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Antiguo Testamento

Malaquías: Pensad en Su nombre

Autor: Ray C. Stedman


Malaquías, el último libro del Antiguo Testamento, está separado del libro de Mateo por un período de silencio de más de 400 años, pero a pesar de eso estos dos libros están enlazados de una manera realmente asombrosa. Desde el punto de vista histórico, hubo un tiempo muy largo durante el cual no hubo ninguna voz que hablase en nombre de Dios ni vino ningún profeta a Israel, y tampoco quedaron escrituras. No hubo ningún estímulo de parte de Dios, y los cielos guardaron silencio. Pero, con todo y con eso, la historia continuaba; en Israel y entre los judíos estaban sucediendo acontecimientos asombrosos. Se estaban formando instituciones nuevas, que aparecen al principio del Nuevo Testamento, pero no ha quedado constancia de nada de esto para nosotros en la historia sagrada. Malaquías es el último de los profetas menores y la última voz profética que habría de hablar a Israel.

Los tres últimos libros del Antiguo Testamento, Hageo, Zacarías y Malaquías, fueron todos ellos escritos después de que los israelitas regresaron de su cautividad en Babilonia. Pero el pueblo no volvió junto formando un grupo alegre, sino que hubo una separación, y volvieron en dos o tres grupos, comenzando el primero alrededor del 535 a.C. En esa época, un puñado de judíos cumplieron la profecía de Jeremías, en el sentido de que el cautiverio habría de durar 70 años, y retornarían a la ciudad vacía y desolada de Jerusalén, donde comenzarían a poner los cimientos del templo. El ministerio de Hageo, quince años después, consistió en animarles a que continuasen con la obra y que la completasen hasta el fin. El templo quedó, efectivamente, completado durante el ministerio de Zacarías, y Esdras el sacerdote llevó entonces a otro grupo que venía de Babilonia.

Para entonces el pueblo había cambiado totalmente su forma de vida. Mientras estaban en Israel, antes de la cautividad, habían sido en su mayoría pastores que cuidaban de las ovejas, pero en Babilonia habían aprendido a ser tenderos, y han sido comerciantes y encargados de tiendas desde entonces. De modo que Esdras guía de nuevo a este grupo, y tuvieron que enfrentarse con dificultades que han quedado registradas en el libro histórico de Esdras.

Finalmente, se realizó el último retorno bajo Nehemías, que en el 445 a.C. guió a un grupo de regreso, y comenzaron a poner los cimientos de las murallas de Jerusalén. El fascinante libro de Nehemías cuenta la emocionante experiencia de la reconstrucción de las murallas. Poco después de que Nehemías completase la labor, apareció Malaquías, y es interesante comparar el libro de Nehemías con el libro de Malaquías. Nehemías es la conclusión de la sección histórica del Antiguo Testamento, que empieza con el Génesis, y todo ello es historia. Después de Nehemías vienen los libros poéticos; en Malaquías llegamos al mismo período que cubre Nehemías.

Esta profecía de Malaquías fue transmitida por un hombre cuyo nombre significa "mi mensajero". Es altamente sugerente que este último libro de nuestro Antiguo Testamento gire alrededor del tema de un mensajero de Dios y sea una predicción de la venida de otro mensajero. En esto tenemos, pues, un enlace directo entre Malaquías y el Nuevo Testamento. Por ejemplo, el capítulo 3 comienza con esta profecía:

"Yo envío mi mensajero [en hebreo diría: ꞌYo envío a Malaquíasꞌ] para que prepare el camino delante de mí". (Malaquías 3:1a)

Y como descubrirán ustedes en el libro de Mateo, el mensajero era Juan el Bautista, que vino con el fin de preparar el camino del Señor y anunciar la venida del segundo mensajero de Dios. Ese segundo mensajero se encuentra aquí en esta profecía en la siguiente frase:

"Y vendrá súbitamente a su Templo el Señor a quien vosotros buscáis; y el ángel del pacto... " (Malaquías 3:1b)

Fue la obra del Señor Jesús durante la última noche de Su ministerio, cuando tomó el pan y el vino con Sus discípulos, y tomando la copa dijo: "porque esto es mi sangre del nuevo pacto... " (Mateo 26:28a). El mensajero del pacto es el propio Señor Jesús.

