Master Washing the Feet of a Servant
El Siervo que gobierna

Un día en la vida de Jesús

Autor: Ray C. Stedman


En la actualidad existe un estilo literario popular que consiste en narrar los acontecimientos de un día en la vida de una persona. Aleksander Solzhenitsyn nos ofrece un libro extraordinario, que se titula One Day in the Life of Iván Denisovich (Un día en la vida de Ivan Denisovich). Es posible que haya leído usted algunos de los libros de Jim Bishop, como The Day Kennedy Died (El día que murió Kennedy) o The Day Lincoln Died (El día que murió Lincoln). En el Evangelio de Marcos nos encontramos con algo parecido al ir relatando Marcos, para nuestra información: Un día en la vida de Jesús. La historia comienza una soleada mañana en Galilea, en la que Jesús se hallaba caminando junto al lago. A continuación, Jesús visitó, a media mañana, la sinagoga en Capernaúm (pues era el día del sábado), por la tarde pasó algunas horas en la casa de Pedro y de Andrés, y sigue el curso de los acontecimientos de una tarde muy ocupada en la ciudad, al reunirse miles de personas para que Jesús les atendiese. El relato concluye con una solitaria vigilia dedicada a la oración en las colinas, durante las primeras horas de la mañana. Por lo tanto, este relato nos ofrece veinticuatro horas muy completas, que se han recopilado de los breves recuerdos que Marcos tenía de Jesús y de las historias que Pedro le contó.

Hay un tema que se destaca al leer los relatos de los incidentes que tuvieron lugar en ese día, y es la autoridad de Jesús. Recordará usted que en el primer estudio de esta serie vimos que era al menos posible que Marcos fuese aquel joven gobernante rico, que vino a Jesús para preguntarle en secreto acerca de la vida eterna, y al cual le contestó Jesús: "anda, vende lo que tienes,,, y ven, sígueme" (Mateo 19:21b). Yo estoy personalmente convencido de que Marcos era aquel joven y que hizo exactamente eso: entregó todo cuanto poseía y siguió a Jesús. Si ese es el caso, justificaría la aparente fascinación que sentía con la fuente de poder con la que actuaba Jesús. Marcos se siente impresionado con la autoridad de Jesús, a pesar de lo cual, encuentra en Él la característica del siervo, lo cual sería algo nuevo para Marcos. Le resultaría difícil entender cómo era posible que un siervo tuviese autoridad; pero el tema se entrelaza en todas estas historias como un principio radical que es patente en las Escrituras: a todo aquel que esté dispuesto a servir de manera voluntaria, Dios le concede también el poder para gobernar.

En ese único día, nos encontramos con seis señales de la autoridad de Jesús, y la primera la encontramos en los versículos del 16 al 20:

Andando junto al Mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés que echaban la red en el mar, porque eran pescadores. Jesús les dijo: "Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres". Y dejando al instante sus redes, lo siguieron. Pasando de allí un poco más adelante, vio a Jacobo, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca remendando las redes; y enseguida los llamó. Entonces, dejando a su padre, Zebedeo, en la barca con los jornaleros, lo siguieron. (Marcos 1:16-20)

Sería una terrible equivocación creer que era la primera vez que Jesús había visto a estos hombres. Eran discípulos de Juan el Bautista, y Jesús había estado antes con ellos en Judea, y ellos hasta le habían estado siguiendo durante un tiempo como Sus discípulos. De modo que este no es un primer encuentro, sino que es el relato de su llamamiento oficial a un discipulado continuo. Lo asombroso acerca de ello, lo que realmente impresionó a Marcos, fue el que Jesús afirmase Su derecho a intervenir en sus vidas, pues les dijo: "Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres". Jesús asume toda la responsabilidad al respecto.

