Man-made Columns in Ruins Surrounded by God’s Solid Rock

¡Cuidado con esos!

Autor: Ray C. Stedman


Uno de los versículos de los que más se ha abusado en todo el Nuevo Testamento es el versículo 17 del capítulo 6 de 2ª de Corintios. Mucha gente lo teme y lo evita; otros lo usan como una especie de palo para machacar a cualquiera que transgreda alguno de los tabús comunes del fundamentalismo cristiano.

Por lo cual,
«Salid de en medio de ellos
y apartaos, dice el Señor,
y no toquéis lo impuro... » (2 Corintios 6:17a)

Cuando yo era un joven cristiano, este versículo era ampliamente usado por los cristianos para justificar una especie de vida evangélica monástica, un aislamiento total del mundo. Era algo tan artificial y tan mecánico que en realidad dio lugar a que una clase de mundanalidad entrara en la iglesia, envenenando su vida y paralizando su testimonio. Muchas de las revueltas juveniles de hace una década fueron producto de la esterilidad que había en las iglesias a causa del mal uso de este versículo. Esta mañana quiero analizarlo con ustedes en su contexto.

Note especialmente la atmósfera llena de amor en la cual esta exhortación se da. Esto es parte de la descripción de Pablo de lo que él llama “el ministerio de la reconciliación” (2 Corintios 5:18). Este es un ministerio que pertenece a todos y cada uno de los creyentes, sin excepción. Todos estamos llamados a ser “embajadores de Cristo” (2 Corintios 5:20), rogando a los hombres que se reconcilien con Dios, recordándoles que Dios no está imputando transgresiones contra ellos. No está enojado con ellos por sus pecados, sino que les ruega que se vuelvan a Él, para que pueda sanarlos y restaurarlos en Su amor.

Pablo describe la naturaleza de este ministerio en los versículos finales del capítulo 5, poniendo como modelo la conmovedora descripción de su propia vida. Ahora confronta los obstáculos que invariablemente nos derrotarán si no tenemos cuidado de obedecer los requerimientos que nos da. Hay dos de estos obstáculos en este pasaje. Uno se encuentra en los primeros tres versículos, comenzando con el versículo 11: los afectos mezquinos; y el segundo: los compromisos que contaminan, en los versículos 14 y siguientes. Veámoslos. Primero, el problema de los afectos mezquinos:

Os hemos hablado con franqueza, corintios; nuestro corazón os hemos abierto.  No hemos sido mezquinos en nuestro amor por vosotros, pero vosotros sí lo habéis sido en vuestro propio corazón.  Para corresponder, pues, del mismo modo os hablo como a hijos, actuad también vosotros con franqueza. (2 Corintios 6:11-13)

Pablo amaba a esta gente de Corinto, y él ha manifestado este amor hacia ellos de varias formas. Lo ha demostrado, como dice aquí, por dos cosas especiales: “Os hemos hablado con franqueza”, dice. Eso significa que se comunica con ellos; él les contaba lo que estaba pasando en su propia vida; compartía con ellos sus sentimientos, sus luchas, sus fracasos, sus presiones, sus problemas, y les hacía saber dónde estaba. Eso es siempre una señal de amor. Abrirse a alguien es amarle. Por el contrario, cerrarse y no comunicarse es ofender al amor.

Cuando viajo por todo el país, encuentro que éste es probablemente el problema número uno en las iglesias hoy. Los cristianos realmente piensan que está bien estar encerrados en sí mismos, ser personas reservadas, poco dispuestos a comunicar quiénes son y cómo se sienten y dónde están en sus vidas. Esa, por supuesto, es la costumbre del mundo. El mundo nos enseña a ser reservados, a no dejar que nadie vea quiénes somos. Pero necesitamos entender que cuando nos convertimos en cristianos eso es lo que no debemos hacer. Debemos aprender a abrirnos los unos a los otros.

