Friends Talking about the Bible
Antiguo Testamento

1 Samuel: La muerte de la carne

Autor: Ray C. Stedman


El Antiguo Testamento resulta maravillosamente claro a la hora de presentar estudios de personas o de grupos que llevan una vida normal o fuera de lo normal. Cualquiera que haya hecho un curso en psicología sabe que en el texto los estudios de personas o grupos sirven para ilustrar los principios que están siendo enseñados, en términos de personas o de incidentes reales, y todo el Antiguo Testamento es así. Está lleno de los más fascinantes estudios de casos que sirven de ejemplo de los principios que Dios quiere que conozcamos. Sin embargo, en algunas ocasiones se encuentran ocultos como enigmas. Si le gustan a usted los criptogramas, los crucigramas y las adivinanzas, disfrutará usted descubriendo estas verdades del Antiguo Testamento. Habrá leído usted su Biblia (al menos en sentido figurado) con el Antiguo Testamento en una mano y el Nuevo en la otra, comparándolos todo el tiempo con su mente. En ellos se encontrará usted y el estudio de su propio caso reflejado.

Primero de Samuel es la historia de dos hombres, de Saúl y de David. Estos dos hombres nos sirven de ejemplo para mostrarnos los dos principios que hay en el corazón de todo creyente que se esfuerza por andar en la presencia de Dios. Son los principios de la carne y de la fe. Saúl es el hombre que representa la carne y David el que representa la fe, el creyente carnal y el creyente espiritual. El hecho de que estos dos hombres fuesen reyes es un precioso ejemplo de la supremacía de la voluntad en la vida humana. Como muestra el libro de Ester, cada uno de nosotros es un rey sobre un reino, y nuestra voluntad es suprema en nuestra vida y ni siquiera la transgrede la voluntad de Dios. Gobernamos sobre el reino de nuestra vida y nuestros asuntos, sobre las cosas que nos conciernen personalmente así como aquellas otras que tienen un impacto y ejercen una influencia sobre las vidas de otras personas. Por lo tanto, lo que usted, el rey, diga y haga, influencia todo el reino sobre el que usted reina.

Estos dos reyes sirven de ejemplo de estos dos principios que están en conflicto en la vida de usted y en la mía. Saúl es un ejemplo de la ruina causada por la voluntad que depende de la carne. En David tenemos un precioso ejemplo de la bendición que produce la mente que actúa conforme al Espíritu. "El ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz" (Romanos 8:6). En 1º de Samuel las vidas de estos dos hombres sirven de ejemplo de este conflicto.

El libro comienza de hecho con la historia de un tercer hombre, de Samuel, que es la expresión humana de la voz de Dios hablándole tanto a Saúl como a David. (Usted y yo tenemos en nuestras vidas la expresión de la voluntad de Dios para nosotros por medio de Su Palabra transmitida por aquellos hombres y dirigentes de iglesia que nos enseñan y nos explican la Palabra. Dios nos habla de manera objetiva además de subjetiva. Samuel es una imagen de ello.) Estos tres hombres sirven para establecer las partes en que se divide este libro. Los primeros siete capítulos nos hablan acerca de la vida de Samuel. Los capítulos 8 al 15 son acerca del rey Saúl, el hombre según la carne. De los capítulos 16 al 31, David, el hombre de fe, se destaca como ejemplo de la mente que descansa en el Espíritu.

Samuel fue el último de los jueces y el primero de los profetas. Los acontecimientos que se mencionan en este libro tienen lugar después de que Israel ha estado viviendo trescientos o más años gobernada por los jueces. (Durante ese tiempo sucedió el episodio de Rut.) Samuel es el instrumento elegido por Dios para concluir el gobierno de los jueces e introducir el principio del ministerio profético y de la monarquía.

El libro empieza con la maravillosa historia de Ana, una mujer estéril, esposa de Elcana. Este hombre tenía dos mujeres. La otra mujer era una mujer prolífica, que ridiculizaba y se burlaba de la esterilidad de Ana. La infertilidad de Ana es muy simbólica, al aparecer al principio mismo del libro, porque es un ejemplo del estado espiritual de Israel en esos momentos. El pueblo al que Dios se le había manifestado había caído en un estado de absoluta infertilidad e infructuosidad. El sacerdocio que había establecido Dios, junto con el tabernáculo y sus rituales, es decir, los medios de los que se podía valer el pueblo para tener acceso a Él, estaba empezando a desaparecer. La causa de esta situación la encontramos en el cántico de Ana, después de que fuese contestada la oración que había hecho a Dios y de que le diese un hijo, llamado Samuel. Toda mujer debería memorizar este glorioso cántico. En él Ana es una imagen del problema del que se ocupa esencialmente el libro.

