Man-made Columns in Ruins Surrounded by God’s Solid Rock

El coste del amor

Autor: Ray C. Stedman


Llegamos ahora a un pasaje muy famoso de la 2ª carta de Pablo a los corintios, donde él detalla todas las adversidades y problemas que experimentó durante su ministerio. Sorprendentemente, esta lista de dificultades que sufrió ―la cual suena mucho más como alguien que está alardeando de sus proezas― viene de los labios del mismo Pablo.

No se puede negar que mucha gente se siente molesta con Pablo. Piensan que es un fanfarrón engreído. He tenido gente que me ha dicho: “No puedo soportar a Pablo. Imagine a cualquiera diciéndole a alguien: ‘imítame como yo imito a Cristo’. ¡Qué engreído!”. Sin embargo, él no era engreído, pero en este pasaje nos cuenta por qué algunas veces habla de esa manera. Personalmente, alardear era muy repugnante para Pablo. Sólo lo hizo por el bien de aquellos que eran tan inmaduros espiritualmente que estaban impresionados por las actuaciones exteriores, por las acciones llamativas y por las habilidades inusuales. Encuentro que muchas personas son reacias a hablar sobre sí mismas porque generalmente se espera que si usted no tiene algo terriblemente dramático que decir no debería abrir la boca. He oído a cristianos (estoy seguro de que hay muchos de ellos aquí), que sienten que nadie escucharía su testimonio porque ellos nunca han estado en la cárcel, nunca han sido drogadictos, nunca han sido conejitas de Play Boy, nunca han matado a su madre ni violado a su hermana; así qué, ¿hay algo que decir? Mucha gente, desgraciadamente, cree que el testimonio cristiano tiene que venir de un ambiente sórdido y escabroso para que tenga valor a los ojos de alguien.

Eso es un buen ejemplo de los problemas a los que se enfrentaba Pablo aquí en Corinto. Algunos de estos corintios se dejaron llevar por un grupo de hombres que afirmaban que eran apóstoles de Cristo, los cuales habían venido de Jerusalén presumiendo de todos sus tremendos logros por Cristo. Como resultado, los corintios estaban en peligro de seguir sus falsas enseñanzas en lugar de escuchar al apóstol que los había ganado para Cristo y que tan fielmente les enseñaba, oraba por ellos y los amaba. Pablo explica a los corintios por qué finalmente recurre a la jactancia: es porque esa es la única cosa que les va a impresionar y que les traerá de nuevo a escuchar la verdad del evangelio. Así que, de muy mala gana y con un considerable disgusto evidente en sus reacciones, Pablo se rebaja a este nivel y empieza a hablar sobre sus logros por Cristo. Puede ver esto en las palabras de los versículos 16 y siguientes del capítulo 11, donde dice:

Otra vez digo: Que nadie me tenga por loco; o de otra manera, recibidme como a loco, para que yo también me gloríe un poquito. Lo que hablo, no lo hablo según el Señor, sino como si estuviera loco, con la confianza de tener de qué gloriarme. Puesto que muchos se glorían según la carne, también yo me gloriaré... (2 Corintios 11:16-18)

Parece muy claro que Pablo no quiere hacer esto. Dice que no tiene la autoridad del Señor para hacerlo; es decir, normalmente no es correcto para un cristiano hacer esto. Eso puede ser sorprendente porque si usted escucha los medios de comunicación cristianos o lee literatura cristiana encontrará que es bastante normal, aparentemente, que los cristianos alardeen de quiénes son, lo que han hecho, dónde han estado, y cuáles son sus éxitos. Pero Pablo está hablando del cristianismo normal y verdadero. Dice que no es propio de un cristiano presumir de sí mismo de ninguna manera, pero él está dispuesto a hacerlo porque espera romper el hechizo que estos falsos maestros han creado en Corinto. Algunos de los corintios se habían tragado tan completamente el mensaje de estos falsos maestros que aguantaban la arrogancia y los insultos de ellos sin protestar. Puede ver eso en lo que Pablo continúa diciendo, en el versículo 19:

... porque de buena gana toleráis a los necios, siendo vosotros cuerdos, pues toleráis si alguno os esclaviza, si alguno os devora, si alguno toma lo vuestro, si alguno se enaltece, si alguno os da de bofetadas. Para vergüenza mía lo digo, para eso fuimos demasiado débiles. [Obviamente eso es una afirmación irónica.] (2 Corintios 11:19-21a)

Estos falsos apóstoles estaban volviéndose arrogantes y presumidos, de verdad. La clase de mentalidad que depende de la vanagloria para ganarse la atención de la gente, al final siempre tiende a la arrogancia.

