Man-made Columns in Ruins Surrounded by God’s Solid Rock

Cómo arrepentirse

Autor: Ray C. Stedman


Todo el mundo necesita arrepentirse. Siempre que hacemos daño a alguien o nos hacemos daño a nosotros mismos con nuestras propias acciones, siempre que transgredimos una ley, siempre que mentimos, siempre que robamos el nombre o la propiedad de alguien, siempre que manchamos la reputación de otra persona, necesitamos arrepentirnos, porque el arrepentimiento significa cambiar de opinión, cambiar de actitud. Esta sección de 2ª de Corintios, empezando con el versículo 2 del capítulo 7, es un estudio maravilloso de cómo hacer eso adecuadamente, de cómo sanar y restaurar en lugar de empeorar las cosas, como muchos de nosotros hacemos cuando intentamos provocar el arrepentimiento. El párrafo inicial nos da el enfoque correcto, la actitud correcta, si usted quiere provocar el arrepentimiento en otra persona. Pablo dice:

Admitidnos: a nadie hemos agraviado, a nadie hemos corrompido, a nadie hemos engañado.  No lo digo para condenaros, pues ya he dicho antes que estáis en nuestro corazón, para morir y para vivir juntos. Mucha franqueza tengo con vosotros; mucho me glorío con respecto de vosotros. Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en medio de todas nuestras tribulaciones. (2 Corintios 7:2-4)

Fíjese en el enfoque positivo aquí. El apóstol no ataca a esta gente; no los condena; no los acusa. Tiene mucho cuidado de hacer tres cosas con estos corintios. Como ustedes saben, esta carta fue escrita después de que ellos se hubieran arrepentido de un problema con el que Pablo había estado trabajando con ellos durante mucho tiempo. Él mismo había ido a Corinto a intentar solucionarlo, pero, aparentemente, sólo lo había empeorado. Entonces mandó a Tito, para ver si podía ayudar. Mientras Tito estaba de viaje, Pablo estuvo grandemente turbado, como veremos en un momento, por esta situación en Corinto. Pero ahora Tito ha vuelto y le ha dado la buena noticia de que, efectivamente, ellos han cambiado de opinión. Hay todavía algunas cosas que arreglar, y Pablo está escribiendo ahora sobre eso. Note que él tiene cuidado de hacer tres cosas muy importantes con ellos.

Primera, él mismo tiene la conciencia tranquila. Él dice: "a nadie hemos agraviado, a nadie hemos corrompido, a nadie hemos engañado”. Obviamente, él no quiere decir esto del periodo de toda su vida, porque él había sido un perseguidor de la iglesia y había hecho un montón de cosas malas. Él quiere decir que, como apóstol allí en Corinto, no había agraviado, o corrompido o engañado a nadie. Quiere que ellos entiendan esto. Indudablemente hubo algunas acusaciones hacia él de esta clase. Él sencillamente está declarando ahora que, en lo que respecta a su conciencia, la tiene tranquila ante el Señor de no haber hecho estas cosas. Ustedes y yo, a veces, no podemos decir eso. Algunas veces nosotros mismos hemos hecho algo malo con una relación rota que estamos intentando sanar, así que no podemos empezar de esta manera. Tenemos que empezar admitiendo que estábamos equivocados. A esto se refieren las palabras de Jesús: “saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mateo 7:5). Así que, a menos que empecemos con una conciencia limpia, no sirve de nada seguir adelante. Sea lo que sea que esté mal, tiene que ser solucionado. Pero en este caso Pablo podía decir: “No hice daño a nadie mientras estuve allí”. Es una maravillosa declaración por su parte.