"No multipliquéis las palabras de orgullo y altanería; cesen las palabras arrogantes de vuestra boca, porque Jehová es el Dios que todo lo sabe, y a él le toca pesar las acciones. Los arcos de los fuertes se han quebrado, y los débiles se ciñen de vigor." (1 Samuel 2:3-4)

El resto del canto destaca de una manera magnífica la habilidad que tiene Dios para exaltar a los humildes y humillar a los orgullosos.

En este libro se destacan el eterno conflicto entre el corazón orgulloso, que confía en sí mismo y en su habilidad para resolver las cosas, y el espíritu humilde que espera en Dios, dependiendo enteramente de Él, recibiendo toda la plenitud de Su divina bendición. Ese era el problema que tenía Israel. El sacerdocio estaba fallando, no porque hubiese algo de malo en el sacerdocio (que no era otra cosa que la imagen del ministerio del Señor Jesucristo), sino porque el pueblo se negaba a inclinarse ante el Señor. Se negó a buscar ser limpio y a dejar atrás su adoración a los ídolos. Como resultado de ello, su acceso a Dios fue eliminado. Por lo tanto, el sacerdocio estaba a punto de desaparecer de la escena como un medio efectivo de meditación entre el pueblo y Dios.

Al llegar a este punto nos encontramos con el relato, que conocemos tan bien, del nacimiento y la infancia de Samuel. Cuando Samuel no es más que un muchachito, le llevan al templo y es dedicado a Dios, convirtiéndose en la voz de Elí, el sacerdote, y recibiendo un mensaje de juicio. Más adelante se convierte en la voz de Dios ante la nación, en especial los dos reyes, Saúl y David. Los primeros siete capítulos nos cuentan la historia acerca del deterioro de Israel. El arca de Dios, aquel lugar donde Dios mismo escribió Su nombre y donde moraba Su presencia, fue tomada por los filisteos, que se la llevaron a su propio país. Debido a que Elí, el sacerdote, no consiguió que sus hijos le obedeciesen (que es una poderosa palabra de advertencia acerca de la actual delincuencia juvenil), y a pesar de que su corazón era recto, es eliminado del sacerdocio. Y cuando nace el nieto de Elí, su madre le pone el nombre de Icabod, que quiere decir "gloria desaparecida". Aquí Israel llega a uno de sus estados más bajos de toda su historia nacional.

Entonces es cuando aparece en escena el rey Saúl. En el capítulo 8, versículos 4 y 5, el pueblo exige que les sea dado un rey, como tienen otras naciones:

Entonces todos los ancianos de Israel se reunieron y vinieron a Ramá para ver a Samuel, y le dijeron: "Tú has envejecido y tus hijos no andan en tus caminos; por tanto, danos ahora un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones".

El principio de la carne está manifestándose en la nación de Israel para destruir su comunión, la relación que tiene con Dios y su disfrute de Su bendición. El mismo principio se halla entrelazado en la vida de cada cristiano y puede expresarse de muy diversas maneras, que están claramente indicadas en todo este libro. La primera es que les sea concedida autoridad como al resto de las naciones. En otras palabras, que pueda seguir adelante con sus asuntos como lo hace el resto del mundo. Si nuestra mente la tenemos puesta en la carne, deseamos interponer el principio de la perspicacia en los negocios en todo lo relacionado con la iglesia, deseando adoptar las tácticas de venta del mundo, sin confiar en la estrategia del Espíritu Santo, nombrando un comité que planee un programa; y entonces le pedimos a Dios que intervenga, lo bendiga y haga que funcione, aunque es nuestro programa en lugar de ser el Suyo. Este principio está siempre funcionando, reflejado en el rechazo, por parte de Israel, de la autoridad y la soberanía de Dios y su deseo de ser gobernada como todas las demás naciones.