Estos hombres se dedicaban a pescar peces; eran sencillos pescadores galileos, un tanto ignorantes, sin estudios, sin conocimientos, hombres corrientes, dominados por sus pasiones y prejuicios judíos, con un punto de vista un tanto estrecho. Antes de que pudieran convertirse en pescadores de hombres, sería preciso que su mente se ampliase y fuese más universal. Tendrían que aprender a caminar de manera que dependiesen del poder del Espíritu de Dios, y Jesús asume la responsabilidad para conseguir precisamente eso. ¡Eso a mí me sirve de estímulo! Porque siempre que Él te llama a ti o a mí, asume la responsabilidad de capacitarnos para la labor, si estamos dispuestos a seguirle y a someternos a Él.

En su libro What Should This Man Do? (¿Qué debería hacer este hombre?), Watchman Nee hace una sugerencia de lo más cautivadora, en el sentido de que Jesús no sólo tiene la intención de capacitar a estos hombres para la labor que les ha llamado realizar, sino que lo hace de tal manera que permite que cada uno de ellos conserve su propia personalidad. Esto queda perfectamente claro en lo que Marcos nos dice acerca de lo que estaban haciendo estos hombres en el momento en que Jesús les llamó. Pedro y Andrés estaban echando sus redes al mar, echando sus redes redondas a los lados de la barca, para poder coger los peces con ellas. Esto nos sugiere que habían de convertirse en evangelistas. Ese sería el proceso mediante el cual llegarían a otras personas, alcanzando a los que estaban a su alrededor. Al continuar el relato, veremos de qué modo se convierte Andrés en el discípulo que lleva a las personas a Jesús, del mismo modo que llevó a su hermano Pedro a Cristo. Pedro se convierte en el gran evangelista cuando, en el día de Pentecostés, predica el evangelio a tres mil personas .

Pero Santiago y Juan estaban haciendo algo diferente, estaban remendando sus redes. La palabra griega "remendar" es la misma palabra que aparece en Efesios 4, cuando Pablo dice acerca de los pastores y maestros que deben "perfeccionar [o remendar] a los santos para la obra del ministerio" (Efesios 4:12). De la misma manera que Santiago y Juan estaban remendando sus redes, asegurándose de que estuviesen listas, cuando les llamó Jesús, esa sería la labor que desempeñarían como pescadores de hombres. Lo harían como maestros, capacitando a los santos y, una vez más, es lo que vemos en las vidas de estos hombres a través de todas las Escrituras.

Este es un pensamiento precioso, porque indica que cuando el Señor nos llama no solamente nos capacita, asumiendo la plena responsabilidad de enseñarnos todo cuanto necesitamos aprender para poder cumplir nuestro llamamiento, sino que lo hace de tal manera que nos permite conservar los matices de nuestra propia personalidad que hacen que seamos lo que somos.

Durante esta semana pasada, mientras me encontraba en la Facultad de Wheaton, se me acercó un joven estudiante al final de un culto en la capilla y, con una mirada muy intensa en su rostro, me dijo: "Oiga, usted ha estado toda la semana hablándonos acerca de cómo Cristo obra en nosotros, diciendo que Él lleva a cabo la obra; pero tengo una pregunta que hacerle: ¿Cómo puede Jesús obrar en nosotros sin destruir nuestra personalidad?". Estuve pensando en la respuesta, y de repente me vino a la mente un ejemplo: "Cuando preparas el desayuno, si enchufas la tostadora eléctrica y la batidora al mismo enchufe, harían las dos la misma cosa?". Me respondió: "Ya veo lo que quiere decir." Claro que no lo harían. Los dos usan la misma potencia, pero no sirven los dos para hacer lo mismo. Igual pasa con Jesús. Él es el poder en la vida cristiana, el que vive en nosotros y se manifiesta a través de nosotros, sea cual fuere la exigencia de la vida, pero el resultado siempre conserva algo de nuestra individualidad. Lo glorioso del llamamiento cristiano es que todos recibimos el poder de ese Dios poderoso, pero que no perdemos ninguna de esas características de nuestra propia personalidad.

