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La guerra espiritual

Defensa contra la derrota, Parte 2

Autor: Ray C. Stedman


El desáni

o, la confusión, la indiferencia; estos son los signos de la obra del diablo. El desánimo, con todo lo que eso significa en términos de depresión de espíritu, el recordar una y otra vez los vanos remordimientos, y la perspectiva oscura sobre la vida. La confusión, con su duda y su incertidumbre, la desilusión, el conflicto, el desacuerdo y las discusiones. La indiferencia, con su cinismo, la crueldad, la frialdad, y amargura los unos con los otros y hacia las cosas de Dios. Estas son las evidencias mayores de la obra del diablo por medio de la carne, el canal malvado del hombre interior. Para producir estas cosas, como ya hemos visto, el diablo se nos acerca por medio de circunstancias, o sentimientos, o por medio de la obra de nuestras mentes implantando dudas e incertidumbres.

La gran pregunta a la que nos enfrentamos es: “¿Qué haces como cristiano cuando estas cosas te ocurren? ¿Cómo las manejas? ¿Qué haces en tu vida para contrarrestarlas?”. Te diré lo que hacen muchos cristianos: ¡se quejan! Dicen: “Oh, el diablo realmente me ha estado atacando. Oh, qué mal tiempo estoy pasando; es un tiempo muy difícil. Todo es tan desalentador, y simplemente no hay nada que pueda hacer”. Como una mujer expresó: “¡Creo que cuando Dios manda tribulación, Él espera que me atribule un poco!”. Hay una implicación clara en esta estrategia de que Dios de algún modo tiene la culpa. No lo decimos, por supuesto. Nunca decimos eso, sino que dejamos colgando en el aire la sugestión que Dios nos está haciendo partícipes de una dificultad demasiado grande. No hay nada que indique más ciertamente que ya hemos sucumbido a las artimañas del diablo que el quejarnos de algo que nos ocurre. Por eso la Palabra de Dios invariablemente muestra que la señal de un cristiano que ha aprendido a ser cristiano es que se regocija en todo y da gracias por todas las cosas.

Ahora bien, eso no significa que disfrute de todo. Ni significa que meramente hace ver como que se regocija en todo. No hay nada más horrible que la sonrisa fingida que la gente se pone y la actitud frívola que asumen en medio de las dificultades porque piensan que eso es lo que debe hacer un cristiano. Es posible genuinamente regocijarse en medio de las lágrimas, y no hay nada que más ciertamente indique que hemos fallado en entender lo que significa ser cristiano que una actitud lastimera, quejumbrosa, sobre lo que nos ocurre en la vida.

No estés sorprendido de los ataques del diablo. Por supuesto que ataca. Ese es su carácter. Esa es su naturaleza. No tenemos que sorprendernos de que haga esto. Lo que es más, Dios deja que lo haga. Esta es la revelación clara de las Escrituras. Permite estos ataques porque, en primer lugar, los necesitamos. Nunca nos desarrollaríamos o creceríamos apropiadamente si no fuéramos atacados de esta forma. De nuevo, es esto lo que al final lleva a cabo la voluntad de Dios. Todo el trabajo de la estrategia de Dios nunca podría ocurrir si no fuera porque Dios permite que el diablo haga su obra hoy dentro de los límites de la voluntad predominante de Dios. Nunca nos olvidemos de eso. Dios permite que pasen esas cosas, y todos los escritores de las Escrituras están de acuerdo en esto.

Pedro dice: “Amados, no os sorprendáis del fuego de la prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciera” (1 Pedro 4:12). El Señor Jesús mismo dijo: “En el mundo tendréis aflicción” (Juan 16:33a). Esa es la naturaleza de las cosas, “Pero”, añade, “confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33b). El apóstol Pablo dice: “No os ha sobrevenido ninguna prueba que no sea humana” (1 Corintios 10:13a).