Hace pocos años asistí a un servicio en otro estado, donde, probablemente, había un millar de personas presentes; la mayoría de ellos no llegaba a los cuarenta años. El pastor, que tenía reputación de maestro de la Biblia, estaba enseñando sobre un cierto pasaje de las Escrituras. No pude ver del todo lo que pasaba, pero, evidentemente, una joven que se sentaba en las filas de delante se alisó el pelo con la mano. Este maestro de la Biblia interrumpió su discurso y le dijo: “¿Qué está usted haciendo? Esto es un estudio bíblico, no un salón de belleza. Ese es el problema con ustedes, hembras escamosas; escamosa es un buen adjetivo para las hembras”, dijo. Y siguió humillándola directamente. Ella estaba sentada allí avergonzada y con la cara roja, pero no protestó, ni nadie más lo hizo. Entonces él reanudó su estudio. Después de un momento se fijó en un hombre en la fila de atrás (que, de hecho, estaba sentado muy cerca de mí), el cual estaba hojeando su Biblia, comprobando una referencia. El maestro dijo: “Hay un hombre ahí atrás que no está leyendo donde nosotros estamos. Estamos en el Nuevo Testamento, y si usted está en este estudio bíblico, estará en el Nuevo Testamento. Si no tiene tiempo para lo que estamos estudiando aquí, simplemente levántese y váyase”. De nuevo, la congregación se quedó allí sentada. Nadie dijo ni una palabra. Evidentemente, esto era algo normal para ellos. Yo estaba asombrado de cuánta arrogancia y cuántos insultos estaba la gente dispuesta a aguantar bajo el hechizo de alguien que enseña basándose falsamente en la Palabra de Dios.

Pues bien, esto es lo que estaba pasando en Corinto. Pablo está dispuesto a rebajarse a este nivel de chulería respecto a sus antecedentes, a fin de demostrar que él es más creíble que estos falsos apóstoles, incluso en su propio terreno. Así que, de mala gana, continúa alardeando de asuntos que él consideraba sólo de importancia secundaria, pero que estos corintios veían como una marca de éxito y credibilidad de sus maestros. Pablo continúa, en el versículo 21b:

Pero en lo que otro sea atrevido (hablo con locura) [Note cómo continúa interponiendo comentarios, no sea que creamos que esto es algo correcto], también yo lo sea. (2 Corintios 11:21b)

Entonces repasa detalladamente algunas de las cosas de las que estaban alardeando. Primero, el asunto de la estirpe:

¿Son hebreos? Yo también. ¿Son israelitas? Yo también. ¿Son descendientes de Abraham? También yo. (2 Corintios 11:22)

Es increíble cuánta consideración le da la gente a su linaje. Nunca he sido capaz de entender por qué alguna gente parece sentir que es mejor que los demás simplemente porque resulta que sus antepasados vinieron en el Mayflower. (Por lo que me han dicho de los míos, ¡ellos recibieron al Mayflower cuando arribó!) Incluso se han formado clubs, tales como Las Hijas de la Revolución Americana, como si fuera una señal de prestigio ser descendiente de alguien que luchó en la Revolución Americana. Sin embargo, eso no dice nada de la valía de la persona en cuestión, ¿no es cierto?

De esta actitud está hablando Pablo. Enseguida reconoce la majadería de esta clase de cosas y aun así él mismo las hace. Dice: “Si pensáis que esa clase de cosas son importantes, entonces no podéis rechazar lo que os digo, porque yo puedo superarlos incluso en estos aspectos. ¿Son ellos hebreos? ¿Proclaman que están relacionados con la nación escogida y son capaces de hablar el idioma elegido? Bueno, pues yo también. ¿Son ellos israelitas? ¿Son descendientes de Abraham? Yo también". Pero queda claro que él no piensa que esto sea de auténtica importancia en absoluto.