Por lo que Marcos se siente impresionado con esa competencia tan asombrosa de Jesús, porque los hombres no acostumbran a actuar de ese modo. Si se matricula usted en un curso de desarrollo de la personalidad, o para desarrollar sus habilidades de mando, se verá invariablemente sometido a un proceso que es igual para todos, que intenta obligar a todo el mundo a que encaje en el mismo molde. Por desgracia, eso es algo que también hacemos en los círculos cristianos, por lo que a veces somos todos como si nos hubiesen cortado del mismo patrón, ¡como si todos fuésemos monigotes iguales! Pero no es eso lo que hace Jesús, y Marcos se maravilla por la competencia de este Hombre extraordinario.

La segunda señal de la autoridad la encontramos en el siguiente pasaje:

Entraron [vemos que habla en plural, es decir, iban Pedro, Andrés, Santiago y Juan con nuestro Señor] en Capernaúm, y el sábado entró Jesús en la sinagoga y comenzó a enseñar. Y se admiraban de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. (Marcos 1:21-22)

En este caso, Marcos se queda asombrado por la enorme comprensión de Jesús, por Su increíble conocimiento, por Su discernimiento con respecto a la humanidad y la vida. Se sentía especialmente impresionado por la autoridad con la que hablaba. Todos los que estaban presentes se sentían impresionados por la autoridad de la que hacía gala Jesús. No enseñaba como lo hacían los escribas a los que estaban acostumbrados a escuchar: "Hillel dice lo siguiente, y Gamaliel añade tal cosa, mientras que otras autoridades argumentan que... ". Jesús no hacía referencia a ninguna autoridad que no fuese Él mismo. Pero con todo y con eso, Sus palabras mostraban tal percepción, eran tan reales en cuanto a la experiencia y las convicciones internas de los hombres y mujeres que le escuchaban, que estos no podían más que asentir con la cabeza, diciendo: "¡Claro que sí!", sabiendo que lo que decía Jesús era verdad. J.B. Phillips ha titulado una de sus libros: The Ring of Truth (El sonido de la verdad), que es una descripción muy apropiada de cómo enseñaba Jesús. Sus palabras tenían ese sonido de la verdad, reconocida por todos los que le escuchaban hablar. Era una verdad evidente por sí misma, que se correspondía con la convicción interior de cada una de las personas que le escuchaban, de modo que sabían que Jesús conocía los secretos de la vida.

Esto es de gran importancia porque significa que hemos de medir cada enseñanza con lo que dijo Jesús acerca del tema. La última vez que estuve en la Facultad de Wheaton fue hace varios años, cuando las universidades de este país se vieron destrozadas por los disturbios y la disensión, y ni siquiera las universidades cristianas se libraron de esa situación. Me invitaron a que enseñase una clase acerca de los acontecimientos que estaban teniendo lugar, y charlamos sobre los diferentes problemas, como la pena capital y, como es natural, la guerra del Vietnam. Me sentí profundamente consternado al escuchar a aquellos estudiantes referirse constantemente a la autoridad secular. Por fin hice un alto y les dije:

Escuchad, esta es una facultad cristiana, a pesar de lo cual, nadie se ha referido para nada a lo que Dios tiene que decir con respecto a estos temas. Su punto de vista es, después de todo, el único que cuenta, y la verdad se halla en lo que Él dice.

La verdad es lo que encontramos en las enseñanzas de Jesús. Hemos de corregir, por lo tanto, nuestra psicología y nuestra filosofía basándonos en la verdad que Él ha expuesto.

Quiero compartir con usted una cita con la que me encontré hace ya algún tiempo y que pertenece a un psiquiatra americano, llamado J.T. Fisher:

Si recogiésemos la suma total de todos los artículos de autoridad que jamás han escrito los psicólogos y psiquiatras más capacitados sobre el tema de la higiene mental; si los combinásemos y refinásemos, eliminando de ellos el exceso de palabrería; si nos quedamos con lo importante y eliminásemos la paja de dichos artículos; y si dispusiéramos de estos fragmentos sin adulteración de puro conocimiento científico, expresado de una manera concisa por los poetas vivos más capaces, nos encontraríamos con un resumen desmañado e incompleto del Sermón del Monte,y sufriría inmensamente en la comparación. Durante casi dos mil años, el mundo cristiano ha tenido en sus manos la respuesta perfecta a su anhelo más desasosegado e infructuoso. Tenemos aquí el programa detallado necesario para llevar una vida de éxito, para disfrutar de una salud mental óptima y sentirnos satisfechos.

