Clouds Parting Revealing the Heavens

Devoción del 31 de julio

Dos tronos

Al vencedor le concederé que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.

Apocalipsis 3:21-22

De nuevo, la promesa es compartir el reinado de nuestro Señor. La verdadera iglesia está destinada a reinar con Cristo. Pero nuestro Señor hace aquí una distinción cuidadosa. Él distingue entre Su trono y el trono de Su Padre. El trono del Padre es el gobierno soberano del universo. Dios es soberano sobre todo. El universo entero está bajo Su control. Todos los eventos humanos caen bajo Su jurisdicción. Cuando nuestro Señor hubo vencido, cuando había padecido fielmente hasta el final de Su vida, se sentó en el trono de Su Padre. Cuando ascendió, se sentó a la diestra del trono de Dios (Hebreos 12:2b).

Pero Jesús también tiene un trono. Lo llama mi trono. Al cristiano victorioso se le invita a reinar sobre el trono con Él. En las Escrituras, a ese trono se le llama el trono de David. Cuando el ángel Gabriel se apareció a María, le dijo que tendría un hijo, que sería llamado el Hijo de Dios, y que el Señor le daría el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su Reino no tendrá fin (Lucas 1:32-33). La casa de Jacob es la nación de Israel. Así que ésta es una promesa particularmente relacionada con el tiempo aún por venir, en que Jesús asuma el trono de David e Israel se constituya como cabeza de las naciones. Es el reino del milenio. La iglesia, resucitada y glorificada, va a compartir con Él ese reino. Eso continuará en los nuevos cielos y la nueva tierra. Pero ésta es una promesa particular mirando al reino venidero sobre la tierra, cuando Jesús reine sobre la tierra. Nuestro Señor explicó esto a los discípulos en Mateo: Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido, también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel (Mateo 19:28). No se podría decir más claro, ¿verdad? Ésta es la ampliación de nuestro Señor aquí de esta promesa.

Ahora, por última vez en estas cartas, oímos a nuestro Señor decir: El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias, no lo que las iglesias dicen sobre sí mismas, o al mundo, sino lo que el Espíritu dice a las iglesias. Hemos de recibir la verdad de Dios y dispensarla al mundo. Pero nosotros no originamos la verdad. No nos inventamos las cosas que nos gustaría creer y las propagamos afuera. Somos responsables de oír lo que el Espíritu dice a las iglesias y luego transmitirlo, ya que funcionamos como sal y luz del mundo.

Gracias, Señor Jesús, por la esperanza que me das de sentarme contigo en Tu trono. Dame oídos para oír lo que dices a las iglesias hoy. Amén.

Aplicación a la vida

Al terminar este estudio sobre las cartas a las siete iglesias, ¿qué siente usted que está diciendo el Espíritu a la iglesia de hoy?

Esta devoción diaria fue inspirada por un mensaje de Ray

La iglesia pobre y rica

Lea el mensaje de Ray