Conozco cristianos que alardean de su genealogía espiritual, aunque quizás no dirían nada de su genealogía natural. Hay una tendencia en los círculos cristianos a presumir de los colegios en los que se han graduado, cuantos títulos tienen, si se han estado en los lugares adecuados, de qué iglesias fueron miembros. Encuentro que esta gente a veces recaba una especie de aristocracia espiritual porque han sido miembros o asistentes de la Peninsula Bible Church. Pero eso no les da nada de valor en sí mismo. Deberíamos ser conscientes de esta tendencia a darle importancia a estas ventajas de la naturaleza, las cuales no dicen nada del individuo en realidad. Pablo sigue ahora hablando de la cuestión de la actividad. Versículo 23:

¿Son ministros de Cristo? (Como si estuviera loco hablo.) [Eso es lo que usted es cuando empieza a alardear de lo que ha hecho por Cristo.] Yo más; en trabajos, más abundante; en azotes, sin número; en cárceles, más; en peligros de muerte, muchas veces. (2 Corintios 11:23)

Desgraciadamente, incluso en el mundo cristiano de hoy hay hombres que viajan por ahí consiguiendo una audiencia por haber sufrido una persecución muy grande por Cristo. Pablo dice que, si esto es lo que estos falsos maestros están declarando, él puede eclipsarlos incluso en esto. Entonces empieza a enumerar:

De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. (2 Corintios 11:24)

Esa era una forma de castigo puramente judía. La ley de Moisés prescribía que para ciertas ofensas usted podía ser públicamente azotado con cuarenta latigazos. Pero también prescribía que, de acuerdo con los rabís judíos, si se infligían más de cuarenta latigazos, el hombre que azotaba tenía que recibir cuarenta latigazos. Así que, para evitar eso, tenían mucho cuidado de no llegar a los cuarenta; lo dejaban en treinta y nueve, “cuarenta menos uno”. Por eso tenemos esta expresión aquí. Por increíble que suene (y no tenemos otra narración aparte de esta), Pablo había soportado esa terrible paliza cinco veces. La ley también prescribía que, si un hombre moría por ello, la muerte no le sería imputada al hombre que lo azotaba, así que está claro que este castigo era tan severo que podía quitar la vida. Pablo continúa:

Tres veces he sido azotado con varas... (2 Corintios 11:25a)

Ese era un castigo romano. Pablo era ciudadano romano y, aunque la ley de Roma decretaba que ningún ciudadano debería ser golpeado con varas, sin embargo, por este tiempo ya había sido azotado tres veces de esta manera. (En el libro de los Hechos hay otro incidente de esta naturaleza recogido que viene después de este). Así que, a causa de las multitudes enfurecidas y de los jueces débiles, la misma ley era ignorada a veces, y esta forma de castigo ya había sido aplicada sobre el apóstol tres veces hasta este momento.

... una vez apedreado... (2 Corintios 11:25b)

Este incidente se recoge en el libro de los Hechos. En la ciudad de Listra, donde conoció al joven Timoteo en su primer viaje misionero, Pablo fue apedreado por una muchedumbre y arrastrado fuera de la ciudad y dado por muerto. Pero Dios lo restauró y lo devolvió a la vida y al ministerio otra vez. Luego sigue:

... tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he sido náufrago en alta mar; en caminos, muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y desnudez. (Corintios 11:25c-27)

Cuando leo esta lista me pregunto a mí mismo: “¿Qué he soportado yo por Cristo?”. Eso me hace sentir dos cosas: Primera, agradecimiento de que Dios nunca me haya pedido sufrir tales cosas. Podría haberlo pedido; nos lo podría haber pedido a todos, pero no lo hizo. Y segunda, al mismo tiempo me pregunto si mi vida no ha sido sobreprotegida. Me pregunto si yo reaccionaría como lo hizo el apóstol si hubiera sido llamado a soportar tales cosas. No se puede leer esto sin impresionarse por lo que Pablo padeció por Cristo. Luego está la cuestión de la angustia, en el versículo 28:

Y además de otras cosas, lo que sobre mí se añade cada día: la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién enferma y yo no enfermo? ¿A quién se le hace tropezar y yo no me indigno? (2 Corintios 11:28-29)