Segunda, él dice: “No digo esto para condenaros”. Tampoco os condeno, dice. En su lugar él los confirma. Bien, esa es una de las cosas más importantes de esta cuestión de ayudar a otros. A menudo, cuando intentamos inducir a alguien a que admita que se ha equivocado en algo, empezamos con una severa condena. Le criticamos; le cantamos las cuarenta. Estamos diciendo la verdad, solemos decir. Y es la verdad, pero es una verdad sin amor. En el fondo no hay una reafirmación de la aceptación. Pablo tiene cuidado de dejar claro que él ama a esta gente, independientemente de cómo se comporten. Dice: “ya he dicho antes que estáis en nuestro corazón, para morir y para vivir juntos”. No hay diferencia; para morir o para vivir, os amo. Voy a estar por vosotros y detrás de vosotros, para respaldaros. No voy a abandonaros o daros por perdidos, pero tengo que puntualizar algunas cosas, pero no son para tiraros por tierra. No os estoy condenando en ese sentido.

Tercera. Después de que haya habido arrepentimiento, él los anima: “mucho me glorío con respecto de vosotros. Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en medio de todas nuestras tribulaciones”. ¡Qué maravillosa expresión de ánimo! Ellos han dado el paso correcto ahora. La cuestión no ha sido totalmente resuelta todavía. Pablo tiene algunas otras cosas que decirles más adelante en la carta, pero les hace sentir seguros de que su orgullo por ellos no ha disminuido, su confianza en ellos es todavía fuerte y alentadora, y los anima a seguir adelante. Eso es muy importante. Si usted va a hablarle a alguien de algo que está mal, empiece con algo que esté bien; esa es la clave. Anímelo y declare que le ama y que viene con ese talante de apoyo. El apóstol sigue mostrándoles cómo compartió su dolor con ellos; se identificó con ellos. Versículo 5:

Cuando vinimos a Macedonia, ciertamente ningún reposo tuvo nuestro cuerpo, sino que en todo fuimos atribulados: de fuera, conflictos, y de dentro, temores. Pero Dios, que consuela a los humildes, nos consoló con la venida de Tito; y no sólo con su venida, sino también con la consolación con que él había sido consolado en cuanto a vosotros, haciéndonos saber vuestro gran afecto, vuestro llanto, vuestra preocupación por mí, de manera que me regocijé aún más. (2 Corintios 7:5-7)

Esto, claro está, es una retrospectiva de lo que ya vimos en el capítulo 2 de esta carta. La razón precisa que Pablo tenía para escribir esta carta fue su preocupación por esta gente mientras estaba esperando a que Tito volviera con noticias de lo que había pasado en Corinto. En el capítulo 2, nos dice que estaba tan inquieto en su mente y espíritu que ni siquiera pudo esperar en Troas a Tito, sino que fue a Macedonia a encontrarse con él. Finalmente lo encontró allí, y se enteró de la buena noticia de que las cosas habían funcionado para bien en Corinto. No sabemos exactamente lo que Pablo quiere decir con “de fuera, conflictos, y de dentro, temores”. Quizás hubo alguna dificultad en Macedonia. Él fue encarcelado una vez en Filipo; quizás había enemigos allí que se lo estaban poniendo difícil. En cualquier caso, estaba preocupado y ansioso por Corinto, así que había “de fuera, conflictos, y de dentro, temores”.

¿Han experimentado eso alguna vez? ¿Circunstancias que se ponen mal al mismo tiempo que están preocupados por otra cosa? La vida es frecuentemente de esa manera, ¿no es así? Cuando los problemas golpean vienen como una riada; todo va mal. ¿Han sido ustedes atosigados alguna vez por sus circunstancias y acosados por miedos internos? Bueno, pues, están ustedes pisando por donde pisaron los santos. Van caminando tras los apóstoles, porque por ahí es por donde pisó Pablo también.

Pero lo maravilloso, tal como él señala aquí, es que Dios lo entiende: “Pero Dios, que consuela a los humildes, nos consoló con la venida de Tito”. La única cosa que nos ayuda a soportar estas cargas, estas presiones, es recordar que Dios las conoce. No son accidentes. Dios las puso ahí y está ajustando la temperatura del agua cuidadosamente, de modo que, aunque estemos en agua caliente, no se va a calentar demasiado. Esta es Su promesa: “fiel es Dios, que no os dejará ser probados más de lo que podéis resistir” (1 Corintios 10:13b). Pero no malinterprete eso. No es “más de lo que pensáis que podéis resistir”. Dios sabe cuánto puede usted resistir mejor que usted. Él es el Dios que consuela al abatido.

