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Antiguo Testamento

1 Reyes: Cómo perder un reino

Autor: Ray C. Stedman


Primero de Reyes es una historia de cómo se pierde un reino, un relato que absorbe nuestra atención. Al leer estos dos libros del Antiguo Testamento, la clave para conseguir que cobren vida y sean de vital importancia en nuestras vidas es darnos cuenta de que son ayudas visuales de las que se vale Dios para mostrarnos lo que está sucediendo en nuestras vidas. Podemos vernos reflejados en cada uno de estos relatos del Antiguo Testamento, y cuando lo hacemos, nos da la impresión de que las palabras tienen ojos y nos están mirando, y nos damos cuenta de que las palabras están dirigidas exacta y directamente a nosotros. La imagen que presenta la Biblia del hombre es que cada uno de nosotros ha sido creado para ser rey sobre un reino. Todo el propósito del Señor Jesús al entrar en nuestras vidas, que es el tema del libro de Romanos, es que aprendamos cómo gobernar el reino que es nuestra vida para Dios, dándonos autoridad y concediéndonos la victoria. Eso es lo que hace que nuestra vida sea íntegra y fascinante cuando aprendemos a caminar en el poder de Dios. Una de las frases más trilladas y que continuamente se usa en los círculos cristianos es "la vida cristiana victoriosa". Lamentablemente, hemos hecho un uso excesivo y abusivo de esta frase; la hemos distorsionado, retorcido y pervertido en tantas ocasiones que la verdad es que ha perdido una gran parte de su significado para nosotros. Pero si la considera usted en toda la frescura de su intención original, esa es exactamente la intención que tiene Dios para usted, que aprenda a caminar consiguiendo la victoria como un rey sobre el reino de su vida y, de este modo, podrá usted encontrar el propósito que se pretendía. Esto es exactamente el ejemplo que nos dan estos libros del Antiguo Testamento, especialmente los libros que tratan acerca de la monarquía en Israel.

Dios llamó y apartó a la nación de Israel, marcándola y eligiéndola como Su propio pueblo. En cierto modo, convirtió a la pequeña tierra de Israel en un escenario, haciendo que el mundo entero pusiese sus ojos en esta nación. Lo que sucedió en este país es una imagen de lo que está sucediendo a lo largo de toda la historia humana y lo que está pasando, de manera individual, en nuestras vidas. Si consideramos estos libros de ese modo, adquieren un significado tremendamente intenso y hacen que nuestra vida tenga propósito.

El libro 1º de Reyes oculta el secreto del éxito que se puede obtener a la hora de reinar sobre el reino que es nuestra vida. Es el secreto de cómo aprender a someternos a la autoridad y al dominio de Dios en nuestra vida. En otras palabras, el hombre no puede nunca ejercer el dominio sobre su vida a menos que primero se someta al dominio de Dios. Si se somete usted al dominio de Dios, le será concedido el gobierno sobre los diversos aspectos de su propia vida. Por otro lado, si no permite usted que Dios domine su vida, no podrá usted bajo ninguna circunstancia ni de ninguna manera cumplir su deseo de tener autoridad sobre su propia vida. ¡Eso es imposible!, y eso es lo que nos enseñan estos libros. Por eso es por lo que en todo este libro se encontrará usted que el punto central es el trono. El que es importante es el rey, porque según le vaya al rey, así le irá a la nación. En su vida su voluntad es el rey. Lo que su voluntad permita que controle su vida, determina el funcionamiento del reino en su vida. El rey Salomón, el sucesor de David, ocupa el trono. Al comenzar el libro, David sigue siendo aún el rey, pero se tiene que enfrentar de inmediato con la rebelión de otro de sus hijos, llamado Adonías, que intenta obtener el control del trono mientras David está todavía vivo. Esto indica la primera señal de lo que una verdadera autoridad que domina debiera ser en nuestra vida. La autoridad es algo que debe ser un don y proceder de la mano de Dios. Solamente podemos reinar cuando Dios nos establece, cuando nos sometemos a Su autoridad. Al enterarse David de esto, intenta colocar a Salomón en el trono. Salomón es ungido como rey mientras su padre está aún vivo, y de hecho asume el trono mientras David sigue aún con vida. Cuando nos sometemos a la autoridad de Dios, se convierte en Su responsabilidad hacer que todas las circunstancias y todos los enemigos y cada rebelión que podría representar una amenaza para el reino, se encuentren bajo control. Eso fue lo que hizo en el caso de Adonías.

