Man-made Columns in Ruins Surrounded by God’s Solid Rock

El éxtasis y la agonía

Autor: Ray C. Stedman


Conforme avanzo en estos estudios de 2ª de Corintios, me vuelve a sorprender que nuestros tiempos se están volviendo cada vez más y más “corintianos”; nos estamos aproximando a la misma clase de vida que el apóstol Pablo encontró en esa ciudad. Estas cartas, por tanto, explican muy elocuentemente nuestros tiempos.

En estos capítulos de cierre, Pablo es atrapado en el juego de llevar siempre la delantera. Él no quiere que sea así, pero así es como es. En las últimas semanas he estado en tres conferencias de pastores en dos continentes diferentes, y he notado que, no importa en qué lugar del mundo esté, si un grupo de pastores se reúne, siempre empiezan a ver quién lleva la delantera. Un pastor le dirá a otro: “¿Cómo van las cosas en tu iglesia este año?”. El otro dirá: “Bien, hemos tenido un año bastante bueno”. (Usted puede ver que se están tanteando uno a otro, para ver hasta dónde pueden llegar.) Uno de ellos dirá: “¿Cuántas conversiones habéis tenido?”. (Si son bautistas dirán: “¿Cuántos bautismos habéis tenido?”.) El otro dirá: “Bueno, hemos tenido dos o tres al mes”. El primero entonces cambia de tema porque son más de las que él ha tenido. Dirá: “A nuestro coro le fue muy bien este año”. El otro dirá entonces: “Nuestro presupuesto para misiones es mejor que nunca”. Uno puede sentir cómo están jugando a “¿Quién puede superar esto?”.

Bien, esto es lo que estaba ocurriendo en Corinto. Vinieron algunos falsos apóstoles, que estaban presumiendo de sus logros, de lo fieles y tremendamente dedicados que eran. Estaban hipnotizando a estos corintios para que creyeran que ellos eran auténticos apóstoles de Cristo, enseñándoles cosas falsas, etc. Con el objetivo de recuperar la atención de los corintios, Pablo tiene que comparar sus cuentas con ellos, como si dijéramos, y gloriarse de sus resultados, lo cual ha estado haciendo en estos capítulos.

Pero es extraordinaria la jactancia que hace, sin una palabra de lo que pudiéramos esperar, ni una palabra acerca de las cosas de las que muchos predicadores alardean hoy día. Él no exhibe una lista impresionante de títulos académicos. No menciona a ninguno de sus convertidos famosos con los que ha trabajado. No hace ninguna declaración acerca de las grandes multitudes a las que ha predicado o los extraordinarios milagros que acompañaron su ministerio. No dice nada sobre ser un apóstol internacionalmente conocido. Todas estas cosas eran verdad, pero Pablo no dijo ni una palabra acerca de ellas, en agudo contraste con muchos que predican hoy día. Más bien, empieza a gloriarse de una lista increíble de adversidades: palizas, ayunos, prisiones, apedreamientos, naufragios, peligros por todas partes. Luego incluye la historia casi vergonzosa de la noche en que tuvo que ser descolgado desde una muralla metido en un canasto, para poder escapar de una confabulación para acabar con su vida. Eso no suena a tener mucho de lo que gloriarse, porque representaba el derrumbamiento de todos sus sueños y planes.

Pero cuando llegamos al capítulo 12, Pablo describe una experiencia que finalmente suena como algo de lo que merece la pena presumir. En este capítulo tenemos su historia de su arrebatamiento al paraíso, y una historia que le acompaña sobre un aguijón en su carne. Presenta esto con una insinuación de que esta visión del paraíso es sólo una de las muchas que tuvo. Versículo 1, capítulo 12:

Ciertamente no me conviene gloriarme, pero me referiré a las visiones y a las revelaciones del Señor. (2 Corintios 12:1)