Pablo amaba a estos corintios. Nos dice que manifestaba ante ellos las inequívocas señales del amor: “Os hemos hablado con franqueza… nuestro corazón os hemos abierto”. La franqueza es una señal de comunicación plena. Él se ha abierto a sí mismo con ellos; no les ha escondido nada. Ellos están bien enterados de sus problemas, sus luchas, sus temores e incluso sus fracasos. Les acaba de informar de nuevo de sus peligros y necesidades y, con todo, de los recursos que espera tener para su liberación y apoyo “en el Espíritu Santo, en amor sincero; en palabra de verdad, en poder de Dios” (2 Corintios 6:6b-7a). Comunicarse tan abiertamente con otro es amarle, porque el amor total es compartir totalmente. Ahora él quiere que le correspondan de la misma forma, no para su beneficio, sino para el de ellos.

Aquí está el problema de muchas iglesias en este país. Están llenas de cristianos que no se abren; no comunican sus necesidades y luchas a los demás. No se hablan con franqueza. “Nuestro corazón os hemos abierto”, dice. ¿Qué es lo que quiere decir? Bueno, eso significa que no tiene favoritismo; él incluye a toda la congregación. Él no estaba amando sólo a la gente simpática de entre ellos. Los amaba a todos: a los difíciles, los que tenían dudas, también a los que costaba llevarse bien con ellos. Tampoco había requisitos previos que él exigiera antes de amar a alguien de la congregación. Los aceptaba como a personas. Aunque sabía de sus dudas, sus debilidades, sus angustias, sus fracasos y su resistencia, con todo y con eso, los amaba.

El problema era que no estaba siendo correspondido. Este es un problema en las iglesias, en las vidas individuales, en los hogares, en las familias y matrimonios actuales. Es un fallo en el entendimiento de la naturaleza recíproca del amor. El amor es un camino de doble sentido. Siempre lo es; es inherentemente así. El amor requiere de una respuesta. Pablo los amaba, pero ellos no le correspondían. Estaban cerrados; no reaccionaban; se contenían con frialdad hacia él. Y, ¿cuál era el resultado? Pablo lo dice con una palabra: estaban “restringidos”. ¿Qué significa eso? Significa que estaban limitados; atados; encadenados por ellos mismos; estaban presos en los estrechos límites de sus vidas egoístas. Como resultado, no podían experimentar la riqueza de la vida.

Pues bien, eso es lo que encuentro que está mal en muchos, muchos lugares y entre muchos individuos hoy día. Son cristianos, pero sus vidas son frías y estériles. Están solos muy a menudo. Están aburridos; encuentran que la vida apenas merece la pena de ser vivida. Tienen que luchar por levantarse por las mañanas y forzarse a sí mismos a seguir. ¿Por qué? Pablo pone el dedo en la llaga. No es que no sean amados. Hay gente acercándose a ellos, intentando tratar con ellos y ayudarles, pero ellos no reaccionan, y el amor que no es correspondido no puede avanzar. Ser amado es que le den a uno la oportunidad de adentrarse en una experiencia de la vida más grande y maravillosa; es ser liberado en cierto sentido. Eso es lo que hace el amor. Cuando usted ama a un niño, usted lo libera. Él se relaja, empieza a sentirse él mismo. Todos hemos sentido esto. Así que, ser amados es que nos den la oportunidad de avanzar hacia la libertad, si respondemos. La culminación de esa oportunidad depende de usted. Quien le ama le da esa oportunidad, pero usted la recoge al corresponder.

Por eso es por lo que Pablo suplica aquí a estos corintios: “¡Oh corintios, abridnos vuestro corazón! No estáis restringidos por nosotros. Os restringís vosotros mismos en vuestros afectos. Si queréis de verdad experimentar la riqueza del amor, corresponded cuando seáis amados”. Esta es una de las lecciones más importantes que podemos aprender jamás en la vida. El amor debe corresponder. Cuando es usted amado, ¿qué es lo que hace? ¿Corresponde, o dice: “¡Oh, qué sentimiento tan maravilloso! Espero que sigan amándome”? ¿Espera que se lo den todo, sin una respuesta recíproca de su parte? No, eso es imposible. El amor debe responder. C.S. Lewis dijo algo que es muy útil en este punto:

Amar en lo más mínimo es ser vulnerable.