Es por eso precisamente por lo que, en la sinagoga de Capernaúm, se maravillaron por las enseñanzas de Jesús. Cuando leo las Escrituras y veo las cosas que dijo Jesús, con frecuencia me quedo totalmente atónito por la asombrosa sabiduría y por el discernimiento de la vida que representan, y cómo Jesús pone de manifiesto lo lejos que con frecuencia se halla el pensamiento secular, lo equivocado que está, a pesar de que todo el mundo lo alaba y dice que está bien. Por eso es por lo que necesitamos el discernimiento de este hombre extraordinario, al estudiar nuestra vida y la vida humana en general.

La siguiente señal de la autoridad de Jesús es una respuesta asombrosa a Su enseñanza en la mañana del sábado, que encontramos en los versículos 23 al 28:

Pero había en la sinagoga de ellos un hombre con espíritu impuro, que gritó: "¡Ah! ¿Qué tienes con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido para destruirnos? Sé quién eres: el Santo de Dios.". Entonces Jesús lo reprendió, diciendo: "¡Cállate y sal de él!". Y el espíritu impuro, sacudiéndolo con violencia y dando un alarido, salió de él. Todos se asombraron, de tal manera que discutían entre sí, diciendo: "¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es ésta, que con autoridad manda aun a los espíritus impuros, y lo obedecen?". Muy pronto se difundió su fama por toda la provincia alrededor de Galilea. (Marcos 1:23-28)

Marcos nos lo resume todo ello en la respuesta de las personas que se hallaban en la sinagoga. Estaban sorprendidas, maravilladas, y dijeron: "aun a los espíritus impuros él manda, y lo obedecen". Esto representa el mandato de Jesús. No hay duda alguna de que el espíritu impuro estaba reaccionando a la enseñanza de Jesús y que ¡no la podía soportar! El discernimiento de que dio muestras nuestro Señor esa mañana fue tan penetrante, tan revelador del error y del pensamiento confuso de los hombres, que el demonio se sintió torturado por la verdad y, por ello, estalló y exclamó con una airada interrupción, diciendo: "¿Qué tienes con nosotros, Jesús nazareno? Sé quién eres: el Santo de Dios"; y Jesús le reprendió, mandándole callar.

La película El exorcista ha capturado de tal modo la imaginación de la gente, que acuden a los cines en multitudes para verla. Yo no la he visto, pero he leído algunos críticas sobre ella. Es la historia de una muchacha poseída por un espíritu del mal, un demonio. Se supone que dos hombres interceden a su favor, pero a juzgar por lo que he oído y leído acerca de la película, no creo que sea lo que aparenta ser. Es posible que a la muchacha la liberasen temporalmente del espíritu malvado, pero no es una historia de triunfo sobre el mal. Es el demonio el que triunfa, porque destruye a los dos hombres en el proceso. Por lo tanto, es una película malvada y que produce temor.

Pero en este relato no encontramos nada por el estilo. Cuando el demonio se enfrenta con Jesús, se ve obligado a salir de la persona en cuyo cuerpo se encontraba, y la palabra de Jesús es victoriosa desde el principio mismo. El espíritu se muestra reacio a salir, cosa que es evidente, a juzgar por la manera en que le produce convulsiones a la persona y grita con una gran voz. Pero se ve obligado a marcharse; esa es la cuestión. Se ve abrumado por un poder superior, y, durante todos los siglos que han transcurrido desde entonces, el único nombre al que temen los demonios es el nombre de Jesús. Él es quien libera a los hombres y a los oprimidos. Bueno es recordarlo, puesto que en la actualidad estamos experimentando una tremenda invasión de las fuerzas demoniacas, sabiendo que ningún ritual religioso ni eclesial va a liberar a las personas; sólo lo puede hacer Jesús, al que temen los demonios y Su autoridad, cuando manda a los espíritus inmundos que le obedezcan.

