Man Pondering in Search for Meaning
Cosas que no funcionan

Ah, el dulce misterio de la vida

Autor: Ray C. Stedman


La sección del libro de Eclesiastés a la que llegamos esta mañana trata de los misterios y extraños enigmas que se nos presentan en muchas de las situaciones por las que pasamos en la vida, las situaciones que nos llevan siempre a hacernos reiteradamente las preguntas: "¿Por qué? ¿Por qué me tiene que ocurrir esto?".

Algunos de ustedes que han sido jóvenes al mismo tiempo que yo recordarán la canción de Victor Herbert, escrita hace muchos años: Ah, el dulce misterio de la vida. Su solución a la cuestión del misterio de la vida era el amor: “Pues sólo amor es lo que el mundo busca; y sólo con amor se puede corresponder”. Pero nuestro Buscador, el rey Salomón, en su investigación para entender los misterios de la vida, no está de acuerdo con eso. Él descubrió que el secreto de la vida es que ésta tenga significado, que tenga sentido, la sensación de satisfacción con la propia vida. Ahí es donde está la respuesta.

Esta sección, comenzando con el verso 16 del capítulo 8, marca la última de las cuatro divisiones mayores del libro de Eclesiastés. Desde aquí hasta el final del libro el autor no nos aporta nada nuevo, sino que simplemente repite y amplía la declaración que ha venido haciendo, que el sentido de la vida sólo se encuentra en un contacto diario con el Dios vivo. En esta sección nos recordará que hemos de tomar la vida tal como viene, y no hemos de tratar de entender todo sobre ella. Aquí nos da cuatro buenas razones para no intentar resolver todos los problemas ni contestar todas las preguntas que la vida nos plantea.

La primera razón se encuentra al final del capítulo 8, comenzando con el verso 16:

Yo, pues, dediqué mi corazón a conocer sabiduría y a ver la faena que se hace sobre la tierra (porque hay quien ni de noche ni de día retiene el sueño en sus ojos); y he visto todas las obras de Dios, y que el hombre no puede conocer toda la obra que se hace debajo del sol. Por mucho que trabaje el hombre buscándola, no la hallará; y aunque diga el sabio que la conoce, no por eso podrá alcanzarla. (Eclesiastés 8:16-17)

La afirmación del Buscador es bastante clara: la vida es demasiado complicada, demasiado vasta, demasiado llena de elementos conflictivos para que cualquiera de nosotros sea capaz de descifrar todas las respuestas. Ni siquiera trabajando sin descanso resolveremos todos los misterios de la vida. Aunque estemos despiertos noche y día cavilando, intentando entender los complicados acontecimientos que provocan las circunstancias de nuestras vidas, nunca los comprenderemos del todo.

La Biblia no estigmatiza el intento de entender la vida. Más bien, por todas las Escrituras se anima a la persecución del conocimiento. Nunca debemos adoptar la actitud de anti-intelectualismo que caracteriza a algunos segmentos de la cristiandad hoy día. La mente sí que importa. Hemos de razonar y pensar sobre lo que Dios está haciendo y lo que la vida nos da. Pero debemos siempre recordar, como se argumenta claramente aquí, que no importa cuanto intentemos reflexionar sobre la vida, los misterios permanecerán. No tenemos suficientes datos, ni suficiente capacidad para ver la vida en su totalidad y responder todas las cuestiones. Debemos conformarnos con cierto grado de misterio.

Aunque estas palabras fueron escritas por el hombre más sabio del mundo antiguo, un hombre que había ganado una reputación de sabiduría a lo largo de su entero reinado como rey de Israel, sin embargo, admite que el hombre no puede saber todas las respuestas. Incluso dice que la diligencia en esta labor no desentrañará los misterios de la vida: “Por mucho que trabaje el hombre buscándola, no la hallará”. Nos quedaremos todavía frunciendo el ceño, rascándonos la cabeza, preguntando el eterno “¿Por qué?”.