Eso, por supuesto, es lo que nos reprime de corresponder. Tenemos miedo de correr algún riesgo, y es que lo corremos. Él sigue:

Ama lo que sea, y tu corazón estará continuamente apretado, y posiblemente lo romperán. Si quieres estar seguro de mantenerlo intacto, no debes entregar tu corazón a nadie, ni siquiera a un animal. Envuélvelo cuidadosamente en aficiones y pequeños lujos; evita todo enredo amoroso; enciérralo con llave en el féretro de tu propio egoísmo. Pero en ese ataúd, seguro, oscuro, inmóvil, sin aire, cambiará. No se romperá; se hará irrompible, impenetrable, irredimible. El único lugar fuera del cielo donde puedes estar perfectamente seguro de todos los peligros y perturbaciones del amor es el infierno.

Por eso la gente que no aprende esta gran lección, a amar cuando son amados, viven en un pequeño infierno de su propia creación. Así que Pablo termina esto con esta cariñosa y paternal llamada: “Para corresponder, pues... os hablo como a hijos, actuad... con franqueza”. Si empiezan a corresponder, eso les capacitará para compartirse a sí mismos, a abrirse, a comunicar cómo se sienten, a empezar a responder con afecto también. Empezarán a vivir. Eso es lo que quiere Pablo.

Encuentro frecuentemente que en muchas congregaciones los cristianos son fríos, frígidos. Están atados dentro de sí mismos. Se sientan en los cultos y ni siquiera hablan a la gente. A menudo se nos anima a esto como si fuera supuestamente reverente, pero a Dios no le interesa eso. A Él le interesa que la gente sea abierta y receptivos unos con otros. Esta frialdad es la que echa a los jóvenes para atrás. Vienen a nuestros servicios, y son tan formales y fríos, a menudo, que no despiertan su interés; les repelen. Cuando las congregaciones aprenden a ser abiertas, receptivas, cálidas, cariñosas y cercanas, siempre es emocionante. A los jóvenes les atrae eso, y entonces vendrán. Eso es lo que el apóstol busca aquí. Sentirse amado es un magnífico sentimiento. Queremos que aumente, pero deberíamos entender que no lo hará hasta que correspondamos. Ni siquiera Dios puede amarnos más allá de lo que le dejemos. Él nos ama y está constantemente mostrándonos ese amor de una y mil maneras, pero no sentimos ese amor hasta que correspondemos al que ya tenemos. Eso es lo que dice. Hasta que no empezamos a hablar con Él, a contarle cómo nos sentimos y a corresponder, expresando gratitud y acción de gracias, no podemos hacer crecer ni aumentar Su amor enriquecedor.

¿Ve ahora por qué dijo Jesús: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el primero y grande mandamiento” (Mateo 22:37)? Es porque Dios ya nos ha amado y nos lo ha mostrado con Sus cuidados providenciales, proporcionándonos comida y cobijo, ropa, familia y amigos, y todas las riquezas de la vida. Con nuestra salvación nos ha proporcionado la liberación de nuestro terrible sentimiento de culpa y rechazo, y nos ha dado un sentimiento de valía a cambio de nuestros sentimientos de inutilidad. Nos ha dado la sensación de pertenecer a una familia, de tener un propósito en la vida. Nos ha dado un estímulo, un nuevo poder y una nueva relación. Todos ellos son regalos de amor; por tanto, tenemos que corresponder continuamente, y conforme respondemos más y más experimentamos esto mismo más y más.