Esto es exactamente lo opuesto de la manera en que frecuentemente nos sentimos. Nos encanta pensar que algo inusual nos está ocurriendo. “Nunca nadie ha pasado lo que estamos pasando. Nunca nadie ha tenido que someterse a la depresión de espíritu que sentimos.” Pero Pablo dice que estás muy equivocado. “No os ha sobrevenido ninguna prueba que no sea humana; pero fiel es Dios… ” (1 Corintios 10:13a). Así que, deja que quejarte sobre lo que ocurra. Es la voluntad de Dios para ti. Enfrentémonos a eso. Y en vez de una actitud inquieta, irritada y quejumbrosa, hagamos lo que la Palabra de Dios dice cuando ocurren estas cosas. ¿Qué es? “Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo” (Efesios 6:11). No hay ninguna otra forma de manejarlo, no hay ninguna otra solución a estos problemas básicos humanos más que esta. Léelo de nuevo en Efesios 6:14-18:

Estad, pues, firmes, ceñida vuestra cintura con la verdad, vestidos con la coraza de justicia y calzados los pies con el celo por anunciar el evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios. Orad en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velad en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos. (Efesios 6:14-18)

Ya hemos visto que la armadura descrita aquí es simbólica, figurativa. Las tres primeras piezas de esta armadura son simbólicas de lo que Cristo es para nosotros, lo que está dispuesto a ser para nosotros. Si somos cristianos en lo más mínimo, ya nos hemos puesto estas primeras tres piezas, y el tiempo del verbo que es utilizado aquí indica eso. “Ceñida vuestra cintura con la verdad, vestidos con la coraza de justicia y calzados los pies con el celo por anunciar el evangelio de la paz”; es algo que ya hemos hecho si somos cristianos en lo más mínimo. Si no hemos hecho esto, entonces no somos cristianos y necesitamos comenzar ahí.

Pero ahora, habiendo hecho esto, cuando nos sentimos desanimados, molestos, derrotados, deprimidos, ansiosos, temerosos, confundidos, inciertos ―sea cual sea la forma de ataque― hemos de recordarnos a nosotros mismos primero todas estas grandes verdades. Este es el terreno sobre el cual permanecemos en pie. Esto es lo que hace posible batallar. Hemos de recordarnos a nosotros mismos que Cristo es la verdad. Hemos encontrado que es la llave de la vida. Ha demostrado que Él es la revelación final de la realidad, la forma en la que realmente son las cosas. Él es la llave de la vida, el secreto de la vida.

Si alguien dice que esto es meramente un acto de fe de tu parte, esa es simplemente una ciega suposición, tu respuesta debería ser: “Por supuesto que lo es”, porque todo el mundo comienza ahí. Cada hombre comienza con una suposición de autoridad. Comienza con un acto de fe. Todos aceptan algún principio o persona como la autoridad final en la vida. Es otro líder religioso, o quizás un principio tal como el método científico, o incluso nada más que “lo que siente que está bien”, pero el hombre siempre debe comenzar con un acto de fe. Lo distintivo del cristianismo es que Jesucristo ha demostrado más claramente el derecho de ser aceptado como esa autoridad que ninguna otra persona o cualquier otro principio en el mundo hoy. El cristiano, por lo tanto, apuesta su vida, en cierto sentido, a que Jesucristo es la autoridad real, la verdadera revelación de las cosas como realmente son. Te lo ha demostrado objetivamente y te lo ha confirmado subjetivamente como cristiano. Es ahí donde debes comenzar. Vuelve siempre a eso. ¡Cristo es la verdad!

Ademas, Cristo es tu justicia. No es tu comportamiento, o tu falta de comportamiento, lo que te hace aceptable a Dios. Esto no significa, por supuesto, como veremos más tarde, que alguien pueda decir: “Bueno, si ese es el caso, entonces me comportaré como me plazca. No hay ninguna diferencia”. Pablo dice en Romanos que no puedes hacer esto. No puedes decir eso. Más bien te das cuenta de que Dios te ha aceptado, no a causa de lo que haces, o lo que no haces, sino a causa de lo que Cristo es a tu favor, la obra que ha hecho por ti. Te mantienes en Su justicia: “Aceptos en el Amado” (Efesios 1:6). Tu tienes el mismo valor a los ojos de Dios que el que tiene Cristo, y, por tanto, Cristo es tu paz. Esa es la tercera cosa. Esta es la confirmación de la declaración de que Él es nuestra justicia. Prueba que la cruz realmente hizo algo, porque la experiencia de ello en nuestra vida ahora es que tenemos un sentimiento de paz. No estamos perdidos en un mar de relatividad. Tenemos una roca en la cual permanecemos, un ancla de certeza en medio de un mundo constantemente cambiante y variable. Tenemos un sitio en el cual mantenernos y luchar, y un poder adecuado con el cual nos enfrentamos a cada situación. Eso es lo que es Jesucristo para cualquiera que le conoce. Eso es paz. Eso es tener ánimo.