Incluso cuando los hombres afirman conocer la respuesta a lo que nos pasa, en realidad sólo se están engañando a sí mismos. Esta es una declaración tremenda. Mucha gente no está dispuesta a aceptar la veracidad de las Escrituras hasta que puedan entender todo lo que hay en ellas. Pero si ustedes están esperando a eso, nunca lo harán. Aunque este libro fue escrito hace casi 2.500 años, todavía es cierto que, incluso en nuestra era de conocimientos avanzados, nadie puede encontrar todas las respuestas.

En la actualidad, muchos esperan que las computadoras resuelvan los misterios de la vida. La gran esperanza de la humanidad hoy parece centrarse alrededor de este importante invento, la computadora, con su capacidad de hacer muchísimo más de lo que la sola mente humana puede comprender. Yo no estoy denigrando la maravilla de la ciencia informática que ha cambiado totalmente el curso de nuestra era. Pero ni siquiera estas grandes computadoras, con su capacidad de comprimir el conocimiento en microchips que contienen información que en un tiempo sólo podía contenerse en bibliotecas enteras, van a resolver los problemas de la vida. Sencillamente, la vida es demasiado complicada.

Cuando usted piensa sobre su propia vida, sobre cuantas de las cosas que le han pasado han sido determinadas por eventos sobre los cuales usted no tenía control, y que tenían que concatenarse de una determinada manera antes de que pudieran llegar a pasar alguna vez, eventos que usted no pudo haber anticipado, entonces usted puede ver lo verdaderas que son estas palabras. Nadie puede encontrar todas las respuestas. Luis Palau ha enfatizado a menudo los muchos sucesos que tuvieron que coincidir juntos para que él y yo nos hubiéramos encontrado alguna vez, hace casi un cuarto de siglo, en una ciudad del norte de Argentina. Nos conocimos de una manera bastante simple; sin embargo, eso cambió nuestras vidas. Ese encuentro al final lo lanzó a un ministerio evangelizador mundial, y miles y miles han venido a Cristo como resultado. ¿Cómo pudo ocurrir eso? Por lo que respecta a Luis, todo dependió de una decisión simple sobre si ir o no ir a una reunión una noche. ¿Cómo podemos entender esa extraña fusión de simplicidad y complejidad? El Buscador argumenta que la vida es demasiado complicada para que nosotros alguna vez contestemos todas las preguntas y entendamos todos los misterios. Debemos aprender a clamar con el apóstol Pablo: ”¡Profundidad de las riquezas, de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos!” (Romanos 11:33).

El Buscador tiene un segundo argumento, en el capítulo 9, verso 1, el cual refleja esa misma filosofía que acabamos de citar de Pablo:

Ciertamente me he dado de corazón a todas estas cosas, para poder declarar que los justos y los sabios, y sus obras, están en la mano de Dios. Y que los hombres ni siquiera saben qué es amor o qué es odio, aunque todo está delante de ellos. (Eclesiastés 9:1)

“He estado meditando sobre esto, observando, buscando y pensando en ello”, dice. “He llegado a la conclusión de que, aunque pudiéramos entender que estamos en las manos de Dios, sin embargo, es difícil deducir de las cosas que nos pasan si tenemos su aprobación o no.”

Esto ha sido afirmado ya varias veces en este libro. Vimos que la prosperidad no siempre es señal de que Dios esté particularmente contento con uno; incluso los malvados prosperan a veces. La adversidad, por otro lado, no siempre es una señal de que usted esté siendo castigado por Dios. El libro de Job es una prueba de eso. Los tres atormentadores de Job, a quienes él llamaba sus “amigos”, estaban convencidos de que lo que le estaba pasando era una señal de que Dios estaba enojado con él, y lo estaba castigando por sus pecados. Pero al final del libro queda claro que estaban totalmente equivocados al juzgarle. Todo el sufrimiento, todos los problemas personales, no vienen siempre ―aunque algunas veces lo hacen― como resultado de la desaprobación de Dios por cosas de nuestras vidas.