Esta, por cierto, era la base de su afirmación de que era un apóstol. Lucas nos dice que los apóstoles eran aquellos que habían visto al Señor después de Su resurrección. Pablo, por supuesto, no era uno de los doce originales, pero él había visto a Cristo en el camino de Damasco. Ahora nos dice aquí que hubo muchas ocasiones en las que tuvo visiones del Señor. Eso no significa que era una fantasía o algo que vio en su mente. Él realmente vio al Señor; el Señor se le apareció y le enseñó. Esa es la base de sus afirmaciones de ser un apóstol. Pablo decía que el mismo Jesús le había enseñado lo que había aprendido, las verdades del evangelio que predicaba. Eso, a propósito, es un hecho importante tener en mente cuando la gente desafía la autoridad del apóstol en estos días. Debemos recordar que él mismo dijo que fue el Señor el que le enseño estas cosas. Después de muchos años de ministerio por el mundo, Pablo tuvo un día la oportunidad de comparar notas con los apóstoles originales, Pedro, Santiago, Juan y otros, y él nos dice en Gálatas que ellos no pudieron añadir nada a lo que ya había aprendido del Señor mismo. Así que esta es la base de la enseñanza de este gran apóstol: venía directamente de las apariciones personales del Señor. Ahora, en el versículo 2 y siguientes, Pablo continúa, dándonos una de las más impresionantes de estas ocasiones:

Conozco a un hombre en Cristo que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y conozco al tal hombre (si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe), que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar. (2 Corintios 12:2-4)

Quizás lo más extraño de esa narración es que Pablo la pone en tercera persona, como si le hubiera ocurrido a otro. No estoy seguro de por qué hace eso, pero más adelante, en el versículo 7, él deja muy claro que fue a él a quien le pasó esto. Aquí, sin embargo, suena como si le ocurriera a alguien a quien una vez conoció. No nos cuenta mucho; note que no hay mucho detalle sobre el más allá. (Siempre he deseado haber podido entrevistarlo acerca de ello.) Pero varias cosas quedan claras por lo que dice:

Una es que, obviamente, es una experiencia en la cual fue más allá de esta vida presente; él entró, dice, en el “tercer cielo”. (También lo llama “paraíso”.) Pues bien, el tercer cielo era una referencia a la creencia judía sobre la estructura del universo. Había tres cielos, creían ellos. El primero era la atmósfera alrededor de la tierra, las nubes, etc. Luego, más allá de eso, podían ver el segundo cielo donde estaban las estrellas, el sol y la luna. El tercer cielo era el reino invisible donde estaba el trono de Dios, por tanto, se llamaba el paraíso. Era la dimensión invisible de la vida. Por todas las Escrituras, en los incidentes donde alguien aparecía fuera del cielo o iba al cielo, están refiriéndose a pasar a esta dimensión invisible de la realidad. No significa que está lejos en algún lugar del espacio; significa que no es visible para nuestros sentidos presentes. Constituye una especie de cuarta dimensión de la vida. Es ahí, dentro de ese reino, a donde el apóstol fue llevado. Si usted sigue el rastro de las fechas, ocurrió alrededor del tiempo en que salió de Tarso, de vuelta a Antioquía (unos diez años después de su conversión). Había surgido un avivamiento en Antioquía, y Bernabé había ido y llevado a Pablo para que le ayudara en ese tiempo.

Lo segundo que nos dice Pablo es que el cuerpo no importaba mucho en este evento que está describiendo. Si estaba en el cuerpo, no tenía conciencia de ello; y si estaba fuera del cuerpo, no lo echaba de menos. Esto siempre me ha sugerido que ir a estar con el Señor no será una experiencia tan única o diferente como pudiéramos pensar. Recuerde que, en el capítulo 5 en la traducción revisada de la Biblia, Pablo lo llama: “estar en casa con el Señor”. Acabo de regresar de Polonia y me he sentido muy bien al llegar a casa, porque el hogar es donde uno descansa, se siente a gusto; uno no está en tensión o bajo presión; uno puede quitarse los zapatos, estirarse y sentirse cómodo. Así es como era estar con el Señor, dice Pablo. Era como estar en casa. Basándose en lo que sentía, él no estaba seguro del estado de su cuerpo, pero está claro que fue una gran experiencia de tranquilo disfrute para él. Esta es quizá una razón por la que hace esta narración en tercera persona, porque era casi como si le hubiera ocurrido a otro. No estaba consciente de si su cuerpo estaba involucrado o no.