A lo largo de estos treinta años en que he sido pastor aquí, he tenido el privilegio de soportar algunas de las cargas, los padecimientos, el dolor, la angustia y las lágrimas de muchos de ustedes y de compartirlas con ustedes. Confieso que algunas veces es una gran presión. No lo he hecho muy bien. Me asombra aun más pensar en este poderoso apóstol llevando la carga de docenas de iglesias que fundó, estando abierto a sus necesidades y orando por ellos diariamente. Él nunca había estado en Colosas; no fundó la iglesia allí, pero oraba por ellos, y los mantenía ante Dios todos los días. ¡Qué tremendo ministerio de misericordia tenía este hombre! Qué empatía muestra. Qué habilidad para responder a los gritos que salían del corazón de la gente. Muevo la cabeza con asombro. Al leer una lista como esta, surge la cuestión: “¿Por qué aguantaría alguien una vida como esta?”. Si eso es lo que puede implicar el cristianismo, ¿qué es lo que hizo que este hombre estuviera dispuesto a pasar por estas terribles dificultades, presiones, pruebas y peligros? ¿Qué lo motivaba? La única respuesta que puedo encontrar es la que él mismo nos da en el capítulo 5 de esta misma carta: “El amor de Cristo nos constriñe” (2 Corintios 5:14a). Era su sentimiento de gratitud hacia el Señor resucitado, quien no sólo lo había perdonado y llenado y restaurado, sino que también iba con él en estas pruebas y lo sostenía en cada una de ellas, convirtiéndolas en experiencias de gozo en lugar de sufrimiento. Ese amor fluía a través de Pablo para alcanzar a todos los que ministraba a su alrededor.

Siempre me impresiona leer la carta a los tesalonicenses, donde él dice: “Tan grande es nuestro afecto por vosotros, que hubiéramos querido entregaros no sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas, porque habéis llegado a sernos muy queridos" (1 Tesalonicenses 2:8). Es hermoso ver el amor del corazón de este hombre. Frecuentemente he dicho a los jóvenes: “Conforme vayáis viviendo, vais a encontrar que un montón de gente querrán ser amigos vuestros. A muchos de ellos les gustaréis y os sentiréis atraídos hacia ellos, pero muchos de ellos serán falsos amigos. Siempre podréis distinguirlos por esto: Si están dispuestos a seguir amándoos cuando las cosas no os van bien, si están dispuestos a sufrir con vosotros y apoyaros, incluso cuando les ofendáis. Confiad en aquellos que están dispuestos a sufrir por vosotros”. Esa es la marca del amor.

Pablo ha demostrado a estos corintios que verdaderamente los ama. Ninguno de estos falsos apóstoles aguantaría esto. Como el mismo Jesús dijo: “Cuando viene el lobo, el asalariado huye, pero el verdadero pastor da su vida por sus ovejas” (véase Juan 10:11-13). Pablo simplemente saca esto a relucir para que ellos vean dónde está la verdad y en qué voz pueden confiar en este conflicto de voces al que están expuestos. En este punto, se vuelve hacia las cosas de las que un cristiano puede realmente presumir. No hemos de presumir de lo que hemos logrado, ni siquiera de cuánto hemos tenido que soportar por Cristo, pero hay algunas cosas de las que podemos presumir. Versículo 30:

Si es necesario gloriarse, me gloriaré en lo que es de mi debilidad. El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien es bendito por los siglos, sabe que no miento. En Damasco, el gobernador de la provincia del rey Aretas puso guardias en la ciudad de los damascenos para apresarme; y fui descolgado en un canasto desde una ventana del muro, y escapé de sus manos. (2 Corintios 11:30-33)

Pablo se remonta a treinta años atrás en el pasado a este bastante notable incidente que ocurrió poco después de su conversión y dice: “Si es necesario gloriarse, esta es la clase de cosa de la que me gloriaré”. ¿Cuál es? Bueno, tal como dice: “Son las cosas que muestran nuestra debilidad”. De eso deberíamos estar gloriándonos, de las veces en que no teníamos buen aspecto, de las veces en que caímos de bruces y fallamos. Pablo dice que de eso es de lo que se gloría. Es tan increíble que alguien alardee de eso, que hace un solemne juramento de que está diciendo la verdad. Dice: “El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien es bendito por los siglos, sabe que no miento. Al mirar a mi vida pasada, un suceso me viene a la mente por encima de los demás. Fue una vez en que fracasé completamente en lo que estaba intentando hacer. De eso alardeo porque ahí es donde empecé a aprender la lección más importante de mi vida”.