Así que, de nuevo hemos de aprender a convivir con el misterio. No somos lo bastante inteligentes; no vemos lo suficiente; no entendemos lo suficiente. Ninguno de nuestros elogiados equipos tecnológicos contestará todas las preguntas. Al final, debemos estar de acuerdo con las palabras de Dios: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos ni vuestros caminos mis caminos” (Isaías 55:8). Esa es una de las lecciones más difíciles de aprender en la vida. Nosotros pensamos que porque Dios nos dice ciertas cosas de Sí mismo, podemos descifrar lo que va a hacer. Debemos resistirnos a eso; no podemos. “Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos y mis pensamientos, más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:9). Dios nunca traicionará Su carácter; nunca contradirá lo que dijo. Simplemente no somos suficientemente listos como para presuponer o entender.

Comenzando en la última parte de este verso 1 y discurriendo hasta el verso 6, hay una sección en la que el Buscador confronta la muerte como el misterio más determinante de la vida. Esta es una sección bastante lúgubre. Al leer este libro muchos de ustedes, quizá, han notado que el autor parece estar preocupado con el pensamiento de la muerte. Actualmente no estamos acostumbrados a eso. Vivimos en un tiempo en que la gente está muy ocupada intentando olvidar la muerte. Hemos diseñado toda clase de medios por los cuales podemos, al menos temporalmente, mantener la ilusión de que la vida va a durar para siempre. Pero las Escrituras son muy sinceras y realistas respecto a la vida; consecuentemente, a menudo encaran el hecho de la muerte. Vemos eso en este pasaje:

… aunque todo está delante de ellos. Todo acontece a todos de la misma manera; lo mismo les ocurre al justo y al malvado, al bueno, al puro y al impuro, al que sacrifica y al que no sacrifica; lo mismo al bueno que al pecador, tanto al que jura como al que teme jurar.

Este mal hay entre todo lo que se hace debajo del sol: que un mismo suceso acontece a todos, y que el corazón de los hijos de los hombres está lleno de mal y de insensatez durante toda su vida. Y que después de esto se van con los muertos. (Eclesiastés 9:1b-3)

Su declaración es, básicamente, que la muerte es la gran igualadora. No importa si somos justos o injustos, buenos, malos o indiferentes, la muerte va a llegarnos a todos. La muerte es la gran prueba de que hay algo malo en la humanidad; nos fuerza a enfrentarnos con la realidad.

Como pastor, he notado que alguna gente, especialmente los no cristianos, se encuentran muy incómodos en los funerales. Están nerviosos y crispados; quieren acabar con el asunto rápidamente y volver a su bar local, a su confortable sala de estar o a lo que sea. Observando ese fenómeno, me he preguntado a mí mismo: "¿Qué tienen los funerales que los ponen tan nerviosos?". La respuesta a la que llegué es que un funeral es un acontecimiento donde uno ya no puede escapar de la realidad definitiva. Un funeral es la prueba de que no estamos en control de nuestras propias vidas. Muy pocos de nosotros elegiría morir si tuviéramos algún modo de evitarlo; en cambio, va a haber un final de nuestra existencia. Esto es lo que hace a la gente sentirse incómoda e impaciente por volver a las cómodas ilusiones de la vida.

El hecho de que la muerte les llega a ambos, al bueno y al malo, según se argumenta aquí, nos fuerza a encararnos con el mal dentro de nosotros. Fíjese a donde llega el Buscador: “... el corazón de los hijos de los hombres está lleno de mal y de insensatez durante toda su vida” (verso 3b). Esa es la razón de la muerte. Según las Escrituras, la muerte viene a causa del pecado: “el pecado entró en el mundo... por cuanto todos pecaron" (Romanos 5:12). La muerte se extendió por toda la humanidad porque hay maldad en nosotros.

Nuestra propia muerte personal es la rigurosa y dura clavija cuadrada que se niega a encajar en todos los huecos redondos que planeamos para nuestro futuro; es la arena en nuestra ostra que nos irrita y hace que nuestros espíritus protesten contra ella. ¿Por qué aprender todas estas grandes lecciones de la vida y, justo cuando ya las hemos aprendido, tenemos que dejarlas y no hay oportunidad de ejercitarlas? Hay algo en eso que nos hace clamar.

