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Cuándo acabar la disciplina

Autor: Ray C. Stedman


En nuestro estudio de la segunda carta a los corintios esta mañana, trataremos con el tercero de tres problemas prácticos que surgieron en la iglesia de Corinto, a la cual Pablo está escribiendo. (Estos problemas también surgen frecuentemente en la iglesia de California.)

El primer problema era cómo manejar la ansiedad en su vida personal. Vimos que la respuesta de Pablo fue la fortaleza que el Espíritu de Dios da, con la cual pueden ser superadas tanto las presiones interiores como las que nos rodean. El segundo problema, al que miramos la semana pasada, era cómo aclarar los malentendidos con alguien. Hoy trataremos del problema de cuándo debería terminar la disciplina en una congregación. En los versículos 5 al 8 del capítulo 2, Pablo dice:

Si alguno me ha causado tristeza, no me la ha causado a mí solo, sino en cierto modo (por no exagerar) a todos vosotros.  Le basta a tal persona esta reprensión hecha por muchos. Así que, al contrario, vosotros más bien debéis perdonarlo y consolarlo, para que no sea consumido por demasiada tristeza. Por lo cual os ruego que confirméis el amor hacia él. (2 Corintios 2:5-8)

Claramente esto es un caso de alguna clase de corrección disciplinaria que está ocurriendo dentro de la congregación en Corinto. Hay muchas dudas entre los eruditos sobre quién es la persona en cuestión. Tradicionalmente esto se ha relacionado con el incidente de Primera de Corintios, donde cierto individuo estaba viviendo en una especie de incesto con la esposa de su padre. Pablo había escrito sobre ello, reprendiéndoles por no hacer nada al respecto y urgiéndoles a tomar medidas. Algunos eruditos piensan que esto era la continuación de aquello, que ahora es el caso de un hombre que se había arrepentido, y que Pablo está urgiéndoles a que le brinden amor y perdón.

Pero otros estudiosos de la Biblia creen que este es otro incidente, que este hombre es más probable que esté envuelto en alguna clase de rebelión, quizás encabezando un cisma contra la autoridad del apóstol, y que esto había creado malestar en la iglesia. Yo dudo de que este sea el caso del hombre incestuoso, porque Pablo no había escrito sólo Primera de Corintios sobre eso y urgido a la iglesia a actuar, sino que él mismo había estado allí desde entonces. (Les había escrito también una carta muy severa sobre asuntos de la iglesia, así que me parece poco probable que este asunto hubiera estado coleando tanto tiempo). Personalmente, creo que esto es una referencia a alguna otra situación en la iglesia. Pero, sea como sea, eso no es relevante.

Lo importante es que se había ejercido alguna forma de disciplina, y ahora Pablo les urgía porque, como el hombre se había arrepentido, era hora de tener un cambio de actitud hacia él. Por tanto, este es un estudio muy útil sobre lo que la iglesia debería hacer cuando alguien responde positivamente a la disciplina. Ya hemos visto en otros mensajes que el Señor Jesús es el que instituyó una forma de disciplina dentro de la iglesia. En Mateo 18, dice:

Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndelo estando tú y él solos; (Mateo 18:15a)

Ese es siempre el primer paso; eso mantendrá a una congregación en paz y más feliz que cualquier otra cosa que yo conozca. Bueno, puede ser que usted no esté enterado ―porque esta clase de cosas no se publican― pero esto está ocurriendo todo el tiempo en esta congregación. No pasa casi ninguna semana en que alguien no actúe de acuerdo con ello. Alguien va a una persona de la que siente que se está desviando de lo que las Escrituras dicen y le señala su falta. Entonces, normalmente, como Jesús siguió diciendo, lo que debería ocurrir, ocurre:

si te oye, has ganado a tu hermano. (Mateo 18:15b)

Eso es todo lo que hace falta que se diga sobre ello. Pero no debemos dirigirnos a otros en aquellas áreas en las que simplemente nos sentimos irritados porque alguien hace algo de manera diferente a como lo haríamos nosotros. Sólo debemos ir a ellos en las áreas en las que la Palabra de Dios ya ha dicho claramente que están mal. Si, no obstante, hay resistencia y rechazo a afrontar lo que claramente está mal, entonces, como dijo Jesús, debemos llevar a uno o dos más para que sean testigos de la discusión, con la esperanza de que eso ayudará al implicado, porque el objetivo de la disciplina no es el castigo, sino la recuperación y la restauración.