Al leer los capítulos dos y tres, veremos que Salomón asciende al trono, gobernando con poder, autoridad y gloria. El reino de Salomón marca la mayor extensión del reino de Israel y se caracterizó especialmente por un despliegue de majestad y de poderío exteriores, pero en el capítulo tres, nos encontramos al mismo tiempo con las semillas de la derrota. Es muy, muy importante que nos fijemos en esto. Leemos en los versículos uno y dos:

Salomón estableció parentesco con el faraón, rey de Egipto, pues tomó la hija del faraón y la trajo a la ciudad de David, mientras acababa de edificar su casa, la casa de Jehová y los muros en torno a Jerusalén. Hasta entonces el pueblo sacrificaba en los lugares altos, porque en aquellos tiempos no había aún casa edificada al nombre de Jehová. (1 Reyes 3:1-2)

A continuación nos encontramos un versículo sumamente importante, el tercero:

Pero Salomón amó a Jehová, y anduvo en los estatutos de su padre David; solamente sacrificaba y quemaba incienso en los lugares altos. (1 Reyes 3:3)

Aquí tenemos un hombre que amaba a Dios, que le amaba con todo su corazón. Salomón empieza su reinado con una maravillosa expresión de sumisión y el deseo de que Dios gobierne y ejerza Su autoridad en su vida. Sigue los pasos de su padre David. Sin embargo, hay dos cosas que hace, que parecen ser dos asuntos un tanto insignificantes y triviales, que acaban por derrocar su reino. Establece una alianza con la hija del faraón, el rey de Egipto (que es una imagen de este mundo), y la sitúa en el centro de la vida de la nación de Israel. Aquí se establece una alianza con el mundo. Además se nos dice que adora en los lugares altos. En las religiones paganas de aquellos tiempos toda la adoración y los ritos se celebraban sobre las cimas de las montañas. Las tribus paganas habían erigido altares, muchos de los cuales eran centros de toda clase de adoración idólatra y licenciosa. Con frecuencia, el altar era el lugar donde la fertilidad de los dioses del sexo era adorada mediante una exhibición sexual, pero el pueblo de Israel también se apoderó de los altares y los usaron para ofrecer sacrificios a Jehová. El arca de Dios se encontraba en la ciudad de Jerusalén, en el tabernáculo, donde David lo había colocado, pero Salomón no presentó sus ofrendas en el altar del tabernáculo; en lugar de ello, estaba presentando sus ofrendas en los lugares altos. Estaba ofreciendo sacrificios a Dios, pero lo hizo sobre altares paganos. Exteriormente había mucho de hermoso y de admirable en el gobierno de este joven, y en general su corazón seguía la dirección correcta, pero había, sin embargo, un aspecto en el que no se había sometido completamente a Dios. Había una debilidad en su comunión. No acababa de entender que el secreto del amor de Dios radica en someter su voluntad, representada por la adoración ante el arca del pacto. En muchas, muchas vidas hay con frecuencia un sometimiento exterior y la decisión de hacer la voluntad de Dios, pero en el fondo de la vida privada hay una falta de amor y de anhelo de Dios. Era precisamente en este aspecto en el que David más gráficamente demostraba su punto fuerte. A pesar de que David cayó en los sombríos pecados del asesinato y del adulterio, en el lugar mas santo e interno de su corazón David sentía un profundo y continuo deseo de someterse a la voluntad de Dios y una verdadera hambre de la persona de Dios. Esto es algo que se manifiesta claramente en todos los salmos de David, pero es algo que falta en la vida de Salomón, y esta es la primera indicación de que algo falla en su vida.

