel tiempo, y Pablo se inquietaba cada vez más esperando recibir en Éfeso noticias de lo que estaba ocurriendo allá en la iglesia. Llegó a estar tan preocupado que dejó Éfeso y se fue a Troas, subiendo a Macedonia para reunirse con Tito. En Macedonia, probablemente en la ciudad de Filipos, él y Tito se encontraron. Tito le trajo noticias mucho más alentadoras de la iglesia, y como respuesta a eso, movido por el agradecimiento, Pablo escribió la que ahora llamamos la Segunda carta a los Corintios, aunque en realidad era la cuarta de una serie de cartas.

Ahí es donde empezaremos hoy. Los saludos iniciales son un tanto similares a los de la primera carta, pero un poco más breves y quizás un poco más bruscos:

Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano Timoteo, a la iglesia de Dios que está en Corinto, con todos los santos que están en toda Acaya: Gracia y paz a vosotros de Dios nuestro Padre, y del Señor Jesucristo. (2 Corintios 1:1-2)

Usted notará que hay varios énfasis aquí. El más destacado es el hecho de que Pablo dice que él no es el representante de las iglesias; él es el apóstol del Señor. Su autoridad no proviene de la iglesia, ni de cualesquiera miembros de la iglesia, sino del Señor mismo. Este es un aspecto muy importante en Pablo. En estos días en que oímos muchas enseñanzas acerca de lo equivocado que estaba Pablo en ciertos puntos, y cómo no se puede confiar en ciertos escritos suyos; y cómo incluso dijo cosas que debemos rechazar hoy día, necesitamos entender de nuevo que el apóstol mismo dijo que su autoridad venía directamente del Señor. Lo que él había aprendido y lo que enseñaba le fue enseñado a él por el mismo Jesús. El Señor se me apareció, dice Pablo. Hubo muchas visiones y revelaciones de Cristo, dice, de modo que él no aprendió su doctrina o cualquier cosa que escribió de los otros apóstoles. Aprendió del Señor directamente. Cuando usted lee a Pablo, usted está leyendo lo que el Señor le dijo a él; por lo tanto, conlleva la plena autoridad del Señor Jesús mismo.

En el versículo 1, notará asimismo que la carta no se manda sólo a la iglesia de Corinto. Es enviada a todos los santos que están en toda Acaya. Acaya era el antiguo nombre de Grecia, tal como la conocemos hoy (excepto Macedonia del norte). Toda la Grecia continental, el Peloponeso, las islas y demás, son parte de Acaya. Por consiguiente, había muchas iglesias a las cuales llegó esta carta, y nosotros, incluso en el siglo XX, podemos ser incluidos con todo derecho como una de ellas.

Como en todas las cartas de Pablo, les ofrece gracia y paz. Bueno, estas son palabras mayores; son más que un mero saludo. Gracia es una palabra que reúne todo lo que Dios está dispuesto a darnos y a hacer por nosotros. Toda la provisión de Dios viene por gracia. Por tanto, cualquier cosa que Dios le dé ―amor, gozo, paz, perdón, ayuda, sabiduría― es parte de la dádiva de la gracia, y el resultado de esa dádiva en su vida y en la mía ha de ser paz. Un corazón que descansa, un corazón calmado en su interior que confía en que Dios está obrando, un corazón sereno y sin tribulación de espíritu.

Bueno, ese es el modo en que los cristianos han de vivir. La totalidad del Nuevo Testamento está dirigida a ese fin. No es sólo doctrina sobre cómo ir al cielo; es enseñanza sobre cómo afrontar la vida, cómo sobrellevar las presiones y el estrés, y cómo encarar las dificultades y peligros de la vida. Por tanto, la constante provisión de Dios consiste en traer paz a nuestros agitados corazones; hemos de vivir en paz. Dicho esto, el apóstol se mete de lleno en su primera cuestión: por qué los cristianos sufren.