Ahora bien, esta petición fue concedida por Dios. Samuel se mostró disgustado cuando le pidieron un rey, porque sabía que ese no era el programa de Dios, de modo que oró al Señor, y Él le dijo a Samuel:

"Oye la voz del pueblo en todo lo que ellos digan, porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos. Conforme a todas las obras que han hecho desde el día que los saqué de Egipto hasta hoy, dejándome a mí y sirviendo a dioses ajenos, así hacen también contigo. Ahora pues, oye su voz; pero hazles una advertencia solemne y muéstrales cómo les tratará el rey que reinará sobre ellos". (1 Samuel 8:7-9)

Así es cómo actúa siempre Dios. Creo que una de las más importantes lecciones que podemos aprender acerca de Dios es que cuando queremos algo con suficiente desesperación, nos lo concede, pero al mismo tiempo debemos estar listos para afrontar las consecuencias. Esto se aplica a todo en la vida, ¿no es así? Supongamos que tengo delante de mí dos vasos de líquido, y los dos parecen agua. Uno de ellos es efectivamente agua, pero el otro es veneno. Tengo que decidir entre beberme el veneno o el agua. Si opto por beberme el veneno, ya no tendré influencia alguna sobre lo que suceda, y los resultados serán inevitables. Una vez que haya decidido, tendré que aceptar los acontecimientos que tengan lugar a continuación. Por todas las Escrituras nos encontramos con que así es cómo Dios trata a los hombres. Si queremos algo con verdadera desesperación, podemos tenerlo. Pero cuando lo consigamos, no lo querremos. Si empezamos a tener hambre y sed y a anhelar lo que deseamos, como sucedió con este pueblo, en lugar de confiar en que Dios nos dé lo que necesitamos, descubriremos que lo que deseábamos ya no es lo que queremos. Nuestro único recurso es volver a Dios arrepentidos y pedirle que nos dé lo que necesitamos.

No olvidaré nunca haber oído contar al Dr. Ironside acerca de un incidente en la vida del Dr. William Evans de la Iglesia Presbiteriana de Hollywood. Su pequeña, que tenía unos ocho años de edad, vino a casa y le dijo a su padre: "Papá, quiero comprar unos patines de rodamiento a bolas. Los demás niños tienen patines de rodamiento a bolas, y eso es lo que yo quiero. A lo que él le contestó: "Pero querida, tienes ya unos patines. La niña le dijo: "Sí, ya lo sé, papá, pero no son patines de rodamiento a bolas; son de ruedas normales y no van tan rápido como los otros. Él era pastor, y sus ingresos no eran muy generosos, de modo que le contestó a su hija: "Cariño, me temo que tendrás que arreglarte con los que tienes. No podemos costear comprar otros en estos momentos. Pero ella no estaba dispuesta a dejarle en paz. Esa noche cuando él volvió a casa de su trabajo, se encontró una nota sobre su mesa de trabajo que decía: "Querido papá, sigo queriendo los patines de rodamiento a bolas". Cuando se fue a acostar, había otra nota sobre su almohada, que decía: "Papá, ¿me compras los patines de rodamiento a bolas?".

Pues bien, él hizo lo que hubiésemos hecho nosotros; se las arregló para reunir el dinero y le compró los patines de rodamiento a bolas, y cuando se los dio a su hija, esta se mostró encantada. Abrazó a su padre, le besó y le dio las gracias. Entonces se puso sus patines y se dirigió hacia la puerta y se marchó patinando por la acera, dando la vuelta a la esquina. Esa fue la última vez que la vieron bien y con vida. Al dar la vuelta a la esquina, resbaló, se cayó y se golpeó la cabeza contra la acera. La llevaron a su casa en estado de coma, y murió en el hospital antes de que anocheciese. "Desde entonces", dijo el Dr. Evans, "cuando quiero que Dios me dé algo y me da la impresión de que no está dispuesto a darme lo que le estoy pidiendo a gritos, el Espíritu me recuerda: ꞌ¿Estás pidiendo patines de rodamiento a bolas?ꞌ." Eso fue lo que sucedió en Israel, y sigue siendo el mismo principio que se aplica hoy a nuestras vidas.