Una palabra de aviso: No intentes comenzar con paz. Cuando tienes problemas o estás molesto, cuando vienen los ataques, no intentes comenzar con hacer que tu corazón se sienta en paz. Este es un error que mucha gente comete; tratan de conjurar algún tipo de sentimiento de paz interiormente y solo consiguen alterarse más. No comiences con paz. Comienza con la verdad. Cristo es la verdad. Comienza con la verdad y la justicia, y acabarás con paz. Esta es la forma de comenzar.

Examinemos más de cerca esta batalla. Si nos recordamos a nosotros mismos estas grandes verdades, deberían hacer que nuestros corazones descansen. Pero cada uno de nosotros sabe que, aunque a menudo hacen que nuestros corazones descansen, hay veces que no es así. Nos encontramos todavía deprimidos. Todavía estamos llenos de dudas, todavía trastornados. Quizás no hay ninguna buena razón para que nos sintamos de esta manera. Quizás incluso nos despertemos de mal humor por la mañana aunque nos fuimos a la cama muy contentos. No hay ninguna razón para nuestra depresión. No sabemos por qué ha ocurrido esto. No hay ninguna explicación que podamos ver. No nos pasa nada malo físicamente (y los elementos físicos de nuestra vida pueden tener una gran relevancia sobre nuestros sentimientos) pero todavía nos sentimos deprimidos. Bueno, ¿qué está ocurriendo? Estamos experimentando lo que Pablo llama aquí “los dardos de fuego del maligno”. Estos son parte de las artimañas del diablo, la astucia, las estratagemas de Satanás.

Nos vienen en varias formas. A veces son pensamientos malvados e imaginaciones que se entrometen de pronto en nuestro pensamiento, a menudo en los momentos más incongruentes. Quizás estemos leyendo la Biblia, quizás estemos orando, quizás estemos pensando sobre otra cosa enteramente cuando de pronto algún pensamiento sucio, lascivo se presenta en nuestra mente como un relámpago. ¿Qué es esto? ¡Uno de los dardos de fuego del maligno! Deberíamos reconocerlo como tal.

A veces estos se presentan como dudas, e incluso blasfemias, los sentimientos repentinos que experimentamos de que quizás este cristianismo no es nada más que un gran engaño, algún sueño que los hombres tuvieron. Quizás pensemos que podemos explicarlo todo psicológicamente, o que Jesucristo es realmente una tontería, una víctima del auto-engaño. Quizás el mundo no es de la forma en la que nos han enseñado, y las cosas no son como dice la Biblia. Sin duda han experimentado estos momentos. Todos los cristianos han tenido este sentido repentino de que quizás es todo una fantasía, imaginación. De nuevo, estos dardos de fuego pueden venir en la forma de dudas repentinas, ansiedades, una sensación breve de que todas las cosas están mal. No podemos deshacernos de ella. Aunque intentamos razonar con nosotros mismos, no podemos.