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. Así como abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación. Pero si somos atribulados es para vuestra consolación y salvación; o si somos consolados es para vuestra consolación y salvación, la cual se realiza en el sufrir las mismas aflicciones que nosotros también padecemos. Y nuestra esperanza respecto de vosotros es firme, pues sabemos que así como sois compañeros en las aflicciones, también lo sois en la consolación. (2 Corintios 1:3-7)

Dos palabras, aflicción y consolación, resaltan repetidamente en este pasaje; y las dos siempre van juntas: aflicción es lo que hoy probablemente llamaríamos presión, o estrés. Es lo que muchos de ustedes, quizás, están sintiendo ahora mismo cuando piensan en ir al trabajo mañana. Es lo que les hace un nudo en el estómago y les hace sentir ansiosos o preocupados por lo que ha de venir. Es lo que da lugar a días frenéticos y noches de insomnio. Corroe continuamente su mente y amenaza su bienestar; se niega a marcharse y dejarle en paz; le deprime y oscurece el futuro con presentimientos de desastres. Eso es la presión y el estrés, y todos vivimos con ello. Pero no eran nada diferentes en el primer siglo. Ellos vivían bajo presión y estrés lo mismo que nosotros. Pablo lo experimentó también, pero al mismo tiempo experimentó el consuelo de Dios.

La consolación es más que una simple palabrita alentadora o amigable de ánimo; Pablo no quería decir eso. La palabra quiere decir fortalecimiento. Lo que Pablo experimentó fue el fortalecimiento de Dios al darle un espíritu lleno de paz y descanso que le permitiera encarar la presión y el estrés con los que vivía. Es de lo que trata todo el cristianismo. Fortalecimiento en griego es una palabra que se aplica también al Espíritu Santo. Su Biblia frecuentemente lo llama El Consolador, pero en realidad es El Fortalecedor, el que le fortalece. Esta es la provisión de Dios para la aflicción.

Me asombra cuantos miles de cristianos sienten pavor de enfrentarse a su vida diaria porque se sienten presionados, ansiosos y encadenados, y aun así nunca hacen uso de la provisión de Dios para esa clase de presión. Estas palabras no están dirigidas a nosotros para que se usen meramente para problemas religiosos. Están destinadas a ser usadas para cualquier clase de estrés, cualquier clase de problema. La consolación de Dios, la fortaleza de Dios, está disponible para cualquier circunstancia que le ponga a usted bajo estrés.

Digo que hay miles que no hacen uso de ella. La razón por la que digo eso es porque dan prueba de que hacen lo mismo que todos los que no son cristianos en absoluto. Tratan de escapar de sus presiones. O, si son cristianos, oran para ser rescatados de su presión, para que sus problemas desaparezcan. Siempre se puede saber lo mal enseñados que en realidad están los cristianos cuando se oyen sus oraciones. Invariablemente oran para ser liberados de sus problemas o para estar escudados completamente frente a ellos. Toda su esperanza es escapar de algún modo, y todas sus reacciones son, o bien preocuparse, o tener un espíritu murmurador y quejica, o ira y miedo. Pues bien, eso no es cristianismo en acción.

Escuche a Pablo: Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Él alaba a Dios por las circunstancias de su vida incluso aunque haya aflicciones. Él llama a Dios el Padre de misericordias y Dios de toda consolación. Él ve la mano de Dios enviando estas mismas cosas a su vida; por lo tanto, él nunca ora para que sean quitadas y pueda escapar de ellas. Él las ve como oportunidades para que la fortaleza de Dios se libere. Eso nos da una idea de la primera razón por la que los cristianos pasan por sufrimientos.

Hace un par de semanas una señora me dijo: Sé que se supone que tenemos que sufrir como cristianos, pero ¿por qué duele tanto?. Bueno, pues, hay cuatro razones en este pasaje para contestar esa pregunta: Primera, duele porque esa es la manera en que usted descubre lo que Dios puede hacer. ¿Cómo va usted a descubrir alguna vez el consuelo de Dios, el fortalecimiento de Dios, si no está bajo presión o estrés? Eso es lo que hace falta para descubrir lo que Dios puede hacer, y Dios seguirá mandándolo hasta que usted empiece a entenderlo y empiece a contar con Él, y descubra los recursos interiores que Él proporciona. No intente huir, como hace todo el mundo. Afronte la situación y haga lo que hace Pablo, ver los problemas como oportunidades de entender y experimentar de nuevo el fortalecimiento de Dios. Fíjese en cómo lo describe Pablo en el versículo 5:

Así como abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación. (2 Corintios 1:5)

El fortalecimiento es exactamente igual a la presión. Ese es el estilo de vida cristiano; eso es lo que todo cristiano debería ser capaz de experimentar. Bueno, dice usted, lo sé todo sobre el asunto. He intentado eso muchas veces, y no funciona conmigo. Funcionará con usted; funciona con todos los demás con los que hablo, pero no funciona en mi caso. ¡Siempre me asombra la cantidad de excepciones que hay entre los cristianos que van a la iglesia! Recuerdo a un ministro que tenía una secretaria que estaba siempre alegre, no importa por lo que estuviera pasando. Él le dijo un día: Ojalá yo tuviera su fe y optimismo. Ella replicó: Bueno, los tendría si leyera la Biblia correctamente. ¿Qué quiere decir?, dijo él. Yo la leo en griego y en inglés. Ella añadió: Pues, no la lee bien, porque Pablo dice: `Gloriaos en la tribulación´. Gloriarse no es gruñir, dijo ella. Cuando usted tiene tribulaciones, gruñe; no hace más que quejarse todo el tiempo, pero las Escrituras dicen que nos gloriemos en las tribulaciones, que las recibamos como retos, como oportunidades y ocasiones de descubrir la fortaleza que Dios nos da.

La genuina reacción cristiana ante los problemas y presiones es verlo todo como mandado por un Dios amoroso que se ocupa de ellos, que les pondrá un límite tal como prometió, para que no sean mayores de lo que usted pueda soportar. Él los ha mandado deliberadamente con el propósito de que usted descubra la fuerza interior que puede guardar su corazón en paz, sin importar cuanta presión haya. Esa es la primera razón por la que los manda.

Una segunda razón para el sufrimiento la encontramos en el versículo 4:

el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. (2 Corintios 1:4)

Yo pienso que cuanto más se crece como cristiano, más se convierte esto en realidad. Sus sufrimientos no se destinan a usted tanto como a los que le están observando y viendo cómo gestiona la presión por la que está pasando. Los cristianos mayores olvidan fácilmente que los cristianos más jóvenes los están observando todo el tiempo. Cuando nos desahogamos quejándonos y murmurando de nuestras circunstancias, estamos enseñando a estos cristianos más jóvenes como si nos sentáramos con ellos y negásemos con nuestro dedo ante ellos, diciendo que Dios no es fiel, que las Escrituras no son verdad, que no obtenemos un apoyo adecuado para lo que nos pasa. Cuando se nos mandan sufrimientos, a menudo es para que los que nos miran sepan que ellos también pueden ser sostenidos. Eso es lo que Pablo dice a esta iglesia. Cuando yo sufro es para vuestra consolación; para que podáis ver lo que Dios puede hacer, y que, por donde me lleva, os puede llevar a vosotros. Por lo tanto, al mirarme veréis como se lidia con esto. La lección a aprender se expone muy claramente in el versículo 6:

Si sufrimos, es para que vosotros tengáis consuelo y salvación; y, si somos consolados, es para que vosotros tengáis el consuelo que os ayude a soportar con paciencia... (2 Corintios 1:6a NVI)

Soportar con paciencia, confiando en que Dios se hace cargo y le está guiando en esta situación. No la va a hacer desaparecer, sino que le va a ayudar a pasarla, así que espere pacientemente, regocíjese porque el final se vislumbra; esto también pasará. Alguien dijo una vez que sus palabras de la Escritura favoritas eran: Y pasó que…. No vino a quedarse, vino para pasar. Esto pasará, y usted se fortalecerá con ello; por lo tanto, sopórtelo con paciencia y descubra la fuerza que Dios puede dar. Pablo entonces continúa diciendo que esto es alentador para él, en el versículo 7:

Y nuestra esperanza respecto de vosotros es firme, pues sabemos que, así como sois compañeros en las aflicciones, también lo sois en la consolación. (2 Corintios 1:7)

Confieso que a menudo desearía poder ahorrarles a los cristianos más jóvenes las pruebas y las presiones. Así lo siento por mis hijas. Me encantaría ser capaz de liberarlas de la presión, de la prueba, pero pronto comprendí que no puedo, por más que lo desee, y no sería bueno para ellas si pudiera. Ellas necesitan experimentar el sufrimiento y de esa manera poder experimentar también el consuelo.

