Man-made Columns in Ruins Surrounded by God’s Solid Rock

Cómo detectar a un farsante

Autor: Ray C. Stedman


Me estaba preguntando esta semana cuál sería la reacción aquí en PBC este verano si, mientras yo estaba lejos de vacaciones, algún conferenciante hubiera venido de visita y hubiera empezado a sugerir a esta congregación que yo era un farsante religioso, que les había estado enseñando falsa doctrina todos estos treinta años, que había introducido algunas ideas extrañas y antibíblicas en la congregación, y que estaba fuera para ocuparme de construirme una vida confortable. Algunos de ustedes dirían: “¡Lo hemos sabido todo el tiempo! ¡Sólo nos sorprendemos de que usted lo admita de esa manera!”. Otros, quizá, dirían: “Démosle una oportunidad, al menos, de que conteste a estas acusaciones”. Y es de esperar que algunos de ustedes pudieran decir: “Bueno, revisemos las Escrituras y veamos si dicen la verdad”. Eso no sería sino un vago retrato de la situación que existía en Corinto cuando Pablo escribió esta segunda carta.

Bien, no estoy intentando compararme a mí mismo con Pablo. Cuanto más leo estas cartas de su mano, más humilde me siento, más indigno de desatar siquiera las hebillas de sus zapatos. Pero confieso que, si algo así ocurriera aquí, lo pasaría mal intentando contestar. Me sentiría incómodo defendiéndome a mí mismo. Me sería difícil creer que la gente con la que he estado trabajando y viviendo, y he amado durante todos estos muchos años, hubiera caído presa de esa clase de estrategia.

Sin embargo, eso es lo que Pablo siente al escribir aquí a estos corintios. Una pequeña banda de hombres había bajado de Jerusalén y estaban acusando al apóstol de varias cosas. Evidentemente se deduce de esto que estaban afirmando ante todo que él se había nombrado apóstol a sí mismo. Afirmaban que, como no era uno de los doce originales, quizá toda su historia sobre haber encontrado a Cristo en el camino de Damasco era inventada. Estaban sugiriendo que sus enseñanzas no estaban de acuerdo con las de los otros apóstoles; por lo tanto, no había que creerle. Aun más, sugerían que era un cobarde moral, que podía escribir cartas tremendas que les asustaran, pero que cuando llegaba en persona era tan manso como un cordero. Sugirieron que enseñaba una clase de libertad temible que liberaba a los cristianos de cualquier obligación de seguir normas o pautas de comportamiento. Todas estas acusaciones se hacían creíbles cuando señalaban que, evidentemente, Pablo tenía problemas para conseguir que las iglesias le apoyaran. Dondequiera que iba, a diferencia de estos “super apóstoles” de Jerusalén, no conseguía el apoyo de las iglesias, sino que tenía que fabricar tiendas para ganarse la vida. Esto era prueba, decían ellos, de que Pablo no era realmente un apóstol reconocido.

En las respuestas de Pablo a estas acusaciones, emerge para nosotros una imagen muy clara de cómo debería ser un verdadero siervo de Cristo. Después de todo, en un cierto sentido, todos estamos llamados a ser siervos de Cristo si le pertenecemos. Cada uno de nosotros tenemos un ministerio que Cristo nos ha dado. Este es un pasaje muy útil, por tanto, para reconocer cuáles son las pruebas de un verdadero ministro validado por Dios y, por el contrario, cuáles son las señales de un ministro falso.

Cuando aparece la falsa enseñanza, cuando encontramos filosofías equivocadas y afirmaciones sobre la verdad que no están en línea con las Escrituras, ¿cómo contestamos a ellas? La semana pasada, en los primeros seis versículos del capítulo 10, vimos qué armas hemos de emplear. Vemos que no se nos han dado las armas usuales del mundo. No hemos de usar grupos de presión, coerción o manipulación. Más bien, se nos han dado armas espirituales de fe, amor, verdad, justicia, oración, etc. Ahora, aquí, en esta sección a la que llegamos hoy, vemos las credenciales requeridas para usar estas armas de forma correcta. Capítulo 10, versículo 7:

Miráis las cosas según la apariencia. Si alguno está persuadido en sí mismo de que es de Cristo, esto también piense por sí mismo: que como él es de Cristo, así también nosotros somos de Cristo. Aunque me gloríe algo más todavía de nuestra autoridad, la cual el Señor nos dio para edificación y no para vuestra destrucción, no me avergonzaré, para que no parezca como que os quiero amedrentar por cartas. A la verdad, algunos dicen que las cartas son duras y fuertes, pero que la presencia corporal es débil y la palabra despreciable.  Esto tenga en cuenta tal persona que, así como somos en la palabra por cartas, estando ausentes, lo seremos también en hechos, estando presentes. (2 Corintios 10:7-11)

Parece ser que aquí el apóstol está pidiendo a los corintios que examinen la situación, no que crean simplemente a estos hombres sin probarlos. Yo diría que esta es una de las más grandes necesidades de nuestros días. Hay tantos cristianos que encienden la televisión y, como un personaje llamativo está usando la Biblia y hablando en nombre de Cristo, ellos lo siguen ciegamente. Cuando se les pide que manden dinero, lo hacen, algunas veces mandando enormes sumas sin hacer ninguna pregunta. Ellos incluso abandonan las reuniones con otros cristianos para poder seguir estos programas. Esto está creando problemas tremendamente difíciles en la iglesia actualmente. Pero Pablo dice: “Mirad lo que está justo delante de vosotros. Aquí hay señales ciertas de un ministerio auténticamente cristiano”.

La primera credencial, obviamente, es que uno debe pertenecer a Cristo. Como él dice aquí: “Si alguno está persuadido en sí mismo de que es de Cristo, esto también piense por sí mismo: que como él es de Cristo, así también nosotros somos de Cristo”. Eso es absolutamente fundamental. Usted no puede ser un ministro cristiano y no hablar mucho de Jesucristo, poniendo de manifiesto que tiene una relación con Él. Eso nos parece bastante obvio, pero existe el hecho extraño de que hay maestros en las iglesias hoy que realmente dejan a un lado el ministerio y la obra de Cristo. Hablan de “Dios” y de lo que “Dios” hará. Afirman estar guiados por “Dios”; hablan mucho del entendimiento de la doctrina y del conocimiento que obtuvieron de “Dios”. Pero una de las señales más claras de un farsante es que no dice mucho acerca de Jesús.

Estos hombres en Corinto estaban hablando de Cristo. Podía bien ser que estaban afirmando que lo habían conocido en los días en que estaba en la carne. Ya que Pablo no lo había conocido, estaban declarando ser superiores por eso. Pero, como el apóstol decía anteriormente en esta carta, lo importante no es si usted conoció a Jesús en Sus días terrenales o no, sino que “si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17). Así que el primer requisito de un ministerio auténtico es que la gente esté verdaderamente “en Cristo” y que sea claramente evidente por lo que dicen. Pablo no está desafiando ese hecho con estos hombres, pues en el análisis final sólo Dios, quien conoce el corazón, sabe la respuesta. Pero Pablo insiste en su propia relación: obviamente él estaba “en Cristo”, y estos corintios deberían ser los primeros en saberlo.

La segunda credencial mencionada aquí es la de la verdadera autoridad. Pablo habla de su autoridad. Dice: “Aunque me gloríe algo más todavía de nuestra autoridad…, no me avergonzaré”. Es decir, él no estaría exagerando, porque su autoridad es genuina. Esta es una de las preguntas que tenemos que hacer hoy día: ¿Con qué autoridad hablan estos maestros en la televisión, estos comentaristas radiofónicos y estos evangelistas viajeros? Todos ellos afirman ser portavoces autorizados de Dios. ¿Cómo puede usted distinguir si es una autoridad verdadera o falsa?

Note que el apóstol nos da una pista muy útil aquí. Él dice: “Mirad los resultados”. Jesús había dicho esto: “Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:20). Pablo está diciendo: “¿Qué les está ocurriendo a aquellos que escuchan a esta gente? ¿Están siendo liberados? ¿Están convirtiéndose en gente que ama, feliz e íntegra? ¿Están siendo obviamente ayudados, fortalecidos, desatados y liberados? ¿O se están volviendo unos fanáticos estrechos de mente y criticones, o en unos neuróticos ansiosos y miedosos, o quizás en unos libertinos carnales, indiferentes y encallecidos? ¿Qué está ocurriendo? Eso es lo que usted tiene que preguntar. Miren a los frutos y vean qué clase de ministerio tiene esta gente. ¿Está siendo la gente apoyada por sus líderes, puestos en libertad y alentados, o están siendo atacados y destruidos, limitados por los que tienen autoridad dentro de la congregación?