Mi esposa me estaba diciendo esta semana que se había preocupado mucho de orar por un individuo que no está en esta zona. Había estado orando por él toda la semana, y la preocupación parecía incluso aumentar, hasta que llegó a un punto donde parecía que ella apenas podía soportarlo. Entonces el teléfono sonó, y este hombre la estaba llamando para contarle algo sobre una experiencia que había tenido con el Señor, que la animó enormemente. Así que acabamos de tener la experiencia de que Dios es esa clase de Dios. Él es el Dios que consuela a los desalentados, los abatidos. Pablo dice que eso es lo que pasó: “nos consoló con la venida de Tito”. Ahora, en los versículos 8-11, llegamos al meollo de esta cuestión del arrepentimiento. Este es un análisis maravilloso del proceso real de llevar a alguien a arrepentirse. Fíjese como empieza, con una confrontación muy afectuosa:

Aunque os entristecí con la carta, no me pesa, pero sí lo lamenté entonces, pues veo que aquella carta os entristeció por algún tiempo. (2 Corintios 7:8)

Esto es una referencia a lo que los eruditos llaman la “carta severa” de Pablo. (Hemos hecho referencia antes a ella en estos estudios). No sabemos exactamente qué carta es. Algunos piensan que es la primera carta a los corintios. Otros, incluido yo mismo, piensan que es una carta que ya no tenemos. En cualquier caso, fue una carta muy severa, y en ella el apóstol dijo cosas muy directas y leales a esta gente. Sabía que les dolería cuando la escribió y dice que cuando la mandó estaba angustiado. De hecho, si vuelve usted a consultar el capítulo 2, versículo 4, verá lo que dice sobre la escritura de esa carta:

Por la mucha tribulación y angustia del corazón os escribí con muchas lágrimas, no para que fuerais entristecidos, sino para que supierais cuán grande es el amor que os tengo. (2 Corintios 2:4)

Esto es lo que llamaríamos una admonición amorosa. ¡Qué humano es el apóstol! Después de haberla enviado tuvo dudas por haberla escrito. Decía: “No lo lamento ahora, pero sí que lo lamenté. Después de escribirla me preguntaba si debería haberlo hecho”. ¿Se ha sentido alguna vez de esa manera? ¿Ha enviado alguna vez una carta como esa? Usted sabía que causaría dolor y se preguntaba si no era demasiado o podría ser reparado alguna vez. Pablo se sentía así. Tenía dudas. En algunos momentos deseaba no haberla escrito, pero otras veces estaba encantado de haberlo hecho. Sabía que dolería, pero sabía que la tristeza y el dolor eran necesarios.

Usted no ama a alguien no diciéndole la verdad. A menudo dejamos que la gente siga y siga, porque decimos que los amamos demasiado para causarles sufrimiento, pero no sé de nada que nos engañe más a nosotros mismos que esa afirmación. Es verdad que no queremos herir a alguien, pero ¿sabe usted quién es ese alguien? Somos nosotros. No queremos hacernos daño a nosotros mismos. Sabemos que si decimos estas cosas a esta persona se va a enojar con nosotros y eso nos hará daño, y eso es lo que estamos evitando. Cuando decimos: “Bueno, es que le amo demasiado para hacerle daño”, en realidad nos estamos engañando y diciendo que no queremos dañarnos a nosotros mismos. Cuando usted ama a alguien y le dice la verdad de una manera cariñosa y positiva, le hace capaz de ver que usted le ama de verdad. Si usted está dispuesto a arriesgar su amistad para decirle la verdad, realmente debe amarle. Ese es el mensaje que usualmente le llega, aunque no lo admita al principio.