Esta historia nos ofrece una descripción de la belleza y la exhibición de la grandeza del reino de Salomón. La segunda señal de un poder y un reino dados por Dios nos la ofrece el capítulo tres en el relato acerca del sueño de Salomón, en el que aparece Dios y le dijo que pidiese lo que quisiese. Salomón no pide, en un pasaje maravilloso, ni las riquezas ni el honor, sino la sabiduría:

"Concede, pues, a tu siervo un corazón que entienda para juzgar a tu pueblo y discernir entre lo bueno y lo malo, pues ¿quién podrá gobernar a este pueblo tuyo tan grande?". (1 Reyes 3:9)

Al comenzar de este modo su reinado, Salomón demuestra haber captado en gran medida lo que era una necesidad primordial para poder ejercer la autoridad en el reino que Dios le había concedido, la sabiduría. Cuando leemos en el Nuevo Testamento, nos encontramos con que esto es cierto. En el libro de Hebreos el escritor reprende al pueblo al que está escribiendo, porque dice: "Debiendo ser ya maestros después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales, que tenéis necesidad de leche y no de alimento sólido" (Heb. 5:12). Dice que la señal de los que son maduros en Cristo y han aprendido realmente a caminar con Él, es que saben discernir entre el bien y el mal. Ese es el problema de nuestros días, ¿no es así? El bien parece malo y lo malo parece bueno. Cualquiera pueda distinguir el bien del mal cuando lo bueno parece bueno y lo malo parece malo. Pero el gran problema radica en reconocer el mal cuando nos viene sonriendo, derrochando solicitud, y cuando parece ofrecernos todo lo que hemos estado esperando. La madurez cristiana se pone de manifiesto cuando aprendemos a ejercitar el espíritu de sabiduría para saber distinguir entre el bien y el mal. Aquello que parece satisfacer las necesidades del espíritu puede ser de hecho una trampa inteligente de Satanás para plantar la semilla de la desconfianza en el corazón, y acabará por producir un fruto terrible en la vida pocos años después.

Esta clase de sabiduría fue la que pidió Salomón, y Dios le concedió su petición, pero había un punto débil en su petición. Pidió sabiduría para saber gobernar al pueblo. Solamente podemos desear al leer, que este gran joven hubiera pedido sabiduría para saber gobernar primero su propia vida, que fue su primer fallo. Es evidente, basándonos en esto, que Dios sabe exactamente lo que hay en una persona. Le concedió a Salomón esta sabiduría, pero al mismo tiempo que se la dio también se produjeron las circunstancias necesarias para poner a prueba dicha sabiduría, y esto es algo que hace Dios con todos nosotros, porque sabe exactamente de lo que somos capaces. Él nos da esencialmente lo que es nuestra petición básica, urgente y apremiante. Si hay algo que deseamos con verdadera desesperación, Él nos lo concederá, pero al mismo tiempo hará que vaya acompañado de las circunstancias que pongan de manifiesto lo que hay en nosotros. Juntamente con la sabiduría, le dio a Salomón riquezas y honor, y precisamente estas dos cosas fueron la causa de su derrota. Cuando Salomón comenzó a sentirse orgulloso y a regocijarse por la magnificencia de su reino, el orgullo comenzó a introducirse en su corazón y a raíz de ello se produjo su caída. Por lo tanto, la primera señal de la soberanía, a fin de establecer nuestro gobierno en el reino de nuestra propia vida, es la dependencia de Dios. La segunda es la sabiduría, el tener el discernimiento y la comprensión necesarias acerca de nosotros mismos, si hemos de andar en el Espíritu. Esto es algo que vemos claramente en el sabio juicio que hizo Salomón entre dos madres que le trajeron un bebé. Las dos habían tenido un bebé, pero uno de ellos había muerto. Las dos mujeres reclamaban como suyo el que había quedado vivo. Se pidió a Salomón que decidiese de quién era el bebé. En una exhibición de sabiduría para analizar los problemas de otras personas, dijo: "Traedme una espada". Y colocando al bebé ante aquellas dos mujeres, dijo: "Cortad el bebé en dos mitades, y dad una de ellas a una mujer y la otra mitad a la otra mujer". La verdadera madre dijo de inmediato: "¡No! ¡No hagáis eso! Que la otra mujer se quede con el bebé". Pero la otra mujer dijo: "No, eso está bien; es perfectamente justo. Dividid al bebé, y cada una de nosotros se quedará con la mitad". Salomón supo de inmediato quién era la verdadera madre, y de este modo quedó demostrada su sabiduría. El capítulo 4:29 empieza un comentario acerca de la gran sabiduría que le fue otorgada a Salomón:

Dios dio a Salomón sabiduría y prudencia muy grandes, y tan dilatado corazón como la arena que está a la orilla del mar. Era mayor la sabiduría de Salomón que la de todos los orientales [incluso la llamada sabiduría oriental, es decir, de los chinos y de los indios] y que toda la sabiduría de los egipcios. Fue más sabio que todos los demás hombres, más que Etán, el ezraíta, y que Hemán, Calcol y Darda, hijos de Mahol [¡los comentadores de noticias de aquellos tiempos!]. Y fue conocido entre todas las naciones de los alrededores. Compuso tres mil proverbios [de los que ha quedado constancia en el libro de Proverbios], y sus cantares fueron mil cinco [de los cuales solamente tenemos uno: el "Cántico de Salomón", o "Cantar de los cantares"]. También disertó sobre los árboles, desde el cedro del Líbano hasta el hisopo que nace en la pared. Asimismo disertó sobre los animales, sobre las aves, sobre los reptiles y sobre los peces. Para oir la sabiduría de Salomón venían de todos los pueblos y de parte de todos los reyes de los países adonde había llegado la fama de su sabiduría. (1 Reyes 4:29-34)

¡Qué gran imagen de lo que nos dice Pablo en 1ª de Corintios: "nosotros tenemos la mente de Cristo", y "el [hombre] espiritual juzga todas las cosas" (1 Cor. 2:15-16). No necesita que nadie le enseñe, porque ya discierne todas las cosas y puede analizar y entenderlas.

En el capítulo cuatro encontramos la tercera señal de lo que significa reinar: el sentido del orden. Un reino tiene que estar en orden. Dios no es autor de confusión, sino que hace las cosas decentemente y con orden. Además en el capítulo cuatro, versículo 20, encontramos la cuarta señal de la autoridad:

Judá e Israel eran tan numerosos como la arena que está junto al mar, y todos comían, bebían y se alegraban. Y Salomón dominaba sobre todos los reinos desde el Éufrates hasta la tierra de los filisteos y el límite con Egipto, que le traían presentes y sirvieron a Salomón todos los días que vivió. (1 Reyes 4:20)

Ese es el control total sobre todo lo que Dios quiso que tuviese. ¿Ha aprendido usted a reinar de ese modo sobre su propia vida? Eso es lo que Dios quiere que tenga usted.

En los capítulos del cinco al ocho encontramos el relato del glorioso templo que edificó Salomón. Este maravilloso edificio era precioso. El interior era incluso más glorioso que el exterior, y estaba todo completamente cubierto de oro. El entrar en aquel santuario debió de ser una experiencia asombrosa. Todo lo que se podía tocar estaba cubierto de oro, pero la gloria principal del lugar era la gloria de Dios, que descendió y habitó en el lugar santo cuando Salomón dedicó el templo.

En una oración maravillosa que hace, Salomón da gracias a Dios por Su gracia y reconoce una vez más el único e importante principio sobre el cual se debe mantener un reino: la obediencia de su rey al trono de Dios.

A continuación encontramos la historia, maravillosamente detallada, de las visitas que le hacen a Salomón la reina de Sabá y el rey de Tiro, y el reconocimiento de las demás naciones de la gloria del reino de Salomón. De repente, al principio del capítulo 11, se produce un giro en toda la historia, y esta sigue otro curso diferente. En él leemos acerca de los resultados de las semillas del mal que habían sido anteriormente sembradas en el corazón de Salomón:

Pero el rey Salomón amó, además de la hija del faraón, a muchas mujeres extranjeras: de Moab, de Edom, de Sidón, y heteas; (1 Reyes 11:1)

Estas son tribus paganas.