Esta obediencia resulta tan extraordinaria que Marcos deja constancia de que "pronto se difundió su fama por toda la provincia alrededor de Galilea". Cuando Marcos dice "pronto", no quiere decir en unos pocos días o unas cuantas semanas; quiere decir en cuestión de horas. Aquella fue una situación tan asombrosa que al cabo de unas horas se había corrido la voz como la pólvora por toda la región, y al llegar la noche le estaban llevando a Jesús los enfermos de la ciudad y los que estaban poseídos de demonios, para que los sanase, como veremos en un momento. Su fama se había extendido como el fuego, y se habían enterado de que Jesús podía mandar a los espíritus de las tinieblas y éstos le obedecían.

A continuación, tenemos un relato de un acontecimiento sencillo en la casa de Simón y de Andrés:

Al salir de la sinagoga, fueron a casa de Simón y Andrés, con Jacobo y Juan. La suegra de Simón estaba acostada con fiebre, y en seguida le hablaron de ella. Entonces él se acercó, la tomó de la mano y la levantó; e inmediatamente se le pasó la fiebre y los servía. (Marcos 1:29-31)

Eran las primeras horas de la tarde, y Marcos enfatiza la compasión que movió a Jesús. Si leemos el relato de una manera un tanto superficial suena como si fuese un caso de falta de mano de obra. Simón y Andrés habían invitado a Jesús, a Jacobo y a Juan a que fuesen con ellos a su casa, y se encontraron con que la suegra, que a lo mejor se ocupaba normalmente de servir, estaba enferma. Así que le pidieron perdón a Jesús y "le hablaron de ella". La traduccion a inglés parece sugerir que hasta le pidieron que la curase, pero el griego deja claro que no fue así; fue a Jesús al que se le ocurrió hacerlo. Cuando se enteró de la enfermedad, tomó la iniciativa, se acercó a ella, puso Su mano sobre la mujer, y la fiebre desapareció. Y fue por la gratitud que sintió en su corazón por lo que esta mujer atendió a las necesidades de aquellas personas esa tarde.

Es cierto que no fue un milagro necesario, porque no se encontraba gravemente enferma. Sin duda la fiebre habría seguido su curso y la mujer se hubiese recuperado en unos pocos días, pero es algo que nos habla acerca de la compasión que sentía Jesús en Su corazón y, por ello, reaccionó frente al sufrimiento de esta querida mujer, aunque su enfermedad fuese leve, y la tocó, liberándola y restaurándola al servicio esa tarde. Marcos deja constancia de un Cristo compasivo, que se cuida de las personas con autoridad y con poder.

A continuación, nos encontramos con el relato de la noche:

Cuando llegó la noche, luego que el sol se puso, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados. Toda la ciudad se agolpó a la puerta. Y sanó a muchos que padecían de diversas enfermedades, y echó fuera muchos demonios, y no dejaba hablar a los demonios, porque lo conocían. (Marcos 1:32-34)

Cuando se ponía el sol, terminaba el sábado, y comenzaron a traerle de toda la región de alrededor a los enfermos y endemoniados, para que Jesús les sanase. Marcos nos dice que "toda la ciudad se agolpó a la puerta". Si visitan Capernaúm se encontrarán con que es una ciudad muy pequeña, en la que no hay más que una docena de casas, y en ella están las ruinas de la sinagoga. Algunos creen que es la misma en la que enseñaba Jesús, pero la opinión de la mayoría de los eruditos es que data del siglo segundo, aunque posiblemente fuese construida en el mismo lugar en que estuvo la sinagoga descrita en este relato; pero en aquella época Capernaúm era la ciudad más floreciente cerca del lago, la ciudad más grande de todas, y allí era donde Jesús tenía Su hogar.