La tercera cosa que nos dice Pablo es que lo que oyó no podría contárnoslo. Él debió de haber oído cosas maravillosas, cosas que contribuyeron grandemente a su comprensión de la vida y la realidad. Estas debieron de haberlo ayudado en su fantástica captación de lo que existe, y de lo que Dios está haciendo. Pero no podía describir estas cosas con palabras terrenales. Usted habrá notado que cuando lee a los profetas del Antiguo Testamento y a algunos del Nuevo Testamento, aquellos que tuvieron visiones del Señor, visiones del cielo, nunca fueron capaces de describir muy exactamente lo que vieron. Tuvieron que expresarlo con símbolos: las ruedas dentro de ruedas y los extraños animales con cuatro caras de Ezequiel. Las descripciones de Daniel son similares de alguna manera; lo mismo las de Juan en el Apocalipsis. Nadie podía describir exactamente lo que vio, porque sobrepasa mucho lo que conocemos en el presente. Esto indica con seguridad que cuando estemos con el Señor nuestro conocimiento sera aumentado grandemente. Conoceremos secretos que nunca soñamos que existieran, secretos que nos sobrepasan tanto ahora, que no pueden ser expresados con el lenguaje. Eso es lo que Pablo está diciendo aquí.

Bueno, usted podría esperar que, al menos de esta experiencia él pueda gloriarse. Podría esperar que ahora tiraría por tierra a estos falsos apóstoles y los retaría a encontrar algo más grande que esto. Pero, sorprendentemente, no hace eso. De hecho, sigue diciendo, en el versículo 5:

De tal hombre me gloriaré; pero de mí mismo, en nada me gloriaré sino en mis debilidades. Sin embargo, si quisiera gloriarme, no sería insensato, porque diría la verdad; pero lo dejo, para que nadie piense de mí más de lo que en mí ve u oye de mí. (2 Corintios 12:5)

Con estas palabras Pablo está admitiendo que esta fue una experiencia muy inusual; y si efectivamente se gloriase de ella, al menos estaría diciendo la verdad. "Esto me ocurrió realmente", dice. Pero no se gloría porque no quiere que la gente lo mire de forma que no se base en lo que puedan ver por sí mismos. En otras palabras, no quiere un estatus por encima de lo que es visible a la gente que está en contacto con él personalmente. “Lo que ves es lo que tienes” es el lema del apóstol. Él no hace ninguna reivindicación de algo fuera de lo corriente en su ministerio.

Eso es muy extraordinario, especialmente en estos días en que hay una racha de libros apareciendo, todos los cuales intentan contarnos algo fuera de lo corriente, experiencias fantásticas de personas que supuestamente murieron, fueron al cielo y regresaron al cuerpo. Si usted mira estos libros, todos son muy descriptivos de lo que vieron los autores. (De una cosa estoy seguro: ninguno de ellos hubiera esperado 14 años antes de ir corriendo a publicarlos.) Describen sus experiencias muy detalladamente: gente que se les acerca con ropajes brillantes, hermosos paisajes, etc. Estas personas inmediatamente organizan giras de conferencias, entrevistas en la televisión, y reciben de buena gana la fama. Usted no podrá ver nada de esto en el apóstol Pablo. De hecho, él dice: “No he hablado de esto durante 14 años, y ahora lo hago de mala gana. No quiero presumir de ello. En realidad, ni siquiera he llegado todavía a la cosa de la que quiero presumir. Esta visión del paraíso es la introducción a lo que tengo que decir. De esto es de lo que quiero gloriarme”, y continúa, en el versículo 7:

Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltara, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca; (2 Corintios 12:7)