... gentes de las cuales Jehová había dicho a los hijos de Israel: "No os unáis a ellos, ni ellos se unirán a vosotros, porque ciertamente harán que vuestros corazones se inclinen tras sus dioses". A estas pues, se juntó Salomón por amor. Y tuvo setecientas mujeres reinas y trescientas concubinas [en la mayor subestimación de la realidad de la Biblia], y sus mujeres le desviaron el corazón. (1 Reyes 11:2-3)

Este es el mismo hombre que había escrito en el libro de Proverbios: "El que encuentra esposa encuentra el bien" (Proverbios 18:22a). Este es el ejemplo más importante que conozco; es un ejemplo que ha sido llevado a los extremos. ¡Mil esposas! ¡Alguien ha dicho que fue sobradamente castigado teniendo que soportar a mil suegras! Pero esto pone además de manifiesto la debilidad y el fracaso de Salomón al apartarse su corazón de Dios. Fijémonos cómo empezó todo. Este hombre disfrutaba de todo lo espléndido de su gobierno, teniendo la mayor gloria del reino que le había sido encomendado. La magnificencia exterior, acerca de la cual leemos aquí, era la evidencia de la bendición de Dios en su vida, pero su caída comenzó cuando su corazón se dejó arrastrar por algo que Dios había prohibido. Esto concuerda exactamente con la advertencia que hace Jesús en el sermón del monte, cuando dice: "porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón" (Lucas 12:34). El primer paso en la decadencia moral empieza siempre con nuestras emociones. ¿Alrededor de qué giran sus emociones? ¿Qué es lo que se apodera del lugar central de las emociones en su vida? Ahí es donde empieza la decadencia. A continuación leemos que a esto le siguió la idolatría:

Salomón siguió a Astoret [la diosa de la sexualidad], diosa de los sidonios, y a Milcom, ídolo abominable de los amonitas. E hizo Salomón lo malo ante los ojos de Jehová, pues no siguió cumplidamente a Jehová como su padre David. Entonces edificó Salomón un lugar alto a Quemos, ídolo abominable de Moab, (1 Reyes 11:5-7a)

Quemos era la imagen abominable en la que se construyó una hoguera, y cuando llegaba el momento de celebrar el festival religioso, echaron a los niños al fuego, y fue Salomón el que edificó este lugar, en el cual los ritos giraban alrededor de la adoración de este dios sonriente.

... en el monte que está enfrente de Jerusalén, y a Moloc, ídolo abominable de los hijos de Amón [otro dios de la fertilidad]. Lo mismo hizo para todas sus mujeres extranjeras, las cuales quemaban incienso y ofrecían sacrificios a sus dioses. Y se enojó Jehová contra Salomón, por cuanto su corazón se había apartado. (1 Reyes 11:7b-9a)

En tres ocasiones y en rápida sucesión en el resto de este capítulo "Dios levantó un adversario contra Salomón". Primero fue Hadad, el edomita, que representa al hombre carnal. Luego se nos dice en el versículo 23:

Dios levantó también como adversario contra Salomón a Rezón, hijo de Eliada, que había huido de su amo Hadad-ezer, rey de Soba. (1 Reyes 11:23)

Se nos dice en el versículo 26:

También Jeroboam, hijo de Nabat, efrateo de Zereda [que después habría de dividir el reino]. (1 Reyes 11:26a)

De manera que estos adversarios se reunieron para derrocar a Salomón y conseguir su derrota. El capítulo concluye diciendo de Salomón que "reposó con sus padres" y fue enterrado en la ciudad de David, lo cual representa el colapso de su gloria y de la majestad de su reino.

Hace poco oí hablar acerca de un hombre que había ejercido un gran poder desde el púlpito y había realizado un tremendo ministerio para Dios, en varios sentidos, y de repente todo su ministerio se vino abajo, y fue llevado ante su asamblea, acusado de cargos morales. Se descubrió que había existido un amor en su corazón que no había sido juzgado y que había mantenido oculto, año tras año. A pesar del aparente poder y autoridad exteriores, de los que se valía en su ministerio, había en su corazón emociones que le estaban carcomiendo y la semilla que habría de acabar con su reinado. Esta historia se repite de nuevo en vidas por todas partes.