Si esa aproximación es rechazada, entonces el tercer paso es decírselo a la iglesia, con la esperanza de que todos los de la congregación que conozcan a ese individuo vayan a él y le rueguen que reconsidere su postura y admita el problema, para que la paz sea restaurada. Evidentemente, ese es el nivel al que había llegado la iglesia. En este problema en Corinto, cualquiera que fuera su naturaleza, el hombre se había resistido a la corrección hasta que se tuvo que decir a toda la iglesia. (Pablo se refiere a eso cuando dice: “Le basta a tal persona esta reprensión hecha por muchos”.) La iglesia ha actuado a este respecto y había tenido éxito al llevar a cabo la disciplina. Algunos, quizás, pueden preguntar: “¿Por qué son necesarias esa clase de cosas?”. El versículo 5 nos ayuda con esto. Es porque, como dice Pablo:

Si alguno me ha causado tristeza, no me la ha causado a mí solo, sino en cierto modo (por no exagerar) a todos vosotros. (2 Corintios 2:5)

Ese es el problema con las acciones que están mal; siempre hieren, no sólo a unos pocos, sino a todo el mundo. No hay nada más engañoso que la actitud que mucha gente tiene hoy día cuando dicen: “Bueno, esto es sólo entre esa persona y yo. No está dañando a nadie más”. Eso nunca es verdad en una iglesia. Como bien nos recuerda John Donne:

Ningún hombre es una isla.

Eso es verdad en toda la humanidad, pero en una iglesia somos una familia. Es imposible que haya conflictos, heridas y quejas entre cualquier par de personas y que no comiencen a extenderse y a afectar a otros también. He estado en iglesias donde habían crecido las enemistades, donde un grupo familiar no se hablaba con otro. Como resultado de eso, toda la iglesia se había paralizado espiritualmente; no ocurría nada en la comunidad, ningún testimonio de amor ni de restauración, y la efectividad de la iglesia se había estancado. Eso ocurre muchas, muchas veces, y por eso es por lo que la disciplina debe llevarse a cabo teniendo en cuenta que su repercusión será más amplia.

En este caso de Corinto, la mayoría de la congregación había estado involucrada en intentar alcanzar a la persona mencionada. Pero lo importante es que ya había ocurrido; ya había funcionado; este hombre se había arrepentido. Había admitido que lo que hizo estaba mal; y eso es el arrepentimiento. Es llegar a la conclusión acerca de uno mismo de que lo que he hecho está mal y hace daño. Este hombre había alcanzado ese punto y lo había demostrado con lo que a mí me gusta llamar la marca del arrepentimiento. Se menciona aquí en el versículo 7. Pablo los anima a consolarlo “para que no sea consumido por demasiada tristeza”.

La señal de que uno realmente ve que lo que hizo estaba mal es que empieza a ver el daño que ha causado con ello, y se crea un sentimiento de tristeza, de remordimiento de haber sido el instrumento por el cual muchos han sido dañados en su fe o en sus sentimientos. Por lo tanto, la marca del verdadero arrepentimiento es la tristeza. Sé que hoy día se nos enseña a menudo que, si usted hace algo mal, todo lo que tiene que hacer es ir y decirle a alguien: “Sí, yo hice eso”; entonces, inmediatamente usted, en cierto sentido, exige el perdón. Bueno, pues, es verdad que la otra persona debería perdonarle enseguida, pero la señal que le demuestra que usted está realmente arrepentido es que, acompañando esa admisión de culpabilidad, hay tristeza por el daño que se ha causado. Este es un espíritu bastante diferente del que actualmente vemos a veces, cuando la gente se enoja si no se les perdona instantáneamente.

La marca del arrepentimiento verdadero es que usted en realidad no cree que alguien debería perdonarle, que usted cree que lo que ha hecho es dañino y no merece el perdón. Por lo tanto, el perdón es algo que se da gratuitamente a alguien que siente que no lo merece; y eso es lo que está claro aquí. A propósito, puede ver esto si se adelanta al capítulo 7, donde Pablo se refiere a este mismo incidente otra vez y el tratamiento del mismo por parte de la congregación. En los versículos 8 al 10 de ese capítulo, dice:

Aunque os entristecí con la carta, no me pesa, pero sí lo lamenté entonces, pues veo que aquella carta os entristeció por algún tiempo. Ahora me gozo, no porque hayáis sido entristecidos, sino porque fuisteis entristecidos para arrepentimiento, porque habéis sido entristecidos según Dios, para que ninguna pérdida padecierais por nuestra parte.  La tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de lo cual no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte. (2 Corintios 7:8-10)

Así que la señal del arrepentimiento es el dolor y la tristeza por lo que se ha hecho. Este hombre había llegado a este punto; por lo tanto, era tiempo de acabar con la disciplina. Por supuesto, el objetivo de todo el proceso disciplinario en todo momento es conducir a alguien a su recuperación. En el momento en que eso se consigue, es hora de finalizar todas las sanciones y presiones que se le están poniendo y de empezar a brindarle el perdón y amor restaurador. Por esto es por lo que Pablo ruega en el versículo 8:

Por lo cual os ruego que confirméis el amor hacia él, (2 Corintios 2:8)

Cualquier forma de corrección nunca debe proceder de la ira, sino del amor, y, por tanto, la acción apropiada es reafirmar el amor. Pablo sugiere cómo debe hacerse esto cuando dice, en versículo 7: “Así que, al contrario, vosotros más bien debéis perdonarlo y consolarlo, para que no sea consumido por demasiada tristeza”. Pues bien, como este hombre ha alcanzado esta situación, Pablo continúa dando una declaración de lo que implica la restauración:

pues también con este propósito os escribí, para tener la prueba de si vosotros sois obedientes en todo.  Al que vosotros perdonáis, yo también, porque también yo, lo que he perdonado, si algo he perdonado, por vosotros lo he hecho en presencia de Cristo, para que Satanás no saque ventaja alguna sobre nosotros, pues no ignoramos sus maquinaciones. (2 Corintios 2:8-11)

Hay tres cosas de gran importancia en ese párrafo que nos ayudan a entender cómo se lleva a la gente a la restauración. La primera, como Pablo claramente indica, es empezar con una confrontación leal. Él dice: “os escribí, para tener la prueba de si vosotros sois obedientes”, no tanto obedientes a Pablo como obedientes al Señor. No se trataba del apóstol dando órdenes, sino llamando la atención sobre lo que el Señor había dicho. Su obediencia, por tanto, no era hacia él, sino hacia el Señor. Y siempre es así. Ningún hombre tiene derecho a dar órdenes en la iglesia, sino sólo a llamar la atención, como hermano, acerca de las órdenes que el Señor ya ha dado. Los corintios habían obedecido; ellos habían hecho lo que en Mateo 18 se requería, diciéndolo a la iglesia. Eso es siempre una cosa muy dolorosa de hacer.

Una de las razones por las que tantas iglesias están llenas de facciones, divisiones y problemas hoy día, es porque su dirección parece estar compuesta de asombrosos cobardes, que no tienen valentía moral y que no están dispuestos a actuar ellos mismos en obediencia a lo que las Escrituras dicen. En las ocasiones del pasado cuando esta iglesia ha tenido que tomar medidas de esta clase, en realidad hemos recibido amenazas, amenazas de demandas judiciales y de daños físicos contra los dirigentes, si actuaban. Hemos tenido que soportar reprimendas de mucha gente de la congregación, y de alrededor, quienes juzgaban equivocadamente y no entendían la situación, que pensaban que estaba mal que actuáramos así. Así que, algunas veces, ha hecho falta valor para permanecer firmes y obedecer la Palabra de Dios. Pero las Escrituras dicen: “El efecto de la justicia será la paz” (Isaías 32:17). Si usted actúa correctamente, en amor, de frente y con valor, el resultado final es paz; y esto es lo que estaba ocurriendo aquí en Corinto. El lugar por donde empezar, por lo tanto, es una confrontación leal.

Esto también es verdad para las dificultades individuales. Si usted tiene un problema con alguien, haga lo que dice el Señor: “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndelo estando tú y él solos” (Mateo 18:15a). Esa es siempre la base para conseguir la paz en una relación. Pero igualmente importante es la disposición a perdonar cuando hay indicios de que él ha reconocido que lo que hizo estaba mal, o ha visto el daño que ha causado, y hay dolor y tristeza a causa de ello. Entonces hemos de restaurar inmediatamente a tal persona.