"Eso”, dice Pablo, "es el objeto de mi jactancia: gloriarme de mis debilidades. Y de esa tremenda experiencia de revelación y gloria me ha venido la más molesta e irritante agonía de mi vida”, lo que él llama, “un aguijón en mi carne”. Todo el mundo inmediatamente querría saber qué era. Algunos creen que quizá Pablo estaba mal de la vista, porque hay un pasaje en la carta a los gálatas donde elogia a los que la leen, porque ellos, si hubieran podido, se hubieran arrancado los ojos y se los hubieran dado a él. En esa carta también dice: “Mirad con cuán grandes letras os escribo de mi propia mano” (Gálatas 6:11). (Cuando yo viajaba con el Dr. H. A. Ironside, él padecía de cataratas, y solía escribirme con letras grandes. A menudo yo pensaba en esas palabras de Pablo cuando leía sus cartas.) Personalmente, pienso que podría muy bien haber sido algún problema ocular que tenía que le molestaba repetidamente, y puede que incluso le hiciera repulsivo a veces. Algunos comentaristas piensan que puede que tuviera un defecto en el habla, porque él menciona que tenía dificultades para decir las cosas que quería. Algunos incluso han sugerido que una vez estuvo casado y tenía una mujer litigiosa. ¡Eso sí que sería un aguijón en la carne! Yo no creo que haya prueba de eso, aunque hay algunas pruebas de que Pablo estuvo una vez casado. Fuera lo que fuera, sabemos una cosa: estaba en la carne; era probablemente algo físico lo que le molestaba. Según lo que él dice aquí, ambos, el Señor y Satanás, estaban implicados en esto. Él lo llama “un mensajero de Satanás”, que venía a acosarle, a fastidiarle, a irritarle, a estar constantemente pinchándole como una espina clavada en la carne y que no podía agarrar para sacársela. Y aun así, dice que le fue dada para humillarle, para evitar que se pusiera eufórico por las revelaciones que tuvo.

Ahora bien, fíjense en que ambos, el Señor y Satanás, estaban implicados en esto juntos. Es bastante curioso que Satanás sea el instrumento que el Señor usa. Hay una escena similar al principio del libro de Job, cuando Satanás tiene que comparecer ante el Señor para obtener permiso para afligir a Job y provocar la terrible temporada que pasó lleno de forúnculos. Sin embargo, al final del libro, Dios aparece solo y dice a Job, básicamente: “Yo soy el responsable, Job; ¿alguna pregunta?”. Así que siempre tenemos la combinación de estas dos fuerzas. El objetivo de Satanás era destruir y acosar a Pablo, hacer que su vida fuera desgraciada, y ese es su propósito en las pruebas que pasamos. Pero el objetivo de Dios era fortalecerlo, hacerlo humilde y mantenerlo útil en Sus manos. Nunca he visto una prueba o tragedia venir a los cristianos que no conllevara estos dos aspectos.

Cuando estuvimos en Polonia esta semana pasada, hablé con un pastor de allí que está pasando por una tremenda lucha personal. Él había estado involucrado en un incidente que resultó en unas críticas muy severas hacia él (las cuales pienso que no merecía). Esto lo estaba destrozando emocionalmente. No podía dormir ni comer; su familia estaba alterada; él estaba atormentado con terribles pensamientos de cosas espantosas y terribles, impulsos suicidas, etc., que no dejaban de acudir a su mente. Era desgraciado, estaba exhausto, desgastado, y físicamente temblaba a causa de la presión. Estaba muy claro que estaba sufriendo un ataque del diablo. Satanás estaba metiéndose con él y sometiéndole a un tremendo asalto. Pero también era verdad, como tuve el privilegio de señalarle, que Dios estaba involucrado en ello. Si él se oponía y resistía al diablo con las armas de la guerra espiritual, Dios ganaría una gran victoria con esto, y él mismo saldría fortalecido, ayudado y más útil en las manos de Dios. Por tanto, este es el secreto que hay detrás de todas nuestras pruebas. Bien, cualquiera que fuese este aguijón en su carne, a Pablo no le gustaba. Él acudió al Señor por eso. Nos lo dice en el versículo 8:

... respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad. (2 Corintios 12:8-9a)

Pablo era un hombre poderoso en la oración; así que era natural que él pidiera que el Señor quitara el aguijón; y estoy seguro que la primera vez que oró esperaba obtener un alivio inmediato, pero no fue así; el aguijón en la carne le seguía hiriendo; no fue quitado. Y una vez más él pidió, quizás un poco perplejo por el hecho de no recibir una respuesta positiva; y todavía no obtenía una respuesta. Así que, una vez más, se pone delante del Señor y pide que se lo quite y, por fin, después de un considerable periodo de tiempo, la respuesta llega y es muy clara. Si fue en una visión o por alguna convicción interior de su mente, no lo sé, pero la respuesta era clara: Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad.