Si nos han educado para que creamos la que es la mentira universal de nuestra época, que se nos está lanzando todo el tiempo a través de los medios de comunicación: que merecemos vivir, entonces este final de la vida que constantemente se aproxima a nosotros nos recuerda que no es así. A los ojos del Dios del universo, no merecemos vivir. Permitirnos vivir más allá de la muerte es un regalo de la gracia de Dios, no algo que hemos ganado por nosotros mismos. Algo en nosotros merece morir; eso es lo que la universalidad de la muerte declara. Ese hecho es lo que hace a todo el mundo esencialmente religioso. Por esto es por lo que el hombre no puede vivir como un animal. Incluso aquellos que sostienen el ateísmo, un intento de actuar y vivir como si no hubiera Dios, dan pruebas de vez en cuando de que realmente no creen eso. Más allá de la muerte hay algo o alguien, no saben qué o quién, esperándolos, de modo que no pueden estar a gusto con la idea del ateísmo. Ellos tienen que encontrar alguna respuesta a los problemas de la vida, y la muerte es lo que les fuerza a buscar.

Me topé el otro día con un artículo de Brooks Alexander, del grupo Spiritual Counterfeits de Berkeley, que contenía una afirmación maravillosa sobre este mismo tema de la muerte. Déjenme compartirlo con ustedes:

Del mismo modo que la muerte es, humanamente hablando, una separación final y total, así mismo la conciencia de ese final destruye nuestros intentos de encontrar algún sentido o valor al patrón de la vida aquí y ahora.

Cuando la gente intenta vivir sólo para esta vida, cuando todos sus valores están centrados aquí y no ven nada más allá de esto, nunca son capaces de resolver ninguno de los enigmas o interrogantes de la vida. Lo que constantemente se entromete es el hecho de la muerte; no pueden encontrar ninguna filosofía final que les consuele o satisfaga cuando piensan en la muerte.

Brooks Alexander continúa:

Mientras esa entropía final vuelve reptando a la totalidad de nuestras experiencias, nos trae con ella una certeza de rompimiento, ansiedad y alineación que penetra hasta el corazón de nuestro ser. Toda religión, en ultima instancia, es un intento de asumir la fragmentación generalizada e insidiosa de nuestras vidas que es inducida por la cierta prospectiva de la muerte.

De algún modo sentimos esto incluso aunque no hablemos de ello. Tenemos que intentar encontrar una respuesta, y eso es lo que nos hace religiosos. Y sigue:

La humanidad no puede, por tanto, eludir una reacción religiosa a su condición, porque los individuos humanos nunca pueden escapar al hecho de que deben morir. Esta reacción religiosa es específicamente una búsqueda a tientas de algún fundamento unificador que nos haga capaces de captar una desconocida armonía más allá de la frágil desintegración de significado que rompe todas nuestras esperanzas y placeres.

Estas penetrantes afirmaciones simplemente significan que estamos inquietos e infelices hasta que encontramos una respuesta más allá de nosotros mismos que dé algo de unidad a nuestra vida presente y a la que pueda seguir. Por consiguiente, nos convertimos en seres religiosos. Este ha sido un pasaje bastante triste, lo admito, pero lo debemos afrontar si hemos de ser realistas acerca de lo que pasa.

Fíjese cómo continúa el Buscador:

Aún hay esperanza para todo aquel que está entre los vivos, pues mejor es perro vivo que león muerto.

Porque los que viven saben que han de morir, pero los muertos nada saben, ni tienen más recompensa. Su memoria cae en el olvido. También perecen su amor, su odio y su envidia; y ya nunca más tendrán parte en todo lo que se hace debajo del sol. (Eclesiastés 9:4-6)

Esto, por supuesto, no significa que no haya vida después de la muerte. Esto está claramente escrito desde la perspectiva de esta vida “debajo del sol”. Desde esa perspectiva, cuando la gente muere no puede volver; todo el encanto, el gozo, la satisfacción, la paz y la felicidad que esta vida puede proporcionar se acaba para siempre una vez que la abandonamos. No hay discusión sobre eso, y eso es todo lo que esto está declarando. Así que, si vamos a sacar algo de la vida, si nuestra existencia presente ha de tener ciertamente algún significado, se tiene que encontrar ahora; ese es su argumento. No desperdicie su vida; no corra tras toda experiencia excitante, tras todo placer vano que la vida pueda presentarle, intentando perderse en un carrusel de olvido. Use la vida; ese es su argumento. Vívala plenamente, descubra su propósito ahora, pues cualquiera que sea el significado de la vida debe ser hallado ahora.