En esto también la iglesia ofende a menudo. Sé que una de las causas frecuentes que hieren y dañan a las personas en la iglesia en general hoy día ha sido la falta de deseo de perdonar cosas del pasado que un individuo ha arreglado hace ya mucho tiempo, pero que aún se mantienen como un recuerdo acusador. Pongamos el divorcio, por ejemplo. He estado en muchos sitios donde la gente ha pasado por un divorcio, algunas veces hecho en base a las razones bíblicas para ello, pero se ha tratado como si fuera el pecado imperdonable. Los involucrados nunca podían volver a algún nivel de aceptación o liderazgo a causa de ello. Por alguna razón el divorcio es considerado mucho peor que el asesinato o el adulterio o cualquier otra cosa, pero eso es una equivocación. Se está haciendo mucho daño a causa de eso. Si es cierto que en esta situación Pablo mismo había sido insultado personalmente por el individuo en cuestión, dese cuenta de cuán generosamente da su perdón:

Al que vosotros perdonáis, yo también, porque también yo, lo que he perdonado, si algo he perdonado, por vosotros lo he hecho en presencia de Cristo. (2 Corintios 2:10)

No expresa resentimiento, ni recriminaciones, ni una actitud de “vale, perdono, pero no olvido”. A menudo se oye eso, ¿no es verdad? Eso revela una falta de entendimiento de lo que es el perdón. El perdón, básicamente, es una promesa que usted hace; es una promesa que hace a tres personas diferentes. Esto siempre es verdad en todos los casos de perdón.

Primero, es una promesa que usted hace a la persona que le ha ofendido y ahora se ha arrepentido, con la cual le está diciendo: “No dejaré que mi actitud hacia ti esté condicionada nunca más por esta ofensa. La he dejado de lado. Te trataré de ahora en adelante como si esto nunca hubiera pasado”. Es una promesa que hace usted de no volver a sacarlo a relucir otra vez. En el matrimonio muchos problemas continúan durante años y años porque tenemos la tendencia a volver a desenterrar todo el pasado, lo cual es una indicación de que nunca ha sido perdonado. Algunas parejas no se ponen histéricas, ¡se ponen históricas! Ese es el problema, y eso crea un problema.

Segundo, es una promesa de no pasárselo a nadie más. Cuando un asunto se perdona es para que se olvide. Bueno, puede que todo el mundo lo sepa, porque, como en el caso de Corinto, se ha contado a toda la iglesia. Pero lo que significa es que nadie se lo debe echar en cara nunca más, o mantener a esa persona señalada, o recordárselo cada vez que surja un problema. Es una promesa de abandonar el asunto, dejarlo en el pasado y jamás sacárselo a relucir a alguien de nuevo.

Tercero, y probablemente lo más importante de todo, es una promesa a usted mismo de que cuando su memoria vuelva al pasado, como hará de vez en cuando, usted no va a permitir que se adueñe de su corazón y le haga enojarse otra vez. En el momento en que vuelva a su mente, déjelo a un lado como algo que pertenece al pasado; no debe darle vueltas. Por lo tanto, es una promesa de repetir su acto de perdón, no importa cuantas veces el recuerdo regrese. Eso es el perdón, y Pablo está muy dispuesto a hacerlo así.

La razón, desde luego, es porque él mismo ha sido perdonado. La gente me dice algunas veces: “Bueno, es que no puedo perdonar en este caso. La otra persona me dijo que estaba mal y me pidió que le perdonara, pero es que no puedo hacerlo. Me hizo demasiado daño”. Pues bien, eso me revela que esa persona nunca se ha dado cuenta de lo mucho que se le ha perdonado ya a ella. La base del perdón cristiano es siempre: Perdona porque tú has sido perdonado. Si usted no puede perdonar es porque ha olvidado que fue perdonado. Pablo dice esto a los Efesios:

Antes sed bondadosos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. (Efesios 4:32)

Eso significa que no debemos ser santurrones y condenadores, ni asumir la actitud de “pues yo nunca podría hacer una cosa así”. A los ojos de Dios, usted ya ha hecho cosas peores y ha sido perdonado. Por consiguiente, esa es la base de perdón hacia los demás: “de gracia recibisteis, dad de gracia” (Mateo 10:8).