A continuación nos encontramos con la impresionante historia de Saúl. Es el relato fascinante de un joven, como tantos jóvenes de hoy en día, que vivía teniéndole sin cuidado y sin ningún interés en lo que Dios pudiera desear para él. Estaba muy ocupado participando en el negocio de los burros con su padre, y los burros requieren muchos cuidados. Samuel estaba gobernando y juzgando a la nación, y a ellos les complacía dejar que él se hiciese responsable, porque Saúl y su padre estaban demasiado ocupados con el negocio de los borricos. Es maravilloso poder seguir el curso de lo que hizo Dios con este hombre y de qué modo se manifestó a él. Aquí tenemos el caso de un joven que elimina a Dios de sus pensamientos, que no tiene tiempo para Él ni ningún interés auténtico en Él. Todos conocemos a personas como Saúl. ¿Cómo cree usted que Dios tocó su vida? La verdad es que hizo lo que era perfectamente evidente. Él mismo se metió en el negocio de los burros; hizo que se perdieran los burros de Saúl. Cuando estos se extraviaron, Saúl se mostró irritado, y ni siquiera se le pasó por la mente que Dios pudiera tener algo que ver en el asunto. Lo único que se le ocurrió fue que era posible que alguien hubiese dejado la verja por la que salían a pastar abierta, por lo que salió en busca de los borriquillos.

Después de una prolongada e infructuosa búsqueda, llegó a la ciudad en la que vivía Samuel. En el capítulo 5 vemos que está a punto de darse por vencido y regresar a su casa, cuando su criado le dijo: "Vayamos y preguntemos al hombre de Dios, que vive aquí, dónde están los burros. Saúl no se mostró muy entusiasmado con aquella idea. De hecho, lo que quería era mantenerse lo más alejado posible del profeta, porque los profetas eran personas muy inquietantes, y lo que deseaba era regresar a su casa, pero el criado prevaleció sobre él para que fuese a ver a Samuel, y ante la sorpresa de Saúl, Samuel le estaba esperando. Dios le había dicho el día anterior a Samuel que vendría a su puerta un joven llamado Saúl, y Samuel tenía preparada una buena cena para Saúl y sus sedientos invitados, y Saúl, ante su consternación, era su invitado de honor y apenas si sabía lo que estaba sucediendo. Los dichosos burros le habían metido en aquel lío, y lo que quería era salir de él tan pronto como fuese posible, pero Samuel le llevó a un lado cuando acabaron de cenar y le anunció algo realmente asombroso: "Dios te ha ungido", le dijo Samuel, "para ser rey de Israel" (10:1).

Saúl había salido con el propósito de buscar a los borriquillos y había acabado como rey de Israel, y no tenía el más mínimo interés en el trabajo, pero Samuel le dijo que Dios le enviaría tres señales de que estaría con él, y luego le envió a casa. Y claro, aquellas señales se cumplieron: una, dos y tres. La primera era que se encontraría con un grupo de profetas, y el Espíritu de Dios se posaría sobre él y comenzaría a profetizar. Cuando Saúl comenzó a profetizar juntamente con los demás estudiantes del seminario, es decir, todos aquellos que asistían a la escuela de los profetas, se corrió la voz por toda Israel, y la gente decía: "¿Acaso el hijo de Quis es también uno de los profetas?" (10:11). Cuando Saúl iba hacia su casa se encontró con su tío, que le dijo: "¿Qué ha estado sucediendo?". A lo que Saúl le contestó: "Salí en busca de los burros y me encontré con Samuel, y me dijo que los burros ya se encontraron" (10:14-16). No le dijo ni una palabra acerca de la unción ni la nueva comisión que le había encomendado Dios. Saúl quería sacarle el máximo provecho a su vida y no tenía el más mínimo interés en lo que Dios pudiera desear que hiciese, a menos que pudiera valerse de Dios para llevar a cabo sus propios propósitos, de modo que no le dijo nada. Pero Samuel no había acabado con él. Le dijo al pueblo de Israel que Dios había escuchado la petición de ellos y les iba a dar un rey, de acuerdo con sus deseos. Samuel reúne a todo el pueblo con el fin de echar suertes para elejir un rey. La suerte es echada para empezar sobre las tribus y cae sobre la de Benjamín. A continuación sobre el grupo familiar, y recae sobre la familia de Quis, y a continuación sobre las diferentes personas, y recae sobre Saúl. Entonces todo el pueblo comenzó a preguntar: "¿Dónde está Saúl?". Nadie podía encontrarle en ninguna parte, y finalmente el Señor dijo: "Se ha ocultado entre los equipajes". Y allí fue donde le encontraron.

¿Por qué se había ocultado? ¿Era debido a que era tan modesto que no quería que nadie organizase ninguna celebración por su causa? ¿Podía ser debido a que era tímido y apocado? No, el relato indica que Saúl se había ocultado porque le resultaba bastante inconveniente hacer lo que Dios deseaba que hiciese. Quería vivir su propia vida a su manera y estaba intentando alejarse del llamamiento de Dios.