¿Sabe?, si Pablo estuviera vivo hoy, y viviera como lo hacen muchos cristianos, haría que se imprimiera esta lista de cosas que sufrió y la publicaría por todas partes, ¿no es así? Ustedes estarían oyendo: “Vengan y oigan al hombre que fue azotado cinco veces por Cristo y soportó tremendas dificultades y peligros. Vengan y oigan a este hombre que ha sido apedreado por su fe, que ha pasado por naufragios, día y noche, etc.”. Pablo desecha todo esto de un manotazo en el aire y dice: “La cosa por la que quiero ser conocido es por la vez en que me descolgaron de una muralla metido en un canasto”.

La narración de Hechos nos lo cuenta (Hechos 9:23-25). Después de su conversión se fue al desierto de Arabia durante un tiempo. Allí, sin duda, estudió las Escrituras para intentar entender cómo no había atinado en ver quién era Jesús, porque lo había considerado un impostor y un farsante, pero conforme investigaba descubrió a Cristo en cada pasaje. Debió haberlo visto en Isaías 53 y en el Salmo 22, en los sacrificios del Antiguo Testamento, en la disposición del tabernáculo; todo señalaba a Jesús. Cuando regresó de esa experiencia tenía dos ardientes convicciones en su corazón: Primera, que el Antiguo Testamento probaba que Jesús de Nazaret era el Mesías, porque entró en las sinagogas y empezó a demostrar esto a los judíos partiendo de sus propias Escrituras. La segunda cosa de la que estaba convencido por esa experiencia era que Dios le había elegido para ser apóstol para Israel, para alcanzar a esta nación de judíos para Cristo. Y lo intentó. Lo intentó lo mejor que pudo con su mente brillante, con su gran conocimiento de las Escrituras, con todas sus cualificaciones hebreas ―él nos las enumera en Filipenses 3― un hebreo de hebreos, circuncidado en el octavo día, nacido de la tribu de Benjamín; un fariseo de la secta más estricta de su religión, celoso de la ley, intachable en su vida exterior.

Lo tenía todo, así que empezó a acercarse a los judíos para llevarlos a Cristo. Pero las cosas no paraban de salir mal hasta que llegó a una situación tan terrible que una noche el gobernador, instigado por los judíos de Damasco, intentó encontrarlo para atraparlo y darle muerte. Al oír esto sus amigos lo sacaron a una de las casas construidas en la muralla de Damasco y por una ventana le descolgaron en una cesta en la oscuridad de la noche. Pablo dice: “La noche en que me convertí en un caso perdido, de eso es de lo que me glorío”. ¿No es sorprendente? Mirando atrás, él dice: “Eso fue todo. Al alejarme de la ciudad de Damasco, con todos mis planes y sueños de gloria por Cristo derrumbados a mis pies, esa fue la noche en que empecé a aprender la gran verdad: Mis dones naturales no son los que me cualifican como siervo de Cristo”. ¡Ojalá pudiera enseñarle esto a toda la cristiandad hoy! Estamos bombardeados con la filosofía de que las habilidades naturales son las que nos hacen usables como cristianos ―una fuerte personalidad, una actitud abierta y optimista, dotes de liderazgo, cuerpo y porte atractivos, habilidad musical, habilidad oratoria― todas estas son cosas que Dios usará.

Pablo dice: “Eso es un montón de tonterías. Yo tuve que aprender que eso no sirve, que Cristo obrando en mí es la única cosa que Dios aprueba”. Cualquiera que sea cristiano tiene eso, y si usted aprende a contar con Jesús obrando en el interior, listo para obrar a través de usted cuando usted elige hacer algo, Él trabajará a su lado y le dará significado y lo hará valioso a ojos de Dios y, en última instancia, a los ojos de los hombres. Ese es el gran secreto que Pablo aprendió. Por eso dice: “Miro atrás al incidente de la muralla de Damasco y nunca lo he olvidado”. Él sigue, en Filipenses 3, contándonos todas aquellas cosas que una vez estimó como ganancia y que ahora estima en nada más que un montón de estiércol, comparadas con lo que ha aprendido que Cristo puede hacer de él.