¿Qué son estos sentimientos? Bueno, cualquier forma que tomen, siempre son de la misma fuente. Son los dardos de fuego del maligno. Somos los tontos más grandes del planeta si no los vemos a esa luz y los tratamos como tales. Y, en cualquier otra forma que puedan venirnos, siempre tienen dos características: Primero, parecen surgir de nuestros propios pensamientos. Parecen venir de nuestros seres interiores. Sentimos: “Esto es algo que estoy pensando”, y a menudo es una cosa chocante. Pero el diablo realmente nos está susurrando. Se está comunicando con nosotros. Nos está influenciando. Ah sí, pero no nos parece que es así. En nuestra ignorancia e inocencia nos echamos la culpa a nosotros mismos: “¿Cómo puedo pensar una cosa como esta si soy cristiano? ¿Puede un cristiano tener un pensamiento tan indecente y sucio como este? ¿Puedo ser realmente cristiano si pienso así? Quizás no lo sea después de todo”. Esta, por supuesto, es exactamente la razón por la que el diablo te mandó esos pensamientos, porque esto es lo que quiere que pienses. Si es una duda (y siempre estamos expuestos a dudas, estos ataques repentinos sobre la fe, estos sentimientos repentinos de que el cristianismo no es tan seguro y cierto como una vez nos pareció), nos decimos a nosotros mismos: “Debo haber perdido ya mi fe o no estaría pensando así. ¿Qué es lo que me ocurre? ¿Cómo puedo ser cristiano y ni siquiera tener un pensamiento como este?”. Así que reprimimos el pensamiento. Pensamos: “Debe haber algo mal; no deberíamos sentirnos así”, y empujamos el pensamiento a nuestro subconsciente. Sí, pero sabemos que todavía está ahí, acechando debajo, y nos sentimos deshonestos porque ni siquiera estamos dispuestos a mirarlo. Esto se cobra un precio sobre nosotros de forma física como estrés y tensión mental y emocional. Nos sentimos inseguros y confundidos porque estamos convencidos que lo opuesto de la fe es la duda. Pensamos que si tenemos dudas no podemos tener fe, y si tenemos fe no tenemos dudas. No vemos esto como una mentira del diablo. Pensamos que es nuestro propio pensamiento infiel. Esta es siempre la primera característica de estas cosas. Parecen venir de nosotros mismos y estar identificadas con nosotros en nuestro pensamiento.

La segunda cosa es que siempre hay un ataque sobre nuestra posición en Cristo como la verdad, nuestra justicia y nuestra paz. Estas cosas son siempre una insinuación de duda sobre esos asuntos, nunca sobre ninguna otra cosa. Son un ataque sobre las áreas de fe. Este es siempre el camino del diablo. Lee la Biblia desde el principio al final y lo verás a través de toda la Biblia. Le dijo a Eva en el jardín: “¿Conque Dios os ha dicho… ?” (Génesis 3:1). Hay la implicación de duda. Le dijo a Jesús, en la tentación en el desiert: “Si eres Hijo de Dios, di a estas piedras que se conviertan en pan” (Mateo 4:3, Lucas 4:3). ¡Sí! Siempre hay la insinuación que estas cosas no son ciertas. Esta es la forma en la que presenta dudas, crea culpa, suscita el temor. Estos son los ataques del maligno.

¿Qué hemos de hacer? ¿Cómo hemos de combatir estas cosas con éxito? Bueno, el apóstol dice: “Tomad el escudo de la fe con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno”. Fíjate que no dijo el escudo de creencia. Ya nos hemos recordado a nosotros mismos nuestra creencia cuando recordamos que nos hemos ceñido con la verdad, la coraza de justicia y el equipamiento del evangelio de paz. Esa es nuestra creencia en lo que Cristo es para nosotros. Pero la fe es mucho más que eso. Es muy importante que veamos esto. La fe es el actuar en base a la creencia. La fe es una decisión, una acción, una resolución. La fe es decir: “Sí, creo que Cristo es la verdad. Él es mi justicia; Él es mi paz. Por lo tanto, esto, esto y esto debe seguir como consecuencia. La fe es obrar las implicaciones de la creencia. Cuando dices: “por lo tanto”, te mueves desde la creencia a la fe. La fe es particularizar, si quieres ponerla en una palabra. Es tomar la verdad general y aplicarla a una situación específica y decir: “Si esto es cierto, entonces esto debe de seguir en consecuencia”. Ese es el escudo de fe. ¿Haces eso? ¿Has aprendido a tomar el escudo de fe cuando vienen las dudas? ¿Dices:

"Cristo es la verdad. Él es la revelación básica de las cosas que son reales. Él lo ha demostrado. Por lo tanto, no puedo aceptar este pensamiento de que el cristianismo es un engaño. No puedo creer ambas cosas. No puedo creer que Cristo es la verdad y que esto es cierto, también. Me he entregado a mí mismo a Cristo, porque he sido persuadido de que Él ha demostrado la verdad plenamente. Permanezco en ese fundamento. Por lo tanto, debo rechazar esta insinuación”?