"... a quien te deseáis, ya viene", ha dicho Jehová de los ejércitos. ¿Pero quién podrá soportar el tiempo de su venida? o ¿quién podrá estar en pie cuando él se manifieste? Porque él es como fuego purificador y como jabón de lavadores. [Es decir, quema y limpia.] Él se sentará para afinar y limpiar la plata: limpiará a los hijos de Leví, los afinará como a oro y como a plata. Y traerán a Jehová ofrenda en justicia. (Malaquías 3:1c-3)

Ese era el problema del pueblo en los días de Malaquías. Se habían olvidado del importante y gran mensaje de Dios, y, al mirar de nuevo al principio del libro, vemos que el profeta comienza sobre esa nota:

Profecía. Palabra de Jehová contra Israel, por medio de Malaquías: "Yo os he amado, dice Jehová". (Malaquías 1:1-2a)

Y ese es siempre el mensaje que transmiten los profetas de Dios: "Yo os he amado, dice el Señor". Pero lo asombroso es que estas personas responden al profeta con las palabras: "¿En qué nos amaste?". El libro entero es una serie de respuestas dadas por el pueblo ante los desafíos de Dios. En siete ocasiones encontrarán ustedes que dicen: "¿En qué nos amaste? ¿Cómo puede esto suceder? Demuéstralo". Al repasarlas verán ustedes de qué manera revelan el estado del corazón de este pueblo. Aquí tenemos a un Dios comunicativo, y Dios es siempre así, derramando Su amor, pero aquí tenemos a un pueblo insensible que se ha vuelto indiferente y que no reacciona frente a Dios, hasta el punto de que son capaces de preguntar con toda sinceridad: "Esto es algo que no vemos. ¿Qué quieres decir? ¿Por qué nos dices estas cosas?". Ese es el tema de todo este libro.

La respuesta que Dios da a su pregunta: "¿Cómo nos has amado?", es recordarles que les ha amado desde el principio mismo de la raza, desde los tiempos de Jacob y de Esaú. Les dice: "Mirad toda la raza. La historia de Esaú ha sido una de continuos conflictos, de desastres y de problemas, porque", les dice, "he amado a Jacob, pero he aborrecido a Esaú. Si queréis entender mi amor, fijaos en uno que no ha estado disfrutando de mi amor. Fijaos en la historia de Esaú y veréis lo diferente que es su historia a la vuestra, a pesar del hecho de que Jacob y Esaú fueron gemelos. Los versículos 2 y 3 dicen:

"¿No era Esaú hermano de Jacob?, dice Jehová; sin embargo, amé a Jacob y a Esaú aborrecí... " (Malaquías 1:2c-3a)

Este hecho produce inquietud a muchas personas, pero encontramos la explicación en el libro de Hebreos en el Nuevo Testamento, donde se nos dice que Esaú había despreciado su primogenitura y, por lo tanto, no concedía valor alguno a los asuntos espirituales (Hebreos 12:16), tratando a Dios con absoluta indiferencia. Aquellas cosas que Dios consideraba de gran valor, él las consideraba cosas triviales y las trataba de ese modo. Es debido a la actitud de Esaú por lo que Dios dice: "Amé a Jacob y a Esaú aborrecí".

Si ustedes hubiesen conocido a estos dos hombres, probablemente hubiesen amado a Esaú y aborrecido a Jacob, porque Jacob era el maquinador, el hombre de los grandes planes, el suplantador, el usurpador, el villano que no merecía ninguna confianza. Esaú era el gran hombre de los espacios al aire libre, enérgico, abierto, sincero, fuerte, que le gustaba alardear de sus hazañas como cazador y como hombre que disfrutaba de la vida al aire libre. De los dos, él es el que nos da la impresión de ser el mejor, pero Dios dice: "Amé a Jacob, porque en su corazón hay un gran anhelo y ansia por las cosas profundas de la vida; Jacob quiere algo más de lo que hay en la superficie. Eso es algo que siempre toca el corazón de Dios, y es también característico de la nación.