Quiero preguntarles a ustedes algo: si eso es un principio verdadero de la vida, y Dios sabe que es verdad que Su poder se perfecciona en nuestra debilidad, ¿qué piensan que está haciendo con nosotros? Haciéndonos débiles, ¿no es así? ¿Y qué es lo que nos hace sentirnos débiles? Bueno, pues, es estar bajo ataque, sintiéndonos inadecuados para lidiar con las presiones y los problemas que tenemos. Así que, si usted se siente de esa manera, no es sólo el diablo el que le hace sentir así, es Dios también. Dios nos hace sentir esto para librarnos de lo que nos haría inútiles para la obra de expandir Su reino. Pablo sabía que lo peor que podría hacer era volverse arrogante y engreído a causa de sus revelaciones. Evidentemente, para Dios era más importante mantenerlo humilde que mantenerlo cómodo, así que permitió que el problema continuara.

La amenaza más peligrosa para cualquier siervo de Cristo es el orgullo espiritual. Quiero confesarles que eso es lo que más temo en mi propio ministerio. Me dicen tantas cosas agradables, obtengo tantas palmaditas e incentivos a mi ego, que tengo miedo no sea que empiece a creer que algunos de estos cumplidos representan habilidades extraordinarias que yo poseo. Si quieren orar por mí, espero que pidan que nunca presuma de eso. Hace algún tiempo estuve en una conferencia aquí en California y estaba yo hablando con el director de la conferencia sobre otro hombre, un hermano en el Señor, a quien el director pensaba podría mandar a uno de sus mejores oradores en la organización para una serie de reuniones especiales. Este hombre se acercó y dijo: “Bueno, yo soy el mejor orador de nuestro grupo. Soy el número uno”. No fue una sorpresa para mí, después de ver eso, que el ministerio de este hombre empezara a desmoronarse y deshacerse; pronto fue apartado de su posición de liderazgo por su propia organización. He visto a un montón de personas caer porque se volvieron arrogantes y jactanciosos de lo que Dios estaba haciendo a través de ellos. Así que Pablo llega a esta conclusión. Versículos 9 y 10:

Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en insultos, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte. (2 Corintios 12:9b-10)

Él decidió dos cosas como resultado de esta lección. Una es que nunca se permitiría a sí mismo alardear de lo que estaba haciendo. Si notaba que quería presumir, encontraría algún punto de debilidad y presumiría de él. Lo iba a hacer así deliberadamente para que no pudiera sucumbir a la tentación de ser orgulloso. Quiero señalarles algo: él no invitó a estos corintios a intentar actuar para mantenerlo humilde. Hay muchísima gente hoy día que creen que en la vida es asunto suyo mantener a alguien humilde. Ellos nunca los animan ni les dicen algo agradable, porque temen que se les suba a la cabeza. Pero jamás se le ha dado esa responsabilidad a nadie. De hecho, no se puede ayudar a nadie de esa forma; no se puede mantener a nadie humilde a base de no animarle. Es responsabilidad de cada individuo encarar este problema en su propia vida. En otras palabras, sólo él puede mantenerse humilde a sí mismo. Depende de cómo mire a lo que hace, a quién ve detrás de todo y qué recursos considera implicados, si los recursos vienen de Dios, o vienen de sí mismo. Eso es lo que le mantendrá humilde.