El segundo movimiento de este libro comienza en el capítulo 12, en el que leemos acerca de la degradación y la dispersión del reino. Jeroboam dividió el reino, llevándose a las diez tribus del norte para iniciar el reino del norte, volviendo a introducir en Israel la terrible adoración a los carneros de oro. Mucho antes, cuando Moisés se encontraba en la montaña teniendo comunión con Dios, el pueblo fue a Aarón y le dijo: "Queremos tener un Dios al que podamos adorar como lo hacen las otras naciones". ¿Recuerda usted lo que le dijo Aarón a Moisés cuando descendió de la montaña? Le dijo: "Les pedí que trajesen todo su oro, todos sus pendientes y sus joyas; tomé todo ese oro, lo eché al fuego y de él salió, de buenas a primeras, un carnero. Nosotros nos inclinamos y lo adoramos, llamándolo Jehová" (Éxodo 32:23-24). No era que quisieran ser idólatras; sencillamente querían una evidencia visible sobre la que centrar su adoración. Ahora nos encontramos con el pecado cometido por Jeroboam. A partir de ese momento se le conoce en Israel como "Jeroboam, hijo de Nabat, que hizo que pecase Israel". En este caso no es un carnero, sino dos. Es el mismo pecado multiplicado, doblado en su intensidad y en su poder, el que introduce Jeroboam en la vida de la nación.

El capítulo 14 nos presenta la historia de la invasión y la derrota de Israel por parte de Egipto, el mismo Egipto del cual había sacado Dios a Su pueblo, que vuelve a ser una imagen del mundo y sus costumbres, su maldad, su insensatez, su frivolidad y su locura. Leemos en 14:25 y 26:

Al quinto año del rey Roboam subió Sisac, rey de Egipto, contra Jerusalén, tomó los tesoros de la casa de Jehová,... (1 Reyes 14:25-26a)

Lo primero que asaltó fue el lugar de la adoración.

... los tesoros de la casa real, y lo saqueó todo. También se llevó todos los escudos de oro que Salomón había hecho. (1 Reyes 14:26b)

¿Entiende usted esta imagen? Salomón, que conocía a Dios y que se esforzaba por andar con Él, no evaluó en todo su alcance las emociones y las uniones establecidas en su corazón, por lo que fue finalmente arruinado subrepticiamente y volvió a las costumbres mundanas, con todas sus insensatas manifestaciones, por lo que perdió la gloria interior y su sentido de adoración en el que Dios debería haber sido exaltado en el templo interior de su propia vida. Después de esto, el relato nos habla acerca de varios reyes que ocuparon el trono de Israel. A Nadab le siguieron Baasa y Zimri, y finalmente Acab con su malvada mujer, llamada Jezabel.

La parte final del libro, empezando por el capítulo 17, nos presenta el ministerio profético empezando con Elías. Hubo otros profetas antes de él, pero no realizaron milagros. Elías comienza el ministerio de los milagros en la Biblia. Los profetas que llevaron a cabo su ministerio en Judá, el reino del sur, no hicieron milagros, porque en aquel entonces el testimonio de Dios era lo más importante para la vida de la nación; pero en Israel, el reino del norte, la presencia de Dios fue rechazada, y adoraron en Su lugar los becerros de oro. En este caso el ministerio de los milagros es el testimonio ante el pueblo de que Dios sigue estando entre ellos. Dios intentó conmoverles para que fuesen conscientes de que se habían apartado de Él. El ministerio de Elías es una fantástica revelación de la manera cómo Dios trata al corazón humano descarriado. Para empezar, en su ministerio, cerró los cielos, de manera que no llovió sobre la tierra durante tres años. A continuación hizo descender fuego del cielo sobre los dirigentes y otros que habían sido enviados para arrestarle y traerle ante la presencia del rey. Cuando estos milagros empezaron a llamar la atención del pueblo, se produjo el arrepentimiento, hasta cierto punto. Entendieron que Dios estaba actuando con mano dura, como lo hace en ocasiones con nosotros, para castigarnos y juzgarnos, a fin de que despertemos y seamos conscientes de que nos estamos apartando de la adoración a Él en el fondo de nuestros corazones.

Cuando sucedió esto, se produjo por fin el juicio a Baal, y las dos filosofías de Israel chocaron en una confrontación que tuvo lugar en el monte Carmelo. Dios vindicó Su honor enviando fuego del cielo para destruir la ofrenda de Elías, incluso toda el agua que fue derramada sobre la ofrenda y el altar de piedra, y Dios reinó con gran poder. Cuando cayó dicho juicio, se volvieron a abrir los cielos y la lluvia cayó sobre la tierra. Todo ello es una imagen de lo que sucede en nuestras vidas cuando nos resistimos al derecho que tiene Dios a gobernar nuestros corazones. Entonces Dios nos somete a Su reprensión y, por fin, vence nuestra testarudez, poniendo fin a la rebelión intencional, y por fin somos humillados ante Dios. Entonces es cuando la lluvia de Dios se derrama en nuestros corazones para dar nuevamente fruto y traer bendición.