Así que Pablo dice a estos corintios: Nuestra esperanza respecto de vosotros es firme. Hemos oído que estáis pasando por pruebas y dificultades, presiones y persecuciones, pero no nos turbamos. Sabemos que, si compartís nuestro sufrimiento, también compartiréis nuestra consolación, y la consolación a ese sufrimiento siempre merece la pena. Así los anima a pasar por ello.

Entonces, fíjese que, en esta notable interdependencia del cuerpo de Cristo, se nos anima a compartir unos con otros lo que estamos pasando. Por eso es por lo que los cristianos deberían compartir unos con otros libre y abiertamente sus problemas, sus luchas, sus fallos y también sus éxitos. Así nos animamos unos a otros.

Estaba leyendo un artículo de Chuck Colson no hace mucho, en el que decía que a menudo se preguntaba por qué tuvo que ir a prisión como resultado del Watergate. Legalmente no había ninguna razón por la que él debiera ir a prisión. No obstante, acabó allí por mucho tiempo. Él se debatía interiormente con eso. ¿Por qué tuvo que sufrir la humillación, la vergüenza, la desgracia y el disgusto de ir a la cárcel? Pero pronto la respuesta empezó a revelarse. Mientras estuvo en prisión aprendió por lo que pasan los presos. Vio a estos hombres y mujeres olvidados por la sociedad americana, las horribles injusticias que a menudo tenían que encarar, la dificultad, incluso la imposibilidad de recuperarse, y nació en él un gran sentimiento de compasión y deseo de ayudar. Desde que ha salido de la cárcel ha dedicado toda su vida y ministerio a volver y ayudar a estos hombres. Ahora están empezando a salir de las cárceles de toda América maravillosas historias sobre cambios espectaculares de vidas humanas porque Chuck Colson fue a prisión.

Por eso es por lo que Dios nos pone en dificultades a veces. No siempre por nuestro bien, sino por el bien de alguien más. Nosotros hemos sido guiados y madurados hasta el punto en que podemos aguantarlas y regocijarnos con ellas y manejarlas correctamente. Cuando lo hacemos, estamos enseñando una buena lección a aquellos que nos siguen después.

Todavía hay una tercera razón para la aflicción de los cristianos. Se da en los versículos del 8 al 10:

Hermanos, no queremos que ignoréis acerca de la tribulación que nos sobrevino en Asia, pues fuimos abrumados en gran manera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida. Pero tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiáramos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos. Él nos libró y nos libra y esperamos que aun nos librará de tan grave peligro de muerte. (2 Corintios 1:8-10)

No sabemos por lo que estaba pasando Pablo. Algunos piensan que era una enfermedad grave, y quizá así era. Otros, y yo estoy entre ellos, relacionan esto con lo narrado en Hechos 19 sobre la gran revuelta que estalló en Éfeso y que amenazó la vida de todos los cristianos de esa ciudad. Fue un tiempo en que parecía que toda la causa cristiana se había derrumbado en Éfeso, y todo por lo que Pablo había trabajado durante años se estaba haciendo pedazos. Debía estar pasando durante esta época por un estrés emocional y un peligro físico fuera de lo corriente. Él nos dice que estaba total e insoportablemente abatido. Ese es el máximo decaimiento al que puede llegar el espíritu humano, un extremado sentimiento de desesperación. Porque, decía, sentíamos que habíamos recibido la sentencia de muerte. No había ninguna esperanza; se había rendido; no había salida. En este punto podía verse a sí mismo perdiendo la vida. Pero entonces añade que todo eso sucedió para que no confiáramos en nosotros mismos.

Una de las principales razones por las que Dios nos manda sufrimiento es para quebrantar en nosotros el tozudo espíritu de voluntad propia que persiste en intentar solucionarlo todo con nuestros propios recursos, o correr hacia algún otro recurso humano, o de alguna manera negarse a reconocer que necesitamos la ayuda divina. Yo encuentro esto en mí mismo. Algunas veces lucho en mi interior. No quiero orar por algún asunto porque, si oro por él, eso es admitir que no puedo manejarlo por mí mismo. Pablo debió de debatirse interiormente de la misma forma.