Cuando mi esposa era adolescente y una cristiana reciente, estaba en una iglesia donde fue víctima de los ataques del pastor. Él se enfadó con ella porque estaba escuchando algunos programas de radio que estaban enseñando la Biblia. A causa de que estos programas no compartían su punto de vista particular, él convocó un juicio en la iglesia y la echaron de la iglesia. Las cicatrices de esa experiencia están todavía frescas en su memoria. ¿Qué clase de liderazgo está siendo exhibido? Esa es la pregunta de Pablo.

La autoridad de Pablo era la de ser un portavoz de Cristo, comisionado para entregar lo que él llama: “la sabiduría oculta que Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria” (1 Corintios 2:7b). Ese es un versículo maravilloso. Está realmente diciendo que, aunque nosotros (la humanidad) hemos de vivir para la gloria de Dios, la asombrosa declaración de las Escrituras es que Dios vive para la gloria del hombre. ¿Se ha dado cuenta alguna vez de eso? Él ordenó que se nos diera una determinada verdad que resultaría en nuestra glorificación. Glorificar al hombre significa llevar al hombre al lugar donde Dios tenía intención que estuviera, hacerlo libre, hacerlo el rey de su vida, hacer que gobierne y reine en todos los asuntos que toque. El hombre sólo puede aprender eso cuando aprende a ser siervo, porque es sólo el siervo el que puede gobernar como rey. La intención de Dios es enseñarnos este gran hecho. Es exactamente lo opuesto a la postura de: “Defiende tus propios intereses, no te dejes pisotear e insiste en lo que te mereces”. Es reinar y gobernar a base de servir, amar y corresponder. Esa es la verdad: “La secreta y escondida sabiduría de Dios”. Pablo fue comisionado para entregarla, y esa, dice, era su autoridad.

Cuando él habla de su autoridad no quiere decir que tiene el derecho de decirle a la gente lo que tienen que hacer. Anteriormente, en esta misma carta, en el capítulo 1, versículo 24, dice: “No que nos enseñoreemos de vuestra fe” (No hemos venido como vuestros jefes para deciros cómo comportaros). Más bien dice: “colaboramos para vuestro gozo”. Estamos a vuestro lado para animaros, y fortaleceros y enseñaros la realidad tal como Dios la ve, para que podáis ser libres. Esa es su autoridad. No es para destruiros, dice, es para construiros. Eso es auténtica autoridad. Por eso, cuando observe el ministerio de cualquier líder espiritual, tiene que preguntarse a sí mismo: ¿Qué le está ocurriendo a la gente que lo escucha? ¿Están siendo libertados o están siendo destruidos?

Conozco iglesias en la costa oeste hoy, donde hay hombres que han asumido una cierta prerrogativa o puesto importante. Se llaman a sí mismos “ancianos”. Algunas veces incluso se llaman “apóstoles” a sí mismos. Afirman que la autoridad que deriva de este puesto es tal que tienen el derecho de regir todos los asuntos de la gente que llega a sus congregaciones, incluso hasta el punto de decirles qué clase de trabajo pueden hacer, con quién se pueden casar, dónde tienen que vivir y qué renta podrían ganar. Esa autoridad es falsa. Aquellos que están ejerciendo esa clase de autoridad en la iglesia en cualquier época son (sin querer, al menos) lo que Pablo llama “herramientas de Satanás”, que destruyen a la gente, no la construyen. La iglesia está llena de ellos actualmente. Por eso estos pasajes son tremendamente útiles para nosotros. Hay una tercera credencial aquí, comenzando con el versículo 12:

No nos atrevemos a contarnos ni a compararnos con algunos que se alaban a sí mismos; pero ellos manifiestan su falta de juicio al medirse con su propia medida y al compararse consigo mismos. Pero nosotros no nos gloriaremos desmedidamente, sino conforme a la regla que Dios nos ha dado por medida al permitirnos llegar también hasta vosotros, porque no nos hemos extralimitado, como si no hubiéramos llegado hasta vosotros, pues fuimos los primeros en llegar hasta vosotros con el evangelio de Cristo. No nos gloriamos desmedidamente en trabajos ajenos, sino que esperamos que conforme crezca vuestra fe seremos muy engrandecidos entre vosotros, conforme a nuestra regla. Así anunciaremos el evangelio en los lugares más allá de vosotros, sin entrar en la obra de otro para gloriarnos en lo que ya estaba preparado. Pero el que se gloría, gloríese en el Señor. No es aprobado el que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien Dios alaba. (2 Corintios 10:12-18)

Ese párrafo tan largo está resumido en una pequeña frase en el versículo 13: “conforme a la regla que Dios nos ha dado”. Lo que Pablo está diciendo es: “Es Dios quien nos da un ministerio”. Jesús dijo a Sus discípulos: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros y os he puesto [esto significa: “Yo os coloqué estratégicamente”] para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca... ” (Juan 15:16).

Lo que dice es que Él es la cabeza del cuerpo y es asunto Suyo colocar a la gente en el cuerpo donde Él quiere que estén. Todos nosotros estamos en el ministerio. Hemos estado aprendiendo eso otra vez a lo largo de estas epístolas a los corintios. A todos los que pertenecemos a Cristo nos ha dado dones del Espíritu, que son nuestro equipo para usar en el ministerio que Dios nos ha dado. Cristo ya le ha colocado a usted donde quiere que ejerza ese ministerio: en su hogar, entre su familia, entre los que trabajan con usted, en los contactos que ha tenido a lo largo de su vida. Él le ha dado el equipo y le está enseñando los recursos y el poder con los cuales ha de trabajar. Le ha puesto justo donde quiere que esté. Por tanto, no haga objeciones; no espere a que otras circunstancias se presenten en su camino. Ahí es donde Dios le ha puesto. Pablo reconoce eso acerca de sí mismo. Él dice: “¿Cómo llegué a Corinto? Bueno, Dios me condujo allí”. Pues bien, hay cuatro cosas en este párrafo que son las marcas de un ministerio que está autentificado por Dios:

La primera está en el versículo 12: No es un ministerio en el que uno se recomienda a sí mismo. Siempre que oiga a alguien presumir y alardear de lo que ha hecho por Cristo, tenga cuidado, vigile. A mí me asombra el cúmulo tremendo de literatura promocional del ministerio de alguien que pasa por mi escritorio cada semana. Cuando lo miro descubro que lo mandó el que se promociona. Estoy seguro de que él no tendría el mal gusto de presentarse ante mí y presumir de sí mismo. Pero él permite que se usen frases y palabras extravagantes sobre él y se ocupa de que se envíen a todo el mundo. Eso es lo que Pablo dice que no haría: “No nos atrevemos a contarnos ni a compararnos con algunos que se alaban a sí mismos; pero ellos manifiestan su falta de juicio al medirse con su propia medida y al compararse consigo mismos”. Son completamente tontos, dice. Sin embargo, ¡cuánta de nuestra actual vida cristiana hoy día consiste en inundaciones de literatura en la que alguien se recomienda a sí mismo!

Usted rápidamente aprende a reconocer algunos de los términos que se usan una y otra vez: “orador dinámico”, “predicador renombrado”, “universalmente aclamado”, “conocido internacionalmente”. Lamento que esa clase de cosas estén pasando. Para mí es una señal de que un hombre no ha entendido que su ministerio se lo dio Dios, y sólo la recomendación de Dios cuenta. Hace unos cuantos años estuve en una gran reunión en San Luis, Missouri, donde presentaron al Dr. Oswald Hoffman, el que habla en "La Hora Luterana". El hombre que presentaba hizo una introducción bastante florida, la cual concluyó diciendo: “Y ahora les presento al famoso Dr. Oswald Hoffman”. El Dr. Hoffman se puso de pie en el púlpito un momento y luego dijo: “Yo no soy el gran Dr. Hoffman. No soy nadie… igual que ustedes”. Fue refrescante para mí oír a alguien tomar esa postura ante su ministerio. Usted no puede evitar lo que otra gente diga de usted. No está mal si la alabanza y las recomendaciones vienen de ellos, pero es algo mortal en la iglesia permitir literatura que usted ha autorizado mandar recomendándose a sí mismo. Los hombres que se recomiendan a sí mismos, dice el apóstol, están faltos de entendimiento.