Esto es lo que a Pablo le importa aquí. Así que urge a los corintios: “Abríos, comunicaos, mostrad aceptación. Es básico para todo lo demás”. Ese es el problema número uno. Si usted no corresponde al amor, entonces no se sorprenda si su vida permanece fría, estéril, solitaria, vacía y sin sentido. Cuando usted es amado, devuelva amor deliberadamente, y la vida comenzará a expandirse. Veamos el problema número dos ahora, el problema de los compromisos que contaminan. Pablo dice, en el versículo 14:

No os unáis en yugo desigual con los incrédulos, porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión, la luz con las tinieblas?  ¿Qué armonía puede haber entre Cristo y Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo?  ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Y vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo:

«Habitaré y andaré entre ellos;
yo seré su Dios
y ellos serán mi pueblo». (2 Corintios 6:14-16)

Estamos examinando los obstáculos que dificultan el ministerio de reconciliación. Uno de ellos, como hemos visto, son los afectos mezquinos, que nos retienen dentro de nosotros mismos, manteniéndonos como personas reservadas. El segundo son los compromisos que contaminan, involucrándonos con los no creyentes en formas y asociaciones que nos limitan y nos impiden ser lo que deberíamos ser.

Pablo lo pone aquí: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos”. ¿Sabe usted qué es un yugo? Estamos familiarizados con las carretas cubiertas del siglo pasado, con las cuales nuestros antepasados cruzaron las llanuras. Normalmente eran arrastradas por yuntas de bueyes. Un yugo es una estructura o barra de madera con semicírculos en cada extremo que encajaban en el cuello de dos animales, manteniéndolos juntos y forzándolos a trabajar como si fueran uno solo. De eso es de lo que Pablo está hablando aquí. Está pensando en Deuteronomio 22, donde la Ley dice: “No ararás con buey y con asno juntamente” (Deuteronomio 22:10). Eso nos puede parecer extraño, pero Dios tenía cuidado de que no ataran juntos a dos animales de naturaleza diferente.

Nunca he visto un buey y un asno en una yunta, aunque una vez cuando estaba viajando por el Medio Oriente vi a un granjero arando su campo con un camello y un burro. Era casi ridículo de ver. El camello era tres veces más alto que el burro, y sus patas tres veces más largas. Daba zancadas a un paso muy lento para él, pero el burrito corría tan rápido como podía para guardar el paso. El granjero le golpeaba constantemente intentando que lo siguiera. Era cruel. Ambos animales obviamente eran desgraciados; detestaban estar atados de esa manera.

Esto es lo que la Ley refleja. Es una crueldad atar juntas dos cosas de naturaleza incompatible. Esto es lo que Pablo tiene en mente aquí. Lo que está diciendo, por supuesto, es que hay asociaciones que los cristianos tienen con los incrédulos que son como un yugo, y estas asociaciones son, con seguridad, causa de tristeza y vergüenza en la vida de un cristiano. Hemos de evitarlas. Nos estorbarán, nos limitarán, nos atarán y nos impedirán disfrutar de la plenitud que Dios tiene pensada para nosotros. Son como intentar mezclar agua con aceite. Es imposible. Usted puede verlo por las ilustraciones que utiliza.

Primero, dice: “¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia?”. Literalmente, el término es “anarquía”. ¿Qué compañerismo puede tener una persona que ama lo que es justo con alguien a quien no le importa nada la justicia? ¿Qué asociación puede tener un corazón que ama la honestidad y la legitimidad con alguien a quien no le importa nada la verdad, que rechaza toda autoridad y hace lo que le da la gana? Eso es una fórmula segura para la angustia.

Luego, Pablo dice: “¿Y qué comunión, la luz con las tinieblas?”. Esas son las dos cosas más opuestas que conocemos. Se dice que los cristianos son luz. Los incrédulos están en la oscuridad. No hay nada superior en el cristiano que le dé luz. Es sencillamente el hecho de que, como incrédulo que fue una vez, viviendo en la oscuridad, ha llegado a la luz y ahora es “luz en el Señor” (Efesios 5:8), como dice Pablo en Efesios. La luz es siempre en las Escrituras un símbolo de entendimiento, de ser conscientes de la verdadera realidad. Ahora imagine a alguien que ve la vida claramente y entiende lo que está pasando juntándose con alguien que vive en la ignorancia de la vida, que vive dentro de una ilusión y fantasía y ciego egoísmo. Esa es una fórmula para el desastre, para mucho dolor, sufrimiento y angustia, ¿no es así?