Dios acusa a los israelitas de problemas muy concretos, pero en cada ocasión ellos le responden: "¿Qué quieres decir?":

"El hijo honra al padre y el siervo a su señor. Si, pues, yo soy padre, ¿dónde está mi honra?; y si soy señor, ¿dónde está mi temor?, dice Jehová de los ejércitos a vosotros, sacerdotes, que menospreciáis mi nombre y decís: "¿En qué hemos menospreciado tu nombre?". (Malaquías 1:6)

Esa es la acusación que les hace Dios: "Despreciáis mi nombre"; y ellos le responden: "¿De qué manera hemos despreciado tu nombre? ¿Qué quieres decir?"; y el Señor vuelve a contestarles:

"En que ofrecéis sobre mi altar pan inmundo". (Malaquías 1:7a)

"Vuestra actitud y vuestras acciones hacia mí son una ostentación vulgar. Os sentís satisfechos con ofrecerme solo la basura y las cosas contaminadas". Pero ellos persisten en el tema:

"¿En qué te hemos deshonrado?". (Malaquías 1:7c)

Dios les habla de nuevo con toda claridad. Siempre que le preguntamos a Dios ¿cómo?, Él nos lo dice, y en este caso responde:

"Cuando ofrecéis el animal ciego para el sacrificio, ¿acaso no es malo? Asimismo, cuando ofrecéis el cojo o el enfermo, ¿acaso no es malo? Preséntalo, pues, a tu príncipe... " (Malaquías 1:8a)

"¿Os vais a librar haciendo cosas semejantes?", les pregunta Dios. "Vosotros que os sentís satisfechos con ser superficiales y chapuceros en lo que se refiere a vuestra experiencia religiosa, intentad aplicar esa misma actitud a vuestra vida de negocios y veréis si os vais a salir con la vuestra. Y a pesar de todo decís que estáis honrando mi nombre, pretendiendo adorarme y ser mi pueblo". El Dios de la realidad siempre ve nuestras excusas y nuestra falsa hipocresía, para llegar al fondo del verdadero asunto.

Esto lo vemos claramente en las acusaciones que les hace con respecto a sus actitudes en relación con la adoración, porque ellos estaban siendo muy profesionales en este aspecto, pero estaban completamente aburridos:

"Además, habéis dicho: ¡Qué fastidio es esto!", y me despreciáis, dice Jehová de los ejércitos. Trajisteis lo robado, o cojo, o enfermo, y me lo presentasteis como ofrenda". (Malaquías 1:13a)

¿Qué es lo que está mal en este caso? ¿A dónde ha ido a parar todo el entusiasmo? Estos son siempre los síntomas de un pueblo que cree que Dios se va a quedar satisfecho con algo menos que el amor. El gran mandamiento dice: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente... Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mateo 22:37-39). Nada menos que eso satisfará a Dios; pero aquí tenemos a un pueblo que se ha visto rodeado por el amor de Dios y que han recibido Su gracia durante siglos, a pesar de lo cual, sus ojos se han vuelto tan ciegos que ni siquiera pueden darse cuenta de que le están ofendiendo e insultando con lo que están haciendo. El motivo de por qué les sucede esto es que el amor que sentían hacia Dios ha desaparecido. La desaparición del amor se refleja siempre en una actitud insensible, y es lo que hallamos en este caso. Al continuar con la lectura, verá usted que estaban siendo hipócritas. Dios les acusa de ello en el capítulo 2; dice que su hipocresía era realmente malvada y su influencia estaba haciendo que otros se desviasen:

"Mas vosotros os habéis apartado del camino; habéis hecho tropezar a muchos en la Ley... " (Malaquías 2:8a)

"Les estáis diciendo cosas que están mal, porque ni siquiera sabéis que están mal". Este es el horrible aspecto de esta clase de vida.

A continuación Dios les acusa de haber fracasado en sus principios morales. Habían empezado a contraer matrimonio con personas de otras tribus de alrededor, y se habían olvidado de que Dios les había llamado para que fuesen un pueblo especial, por lo que el divorcio prevalecía en la tierra:

Pero aún hacéis más: Cubrís el altar de Jehová de lágrimas, de llanto y de clamor; así que no miraré más la ofrenda, ni la aceptaré con gusto de vuestras manos. (Malaquías 2:13)

Y ellos preguntan: "¿Por qué no acepta esto?":

Porque Jehová es testigo entre ti y la mujer de tu juventud, con la cual has sido desleal, aunque ella era tu compañera y la mujer de tu pacto. ¿No hizo él un solo ser, en el cual hay abundancia de espíritu? ¿Y por qué uno? Porque buscaba una descendencia para Dios. Guardaos, pues, en vuestro espíritu y no seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud. Porque dice Jehová, Dios de Israel, que él aborrece el repudio... (Malaquías 2:14b-16a)

Suena como algo que sucede actualmente, ¿no es cierto? Malaquías tuvo que realizar su ministerio en una nación en la que el divorcio estaba muy extendido y, mas que eso, entre una sociedad en la que la confusión moral y el cinismo imperaban. El profeta dice:

Habéis hecho cansar a Jehová con vuestras palabras. (Malaquías 2:17a)

Ellos se sienten asombrados ante esta acusación y dicen:

"¿En qué le hemos cansado?". (Malaquías 2:17c)

La respuesta es bastante contundente:

En que decís: "Cualquiera que hace mal, agrada a Jehová... " (Malaquías 2:17d)

Hace poco me encontré con un artículo que sugería que la obscenidad, la pornografía, la libre expresión del lenguaje vulgar y de las palabras sucias (y otras cosas), era bueno que se expresase libremente, y que era malo suprimir esa clase de lenguaje o censurarlo en nuestra literatura. Otro artículo decía que la disciplina de los padres era algo malo, que perjudica a los hijos y acaba con su motivación, eliminando su habilidad para desarrollarse debidamente.

Cosas así reflejan claramente la confusión moral de nuestros días, y esto es siempre el resultado cuando una nación ofrece menos que un amor ferviente a Dios, cuando cree que el ritualismo y los formulismos pueden satisfacer al corazón del Eterno. Estas personas preguntaban:

"¿Dónde está el Dios de justicia?". (Malaquías 2:17f)

¿Dónde está el Dios de justicia? ¡La verdad es que cualquiera puede hacer lo que le venga en gana sin consecuencias! ¿Qué quieres decir? Que no hay normas y que todo es relativo. No hay un Dios de justicia que diga lo que está bien y lo que está mal. Como vemos, nos creemos que todo esto es nuevo, pero incluso cuatrocientos años antes de Cristo, este ya era un tema antiguo.

A continuación viene la gran profecía que ya hemos examinado. Malaquías eleva sus ojos y ve que el corazón de este pueblo está tan endurecido que ni siquiera reaccionan frente a las acusaciones que les hace Dios. No eran conscientes de que estaban sucediendo estas cosas porque no tenían punto de referencia. Así que el profeta, mirando a lo largo de lo que resultaron ser cuatrocientos años, dice: "El Señor se ocupará de esto. Os enviará a Uno que os despertará, Uno que os dirá la verdad. Será como el fuego purificador, quemando la hipocresía y la indiferencia exterior de vuestra religión para llegar al fondo mismo del corazón. Será como la lejía para los que están dispuestos. Él les limpiará y enderezará la situación. Podréis reconocerle porque ante él irá un mensajero para preparar el camino, y de repente vendrá a Su templo". Y, desde luego, todo ello se cumple de manera maravillosa en el Nuevo Testamento.

Luego viene otra serie de acusaciones en las que el Señor habla de nuevo acerca de sus vidas y les dice:

"¡Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros!, ha dicho Jehová de los ejércitos". (Malaquías 3:7b)

Y el pueblo dice: "¿En qué hemos de volvernos? No hemos ido a ninguna parte. ¿Qué quieres decir con eso de que volvamos? Te estamos sirviendo en el templo, te estamos llevando los sacrificios y las ofrendas adecuadas y estamos llevando a cabo este ritual tal y como lo estableciste. ¿Qué quieres decir con que volvamos a ti?". Mediante esta respuesta dejan muy claro la ceguera de sus corazones. No se daban cuenta de que, aunque la forma exterior era correcta, su corazón se hallaba alejado de Dios.

Entonces Dios les dice: "Me estáis robando"; a lo que ellos contestaron: "¿De qué modo te estamos robando?". La respuesta de Dios es: "¡En los diezmos y en las ofrendas! Toda la nación me está robando, y estáis usando el dinero con el que os bendije para vuestros propios fines. Traed todo el diezmo al tesoro, y haya alimento en mi casa". Ahora bien, con frecuencia se arranca este versículo del Antiguo Testamento y se usa para establecer una norma legalista en las ofrendas de la iglesia, como si esta fuese un tesoro o un almacén, pero eso es distorsionar el sentido. Este versículo fue dirigido a Israel, dentro de los límites del sistema bajo el cual vivía Israel en los tiempos del Antiguo Testamento, pero con todo y con eso el principio sigue siendo justo. No debemos nunca tomar todo aquello con lo que Dios nos ha bendecido y usarlo para mejorar nuestra vida.