Pero Dios le había llamado, y fue coronado rey. Al hallarse en medio de todo aquel pueblo, este prorrumpió en gritos, diciendo: "¡Mirad qué rey tenemos!". Tenía la estampa misma de un rey: su cabeza y sus hombros se erguían por encima de los demás hombres; era un hombre de lo más apuesto, un joven muy sabio en muchos sentidos y justo a la hora de impartir justicia. Pero en aquellos momentos tenían problemas con los amonitas que se encontraban al norte. Saúl manda a convocar a todo el pueblo para que se reúnan, y ante su gran satisfacción, treinta y seis mil personas responden a su llamamiento. Todos juntos se dirigen hacia donde se encuentran los amonitas y los destruyen, consiguiendo una gran victoria. Y Saúl empieza a sentir que ese asunto de servir a Dios posiblemente no esté tan mal, y hasta era posible que lo pudiera usar para su propio beneficio. Pero la próxima batalla con la que se enfrenta es con los filisteos. Sucedía que los filisteos no eran sencillamente una tribu, que fuese poderosa solo en su propio territorio limitado, como había sucedido con los amonitas, sino que Saúl se tiene que enfrentar con una nación que era equivalente a la Unión Soviética o los Estados Unidos, una de las principales potencias mundiales. Al enterarse los filisteos de la pequeña dificultad con que Jonatán, el hijo de Saúl, había derrotado a su ejército en Gaba, reunieron a treinta mil cuadrigas de hierro, seis mil hombres de a caballo y una multitud de gente tan enorme que ni siquiera los propios filisteos podían contarla.

Cuando Saúl miró por la ventana y vio a aquella horda de personas que avanzaban hacia él, se dio cuenta de que su labor como rey no era tan fascinante como había pensado. De modo que volvió a mandar recado de nuevo por toda Israel, esperando que su pueblo le apoyase como lo había hecho con anterioridad. Esperó y esperó, y por fin aparecieron mil personas y luego otras mil y otras mil. Sucedía que aquellas eran la tropa de tres mil que él había seleccionado ya y esperaba que viniesen más, pero no fue así. Comparó entonces aquellos tres mil que no eran nada en comparación con la multitud y la tremenda fuerza con que contaban los filisteos, y mandó llamar a Samuel, que le dijo que le esperase en Gilgal mientras él ofrecía un holocausto al Señor. El hombre carnal depende de sus propios recursos hasta que se mete en problemas y entonces es cuando clama al Señor, pidiendo Su ayuda. Pero como siempre, Dios le llevaba la delantera a Saúl, y Samuel se demoró en regresar. Mientras Saúl esperaba, no hacía más que ver cómo sus soldados se iban marchando uno por uno, regresando a sus casas, de manera que los tres mil soldados quedaron reducidos a dos mil y luego a mil, hasta que por fin no le quedaron más de 600 hombres. Para entonces, Saúl estaba desesperado, y cuando, después de cinco o seis días, Samuel no hubo regresado, Saúl decidió él mismo ofrecer un holocausto. En cuanto hubo acabado, apareció Samuel en escena. El anciano profeta tenía una expresión muy seria al decirle: "¿Qué has estado haciendo?", a lo que Saúl le contestó: "Bueno, te he estado esperando, pero cuando vi que los hombres regresaban a sus casas, pensé que debía hacer algo, de modo que finalmente me obligué a mí mismo a ofrecer el holocausto. Sabía que no podíamos atrevernos a salir a la batalla sin hacer antes esta clase de ritual, y como no estabas aquí, lo hice yo mismo" (13:12). Cuando lo oyó, Samuel le dijo a Saúl:

"Pero ahora tu reino no será duradero. Jehová se ha buscado un hombre conforme a su corazón, al cual Jehová ha designado para que sea príncipe sobre su pueblo, por cuanto tú no has guardado lo que Jehová te mandó". (1 Samuel 13:14)

De este modo fue profetizado que a Saúl le arrebatarían el reino.