¿Deduces que:

“Cristo es la verdad. Por lo tanto, no puedo creer esta sutil filosofía que exalta al hombre y hace que Dios sea innecesario en los asuntos humanos. Debo rechazarlo. Como he encontrado a Cristo cierto, no puedo creer este sentimiento repentino que tengo de irrealidad. Debo tomarlo como lo que Cristo dice que es. Es del diablo. Jesucristo dice que él es un mentiroso desde el principio. Por lo tanto, esto es una mentira y lo rechazo”?

¿Dices estas cosas? Nuestro problema es que nos hemos acostumbrado a creer nuestros sentimientos como si fueran hechos. Nunca los examinamos. Nunca los tomamos y los examinamos y preguntamos: “¿Es esto cierto?”. Simplemente decimos: “Me siento de esta forma. Por lo tanto, debe de ser cierto”. Es por esto que tantos de nosotros estamos constantemente derrotados, porque aceptamos que los sentimientos son hechos. Hemos de decir:

“Cristo es mi justicia. Estoy conectado a Él. Soy uno con Él. Su vida es mi vida y mi vida es Su vida. Estamos casados. Por lo tanto, no puedo creer esta mentira de que estos pensamientos malvados son mis pensamientos. No son mis pensamientos en lo más mínimo. Son pensamientos que me vienen a la mente; son insinuados ahí por otra fuerza. No es mi pensar para nada. No, es el diablo de nuevo. No quiero estos pensamientos. No me gustan. Los rechazo. No los quiero en mi mente; por lo tanto, no son míos. ¡Son hijos del diablo, y les daré una azotaina y les mandaré de nuevo a donde pertenecen!”.

Utilizar el escudo de fe significa rechazar sentirse condenado o sentirse culpable:

“Dios me ama. Él lo dice. Dice que nada cambiará eso. ¡Nada nos separará de Él. ¡Nada que pueda hacer o deje de hacer nos separará! Muy bien, entonces creo eso y, por tanto, no puedo creer este pensamiento de que Dios no me ama y no me quiere”.

Verás, no puedes tener los dos. Ningún hombre puede servir a dos amos:

“Cristo es el terreno de mi paz. Por lo tanto es su responsabilidad el acompañarme por medio de todo. Él es aquel que es adecuado. Él ha venido para acompañarme en cada situación. Así que no puedo, no lo haré, no creeré este temor, esta ansiedad repentina que invade mi corazón. No creeré que viene de mí. Es simplemente mandado para sacudir mi confianza en Cristo. En un intento de destruir mi paz. Pero Cristo es adecuado para incluso esto y por tanto me niego a cambiar.”

Esto es lo que Santiago llama: “resistid al diablo” (Santiago 4:7b). Este es el escudo de fe. Esto es negarnos a creer la mentira de que si tienes dudas no puedes tener fe. La duda es siempre un ataque sobre la fe. El hecho de que tengas dudas prueba que tienes fe. No son opuestos en lo más mínimo. La duda es la prueba de la realidad de la fe. Por lo tanto, examina de nuevo el fundamento de tu fe y reafírmala, y acuérdate de que los sentimientos no son necesariamente un hecho en lo más mínimo.

Y Santiago dice que, si continúas resistiendo al diablo, “huirá de vosotros” (Santiago 4:7c). ¡Piensa sobre eso! Huirá de ti. Lo haces una y otra vez, y cada vez que el pensamiento regresa. Lo resistes apoyándote en esa base. Te niegas a renunciar a tu posición. Y, tarde o temprano, inevitablemente, las dudas se aclararán. Tus sentimientos cambiarán, los ataques cesarán, y estarás de nuevo en el sol de la fe y la experiencia de amor y gozo de Dios.