El tercer elemento aquí, que aparece en el versículo 11, es la necesidad de impedir que Satanás obtenga una ventaja sobre nosotros, pues Pablo dice: “no ignoramos sus maquinaciones”. Es Satanás quien sigue trayendo a su mente otra vez las heridas del pasado; él sigue interponiéndolas de nuevo en una situación. Él está intentando pillarle a través de la situación y provocar el conflicto entre usted y sus seres queridos, aprovechándose de ella. Es Satanás el que hace que los dirigentes de la iglesia se asusten de enfrentarse a alguna situación; les hace decir: “No nos involucremos; vamos a olvidarlo”. Ese es Satanás. Él está buscando ganar ventaja sobre toda la congregación, para debilitar su testimonio y dejarlos sin poder para influir en la comunidad.

Estábamos discutiendo una situación como esta precisamente la semana pasada, y uno de nuestros pastores dijo, con bastante razón: “Agarremos al toro por los cuernos y hagamos algo al respecto, para que nunca más vuelva a surgir lo mismo”. Yo sabía cómo se sentía, pero no siempre se puede conseguir eso, porque hay un enemigo que la hará volver una y otra vez, tanto si a usted le gusta como si no. Él sacará a relucir la misma situación en otras circunstancias del futuro, y usted tendrá que luchar la misma batalla una y otra vez.

Eso es lo que Pablo quiere decir cuando declara: “no ignoramos sus maquinaciones”. Cuando un pirómano anda suelto, puede esperarse que haya incendios; va a haberlos por todo el lugar. Tenemos un enemigo que es así, y cuando usted tiene un enemigo puede esperar que haya víctimas. Cuando usted está metido en una guerra, no puede decidir por sí mismo que no va a haber más heridos, porque el enemigo está ahí; él es el que hace que siga habiéndolos.

En la historia americana a menudo decimos: “El precio de la libertad es la eterna vigilancia”. Eso también es cierto en el reino espiritual. Sólo estando apercibidos de que estamos en una batalla, y que un enemigo está constantemente intentando aprovecharse de la situación, es que nos damos cuenta de que lo que lo derrota es otorgar un pronto y completo perdón cuando hay relaciones rotas entre nosotros. Eso es lo que evita que Satanás obtenga ventaja sobre nosotros.

Pablo lo dijo en la carta a los efesios: “no se ponga el sol sobre vuestro enojo” (Efesios 4:26b). Resuelva este asunto antes de que caiga la noche, antes de ir a la cama. No cargue con él hasta el día siguiente, dándole así una oportunidad al diablo de que agarre a todos los involucrados. Cuando usted lo deja pasar sin resolver una y otra vez, le está dando la oportunidad al diablo de agarrar a todos las personas involucradas, de crear más problemas y extenderlos ampliamente, y al final poner toda la iglesia patas arriba. Por lo tanto, uno de los elementos que la restauración siempre conlleva es ser espiritualmente conscientes de que estamos en una batalla; de que, básicamente, vivimos en un mundo loco bajo el control de un demente, así que no podemos esperar arreglarlo todo de una vez por todas.

Como describía el título de una antigua película que leí en una marquesina en Latinoamérica: "¡Todo el mundo está loco, loco, loco!".

Debemos, entonces, lidiar con estos problemas en nuestros corazones. Esa es la manera en que usted desactiva los ataques del enemigo. Hace algunos años leí sobre un hospital psiquiátrico que había ideado una forma muy efectiva para saber si los pacientes estaban listos para volver a la vida exterior. Se les llevaba a una habitación donde había un grifo abierto, derramando agua sobre el suelo, y se les daba una fregona, diciéndoles que secaran el agua. Si el paciente se ponía a secar el agua sin más, con el agua aún fluyendo, se le devolvía al hospital. Pero si tenían el buen sentido de cerrar primero el grifo y luego secar el agua, entonces sabían que estaban preparados para volver a la vida normal.

No tiene sentido intentar aclarar una situación hasta que hayamos cerrado el grifo del diablo, perdonando lo que se ha reconocido que está mal. Si persistimos en sacarlo a relucir una y otra vez, estamos intentando secar una situación donde el agua está todavía derramándose. Eso es una tontería; no se puede hacer. Por eso es por lo que, en muchos matrimonios, en muchas relaciones familiares, y en una iglesia, estos asuntos que hieren siguen y siguen durante décadas. Nadie ha cerrado el grifo: nadie ha perdonado y lo ha dejado quedarse en el pasado, ni se han dado cuenta de que todos nosotros tenemos necesidad de perdón continuamente. Cuando el perdón ocurre, tiene lugar una maravillosa sanación.