Y Dios dice: "Cuando hacéis eso, me estáis robando. Me estáis robando de mi derecho a usarlo para avanzar mi causa. Para eso es para lo que está aquí el hombre. Es muy posible que todos nosotros como cristianos seamos muy superficiales en cumplir con nuestras obligaciones religiosas en la iglesia y, sin embargo, llevar una vida en la que lo único que hacemos es ocuparnos de nuestros propios fines egoístas. Hasta es posible que los convirtamos en realidad y que lleguemos a la cima, pero un día tendremos que estar ante la presencia de Aquel que dice: "Durante toda vuestra vida me habéis robado de mi derecho a ser yo mismo en vosotros". Por eso es por lo que el llamamiento del Nuevo Testamento es presentar nuestros cuerpos como sacrificio vivo ante Dios; para eso es para lo que estamos aquí. Para eso hemos sido llamados, y cualquier otra cosa es robarle a Él de Su herencia en los santos.

Continúa acusándoles de cometer otras ofensas:

"Vuestras palabras contra mí han sido violentas, dice Jehová. Y todavía preguntáis: ꞌ¿Qué hemos hablado contra ti?ꞌ". (Malaquías 3:13)

Y la clara respuesta es:

"Habéis dicho: ꞌPor demás es servir a Diosꞌ". (Malaquías 3:14a)

"¿Qué provecho sacamos de guardar su ley y de andar tristes delante de Jehová de los ejércitos?". Suena como una frase conocida, ¿no es cierto? "Bueno, si yo he estado intentando servir al Señor. Hace diez años que soy cristiano y aún no le he sacado ningún provecho". Esto delata la filosofía de que Dios existe para el hombre y no el hombre para Dios, lo cual es una verdadera blasfemia. Esa es una cara de la moneda.

Pero, empezando con el versículo 16 del capítulo 3, hay un maravilloso y pequeño foco que se vuelve sobre el remanente que vive complaciendo a Dios. Gracias a Dios que siempre hay un pequeño grupo y que el foco de Dios siempre les encuentra. Se les describe de la siguiente manera:

Entonces los que temían a Jehová hablaron entre sí. Jehová escuchó y oyó, y fue escrito ante él un memorial de los que temen a Jehová y honran su nombre. (Malaquías 3:16)

Luego hallamos este precioso versículo:

"Serán para mí especial tesoro, dice Jehová de los ejércitos, en el día en que yo actúe. Los perdonaré como un hombre perdona al hijo que le sirve. Entonces os volveréis y discerniréis la diferencia entre el justo y el malo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve". (Malaquías 3:17-18)

Fíjense muy bien en las dos cosas que señalan a los que son fieles en el día de la apostasía. En primer lugar, hablaron entre sí, y esto no quiere decir simplemente que hablasen el uno al otro, sino que lo hacían con absoluta transparencia y sinceridad, compartiendo el uno con el otro, animándose unos a otros, confesando sus puntos debiles y orando el uno por el otro, permitiendo que los demás viesen cómo eran exactamente. Ah, sí, pero eso era a nivel horizontal, ¿verdad? Pero también estaba el nivel vertical: pensaban en Su nombre, que es siempre el gran recurso del pueblo de Dios.

El nombre de Dios representa todo lo que Él es, de la misma manera que el nombre de cada uno de nosotros representa lo que somos. Al firmar un cheque, todo cuanto somos queda en la línea junto a la cantidad del cheque por el hecho de haber puesto nuestro nombre. Aquellos hombres pensaban en el nombre de Dios. No pasa ni una semana en que no inunde mi mesa una gran cantidad de propaganda, en la que me dicen lo que está mal en la iglesia, analizando sus debilidades y presentándome algunos de los artefactos o artilugios que servirán para eliminar de la vida cristiana la sangre, el sudor y las lágrimas. Actualmente nos estamos viendo asaltados por soluciones a los problemas de la debilidad de la iglesia que no son en realidad soluciones.

Aquí está la respuesta a la debilidad de la iglesia: "honrar su nombre", echar mano de los recursos de Dios. Podemos eliminar de la iglesia todos sus soportes, sus edificios, sus ayudas visuales, sus comités, sus programas y todo lo demás, pero si tenemos a un pueblo que se ha acostumbrado a echar mano y a apoyarse en el nombre de Dios, no habremos perdido nada, y eso es precisamente lo que necesita escuchar una vez más en esta era.