Siguiendo a todo lo anteriormente dicho nos encontramos con el extraordinario relato del temor que le tenía Elías a Jezabel. Esto es algo que siempre me divierte. Aquí tenemos a un intrépido profeta, un vigoroso hombre de Dios que se había enfrentado él solo con cuatrocientos sacerdotes sobre la cima del monte, corriendo aterrorizado de una mujer enfurecida, clamando mientras se oculta bajo un arbusto de junípero: "Señor, ya basta. Ya tuve más que suficiente al tener que enfrentarme con cuatrocientos sacerdotes de Baal, como para que esta mujer venga tras de mí; esto ya es demasiado. Ella estaba amenazando su vida. Esto resulta divertido porque Elías dice: "Señor, ya basta; quítame la vida", pero, claro que eso no lo dice en serio. Todo lo que tenía que hacer hubiera sido salir a buscar a Jezabel, y ella hubiera satisfecho su deseo. Pero en lugar de ello, se oculta bajo el junípero, a pesar de lo cual Dios le trata con Su gracia maravillosa. Lo primero que hace es acostarle y concederle una buena noche de descanso, y a continuación Dios le ofrece una buena comida. Finalmente Dios le enseña el secreto más importante que jamás había aprendido Elías: que Dios no siempre se manifiesta a través del terremoto, del fuego y del trueno, sino que en muchas ocasiones lo hace a través del silbo apacible y tranquilo de una conciencia transformada.

El libro termina con la historia del rey Acab, su fracaso, su insensatez y su deseo egoísta de apoderarse de la viña de Nabot, haciendo que caiga el juicio de Dios. En el capítulo 22 nos enteramos de cómo obra Dios por medio de lo que parecen circunstancias accidentales. Los dos reyes, el de Israel y el de Judá, salen al campo de batalla. Acab, rey de Israel, intenta conseguir, en su astucia diabólica, que el rey de Judá se coloque en la primera línea del campo de batalla. Acab le pone al rey de Judá su propia armadura para que le confundan con el rey de Israel y le ataquen, pero al felicitarse el rey Acab por la manera en que ha engañado al rey de Judá para que se exponga al peligro, leemos que voló una flecha por el aire (por casualidad) de un guerrero del lado contrario y encuentra su objetivo, atravesando la armadura y dándole de lleno en el corazón. ¡De este modo Dios emite Su juicio! Dios es el Dios de las circunstancias, de los accidentes, y se encuentra tras todos los acontecimientos de nuestra vida. Eso es lo que nos revela esta historia.

Al concluir este libro 1º de Reyes, el versículo que más fijamente se me ha quedado grabado en mi mente y en mi corazón es este:

Sobre toda cosa que guardes, guarda tu corazón, porque de él mana la vida. (Proverbios 4:23)

Las circunstancias exteriores no deben nunca destronarle e impedir que reine usted sobre su vida. Nada de lo que tenga usted que afrontar, en cuanto a tensiones externas y circunstancias del exterior, conseguirán destronarle. Esto y el que vuelva a encontrarse usted sometido a esclavitud y atado por la carne y el demonio, será algo que solo sucederá si permite usted que alguna adoración rival se apodere de su corazón y destrone a Dios. Cuando sus emociones se encariñen con alguna otra cosa que rivalice con la adoración a Dios, sus días en el reino estarán contados.

Oración

Padre nuestro, te pedimos que hagas posible que aprendamos la importante lección de este libro y que la guardemos en nuestros corazones, porque "del corazón mana la vida". Al contemplar el lugar importante que ocupa nuestro deseo, aprendemos a saber lo que más deseamos en la vida. Señor, ¿a quién tenemos en el cielo aparte de ti y a quién deseamos en la tierra más que a ti? Te pedimos que podamos responder a esa pregunta en la soledad de nuestros corazones ante ti. Te lo pedimos en el nombre de Cristo. Amén.