Así que no tenemos que buscar la comodidad sino el significado. ¿Para qué vive usted? Esa es la cuestión. ¿Para qué muere? ¿Cuál es el propósito de su existencia? Yo urgiría a todos a que individualmente llegáramos a una respuesta a eso. ¿Por qué está usted aquí? ¿De qué trata todo esto? Si la vida tiene algún propósito, debe definitivamente encontrarse en lo que sucede ahora. La intención de este libro es llevarnos a contestar eso, ayudarnos a ver cuál es ese propósito. Una vez más, el Buscador llega a la conclusión a la que ha llegado ya muchas veces en este libro, pero que expresa más plenamente en los versos 7 al 10:

Anda, come tu pan con gozo y bebe tu vino con alegre corazón, porque tus obras ya son agradables a Dios. Que en todo tiempo sean blancos tus vestidos y nunca falte perfume sobre tu cabeza. Goza de la vida con la mujer que amas, todos los días de la vida vana que te son dados debajo del sol, todos los días de tu vanidad.

Ésta es tu recompensa en la vida, y en el trabajo con que te afanas debajo del sol.

Todo lo que te venga a mano para hacer, hazlo según tus fuerzas, porque en el seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo ni ciencia ni sabiduría. (Eclesiastés 9:7-10)

“Seol” significa “la tumba”. No significa "infierno", al menos en esta referencia. Significa "la tumba", el fin de la vida.

El verso 7 es de lo más notable porque en él hay una afirmación de lo que llamamos en el Nuevo Testamento el “Nuevo Pacto”, la nueva provisión de Dios para vivir. En el Nuevo Testamento resulta claro que Dios nos ha dado un regalo de aprobación, de justicia. A causa de que la tenemos ya por fe, somos liberados; ya no tenemos que luchar en vano para intentar agradar a Dios; vivimos de un modo que sí que le complace, porque ya hemos sido aceptados y aprobados por Él.

Fíjese lo claramente que se declara aquí en el verso 7: “Anda, come tu pan con gozo y bebe tu vino con alegre corazón, porque tus obras ya son agradables a Dios”. Esto es un reconocimiento, incluso en el Antiguo Testamento, de una relación de justicia que ya ha sido establecida. Es verdad que esa base se fundó en la venida a este mundo de nuestro Señor en la época de Navidad, y con Su subsecuente muerte y resurrección. Sin embargo, se aplica a toda la gente del Viejo Testamento, del mismo modo que a la del Nuevo, los cuales tuvieron fe en lo que Dios declaró, que creyeron en Su palabra y, así se les otorgó el don de la justicia como a nosotros. Aquí el Buscador lo toma como base real de la vida; si usted quiere encontrar sentido a su vida, si quiere encontrar un significado profundo, paz y satisfacción, esta es la base para ello: Crea en lo que Dios le ha dado ya, y entonces, sobre esa base, viva la vida plenamente. Llénela con todo lo que es de valor y razón.

Que en todo tiempo sean blancos tus vestidos y nunca falte perfume sobre tu cabeza. (Eclesiastés 9:8)

Los vestidos blancos son un símbolo de justicia práctica en las Escrituras, de buenas obras que manan de esta nueva relación que ya es realidad. Que nunca falte perfume en tu cabeza. El aceite (perfumado) es siempre el símbolo del Espíritu Santo obrando. Así que aquí hay una vida llena del Espíritu, llena de buenas obras, fluyendo de la consciencia de que ya hemos sido aceptados por Dios. Esa es la nueva base para vivir. De eso es de lo que habla Pablo en Romanos: “El pecado no se enseñoreará de vosotros, pues no estáis bajo la Ley [con su exigencia de estar a la altura antes de que Dios nos acepte], sino bajo la gracia [que es Su maravillosa provisión de justicia como regalo]" (Romanos 6:14). Le pertenece a usted para que la tome, aunque no la merezca, y por ella se le considera plenamente aceptado y amado por Dios.