Recuerdo algo que hice recién llegado a la universidad. Fue una acción ostentosa, fuera de lo corriente, con la cual yo estaba simplemente intentado llamar la atención. Todos, o bien se rieron, o bien la despreciaron, pero sólo una persona me amó lo suficiente para venir y decirme que estaba equivocado. Me tomó aparte y dijo: “¿Para qué hiciste una cosa como esa? Sabías que estaba mal. Detesto ver que actúas de esa manera. Eso afianzó una amistad con ese hombre que ha continuado hasta ahora. Supe que me amaba porque me dijo eso, y le he tenido en gran aprecio desde entonces. Esto es lo que hace Pablo. Con lealtad confronta a esta gente con lo que está mal, y ese es el comienzo del arrepentimiento. Entonces saca una segunda cuestión, en los versículos 9 al 10:

Ahora me gozo, no porque hayáis sido entristecidos, sino porque fuisteis entristecidos para arrepentimiento, porque habéis sido entristecidos según Dios, para que ninguna pérdida padecierais por nuestra parte. La tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de lo cual no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte. (2 Corintios 7:9-10)

Siempre que alguien le acuse de no tener razón, siempre que alguien le diga la verdad sobre usted mismo, duele. Eso puede producir una de estas dos reacciones: lo que Pablo llama o bien “tristeza según Dios” o bien “tristeza del mundo”. Tristeza es otra palabra para decir dolor aquí. Todos sentimos dolor, pero la cuestión desde luego es: “¿Es dolor según Dios o es dolor del mundo?”. Aquí está la diferencia, como señala el apóstol: el dolor según Dios es el que se siente cuando usted de pronto se entera de algo sobre usted mismo que ha permanecido oculto y de lo que no era consciente. Eso malo que hay en usted y que no ha sido capaz de ver siempre crea una sensación de ira, quizás de ponerse a la defensiva, de estar herido y a menudo de ganas de llorar. Es el momento del autoconocimiento. Es lo que llamamos “el momento de la verdad”. ¿Alguna vez le ha ocurrido eso? Usted andaba por ahí pensando que lo hacía muy bien, cuando va y llega alguien y le dice algo sobre usted mismo. Mientras le decía esas palabras era como si una puñalada en el corazón le dijera: “Tiene razón, ¿verdad?”. Puede que usted se ponga a la defensiva, puede discutir, puede contraatacar, devolver el golpe, pero en el fondo de su corazón usted sabe que es verdad. Y duele, pero si es dolor según Dios conduce al arrepentimiento. Le hace cambiar. Usted cambia su comportamiento.

Jesús contó una historia acerca de un hombre que tenía dos hijos (Mateo 21:28-31). Le dijo al primero: “Ve a trabajar al campo”. El muchacho contestó: “No lo haré”. Pero más tarde se arrepintió, cambió de opinión y fue. Luego el padre le dijo al otro hijo: “Ve a trabajar al campo”. El muchacho dijo: “Está bien. Iré”, pero no fue. Jesús preguntó: “¿Cuál de esos dos jóvenes se arrepintió e hizo la voluntad de su padre?”. La respuesta, por supuesto, es el primero.

El arrepentimiento es una acción que usted emprende. Alguna gente piensa que, si usted lamenta lo que ha hecho, eso es arrepentimiento. No, no lo es. Lamentarlo es lo que duele, pero si es un dolor bueno conduce a un cambio de conducta, el cual es arrepentimiento. Entonces es cuando el arrepentimiento se produce. Arrepentirse significa darse la vuelta. Como dice Isaías:

Deje el impío su camino
y el hombre inicuo sus pensamientos,
y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia,
al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar. (Isaías 55:7)

Eso es arrepentimiento y eso, a cambio, dice Pablo, conduce a la libertad. Él lo llama “salvación”. No habla de salvación del pecado. Estas personas eran ya cristianas. Habla de salvación de uno mismo, una sensación de libertad, de liberación.

Recuerdo bien cómo, hace muchos años, cuando yo era un cristiano joven, tuve una gran lucha en mi vida contra mi susceptibilidad ante la gente. Tenía una imagen tan pobre de mí que mis sentimientos hacia mí mismo dependían de lo que la gente pensara. Consecuentemente, si ellos no decían siempre cosas agradables y me trataban bien, etc., me sentía herido y alterado. Usted podría llevarme a un cenagal de autocompasión durante días sólo con hacer una observación sin importancia sobre mí que me rebajara. Eso se llama susceptibilidad.