Entonces, el apóstol sigue más adelante: “¿Qué armonía puede haber entre Cristo y Belial?”. Belial es otro nombre para Satanás. Es una palabra que significa “inútil” y se refiere a Satanás y sus actividades. Lo que él hace siempre es inútil. Nunca tiene un valor duradero; desaparece; es una banalidad; se va en un instante. Aquí, entonces, están los dos grandes capitanes de las filosofías opuestas de la vida, Jesucristo y Satanás, Belial. Recuerdo haber leído, en la historia de la guerra civil americana, varios ejemplos de hermanos que se encontraban en bandos opuestos en el conflicto. En cada caso tenían miedo no fuera que se toparan el uno con el otro y tuvieran que enfrentarse a la posibilidad de tener que matarse uno al otro. Esto es similar a lo que Pablo está sugiriendo aquí. Un cristiano unido en yugo a un no cristiano vive con miedo a que un día sus principales lealtades choquen de frente; tarde o temprano van a tener que enfrentarse a la hora de la verdad en esta área. Esto, por tanto, va a abrir la puerta a una gran aflicción de corazón.

Finalmente, Pablo dice: “¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Y vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: «Habitaré y andaré entre ellos; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo»”. Esta es una de las más poderosas y más hermosas descripciones de la gloria del cristianismo, el hecho de que Dios habita en Su pueblo. Hace algunos años hubo un conflicto teológico de relevancia llamado “El movimiento de la muerte de Dios”. Ciertos teólogos enseñaban que Dios en realidad había muerto. Pero ese movimiento no duró mucho. Dios no había muerto, claro que no; es que sencillamente ellos habían perdido su dirección. No se daban cuenta de que Dios vive en Su pueblo. Ahí es donde lo encontrará usted. La gloria del cristianismo es la revelación de que nuestros cuerpos son los templos de Dios. En ese sagrado templo vive Dios; por lo tanto, hemos de ser guiados por Sus normas básicas en adoración y servicio. Imagine una persona que, como templo de Dios, se junta con otra persona que es el templo de un ídolo. Si usted no adora al verdadero Dios, usted adora a un dios falso; y detrás de los falsos dioses, los ídolos de cualquier generación, Pablo nos dijo en 1ª de Corintios que están los demonios. Por tanto, usted está tratando de unir la adoración de Dios y la adoración de los demonios. Pero esto es una cosa absolutamente imposible. Por eso es por lo que los cristianos de todas partes son advertidos contra ciertas asociaciones.

La gran pregunta sin respuesta en la mente de todos, esta mañana, estoy seguro que es: “¿Qué es un yugo?”. ¿Es una asociación de negocios un yugo? ¿Es ser miembro de algo un yugo? ¿Es el matrimonio un yugo? ¿Es una cita con alguien no creyente un yugo? Tenemos que tener cuidado con esto porque, como ya sugerí al principio de este estudio, este versículo ha sido llevado muy lejos en esa dirección. Ha habido algunos que lo han tomado como justificación para retraerse del mundo, del contacto con los no cristianos, y construir una vida enteramente cristiana desde el nacimiento a la tumba sin hacer ningún amigo ni siquiera tener conocidos entre los no cristianos.

Eso es una trasgresión de otros versículos. Pablo en esta misma carta nos ha dicho que “somos embajadores de Cristo” (2 Corintios 5:20). Tenemos que estar en contacto con el mundo. Tenemos que contactar con amistad y apertura y amor, de modo que estén dispuestos a recibir nuestro mensaje: “Reconciliaos con Dios”. No se puede hacer eso con un abismo por medio. Hay que involucrarse con la gente. Fue Jesús mismo quien nos lo dijo: “Yo os envío como a ovejas en medio de lobos” (Mateo 10:16a). Ahí es donde los cristianos tienen que estar. No hemos de retirarnos del mundo. Bueno, entonces, ¿qué es lo que constituye un yugo que tengamos que evitar? No todas las asociaciones son yugos, pero los yugos tienen dos características por las cuales siempre podemos identificarlos. La primera es que un yugo no se rompe fácilmente. Es una especie de relación permanente. Cuando usted pone un yugo a dos animales, quedan atados juntos; no tienen otra alternativa. Por muy incómodo que pueda ser, deben hacer las cosas juntos.