Ahora bien, hay una gran diferencia entre información y promoción. Usted puede dar información que simplemente identifique quién es usted, cuál es su nombre, qué viene a hacer, o cosas parecidas. Eso es perfectamente correcto. Pero promocionar algo, publicarlo, hacer propaganda e inflarlo con términos extravagantes está absolutamente fuera de lugar para un ministro aprobado por Dios. Como dijo cierto hombre, respondiendo a una presentación pomposa: “No hay grandes predicadores. Sólo hay un gran Dios”. Eso es lo que Pablo reconocería.

La segunda marca, en los versículos 13 y siguientes, es que un ministro auténtico entra por las puertas que Dios ha abierto. Así es como Pablo llegó a Corinto. Usted puede rastrear esto en el libro de los Hechos. Todo empezó con la llamada de Macedonia, donde Pablo tuvo una visión una noche de un hombre macedonio diciendo: "Pasa a Macedonia y ayúdanos” (Hechos 16:9b). En respuesta a eso, Pablo llegó a Filipos. Allí se metió en problemas y acabó en la cárcel. Cuando salió fue a la siguiente ciudad, Tesalónica. De nuevo, su predicación de la Palabra suscitó oposición, y fue expulsado de la ciudad. Fue a la siguiente ciudad, que era Berea, y, una vez más, hubo problemas y una revuelta. Tuvo que irse de allí durante la noche, y lo llevaron a Atenas, que está a sólo 50 millas al este de Corinto. Predicó en la Colina de Marte en Atenas, pero ellos no recibieron su mensaje. Así que aparece en Corinto, totalmente solo por el camino, armado con nada más que el poder del Espíritu de Dios, y empieza a predicar el evangelio por toda esta ciudad. De esto salió la iglesia de Corinto.

Eso es lo que quiere decir cuando dice: “no nos hemos extralimitado, como si no hubiéramos llegado hasta vosotros”. Dios había marcado a Corinto para Pablo, y lo había mandado allí. Esto fue claramente evidente para toda esta gente. Él no tuvo que andar merodeando, ni elaborar formas extravagantes de abrir puertas que no habían sido abiertas por el Señor. Comparo esto con la práctica actual de muchos que organizan “invitaciones” para ir elaboradas artificiosamente. Primero mandan un equipo de hombres para conseguir una invitación. Parece que han sido invitados a ir, pero en realidad no. Lo han organizado ellos mismos. Pero Pablo no querría tener nada que ver con eso. Él sencillamente estaba entrando por puertas que Dios había abierto para él.

Una tercera marca se encuentra en los versículos 15 y 16, donde Pablo deja claro que un ministerio auténtico siempre busca alcanzar a los que no han sido alcanzados: “No nos gloriamos desmedidamente en trabajos ajenos, sino que esperamos que conforme crezca vuestra fe seremos muy engrandecidos entre vosotros, conforme a nuestra regla. Así anunciaremos el evangelio en los lugares más allá de vosotros, sin entrar en la obra de otro para gloriarnos en lo que ya estaba preparado”. Él dice que, conforme estos corintios aprendan la verdad, conforme su fe crezca y empiecen a dar un testimonio obvio de lo que Cristo ha hecho en sus vidas, toda la iglesia será fortalecida. Esto permitirá a Pablo dejar ese lugar e irse a otro que no ha sido alcanzado aún, quizá apoyado por el ministerio que ha sido creado en Corinto.

Siempre me afligen las peleas que surgen algunas veces entre iglesias, que se convierten en conflictos terribles sobre lo que ellos llaman “robo de ovejas”. Puede que un cristiano deje una iglesia y se vaya a otra, y entonces el primer pastor se enoja muchísimo y acusa al otro de “robarle sus ovejas”. ¡Qué cosa tan terrible, cuando hay miles de personas alrededor de nosotros que no han sido alcanzadas, de entre los cuales podrían venir muchos nuevos conversos si nos acercáramos a ellos! La marca de un ministerio autentificado es que siempre procura extenderse. Nunca está contento con tener meramente su pequeño rebaño privado, sino que está hambriento con el hambre del Espíritu de Dios mismo de tocar las vidas de los que le rodean y que están sufriendo, muriendo y siendo destruidos por las fuerzas que actúan en sus vidas.