Así que las gentes le llevaban a Jesús sus enfermos y sus endemoniados para que los curase. ¡Qué tarde más ocupada pasaría en Capernaúm! Marcos nos cuenta el enorme control que ejercía Jesús sobre estos demonios, colocándoles en cuarentena vocal. Jesús no les dejaba hablar, porque le conocían, y esto es altamente significativo, porque es la primera indicación del deseo que con frecuencia manifestaba Jesús de restarle importancia a lo espectacular, manteniendo la situación bajo control, para que el liberar a las personas de los demonios y realizar las sanaciones físicas no pareciesen un hecho extraordinario. En una serie de ocasiones Jesús le dijo a los que sanaba: "No se lo digais a nadie", es decir, "No se lo digais a nadie; sencillamente aceptad que habéis sido sanados, pero no corrais la voz". Pero ellos le desobedecían invariablemente, y no tardó en resultar evidente que no podía ir ya a la ciudad a atender a sus necesidades, debido a las multitudes que le seguían. Es evidente que Jesús no quería verse rodeado por las multitudes, no si era por la espectacularidad de los milagros.

¡Qué gran contraste con el modo de actuar hoy algunas personas! Hay sanadores que van haciendo propaganda de sus campañas de sanidades, que tratan de atraer a las multitudes precisamente de ese modo, enfatizando lo espectacular de lo que hacen. Pero en la Biblia no hallamos nada por el estilo. Incluso en el caso de los apóstoles, las sanidades físicas que realizaban en sus ministerios era algo a lo que le restaban importancia, como lo hizo Jesús, y ellos nunca lo divulgaron. En las Escrituras no encontramos nada que nos indique que las personas diesen testimonio público de lo que les había sucedido, para aumentar el número de las multitudes o de que "se sintiesen electrizadas por el poder de Dios", ni por tanto teatro como se le echa en la actualidad, conceptos totalmente contrarios a la Biblia.

No cabe duda de que Dios sana y de que debemos estar agradecidos porque lo haga, pero son sólo bendiciones temporales a lo más. Lo que Jesús enfatiza continuamente es la sanidad del espíritu del hombre, el acabar con la amargura y la hostilidad, la lujuria y la ira, la preocupación y la ansiedad, además del espíritu crítico. Es precisamente lo que Jesús busca, que nos libremos de todas estas cosas tan negativas y malas, porque eso es lo que tiene un valor eterno. La sanidad del espíritu es algo permanente, por lo que Jesús le da la espalda a la fama popular, intentando eliminarla y mantenerla bajo control, a fin de estar libre para un ministerio que tenía mucha más importancia.

Marcos nos ofrece el relato final, la última señal, en los versículos 35 al 39:

Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba. Lo buscó Simón y los que con él estaban, y hallándolo, le dijeron: "Todos te buscan". Él les dijo: "Vamos a los lugares vecinos para que predique también allí, porque para esto he venido". Y predicaba en las sinagogas de ellos en toda Galilea, y echaba fuera los demonios. (Marcos 1:35-39)

Después de un día tan completo, ―y vemos que lo fue realmente, ¡qué ministerio tan pesado tuvo que realizar el Señor ese día, con todas las sanidades que tuvo que realizar, estando ya avanzada la tarde!― Marcos nos dice que por la mañana, aún de madrugada, antes de que se hiciese de día, Jesús se fue a un lugar desierto y, una vez allí, estando a solas, se puso a orar, pero ni siquiera allí se encontraba a salvo. Sus discípulos interrumpieron Su comunión y le dijeron que todo el mundo le estaba buscando. Y Jesús revela el punto central y la sustancia de Su oración en lo que dice en Su respuesta: "Vamos a los lugares vecinos para que predique también allí, porque para esto he venido". Ese era el tema de Su oración, para que Dios le guiase, para que se abrieran puertas, y para que estuvieran dispuestos los corazones en las ciudades y pueblos a los que iría después.

¿Por qué buscaba Jesús el rostro del Padre de ese modo, a aquellas horas de presión? La única respuesta que podemos encontrar es que deseaba dejar claro que la autoridad que tenía no procedía de Él. Eso es lo que el Señor está constantemente intentando hacernos ver en las Escrituras: que no actuaba guiado por Su autoridad, sino por la del Padre.