Podría contarles una historia tras otra sobre cómo he visto ocurrir esto. Congregaciones enteras han sido restauradas, grupos familiares completos se pacificaron, porque dos personas que estaban enojadas una con otra decidieron que iban a perdonar; y cuando hubo aunque fuera una mínima admisión de que se había hecho daño, se perdonó.

¿Existe alguna historia en todas las Escrituras más hermosa que la historia que Jesús contó sobre el hijo pródigo? La historia del padre anciano esperando en casa, oteando el horizonte y sabiendo que, cuando ese muchacho hubiera tocado fondo y estuviera preparado para admitir sus errores, aparecería por casa otra vez. Nada más divisar a su hijo en el horizonte, el anciano sale corriendo camino abajo para encontrarse con él, con los brazos abiertos. Antes de que el muchacho pueda decir una sílaba del discurso memorizado que se ha estado repitiendo a sí mismo camino de casa: “Ya no soy digno de ser llamado tu hijo” (Lucas 15:19), el viejo ya le está rodeando con sus brazos y llevándolo a celebrarlo, a matar el ternero cebado. (Recuerdo la pequeña historia de un niño de la escuela dominical a quien se le preguntó en clase: “¿Quién lamentó que el hijo pródigo volviera a casa?”. La respuesta que se esperaba era “el hermano mayor”, pero el niñito dijo, “¡el ternero cebado!”). Había uno que no lo lamentaba, y ese era el padre. Él estaba entusiasmado porque sabía que su hijo nunca habría vuelto si no hubiera reconocido que estaba equivocado. Y no esperó a que el hijo lo dijera. Él ya lo había perdonado. La misma aparición de su hijo en el horizonte fue suficiente para revelarle al padre que su hijo estaba en casa otra vez, lamentando lo que había hecho. Y, “para que no sea consumido por demasiada tristeza”, el padre le perdonó de todo corazón. Pues esa es la descripción de lo que Dios hace con nosotros.

Creo que es apropiado que concluyamos este servicio celebrando la cena del Señor, porque ese es el símbolo, por encima de todos los demás símbolos, que nos recuerda el fundamento de nuestro perdón. Hemos sido perdonados, y hacerlo costó la sangre de Jesús. Al participar del pan y la copa, nos recordamos a nosotros mismos por medio del Espíritu lo que le costó a Dios restaurarnos para tener paz con Él; y es un coste que es válido para toda la eternidad. El corazón de Dios carga con la herida del dolor que le hemos causado, y no la carga sobre nosotros otra vez. Tenemos una relación restablecida, hermosa y maravillosa para nuestros corazones, porque Dios ha soportado el dolor por nosotros. Eso es lo que nos recuerda la celebración de la comunión.

Al tomar el pan y la copa, recuerde esto: Este es el recordatorio de Dios que “de gracia recibisteis, dad de gracia”. Si usted ha sido ofendido, herido o afligido, recuerde cuánto ha pasado por alto Dios por usted, todo el daño y la aflicción que usted le ha causado y que le ha sido perdonado, y así haga eso con otras personas. Como dijo Jesús: “Por tanto, si traes tu ofrenda al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces vuelve y presenta tu ofrenda” (Mateo 5:23-24). No tiene que ir físicamente ahora mismo, puede ir mentalmente. Vaya y perdónele, y entonces, quizás, cuando el servicio termine, vaya y dígale que lo ha perdonado y que eso ya se ha dejado atrás.

Mientras se distribuye el pan, ¿querrá recordar que nuestro Señor tomó el pan y lo pasó a Sus discípulos y dijo: “Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí” (Lucas 22:19)? Esto es para recordarnos que la fuerza por la cual hemos de obrar es Su fuerza, Su vida en nosotros. Por eso es posible para un cristiano perdonar mientras que un no cristiano no lo puede hacer, porque, primero, el cristiano reconoce que él mismo está en esa misma situación; y, segundo, él tiene la fuerza del Señor para brindar el perdón. Así que nos recordamos a nosotros mismos con este acto que tenemos Su fuerza y Su vida en nosotros, y, por lo tanto, somos capaces de perdonar.

Esquema de 2 Corintios 2:4-11: Disciplina y restauración

  1. Los límites de la disciplina
    1. La extensión del daño
    2. Las dimensiones de la disciplina
    3. La señal de arrepentimiento
    4. La respuesta apropiada
  2. Los elementos de la restauración
    1. Confrontación leal
    2. Pronto perdón
    3. Toma de conciencia espiritual