Así que la vida recta es lo que sigue a eso, y así él nos anima aquí a vivir una vida normal. Goce de la vida con la mujer que ama, todos los días de su vida; a Dios le gusta eso. Él dispuso el matrimonio por esa misma razón, y es correcto disfrutar de la plenitud del matrimonio, su compañía, sus gozos conyugales. Y luego, disfrute el trabajo que Dios le dio. El trabajo no es una maldición; no es algo que estamos obligados a hacer para sobrevivir. El trabajo es una bendición. En estos días de desempleo creciente, muchos han redescubierto el hecho de que es algo agradable tener un trabajo que hacer. Hágalo con todas sus fuerzas; esa es la manera de disfrutarlo. Vuélquese en él; no lo haga solamente lo mejor que pueda, con el fin de volver a casa y empezar a divertirse. El dicho de esta época es: “El espíritu está dispuesto, pero la carne está lista para el fin de semana”. Muchos de nosotros vivimos o buscamos vivir de esa manera, pero esa no es la manera bíblica. La postura bíblica es que el trabajo nos es dado como un regalo de Dios; así que disfrútelo; hágalo con todo su empeño, porque es un regalo de Dios para usted. ¿Vivimos de esta forma?

Nosotros que somos cristianos, que conocemos la realidad del regalo de justicia y hemos descubierto el secreto de la satisfacción, de ser capaces de lidiar incluso con las situaciones difíciles por tener el gozo que Dios nos imparte con Su presencia en nuestro interior, ¿hemos empezado a vivir de esta manera?

Tengo que preguntarme a mí mismo. ¿Hay un aura de paz alrededor de todo lo que hago? Cuando la gente me mira a los ojos, ¿ven un corazón en reposo, en paz? Cuando le miran a los ojos, ¿ven eso? Mire los ojos de la gente que llena las tiendas en este tiempo de bullicio comercial y verá, muy a menudo, vacío, soledad, tristeza y ansiedad. Pero los cristianos están llamados a ser la manifestación de un modo de vida diferente, de un secreto que los demás no saben. Ha de haber calma, una paz, una constatación acerca de nosotros de que no importa lo que pase, nunca va a ser demasiado malo o demasiado difícil, porque tenemos con nosotros a un Dios que nos hará capaces de sobrellevarlo. ¿Vemos la vida de esa manera?

¿Cómo se toma usted el hecho de que su muerte se está acercando? ¿Tiene usted algún sentimiento de expectación hacia ella, con la conciencia de que más allá de la muerte está la explicación final de todas las preguntas inexplicadas y sin contestar de la vida? Yo me hice cristiano cuando tenía 11 años. Como todos los jóvenes, me enfrentaba a la vida con sentimientos mezclados de expectación y miedo. Pero siempre he deseado una cosa, que era llegar a viejo. Dios ha respondido a esa oración. Ahora, al acercarme al final, puedo decir que mirar hacia adelante es un tiempo lleno de la feliz expectativa de que Dios va a contestar todas las preguntas que he tenido que dejar sin respuesta, porque el significado pleno de esta experiencia presente nunca será revelado hasta que la muerte intervenga. Entonces llegarán todas las respuestas abundantemente, satisfactoriamente, plenamente.

Esa es la perspectiva cristiana de la vida. Si sucumbimos al punto de vista vano de los mundanos que nos rodean, nosotros también nos encontraremos agitados, frustrados, amargados, enojados y trastornados con nuestras circunstancias. Pero estas palabras nos llevan a comprender que el significado de la vida nunca se puede encontrar intentando resolver todos los problemas. Más bien, es confiando en el Dios Vivo, que sabe lo que está haciendo y está realizando Sus extraños propósitos a través de nuestra existencia, enseñándonos todo lo que necesitamos saber mientras vamos caminando, de modo que nuestros ojos reflejen la paz de Dios y nuestros corazones respondan con alegría a las promesas que esperan la plenitud que aún ha de llegar.

Oración:

Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo y el amor de Dios, nuestro Padre, llenando todos los vacíos de nuestra vida, y la comunión del Espíritu Santo, contestando todas las preguntas sin respuesta, sea nuestra experiencia, no sólo en este día, sino durante todos los días que están por delante. En el nombre de Jesús nuestro Señor. Amén.