No conozco ninguna doctrina que produzca más confusión actualmente en el cristianismo y que haya robado a las Escrituras de Su autoridad y Su poder en las mentes y en los corazones de un sinnúmero de personas, que aquella según la cual Jesús actuaba en virtud del hecho de que era el Hijo de Dios, que alega que la autoridad y el poder que demostraba tener eran debidos a Su propia deidad. A pesar de lo cual, Él mismo realiza grandes esfuerzos por decirnos que no es ese el caso. "No puede el Hijo hacer nada por sí mismo" (Juan 5:19b). ¿Por qué hacemos caso omiso de Su explicación e insistimos en que es Él, actuando como Hijo de Dios? Él nos dice, sin embargo, que "no... por mi propia cuenta, sino que el Padre, que vive en mí, Él hace las obras" (John 14:10b). Y todo el poder que manifestó Jesús tenía que venir a Él constantemente de Aquel que vivía en Él.

El motivo por el que Jesús enfatiza este hecho es que es lo que quiere que aprendamos. Nosotros debemos actuar conforme a esa misma base. La reacción frente a las exigencias normales y corrientes de la vida y el poder para afrontarlas, debe venir de nuestra confianza en Él obrando en nosotros. Ese es el secreto: todo el poder para vivir la vida cristiana no es algo que procede de nosotros, aunque hagamos lo mejor de que somos capaces para actuar como Dios quiere que lo hagamos, sino de Él, algo que se nos concede momento tras momento cuando la situación nos lo exige. El poder les es concedido a los que le siguen y le obedecen. El Padre obra en el Hijo, y el Hijo, a su vez, obra en nosotros. Cuando lo aprendemos es cuando se nos concede el poder para hacer frente a las exigencias y a las necesidades que nos esperan en el ministerio que nos ha sido dado.

Ese era el motivo por el que Jesús se apartó al monte a orar, para que hubiese una profunda comunión en la relación con el Padre y para que no se produjese ningún impedimento en el fluir del Espíritu de Dios en Jesús al dirigirse a todas aquellas ciudades y pueblos. ¡Qué gran diferencia cuando empezamos a entender este principio!

Eso es precisamente lo que nos esforzamos en enseñarles la semana pasada a los estudiantes de Wheaton. Muchos de ellos lo entendieron y comenzaron a depositar su confianza en el poder que tiene Dios para obrar. Un estudiante dijo que se había ido a casa una noche pensando en las palabras: "Todo viene de Dios; nada viene de mí". Al intentar concentrarse en sus estudios, no hacía más que pensar en su padre, que no era cristiano. De modo que le llamó por teléfono y le dijo: "Papá, están poniendo en el pueblo la película de Billy Graham "Time to Run" (Hora de correr). ¿Quieres venir conmigo esta noche a verla?". Su padre puso algunos reparos y dijo que estaba cansado, pero el muchacho siguió insistiendo para que fuese, y su padre le dijo: "Está bien, hijo; hace mucho que no he hecho nada contigo". Fueron a verla, y esa noche el padre recibió al Señor. ¡El muchacho estaba muy emocionado viendo cómo obraba Dios en él!

Hace unas semanas, cuando estuve en México, pasé una velada con la Srta. Eunice Pike, la hermana del Dr. Kenneth Pike, los dos conocidos y hábiles lingüistas. La Srta. Pike me estaba contando cosas acerca de los primeros tiempos de los traductores de Wycliffe en México. Cameron Townsend, el fundador, había ido a México para intentar obtener un permiso del gobierno mexicano para traducir las Escrituras a los lenguajes de las tribus indígenas. Sin embargo, el gobierno se emperró en que eso no sucediese y se opuso totalmente. El oficial al que tuvo que apelar le dijo: "Mientras yo ocupe este puesto, nunca se le concederá el permiso. No queremos la Biblia en las lenguas indígenas, solo servirá para trastornarles". Se negó totalmente a concederlo, y Townsend hizo todo lo que pudo, yendo de un oficial a otro, pidiendo a todos sus amigos cristianos que orasen al respecto, para que Dios abriese la puerta, pero, al parecer, la puerta seguía estando cerrada.