Aquí tenemos a este poderoso apóstol, que tan sencilla y claramente comprendió los principios de cómo obra Dios, y aun así se le hizo atravesar un periodo de prueba como este, para que pudiera aprender otra vez a no apoyarse en sí mismo. Leemos la historia de Saulo de Tarso, ese brillante joven fariseo, y vemos un hombre joven seguro de comerse el mundo y de que no hay nada que no pueda hacer con esa brillante mente, esa lógica y habilidad, esa personalidad fuerte y poderosa. Sentía que podía acometer cualquier cosa, y una y otra vez Dios tuvo que quebrar esa convicción, ponerle en circunstancias con las que no podía lidiar, para que pudiera aprender a no confiar en sí mismo sino en el Dios que resucita los muertos, el Dios para el que ninguna causa está perdida nunca, el que puede sacar vida de la muerte.

Esa es la razón principal, creo, del sufrimiento. Es la presión diseñada para quebrantar nuestra irreductible terquedad. Pero, ¿se da cuenta de cómo Pablo llega al conocimiento del verdadero estilo de vida cristiano? Dios nos liberó en el pasado, nos está liberando en el presente y nos liberará en el futuro. Pablo ha aprendido a confiar en que Dios lo hará superar cualquier cosa que la vida le eche, no importa lo que sea. Ese es el estilo de vida cristiano. Ya es hora de que algunos de nosotros como cristianos dejemos de actuar como el mundo que nos rodea, quejándonos constantemente y murmurando, rezongando por cualquier cosa que se cruza en nuestro camino. Deberíamos ver esto como oportunidades de exhibir un estilo de vida alternativo y hacer brotar en nuestras vidas un callado poder que mantenga en paz nuestros corazones, porque sabemos que un Dios capaz está a cargo de la situación; Él nos llevará seguros a través de ella.

Una última razón para el sufrimiento se da en el versículo 11:

Para ello contamos con vuestras oraciones a nuestro favor; y así, siendo muchos los que interceden por nosotros, también serán muchos los que darán gracias por el don concedido a nosotros. (2 Corintios 1:11)

Una vez más, el sufrimiento se nos manda para mostrarnos que no somos individuos viviendo solos en la sociedad. Somos miembros de una familia, miembros de un Cuerpo, y nos necesitamos unos a otros. Cuando usted tenga una dificultad o prueba, compártala con otros, para que puedan orar con usted, pues las muchas oraciones traerán grandes dones. Eso es lo que dice este versículo. En contestación a las muchas oraciones, Dios mandará una bendición que despertará el agradecimiento en muchos, muchos corazones. Pablo dice, por tanto: contamos con vuestras oraciones, de manera que habrá gran acción de gracias por la gran bendición que proviene de las muchas oraciones.

Ese es el motivo para las peticiones de oración y para compartir nuestras necesidades los unos con los otros, para contar con la ayuda de la oración de otros en tiempos de presión, del mismo modo que nosotros deberíamos estar preparados para responder con nuestras propias oraciones por ellos a aquellos que están pasando dificultades. Pues bien, ese es el modo en que una comunidad cristiana debería responder al estrés y la presión, a las dificultades, pruebas y desastres. Dios los ha mandado. Dios ha permitido que vengan como oportunidades para que pueda aprender de nuevo este extraordinario secreto de la paz y del consuelo interior. Una paz interior que puede mantener sereno su corazón, aunque esté pasando por tiempos turbulentos.

Oración:

Padre nuestro, te confesamos que a menudo nos volvemos hostiles a causa de nuestras dificultades. Nos resentimos; no queremos aceptarlas; queremos que nos las quiten de en medio, que no nos vengan de ninguna manera. Nos ponemos rebeldes y nos quejamos. Señor, ayúdanos a dejar de refunfuñar y protestar, y a comprender que nos las has mandado deliberadamente para mostrarnos una mejor solución, un camino sosegado, de modo que nuestros corazones descansen porque contamos con un Dios que hace cosas que nosotros no podemos hacer. Ayúdanos a confiar, a reposar en paz. Te lo pedimos en el nombre de Jesús. Amén.