La marca final está en los versículos 17 y 18. Siempre que alguien presuma, Pablo dice, tiene que ser de lo que el Señor ha hecho: “Pero el que se gloría, gloríese en el Señor. No es aprobado el que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien Dios alaba”. De qué manera barre eso de un golpe todas las evaluaciones arrogantes que hacen los hombres de sus propios ministerios. Usted nunca oirá eso de Pablo. Precisamente en la siguiente sección nos contará algunas de las cosas que ocurrieron en su ministerio, pero lo hace con las más humildes disculpas. Está angustiado por tener que hablar de lo que ha hecho. Sólo lo hace porque esa es la clase de argumento que estos corintios han estado escuchando de estos falsos maestros, porque parece que ellos piensan que es importante. Usted tiene, como un breve ejemplo, el enfoque de Pablo en la 1ª carta a los corintios 15:10, donde dice esto acerca de sí mismo:

Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; aunque no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo (1 Corintios 15:10)

En todas partes Pablo reconocía que lo único que cuenta es lo que Cristo hace en él, no lo que él hace por Cristo. He visto algunas veces en las paredes de los hogares cristianos una pequeña placa que dice:

Sólo una vida, que pronto pasará.
Sólo lo que se hace para Cristo perdurará.

Eso suena muy piadoso, y tiene ciertamente un germen de verdad, pero siempre me fastidia porque creo que no está expresado muy exactamente. Lo que me gustaría ver es:

Sólo una vida, que pronto pasará.
Sólo lo que Cristo hace a través de mí perdurará

Pero eso no tiene la métrica poética apropiada, dirá usted. Bueno, no, pero tiene la teología correcta, y eso es lo que me interesa. No es lo que hago por Él lo que marca la diferencia en absoluto. Eso puede ser un tiempo totalmente perdido a ojos de Dios. Es lo que Él hace a través de mí. Es lo que yo espero que Él haga y lo que Él promete hacer lo que cuenta. Por tanto, la verdadera evaluación de un ministerio es mirar atrás y decir: “Gracias a Dios por lo que pasó. Pero yo no lo hice. Dios lo hizo a través de mí. Estoy agradecido por el privilegio de tener la oportunidad de ser un instrumento en Sus manos”. Eso es una evaluación verdadera.

Así que, ¿cómo detectamos a los farsantes que nos rodean? Ellos se recomiendan a sí mismos la mayoría de las veces. Siempre están alardeando de sus logros, imprimiéndolos y distribuyéndolos por ahí para que los vean. No dejan que los demás hablen por ellos, sino que hablan de ello ellos mismos. Y no están preocupados por acercarse a los que no han sido alcanzados. Sólo les importa tener un pequeño grupo de sus propios adeptos, potenciando esto al máximo, y no haciendo caso a los que se pierden alrededor. Manipulan e intentan conseguir reuniones y fabricarse varias puertas abiertas en lugar de seguir aquellas que Dios abre para ellos. La mayoría de ellos, cuando alardean, dejan claro que Dios tiene mucha suerte de tenerlos de Su lado. Esa es la marca de un farsante. Puede que no sea un falso cristiano, pero tiene un falso ministerio. Confío en que Dios nos ayude a evaluar nuestros propios ministerios a la luz de esto, que nos juzguemos a nosotros mismos de esta manera, y abandonemos cualquier intento de participar en un concurso de belleza espiritual para ver quién tiene el ministerio más atractivo de los alrededores.

Oración:

Señor, gracias porque en el cuerpo de Cristo no hay competición. A cada uno se le da un ministerio especial, y cada uno es responsable de usar sus dones para cumplir ese ministerio. Concédenos, por tanto, que no estemos llenos de celos y envidia los unos hacia los otros, sino que estemos contentos de trabajar en lo que nos has dado que hagamos, sabiendo que el fruto y la cosecha serán Tu obra y no la nuestra. Te damos gracias por este inestimable privilegio de ser llamados colaboradores de Dios, en el nombre de Jesús. Amén.