Por eso es por lo que la iglesia siempre ha tomado este pasaje como referido al matrimonio; especialmente el matrimonio es esa clase de yugo. Es una relación que no puede romperse fácilmente. La ley, el estado, la sociedad están involucrados en el matrimonio. Por eso ese “trocito de papel”, del que oímos hablar con condescendencia hoy día, es una cosa muy importante, porque proporciona legítimamente todos los derechos de la sociedad en una relación entre hombre y mujer. Por eso en 1ª de Corintios 7, Pablo nos dice que el matrimonio tiene que ser “en el Señor” (1 Corintios 7:39) y nos advierte contra formar relaciones matrimoniales equivocadas con los no creyentes. Pues bien, él reconoce aquí que hay algunos que ya están en esa clase de relación por una u otra razón, y, si están en ella, no han de romperla; esa es la cuestión. Hay una forma de vivir dentro de una relación “conyugal”, que es elevarse por encima de ella por fe, de modo que puedan caminar en santidad. Pero el mensaje de este versículo es: “Dejen de someterse a yugos. No continúen entrando en relaciones así”. El matrimonio es claramente un yugo permanente que no se rompe fácilmente.

Sé que es fácil dejarse arrastrar hacia una de estas relaciones. Frecuentemente, como personas, sentimos atracción por alguna gente, y tendemos a subestimar los peligros y sentir que todo va a funcionar bien. Los jóvenes especialmente, son tentados muchas veces, a causa del amor y los sentimientos de afecto, a entrar en una relación bajo el yugo de un matrimonio equivocado. Algunas veces lo racionalizan para excusarse. Lo veo ocurrir todo el tiempo. Pero Pablo está advirtiendo sobre algo que es un peligro mortal para la fe. Hace algunos años recuerdo haber leído una oración dirigida a Dios, que una muchacha había escrito en su diario el día de su boda:

Querido Dios, casi no puedo creer que este sea el día de mi boda. Sé que no he sido capaz de pasar mucho tiempo contigo últimamente, con todas las prisas por estar preparada para hoy, y lo siento. Supongo que también me siento un poco culpable cuando intento orar por todo esto, ya que Larry todavía no es cristiano. Pero, ¡Padre, lo amo tanto! ¿Qué otra cosa puedo hacer? Sencillamente, no he podido dejarlo. Bueno, Tú debes salvarlo de alguna forma, de algún modo. Sabes cuanto he orado por él y de qué manera hemos hablado sobre el evangelio juntos. He intentado no parecer demasiado religiosa, lo sé, pero eso es porque no quería espantarle. Con todo, él no se opone y no entiendo por qué no ha sido receptivo. ¡Ojalá fuera cristiano! Querido Padre bendice nuestro matrimonio. No quiero desobedecerte, pero lo amo de verdad, y quiero ser su esposa. Así que, por favor, quédate con nosotros y, por favor, no estropees el día de mi boda.

Era una oración sincera, pero, tristemente, era una oración muy equivocada. Aunque ella no se daba cuenta, lo que realmente estaba diciendo era algo así:

Querido Padre, no quiero desobedecerte, pero debo hacerlo a mi manera, cueste lo que cueste, porque amo lo que Tú no amas, y quiero lo que Tú no quieres. Así que, por favor, sé un buen Dios y niégate a Ti mismo, quítate de Tu trono y deja que yo tome el poder. Si esto no te gusta, todo lo que pido es que te muerdas el labio y no digas nada y no estropees el día de mi boda. Déjame que tenga mi mal.

Esa era su oración en realidad, ¿no es verdad? Y estoy seguro de que acabó descubriendo, como otros miles y miles han hecho, la sabiduría de las palabras del apóstol: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos”.