Al seguir leyendo, nos encontramos con que Dios concedió una gran victoria, gracias a la fe de Jonatán, y libró a Su pueblo de la enorme horda de los filisteos. Cuando se hubo por fin ganado la batalla, Saúl construyó un altar. Es el primer altar que se nos dice concretamente que edificó el rey Saúl. Aquí tenemos el caso de un hombre que cree que lo único que se necesitan son las señales externas de la fe. Si se cumplen los rituales externos, si se es miembro de una iglesia, si se cantan los himnos, si se dicen las cosas apropiadas, si se confiesa el credo correcto, es todo cuanto Dios espera. Ese es el principio del hombre carnal, pero Dios nos dice que cuando actuamos conforme a esa base, Él nos quita el dominio sobre nuestra propia vida, y ya no podemos seguir teniendo autoridad sobre nuestro reino, sino que nos convertimos en esclavos de una fuerza inexorable que nos destroza y que nos tiene sometidos a ella. Eso es lo que descubre antes o después todo aquel que vive conforme a la carne. Cuando cedemos a aquello a lo que obedecemos, como dijo Pablo en Romanos, nos convertimos en esclavos de esa cosa (Romanos 6:16), y eso fue precisamente lo que le pasó a Saúl. Después de haber edificado un altar, Dios hace que caiga sobre sus rodillas y le concede una última oportunidad. Al principio del capítulo 15 dice:

Un día Samuel dijo a Saúl: "Jehová me envió a que te ungiera rey sobre su pueblo Israel; ahora, pues, escucha las palabras de Jehová. Así ha dicho Jehová de los ejércitos: ꞌYo castigaré lo que Amalec hizo a Israel, cortándole el camino cuando subía de Egipto. Ve, pues, hiere a Amalec, destruye todo lo que tiene y no te apiades de él; mata hombres, mujeres y niños, aun los de pecho, y vacas, ovejas, camellos y asnos". (1 Samuel 15:1-3)

Esta era la última oportunidad de Saúl, porque si Saúl hubiese obedecido a este mandamiento, hubiera demostrado que estaba dispuesto a permitir que la cruz realizase su obra contra la carne, crucificándola y haciéndola morir. Amalec es una imagen, en todas las Escrituras, del principio de la carne que se opone a las cosas de Dios. Amalec era aquel pueblo acerca del cual Moisés le había dicho a Israel: "Por cuanto la mano de Amalec se levantó contra el trono de Jehová, Jehová está en guerra con Amalec de generación en generación" (Éxodo 17:16). Y a Saúl le fue dada esta remisión que cumplir, pero ¿la cumplió?

Y Saúl derrotó a los amalecitas desde Havila hasta lllegar a Shur, que está al oriente de Egipto. Capturó vivo a Agag, rey de Amalec, y a todo el pueblo lo mató a filo de espada. Pero Saúl y el pueblo perdonaron a Agag y a lo mejor de las ovejas y del ganado mayor, de los animales engordados, de los carneros y de todo lo bueno, y no lo quisieron destruir; pero destruyeron todo lo que era vil y despreciable. (1 Samuel 15:7-9)

¿Despreciable en opinión de quién? Me pregunto si lo que deseaba salvar Saúl no serían los burros. Después de todo, apreciaba los animales de la granja y probablemente razonaría diciendo: "¿Por qué hemos de destruir a estos animales que son perfectamente buenos? Pretendió hallar algo bueno en lo que Dios había declarado totalmente malo. Pablo escribe, diciendo que debemos haber "despojado del viejo hombre con sus hechos" (Colosenses 3:9), como son los celos, la perversidad, la amargura, la envidia, la ira, la intemperancia, el egoísmo y todas estas cosas. Pero la mente carnal dice: "Vale la pena conservar algunas de estas cosas. Difícilmente puedo ser una verdadera personalidad si no conservo un genio vivo y si de vez en cuando no puedo reprender a la gente". De modo que pretendemos hallar el bien en aquello que Dios ha declarado malo.

El resultado fue que Samuel vino a Saúl y le preguntó: "¿Cómo has estado?", a lo que este le contestó: "De maravilla. He hecho todo lo que me dijo el Señor, he matado a los amalecitas y lo he destruido todo, tal y como me dijo el Señor que lo hiciese". Samuel aguzó el oído y dijo: "¿Qué es lo que oigo? ¿Qué es ese sonido de balidos y mugidos que oigo por la ventana? ¿Por qué están ahí fuera esos animales?". Saúl le contestó: "Bueno, es cierto que he salvado la vida a unos pocos; pensé que a Dios le complacería si se los dedicaba a él". Esta es una excusa que usamos, ¿no es cierto? Lo que deseamos conservar, pretendemos dedicárselo a Dios, y fue la misma treta que también usó Saúl.