Es de esto de lo que Pablo está hablando: “Tomad el escudo de la fe con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno”. El escudo de fe es suficiente en sí mismo. Es todo lo que necesitas. Realmente no necesitas lo demás, eso es, las dos últimas piezas de la armadura. Puede que suene extraño decir eso, pero es cierto. No necesitas nada más, porque es capaz de apagar cada dardo de fuego del maligno. Él sólo te protegería, si eso fuera todo lo que tuvieras.

Entonces, ¿por qué se nos dan más? Porque no sólo hemos de ser conquistadores. La Biblia dice que hemos de ser “más que vencedores” (Romanos 8:37). No hemos de ganar solamente, hemos de ganar victoriosa, triunfante y abundantemente. Acuérdate que Juan dijo: “porque mayor es el que está en vosotros que el que está en el mundo” (1 Juan 4:4). Pablo añade: “pero cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia” (Romanos 5:20b). El plan es que hagamos algo más que apenas llegar al cielo. ¡Estamos diseñados para triunfar, para ser valientes, no solo para ser indómitos, sino inconquistables!

Así que, hay más aquí: “Tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu”. Reservaremos hasta más tarde examinar cómo de completa, adecuada y abundantemente ―más que adecuadamente― está diseñada esta armadura para defendernos en medio de un mundo muy difícil y cambiante. Por tanto, podemos ser “fuertes en el Señor y en su fuerza poderosa”, para que podamos “resistir en el día malo”. Pienso a menudo en estas palabras de Kipling, describiendo las presiones de la vida:

Si puedes mantener la cabeza cuando todo a tu alrededor
pierde la suya y te culpan por ello;
Si puedes confiar en ti mismo cuando todos dudan de ti,
pero admites también sus dudas;
Si puedes esperar sin cansarte en la espera,
o, siendo engañado, no pagar con mentiras,
o, siendo odiado, no dar lugar al odio,
y sin embargo no parecer demasiado bueno, ni hablar demasiado sabiamente;

Si puedes soñar – y no hacer de los sueños tu maestro;
Si puedes pensar – y no hacer de los pensamientos tu objetivo;
Si puedes encontrarte con el triunfo y el desastre
Y tratar a esos dos impostores exactamente igual,
Si puedes soportar oír la verdad que has dicho
retorcida por malvados para hacer una trampa para tontos,
O ver rotas las cosas que has puesto en tu vida
y agacharte y reconstruirlas con herramientas desgastadas;...

Si puedes hablar con multitudes y mantener tu virtud
o pasear con reyes y no perder el sentido común;
Si ni los enemigos ni los queridos amigos pueden herirte;
Si todos cuentan contigo, pero ninguno demasiado;
Si puedes llenar el minuto inolvidable
con un recorrido de sesenta valiosos segundos,
Tuya es la Tierra y todo lo que contiene,
Y ―lo que es más― ¡serás un Hombre, hijo mío!

Esa es una descripción muy elocuente de la vida. Para prepararnos es exactamente para lo que la Palabra de Dios está diseñada. Esto es lo que significa ser “fuerte en el Señor y en su fuerza poderosa”.

Oración:

Padre nuestro, con qué agudeza nos damos cuenta de que esto está describiendo para nosotros la vida que estamos viviendo, la situación en la cual nos encontramos, las mismas circunstancias en las cuales estamos ahora. Señor, ayúdanos a ser hombres y mujeres de fe, para darnos cuenta de que Tu Palabra nos ha traído a la verdad tal como es en Jesús. Que no echemos a perder nuestra confianza, ni nos deshagamos de nuestra dependencia de la Palabra firme, sino que confiemos en Ti y le enseñemos al mundo que esta es la única cosa que puede mantener a un hombre o una mujer en pie en medio de las presiones que nos derrotan y nos arruinan, y acribillan y destruyen la vida. Oramos en nombre de Cristo. Amén.