Pablo dice: “Me voy a recordar a mí mismo quién soy realmente y lo que en realidad puedo hacer a base de gloriarme sólo en mis debilidades, en los tiempos de aparente fracaso, en los tiempos en los que no lo hago muy bien. De eso es de lo que quiero gloriarme”. Segundo, siempre que hay problemas, él dice: “Quiero estar contento. No quiero irritarme, ni quejarme, ni compadecerme de mí mismo. Quiero reconocer que esa es la mejor situación para que Dios obre en mi vida. Pues cuando soy débil, entonces soy fuerte”.

Esto subraya la batalla espiritual en la que estamos envueltos. ¿Cuándo está el diablo siendo derrotado? No cuando nos sentimos genial y seguros de nosotros mismos, ni cuando parece que están ocurriendo cosas maravillosas, ni cuando el ministerio está yendo bien. (Y estoy hablando de todos nosotros, porque todos estamos en el ministerio. Todos tenemos un área de responsabilidad que nos ha dado Dios.) No, el diablo está siendo derrotado cuando nos sentimos atacados y encañonados, cuando nos sentimos débiles e indefensos y no sabemos qué hacer, cuando no estamos seguros de cómo responder, cuando en nuestra perplejidad y sentimiento de debilidad llegamos ante el Señor y le suplicamos fortaleza para seguir un día más, y que tenga misericordia y nos ayude a estar firmes. Ahí es cuando estamos ganando y cuando el reino de Dios se extiende más abundantemente que nunca antes. Hace algunos años me topé con una carta de un misionero en Nueva Guinea. Escribía a casa, a algunos de sus patrocinadores, compartiendo con ellos algunas de las luchas por las que estaba pasando. Esto es lo que escribió:

Ah, es tan maravilloso estar en medio de la lucha, hacer sacar las armas más pesadas al viejo diablo, tenerle detrás de ti con depresión y desánimo, calumnia, enfermedad. No pierde tiempo con el grupo de los tibios. Da bien fuerte cuando alguien le está pegando. Siempre puedes medir la fuerza de tu golpe por el que recibes a cambio. Cuando estás tumbado con fiebre y con tu última pizca de fuerza, cuando algunos de tus convertidos recaen, cuando te enteras de que tus estudiantes más prometedores están sólo haciendo el tonto, cuando retienen tu correo, y algunos no se molestan en contestar tus cartas, ¿es ese el tiempo de hacer luto? No, señor. Ese es el tiempo de poner toda la carne en el asador y gritar: “¡Aleluya! Me voy a defender”. Los cielos desde arriba están mirando: “¿Continuará en su lucha?”. Y cuando ven Quién está con nosotros, al ver la imposibilidad de fracaso, cuán asqueados y tristes deben de ponerse cuando huimos. Vamos a estar firmes.

Esto capta el espíritu de lo que Pablo escribe. “Cuando soy débil, entonces soy fuerte”. Dios sabe que eso es verdad. Por eso, cuando atravesamos una batalla, hay otra esperándonos. Nos dan ganas de levantar los brazos y decir: “Dios mío, ¿qué me estás haciendo? Yo pensaba que la vida era una excursión de colegio en domingo, en la que podría vagar sin preocuparme y pasarlo bien, cuidándome y prosperando". Pero Dios nos pone justo en el punto de mira. Los problemas llegan; las dificultades nos golpean, en ocasiones dos o tres a la vez. Pero no son tiempos de quejarse; son oportunidades de luchar y ganar.

Oración:

Te damos gracias, Señor Jesús, porque comprendes la naturaleza de la vida y el combate en el que nos has puesto. Te pedimos que no nos rindamos cuando vengan las luchas, cuando las dificultades nos golpeen. Que seamos conscientes de que este es el tiempo en que podemos aprender más y acercarnos más a Ti, de examinar Tu Palabra y confiar en ella, de confiar en Tu gracia, y de que, haciendo esto, el demonio está siendo derrotado, la gracia está siendo derramada y el reino de Dios crece. Ciertamente esto es lo que quisiste decir cuando nos dijiste que el reino de Dios se toma por la fuerza. Oramos para que seamos esa clase de soldados en los que puedes confiar en medio de la batalla. Te lo pedimos en Tu nombre. Amén.