Y dijo Samuel: "Aunque a tus propios ojos eras pequeño, ¿no has sido hecho jefe de las tribus de Israel, y Jehová te ha ungido rey sobre Israel? Jehová te envió en misión y te ha dicho: ꞌVe, destruye a los pecadores de Amalec y hazles guerra hasta que los acabesꞌ. ¿Por qué, pues, no has oído la voz de Jehová? ¿Por qué te has lanzado sobre el botín y has hecho lo malo ante los ojos de Jehová?... ¿Acaso se complace Jehová tanto en los holocaustos y sacrificios como en la obediencia a las palabras de Jehová? Mejor es obedecer que sacrificar; prestar atención mejor es que la grasa de los carneros. Como pecado de adivinación es la rebelión, como ídolos e idolatría la obstinación. Por cuanto rechazaste la palabra de Jehová, también él te ha rechazado, para que no seas rey". (1 Samuel 15:17-23)

Ningún hombre puede caminar en la autoridad y la libertad que Dios ha deseado para sus hijos si rechaza la autoridad del Espíritu de Dios en su vida, y esa es principalmente la historia de Saúl.

La historia de David, que empieza en el capítulo 16, es el relato de un hombre conforme al corazón de Dios. En esta historia de David nos encontramos con lecciones de gran valor, como su rechazo y su exilio. Fue elegido entre los ocho hijos de Isaí. Los siete hijos mayores pasaron ante Samuel y cada uno de ellos parecía un futuro rey, hasta que Dios le dijo a Samuel: "Este no es el que yo he elegido". Finalmente apareció el más joven, que era el más enjuto, que se llamaba David, y Dios puso su sello sobre él. Dios no había basado Su elección en el aspecto exterior, sino que había mirado el corazón del joven.

David no ocupó el trono de inmediato, como sucedió en el caso de Saúl, sino que fue sometido a prueba y tuvo que enfrentarse con la adversidad. Este es el principio que sigue Dios con frecuencia y lo aplica al hombre que aprende a caminar según la fe. Tiene que pasar por un período de confusión, de prueba y de problemas. Parece como si todo fuese en su contra y por fin reconoce el gran principio mediante el cual Dios realiza siempre Su actividad: que el hombre nada puede hacer por sí mismo, sino que debe depender total y completamente de Dios, que mora en él. Eso fue lo que aprendió David cuando no era más que un pastorcillo, a fin de que pudiera decir: "Jehová es mi pastor; nada me faltará. En lugares de delicados pastos me hará descansar, junto a aguas de reposo me pastoreará. Confortará mi alma" (Salmo 23:1-3a).

Nos encontramos con las pruebas por las que tiene que pasar David al hallarse cara a cara con el gigante Goliat. Israel se encontraba atemorizada y acobardada por aquel gigante que se paseaba de un sitio a otro entre los ejércitos, ridiculizando y burlándose de la impotencia de los israelitas, y nadie se atrevía a hacerle nada. Aquel gigante se pavoneaba en su arrogante orgullo de arriba abajo, golpeándose el pecho y exigiendo que enviasen a alguien a pelear con él, y nadie se atrevía a enfrentarse con él. Cuando David, un joven de corta estatura, llegó después de haber estado cuidando de sus rebaños, para llevarle la comida a sus hermanos, se encontró a todo el campamento de Israel sumido en la tristeza y la desesperación. Entonces se acercó y preguntó: "¿Quién es este filisteo incircunciso para que provoque a los escuadrones del Dios viviente?"(17:26). Ese es siempre el punto de vista de la fe, que no se deja estremecer por las circunstancias.

A Saúl le llega la noticia de aquel joven que estaba entre ellos y le pregunta a David qué quiere hacer. "Iré y pelearé con él", le contesta. Saúl, pensando serle de ayuda, manda que le pongan su armadura a David. Saúl era casi medio metro más alto que David, y una vez que se la puso David se encontró con que la armadura comenzaba a hacer sonidos metálicos y a estorbarle. David intentó moverse con ella, pero no pudo dar un paso, así que dijo: "Traedme un abrelatas y sacadme de esto". A continuación David se fue hacia el arroyo y tomó cinco piedrecitas lisas. ¿Por qué cinco? Un poco más adelante, en 2º de Samuel leeremos que Goliat tenía cuatro hermanos; por eso fue por lo que tomó cinco piedrecitas: ¡Estaba preparado para enfrentarse con toda la familia!