Bien, la segunda característica de un yugo es que limita a alguien; no permite la acción independiente. Hay algo que te obliga a acceder a lo que otro quiera hacer, tanto si te gusta como si no. Cualquier clase de relación que no permita a un creyente seguir a su Señor en todas las cosas, es un yugo. Incluso una amistad puede ser un yugo. Si es esa clase de amistad posesiva en la cual usted siente que no puede hacer lo que Dios quiere que haga porque usted ofendería a su amigo, entonces eso es un yugo y se debe romper. Dios debe ser lo primero. Somos Su templo, y Él anhela bendecirnos, como estas palabras que siguen van a mostrarnos. Pablo reúne aquí un grupo de textos de varias partes de las Escrituras y los cita:

Por lo cual,
«Salid de en medio de ellos
y apartaos, dice el Señor,
y no toquéis lo impuro;
y yo os recibiré
y seré para vosotros por Padre,
y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso». (2 Corintios 6:17-18)

Llegamos otra vez a la total reciprocidad del amor. El amor de Dios nos está diciendo: “Mirad, estoy aquí para enriqueceros. Quiero que seáis mis hijos e hijas en la realeza. Quiero ser un Padre para vosotros, un Padre que os cuida, tierno, amoroso, implicado y poderoso para vosotros, pero no puedo hacerlo mientras estéis todavía dando todo vuestro afecto y todos vuestros compromisos a otra cosa”. Por tanto, romped el yugo ―eso es lo que está diciendo― para que podáis experimentar las riquezas de Dios. Como ya hemos visto, el amor, para ser disfrutado, debe corresponder, pero usted no puede corresponder si se aferra a una asociación que va en otra dirección. Aunque el amor de Dios está esperando para bendecirnos, no podemos sentirlo y disfrutarlo hasta que no abandonemos los yugos que nos atan. Dese cuenta de la llamada final de Pablo, en el capítulo 7, versículo 1:

Así que, amados, [Fíjese en el afecto de estas palabras. Él no está hablando ásperamente o con severidad; es una exhortación cariñosa.] puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios. (2 Corintios 7:1)

¿De quién depende esto? Bueno, depende de usted, ¿no es así? Límpiese a sí mismo. Dios no puede hacerlo. El amor no puede obligarle a que le corresponda. Sólo puede rogar, suplicar e implorar. Usted tiene que tomar esa decisión; usted debe romper ese yugo. Si usted está atado por alguna amistad o relación que le está arrastrando al fondo, entonces tiene que romperla; usted debe decidir abandonar. Dios no la quitará de en medio por usted. Usted tiene que decidir eso, y si lo hace, hará perfecta la santidad.

Pero no malinterprete esto. Mucha gente lo hace. Piensan que, si usted da la espalda a todas las cosas pecaminosas en su vida y abandona las cosas sucias y feas con las que pueda haber tropezado, entonces se está haciendo santo a sí mismo. Usted nunca puede hacer algo así. La santidad es un don que Dios le da al principio de su vida cristiana. Como nos dice Romanos 12: “os ruego… que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, [ya] santo, agradable a Dios” (Romanos 12:1b). Dios lo hizo así. Usted no está intentando ser santo; usted es santo; esa es la cuestión. Pero la santidad se perfecciona, se hace visible actuando como la persona en la que se ha convertido, alguien que es él mismo, ella misma, el lugar donde Dios habita. Ese es el llamamiento que el apóstol hace aquí. Qué llamamiento, tan lleno de amor, que nos liberemos a nosotros mismos de todas esas relaciones limitadoras, restrictivas y que atan, y seamos los hombres y mujeres que Dios nos ha llamado a ser. Eso es lo que el mundo está esperando ver.

Oración:

Gracias, Señor, por estas palabras fieles que nos ayudan a entender la vida como realmente es, que nos guardan de las ilusiones y fantasías y autoengaños y nos hacen libres. Gracias por amarnos y querer vernos como hombres y mujeres íntegros y completos, libres y seguros de sí mismos y capaces de funcionar como pretendías. Concédenos que nos gloriemos en el hecho de ser el templo del Dios vivo, y de que Tú vives en nosotros. Lo pedimos en nombre de Jesús. Amén.