Hace poco alguien sugirió que si introdujésemos algunas de las maravillas electrónicas que están actualmente disponibles a los negocios, la tarea de predicar el evangelio se podía realizar de manera electrónica, y en cuestión de pocos años se convertiría el mundo entero y habríamos llevado a cabo nuestra labor, de manera electrónica. También he oído la sugerencia que lo que necesitamos hacer es tomar las palabras de los himnos y usar música popular o música rock para acompañarlas, y eso es lo que necesita la iglesia. Sé que son muchos los que estarían de acuerdo con este enfoque, porque dicen que necesitamos captar el espíritu de la época en la que vivimos y movernos con ella, siendo más modernos porque es el elemento que falta. ¡Ay, no! No es así; el elemento que falta es Dios. Hemos de pensar en Su nombre y contar con Su poder. La iglesia no es nunca más fuerte que cuando en su más absoluta debilidad depende de los recursos de Dios y avanza dependiendo de Él.

Ahora el profeta eleva sus ojos para ver de nuevo ese día que vendrá, y no solo el día 400 años después, cuando el Señor Jesús estaría en la tierra, sino incluso más allá, pasando por encima de la vasta extensión de los siglos, a la segunda venida de Cristo, cuando se cumplirá todo el programa de Dios:

"Ciertamente viene el día, ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa. Aquel día que vendrá, los abrasará, dice Jehová de los ejércitos, y no los dejará ni raíz ni rama. Mas para vosotros, los que teméis mi nombre, nacerá el sol de justicia y en sus alas traerá salvación". (Malaquías 4:1-2a)

Esa es una causa que tiene dos efectos. Saldrá el Sol de Justicia. Y los que le rechazan serán quemados, pero para aquellos que le reciben, habrá salvación. Es el mismo Hijo.

"Saldréis y saltaréis como becerros de la manada. Pisotearéis a los malos, los cuales serán ceniza bajo las plantas de vuestros pies en el día en que yo actúe, dice Jehová de los ejércitos. Acordaos de la ley de Moisés, mi siervo... Yo os envío al profeta Elías antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y castigue la tierra con maldición". (Malaquías 4:2b-6)

Recordarán ustedes que fue el último versículo el que causó problemas a los discípulos, y le dijeron al Señor: "¿Cómo es que la profecía dice que primero tendrá que venir el profeta Elías?", y el Señor les responde: "Elías vino ya, y no le reconocisteis". Viendo el asombro en sus rostros, les dijo claramente que fue Juan el Bautista el que vino "con el espíritu y el poder de Elías" (Lucas 1:17b), y cumplió el ministerio durante la primera venida; pero lo expresó de tal manera como para dejar clara la inferencia de que el profeta Elías todavía habría de venir antes de la segunda venida (Mateo 17:10-13). Muchos identifican a los dos testigos en el capítulo 11 de Apocalipsis como Elías y Moisés. Hasta qué punto esto es verdad, dejaré que ustedes lo decidan, pero al menos aquí tenemos la sugerencia de que de algún modo extraordinario Dios tiene la intención de suplir un ministerio como el de Elías antes de la segunda venida del Señor Jesús.

Fíjense bien en esto último. No carece de significado que al final de los escritos del Antiguo Testamento, la última palabra sea "maldición". Sin embargo, no es una predicción exacta, sino mas bien una advertencia. Esta profecía comienza diciendo "Yo os he amado, dice Jehová", y acaba con la advertencia de que si no se recibe el mensaje de amor, el resultado será la maldición. Comparen ustedes esto con la última palabra del Nuevo Testamento. Dejando a un lado el saludo final, es el nombre de Jesús, del Señor Jesús: "¡Ven, Señor Jesús!".

Esa es la respuesta de Dios a la maldición, ¿verdad? Es Su solución a la maldición de la ley. Él nos ha redimido de la maldición de la ley, haciéndose maldición por causa nuestra. Por lo tanto, la solución de Dios es la gracia y el amor que se derrama, produciendo aún más bendición, trayéndonos a la luz del conocimiento de Cristo. Toda la bendición que representa ese nombre ha de ser nuestra, y por eso es por lo que la tarea del cristiano es aprender a pensar en Su nombre.

Oración

Nuestro Padre celestial, gracias por este recordatorio del mal de ser superficiales en nuestra fe, de ser falsos, hipócritas y de estar aburridos con nuestra fe. Señor, ayúdanos a saber que Tu corazón de amor no está nunca satisfecho hasta que no consigue una reacción de amor por nuestra parte; que amemos al Señor nuestro Dios. Ayúdanos a amarle con pureza, con gozo y sinceridad, y a recordar que Tu nombre es nuestro recurso apropiado en todas las situaciones. Lo pedimos en el nombre de Cristo. Amén.