Finalmente, decidió que dejaría de empeñarse en obtenerlo y que él y su esposa se irían a vivir en un pequeño y oscuro poblado indio, para aprender el idioma, para atender a las necesidades de las personas lo mejor que pudieran, y esperarían a que Dios se moviese. Vivieron en una pequeña casa sobre ruedas en el pueblo, los dos solos. No pasó mucho tiempo antes de que se fijase en una fuente que se encontraba en el centro de la plaza y que producía un chorro precioso de agua cristalina, pero que el agua iba colina abajo y se desperdiciaba. Sugirió que los indios plantasen algo en la región a la que pudiese llegar fácilmente el agua, utilizándola de ese modo. No tardaron en poder cultivar el doble de los alimentos que antes y, como resultado de ello, mejoró considerablemente la economía del pueblo, y los indios se sintieron agradecidos. Townsend escribió esto en un artículo, y lo envió a un periódico de México al que pensó que podría interesarle.

Él no lo sabía, pero el artículo llegó a manos del presidente de México, Lázaro Cardenas. El presidente preguntó: "¿Qué es esto? Un gringo, un americano que se viene a vivir en un poblado indio, donde ni siquiera nuestra propia gente quiere vivir, ¿y además ayuda a la gente del poblado? ¡Tengo que conocer a este hombre!". Pidió que le preparasen su limusina, y sus ayudantes y él se dirigieron hacia el pequeño poblado, donde aparcaron en la plaza. Sucedió que Townsend estaba allí y vio el coche. Preguntó quién iba en él, y le dijeron que el presidente de México.

Cameron Townsend no es un hombre que desaproveche una oportunidad, de modo que se acercó al coche, se presentó a sí mismo y, ante su sorpresa, oyó decir al presidente: "¡Usted es el hombre al que he venido a ver!". Le invitó a ir a la Ciudad de México y a que le contase más acerca de su trabajo, y cuando se enteró en qué consistía, le dijo: "¡Claro que sí! Puede usted venir a México a traducir las Escrituras a las lenguas indígenas". Eso dio pie a que surgiese una amistad que duró toda la vida del presidente Cárdenas, que falleció hace solo unos años. Su poder y su autoridad fueron usados por Dios durante todos esos años para abrir las puertas a los traductores de Wycliffe por todo aquel país.

Sólo Dios puede hacer cosas así, ¡hacer que un presidente vaya a ver a un hombre sencillo! Y eso es lo que echa de menos la iglesia de nuestros días. Tenemos las cosas planeadas, arregladas y estructuradas, y demasiado organizadas, de tal manera que apenas hacemos lugar para que actúe Dios. Pero eso era lo que sabía Jesús: cómo Dios puede obrar de manera única y maravillosa, abriendo puertas que nadie podía ni siquiera imaginar, si la persona es un instrumento dispuesto y preparado a responder a esa clase de poder en su interior. Y ese fue el secreto que impresionó a Marcos: la autoridad del siervo. El que sirve es el que gobierna.

Cuán lejos está eso del modo en que demasiado a menudo vivimos hoy en día. Que Dios nos conceda que al ir estudiando juntos, aprendamos las grandes lecciones que Marcos pretende sembrar en nuestros corazones: que debemos vivir como Jesús vivió, exactamente como vivió Él, por el mismo poder y fuerza, y que sepamos que es Él, obrando en nosotros, quien hace el trabajo.

Oración

Padre, te doy gracias por lo que me recuerdas en estas lecciones. Ayúdanos a entender que estas lecciones no tienen el propósito de ser sólo lecciones sobre la antigua historia, sino que es cómo debemos vivir hoy. Está vivo el mismo Dios; el mismo poder está disponible; se aplican los mismos principios, listos para que seamos instrumentos en cualquier situación que nos exija la vida. Lo pedimos en el nombre de Cristo. Amén.