Llegué a mi “momento de la verdad” un día que estaba hablando con otra cristiana sobre otro asunto, pero en la conversación ella dijo algo que se me clavó como una flecha en el corazón. Ella dijo: “He aprendido que la sensibilidad no es otra cosa que egoísmo”. Aquello no me gustó. Luchaba en mi interior con ello. No quería admitirlo, pero sabía que era verdad. Supe que lo que yo quería realmente era ser el centro de atención y tener a todo el mundo pendiente de mí, ministrándome y cuidándome.

Después de un tiempo en que había estado tan dolido, durante tanto tiempo, ya estaba harto y cansado de ello, y decidí que actuaría en consecuencia. Una cosa era decirlo, pero otra cosa era hacerlo realmente cuando se presentara la ocasión. La siguiente vez que alguien me hirió, decidí actuar en base a lo que había aprendido y pensar: “No es su culpa. Él no tenía intención de decir eso. Soy yo el que lo está sintiendo de esa manera. Me lo estoy tomando mal”. Hice esto y después de varias experiencias semejantes empecé a sentir de repente un maravilloso sentimiento de liberación. El tigre se había bajado de mi espalda, y yo era más libre para disfrutar de las cosas de lo que había sido jamás. Nunca olvidaré la sensación de alivio, de liberación que me vino cuando me di por enterado de la verdad que alguien me había dicho sin ni siquiera proponérselo. Pues bien, de eso es de lo que habla Pablo. La tristeza según Dios reconoce la verdad, cambia el comportamiento, y eso, a cambio, conduce a una sensación de libertad y liberación, que es lo que él prevé. La tristeza del mundo es muy diferente. También empieza con dolor, pero es una mezcla de ira y autocompasión. Le hace a usted o querer correr y esconderse y lamer sus heridas, o luchar y contraatacar y vengarse.

Alguien me contó esta semana pasada que preguntaron a una mujer casada: “¿En sus muchos años de matrimonio, alguna vez consideró divorciarse?”. Ella dijo: “No, matar quizás, pero nunca divorciarme”. Hay momentos en que todos nos sentimos así. De hecho, creo que con frecuencia muchas de las historias chocantes que hay en los periódicos hoy día son el resultado directo de este proceso. Alguien se ha sentido herido al oír la verdad dicha abruptamente o, quizás, incluso cariñosamente. Él no quiere escuchar; no la admitirá, pero contraatacará con ira y venganza, incluso hasta el punto de que padres matan a sus propios hijos, a sus esposas, y a sí mismos. Estos son los resultados de estas confrontaciones. ¡Qué sicología tan profunda encontramos en las Escrituras!

El resultado de la tristeza del mundo, claro está, es esa clase de reacción; es que no hay arrepentimiento. Puede haber un cambio temporal hasta que el tumulto se apacigua, pero no un cambio real, ni sentimiento de estar equivocado; más bien una posición defensiva en su lugar, el resultado de lo cual es muerte. Eso es lo que estamos viendo en muchos de esos casos. Si no es muerte física real, será más atadura, más encarcelamiento dentro de nosotros mismos, aún más restricción. Pablo sigue describiendo incluso más completamente cómo es la tristeza según Dios, y los efectos que produce. Versículo 11:

Esto mismo de que hayáis sido entristecidos según Dios, ¡qué preocupación produjo en vosotros, qué defensa, qué indignación, qué temor, qué ardiente afecto, qué celo y qué vindicación! En todo os habéis mostrado limpios en el asunto. (2 Corintios 7:11)