No conozco ninguna verdad que Dios quiera que aprendamos más grande que esa. Es la verdad más difícil que podemos aprender. Estuve hablando con un joven justo ayer, el cual tiene 21 años, es buen atleta con un cuerpo fuerte, un hombre joven y atractivo, un cristiano que ama al Señor y que quiere servirle. Pero él estaba indeciso entre una oportunidad que se le había presentado que lo colocaría en una iglesia de moda muy conocida, la cual le daría un buen nombre inmediatamente, que le daría dinero de sobra y le conduciría a un ministerio que muy probablemente conlleva mucha fama, o estar dispuesto a ser anónimo y perderse a sí mismo, confiando en que Dios le guie y que Cristo lo use, aunque nunca más se oyera hablar de él públicamente. Esa es una lucha por la que todos tenemos que pasar de una manera u otra. ¿Recuerda cómo lo expresó Jesús?: “El que quiera salvar su vida la perderá. El que pierda su vida por mí, la salvará” (Mateo 10:39, 16:25, Marcos 8:35, Lucas 9:24, 17:33, Juan 12:25). Ahí es donde estaba Pablo. De eso dijo que se gloriaría, de las cosas que muestran su debilidad, "porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Corintios 12:10b). En el siguiente capítulo, sigue para demostrar otro ejemplo de eso. Lo veremos la próxima vez que nos reunamos para estudiar esta carta.

Pablo enfatiza y subraya esta gran verdad que cambió radicalmente su vida. Si nunca hubiera aprendido esta gran lección, jamás habríamos oído de él en el presente. Hubiera sido solamente otra figura de relumbrón del siglo primero, que subió como un cohete sobre el horizonte por un rato y luego desapareció. Nadie habría sabido de él desde entonces. En cambio, se convirtió en el poderoso apóstol que ha conmovido el mundo por Cristo en cada generación durante veinte siglos, porque aprendió el secreto que Jesús enseñó a Sus propios discípulos: “separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5b). Eso es lo que tenemos que aprender. Que Dios nos ayude a aprenderlo.

Vamos a concluir este servicio con la comunión, y estoy encantado de que sea así, porque la comunión está diseñada para enseñarnos esta misma verdad. Muchos han preguntado por qué hay una copa de sangre en la comunión. Bien, es porque rememora la sangre que Cristo derramó por nosotros en la cruz. Pero, ¿cuál es el significado de eso? Significa que nuestra vieja vida ha terminado. Nuestra vieja vida basada en nuestras habilidades naturales, nuestros dones naturales, nuestro éxito y nuestra gloria a los ojos de los demás ha terminado; no hay que contar con eso ya; Dios no la valora. Pero tenemos una nueva vida simbolizada por el pan del que nos alimentamos día tras día. Del mismo modo que comemos pan nos debemos alimentar de Cristo, tomando de Él Su sabiduría, Su fuerza, Su consuelo, Su paz, Su poder. Así que, al partir el pan y beber la copa, recordemos que esa es la enseñanza que el Espíritu Santo quiere impartirnos.

Oración:

Señor, venimos a esta mesa que nos has dado para que nos recuerde de nuevo que sólo hay una manera en que podamos ser útiles en Tu reino, y esta es que terminemos con nuestro yo natural, que consintamos en ello y lo aceptemos, y que resucitemos a una nueva vida de confianza y seguridad en Ti. Gracias por Tu fidelidad en seguir enviándonos recordatorios de nuestra debilidad, para que podamos confiar en Tu fuerza. Sin esos recordatorios todos nos volveríamos engreídos y fanfarrones y seguros de que tenemos lo que hace falta. Ayúdanos a que esta experiencia nos recuerde de nuevo que sin muerte no puede haber resurrección, que nada que no muera resucitará de la muerte. Oramos en el nombre de Jesús. Amén.