David salió, giró la honda y la lanzó por encima de la cabeza, y Goliat cayó en tierra con la piedra entre sus ojos. Alguien ha dicho que lo último que dijo fue: "Nunca se me había metido nada semejante en la mente". El caso es que fue derrotado, y David agarró la espada que había sido de Goliat y le cortó la cabeza con ella. ¡Qué imagen tan gloriosa de aquel que se enfrentó con el mayor enemigo de la humanidad y lo mató cara a cara con su propia espada. Leemos en Hebreos 2:14 que mediante la muerte el Señor Jesús destruyó al que tenía el poder de la muerte, al demonio. David se convierte aquí no solo en la imagen de Cristo, sino además del creyente que vive su vida para Cristo.

A este suceso le sigue el de la envidia tan grande que tenía Saúl de David. Desde el capítulo 18 en adelante leemos acerca de cómo persigue Saúl cada vez más a David, un ejemplo vivo del principio que expone Pablo en Gálatas, donde dice:

Pero como entonces el que había nacido según la carne perseguía al que había nacido según el Espíritu, así también ahora. (Gálatas 4:29)

Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu y el del Espíritu es contra la carne... para que no hagáis lo que quisierais. (Gálatas 5:17)

De modo que Saúl estuvo persiguiendo a David e intentando matarle. Fue durante ese tiempo cuando escribió David tantos de sus salmos, esos maravillosos cánticos que hablan acerca de la fidelidad de Dios en medio de las situaciones más deprimentes. David se vio perseguido y finalmente exiliado de la presencia de Saúl.

En los capítulo 21 y 22 nos encontramos con la plenitud de Dios y Su abundante provisión a David, incluso en el exilio, al que le da los panes de la proposición del tabernáculo. Este pan, que representa la presencia de Dios, es una imagen de ese cuidado secreto que recibe todo aquel que pasa por problemas muy difíciles, pero que espera en Dios para que le libere. A los tales Dios les da del pan oculto, del pan de la misma mesa del Señor. Jesús dijo: "Yo soy el pan de vida" (Juan 6:35). "Así como... yo vivo por el Padre, también el que me come vivirá por mí" (Juan 6:57). Cuando David, el rey, estuvo en el exilio, tuvo a un profeta llamado Gad y a un sacerdote llamado Abiatar, cuyos recursos estuvieron a su disposición, a pesar de que le estaban intentando cazar como a un pájaro en las montañas; de la misma manera que cuando tiene usted problemas y no puede a duras penas arreglarlos, puede usted encontrar en Jesucristo (que es nuestro Profeta, nuestro Sacerdote y nuestro Rey) todo cuanto es necesario para ayudarnos a vencer las dificultades, gracias a la puerta que Dios nos abre; y eso fue lo que le sucedió a David, que se negó a actuar por sí mismo. En dos ocasiones le perdonó la vida a Saúl al entregarle Dios en su mano. Dando muestras de un extraordinario espíritu de fidelidad, esperó a que Dios resolviese sus problemas.

Al final del libro, nos encontramos con el fin de la carnalidad del hombre. Saúl se mete, por pura desesperación, en brujerías, con el propósito de intentar leer la mente del Señor una vez que se hubo apartado de él el Espíritu de Dios. Aunque la brujería estaba totalmente prohibida al pueblo de Dios, Saúl llama a una bruja de Endor e intenta que ella llame al espíritu de Samuel. Dios anula esta orden y no envia a un espíritu que asumiese su personalidad, como esperaba la bruja que sucediese, sino al verdadero Samuel, que le anuncia a Saúl su muerte inminente en el campo de batalla al día siguiente.

Fiel a la profecía, Saúl y su hijo Jonatán, el amigo del alma de David, mueren, y David, que era un hombre de fe, en los primeros capítulos de 2º de Samuel, les ensalza a ambos como hombres usados por Dios, a pesar de sus debilidades. La muerte de Saúl es un buen ejemplo de las palabras de Pablo en 1ª de Corintios, capítulo 3, acerca del creyente carnal y su obra: "Si la obra de alguno se quema, él sufrirá pérdida; si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego" (1 Corintios 3:15).

De este modo, Saúl se une a Samuel en la vida del mas allá, pero como uno cuya vida terrenal ha sido esencialmente desperdiciada y cuya oportunidad de servicio se verá en la gloria considerablemente disminuida.