Hay algunas señales muy claras de si su dolor es según Dios o es un dolor según el mundo. ¿Cómo reacciona usted? Bueno, en el caso de los corintios, ellos reaccionaron primeramente con una rectificación de su comportamiento. “¡Qué preocupación!”, dice Pablo. Ellos querían descargarse de esto para enfrentar el problema de sus vidas en su totalidad; qué deseosos estaban de aclarar y limpiar completamente todos los aspectos del error. Cuando él dice: “¡qué vindicación!”, no quiere decir que se quieran justificar a sí mismos. Quiere decir que estaban deseosos por su parte de destapar todo el asunto. A menudo, cuando la gente se siente tan dolida, aunque puedan admitir que han hecho mal, su respuesta, si es un dolor al estilo del mundo, es: “Bueno, vamos a dejar el asunto; no quiero hablar más de eso. Ya he admitido que hice mal. Ahora olvidémoslo”. Pero aquí no pasa eso. Esta gente le está diciendo a Pablo: “Cuéntanos toda la historia. ¿Hay algo que no hayas mencionado? Queremos dejar esto claro. Queremos sacarlo todo a relucir”. Es más, hay enojo por su propia estupidez y fracaso. “Qué indignación”, dice Pablo. Qué turbados se sentían por haber caído en tales tácticas. Hay un ejemplo maravilloso de esto en el salmo 73, donde el salmista de repente se da cuenta de que todas sus quejas ante Dios son en realidad problema de su propia ceguera. Dice:

Se llenó de amargura mi alma
y en mi corazón sentía punzadas.
Tan torpe era yo, que no entendía;
¡era como una bestia delante de ti! (Salmo 73:21-22)

¿Se ha sentido usted alguna vez de esa manera delante de Dios? Nosotros le echamos la culpa a Dios y lo acusamos, pero más tarde nos damos cuenta de lo tontos que hemos sido. Esa es una señal del dolor según Dios. La tercera es el cuidado respecto al futuro. “Qué temor” a que esto se vuelva a repetir. “Qué ardiente afecto” para rectificar su comportamiento; y “qué celo” y qué autodisciplina surgen aquí. Cuán decididos están a no dejarse llevar de nuevo a esa clase de situación. En todos los sentidos, dice, habéis probado estar sin culpa en este asunto.

Por el contrario, aquellos que tienen un dolor mundano no están dispuestos a afrontar el asunto en su totalidad. Hay gente que quiere que lo dejes, y si no los perdonas inmediatamente se alteran y se enojan. Dicen: “Ya lo confesé. ¿Cuál es el problema? ¿Por qué no me perdonas?”. Frecuentemente acaban echándole la culpa a otra gente. Dicen: “Me obligaste a hacerlo. Si no fueras así, yo no lo hubiera hecho”. Eso revela un dolor mundano que no conlleva arrepentimiento. En la primera carta de Juan leemos: “Si confesamos nuestros pecados… abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo, el justo” (1 Juan 1:9a, 2:1b). Cuando dejamos de justificarnos a nosotros mismos, Él se levanta y empieza a justificarnos. Pero si no confesamos nuestro pecado, si lo justificamos, entonces nos deja solos ante Aquel para quien todas las cosas están abiertas y desnudas, y que nos ve exactamente como somos.

La sección final describe la alegría de la restauración, lo que ocurre cuando hay una tristeza según Dios que conduce al arrepentimiento, un dolor que ha conseguido algo en nosotros. Lo primero, una renovada consciencia de quienes somos realmente, en los versículos 12 al 13:

Así que, aunque os escribí, no fue por causa del que cometió el agravio, ni por causa del que lo padeció, sino para que se os hiciera evidente la preocupación que tenemos por vosotros delante de Dios. Por esto hemos sido consolados en vuestra consolación. (2 Corintios 7:12-13a)

Eso puede ser un poco difícil de entender, pero lo que está diciendo es: “La verdadera razón por la que os escribí no fue para enderezar este problema” (sí que escribió con ese propósito, pero esa no es la única razón). Él está dando a entender: “El motivo por el que llegasteis a esta situación, en la cual dejasteis que esta clase de asunto quedara sin juzgar entre vosotros, fue que olvidasteis quiénes erais. Olvidasteis que sois hijos de Dios, hijos de la luz, que tenéis un entendimiento de la vida que otros no tienen y que tenéis un poder para actuar que otros no poseen. Os escribo para mostraros quiénes sois, que en vuestro corazón básicamente hay obediencia al compromiso con el Señor mismo, porque yo sabía que cuando vierais eso otra vez vuestro entero comportamiento cambiaría. Esto es lo que ha ocurrido y por ello es por lo que me alegro; por tanto, tengo consuelo”, dice Pablo. Así que eso es lo primero. Empezaron a recobrar el sentido de su propia identidad, y Pablo les ayudó a recobrarlo. Luego, lo segundo es la defensa de Pablo de su previa confianza en ellos. Versículos 13 al 14:

Pero mucho más nos gozamos por el gozo de Tito, que haya sido confortado su espíritu por todos vosotros. Si de algo me he gloriado con él respecto de vosotros, no he sido avergonzado. Al contrario, así como en todo os hemos hablado verdad, también resultó verdad el habernos gloriado con Tito acerca de vosotros. (2 Corintios 7:13b-14)

Todo lo que Pablo había pensado de ellos e incluso lo que había dicho de ellos a Tito, mientras el problema todavía se estaba desarrollando, fue confirmado por las acciones de ellos. Esa es una de las cosas gozosas del arrepentimiento; hace que la gente confíe de nuevo en lo que siempre habían sentido acerca de usted. Cuando usted trata esto al estilo de Dios, de acuerdo con las Escrituras, se renueva ese sentimiento de confianza, no solo de Pablo sino también de Tito. Este es el tercer punto: hace resurgir el respeto de los demás, pues dice:

Y su cariño por vosotros es aún más abundante, cuando se acuerda de la obediencia de todos vosotros, de cómo lo recibisteis con temor y temblor. (2 Corintios 7:15)

Tito estaba impresionado por el arrepentimiento de los corintios. Su ceguera no le impresionó, pero el cambio de su corazón sí lo hizo. Hace unas semanas estaba yo con un grupo de hombres discutiendo algunos asuntos importantes que tenían que ver con las relaciones humanas. Fui consciente de que uno de esos hombres estaba juzgando a otro desde un espíritu de autocomplacencia, sin considerar la posibilidad de su propia implicación en la misma clase de pecado, sino que estaba siendo severo y de algún modo condenatorio. En medio de aquel grupo, de la manera más delicada que pude, tan afectuosamente como pude, le señalé, sin embargo, lo que yo creía que había tras esa acusación tan dura. Pude ver el dolor que le causé. Su cara empalideció, se calló y no dijo nada durante un breve tiempo. Después de un momento nos interrumpió, me miró directo a los ojos y dijo: “Ray, quiero darte las gracias por esas observaciones personales que me hiciste. Tenías razón”. Mi estima por aquél hombre se disparó. Yo siempre le había admirado y considerado como un hombre de Dios, pero estaba tremendamente impresionado por la santidad de un hombre que en aquellas circunstancias podía decir abierta y públicamente: “Sí, tienes razón. Tuve una mala actitud”. Esto es lo que ocurre cuando gestionamos de manera piadosa estas acusaciones que tienen verdad en ellas. En lugar de contraatacar y enojarnos y ponernos a la defensiva y tomar represalias, las admitimos y cambiamos nuestro comportamiento. Esto conduce a un aumento del respeto entre todas las partes. Luego, en cuarto lugar está el aumento del gozo que proporciona. Pablo cierra esta lista con:

Me gozo de que en todo tengo confianza en vosotros. (2 Corintios 7:16)

La consecuencia de todos los tratos de Dios con nosotros es que aumenta nuestro gozo. Ese es el propósito para el que trabaja el Espíritu de Dios en esta clase de asuntos. Espero que esta lección tenga efectos prácticos en su vida y en la mía, de modo que aprendamos a manejar estas acusaciones sinceras. Si una acusación no es cierta, por supuesto, podemos indicar tranquilamente y sin rencor qué es lo que está equivocado. No hay nada malo en eso. Pero cuando hay verdad tras ello, entonces la tristeza según Dios, el santo dolor conduce al arrepentimiento, y eso conduce a su vez a la libertad y la liberación.