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El ministerio de los santos

El clamor por la unidad

Autor: Ray C. Stedman


En esta serie presente, estamos interesados en las grandes preguntas que el apóstol Pablo está contestando en Efesios 4 sobre la naturaleza fundamental y el propósito de la iglesia, y su relación con el mundo en el cual deben de vivir. Así mismo, reconocerás estas como preguntas pertinentes de la hora presente. Se nos está diciendo hoy en día que la iglesia es irrelevante (me pregunto si alguna vez ha habido una palabra más utilizada que esa), que la necesidad de tener la iglesia es un apéndice inútil a la sociedad que se nos ha quedado pequeño desde hace mucho tiempo. Bueno, seamos perfectamente honestos y admitamos que hay iglesias que justifican tal visión.

Hay otros que dicen que la iglesia es muy necesaria en esta hora, pero debe de cambiar su estrategia si va a tener sentido (he ahí otra palabra que ha sido utilizada demasiado) en nuestra generación. Dicen que la iglesia ha de olvidar sus intentos de enseñar al hombre sobre Dios, y sobre cosas invisibles y sobrenaturales, y existir tan solo para el servicio de la humanidad. De nuevo debemos de ser honestos y admitir que ha habido una considerable debilidad en esta área de la aplicación práctica de la vida de la iglesia. Pero todas estas ideas equivocadas de lo que es la iglesia surgen porque la iglesia misma ha olvidado su llamamiento. Es eso lo que nos recuerda el apóstol aquí. La iglesia no tiene el derecho de trazar su propio rumbo. Su meta ya ha sido fijada; su propósito ha sido determinado por su Señor. Pablo lo dice de la siguiente forma:

Yo, pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados: con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, procurando mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz: (Efesios 4:1-3)

Hay otra serie de voces en nuestros días que se apoderan de esta palabra “unidad” y dicen: “He aquí la causa de la debilidad de la iglesia: Es nuestra falta de unidad. Si tan solo pudiéramos juntarnos entonces seríamos una poderosa iglesia de nuevo. El problema es que estamos tan fragmentados, estamos tan divididos, tan rotos. Desde nuestra desunión no tenemos nada que decirle al mundo, por lo tanto la iglesia vive en debilidad y es despreciada por nuestra sociedad. Nuestra necesidad, por lo tanto, sobre todas las demás necesidades, es unificarnos. Hay poder en la cantidad, y si podemos conseguir bastantes cristianos juntos podemos influenciar la sociedad como se tenía la intención que hiciera la iglesia”. De ese concepto ha surgido lo que muchos están llamando hoy la edad del ecumenismo, una palabra que esencialmente significa universal, una edad cuando la iglesia busca ser una iglesia universal y, por tanto, tener un cuerpo ecuménico. Hay aquellos que persiguen esto de tal extremo que son llamados “ecumaniacos”.

Pues bien, alguien dice: “¿Qué tiene de malo eso? ¿No es a esto exactamente a lo que el apóstol Pablo nos está urgiendo, que mantengamos la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz? ¿No habla acaso en otras partes de la Escritura de la necesidad de que los cristianos se unan? ¿Por qué no darle la bienvenida a estos esfuerzos para producir unidad? ¡Ciertamente la unión de todos los cristianos puede fortalecer y ayudar la causa de Cristo!”. Bueno, examinemos este pasaje de cerca, y veamos si esto es lo que está diciendo y si justifica esa estrategia. En el versículo 3, el apóstol nos declara dos grandes hechos sobre la iglesia que son claramente evidentes. Primero, hay el claro reconocimiento de la existencia de diferencias entre los cristianos. Dice que deberíamos de estar entusiasmados por mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz, pero no habría ninguna necesidad de esa exhortación si no fuera por las diferencias que existen, si no hubiera presiones para dividirse, si no hubiera fuerzas obrando para dividir el cuerpo cristiano.

Sé que estarás de acuerdo que es poco realista para los cristianos fingir que no hay diferencias entre ellos. Gracias a Dios, no hay ningún grupo en el mundo tan gloriosamente heterogéneo como la iglesia. Su gloria es que está compuesta de diferentes tipos de personas. En la iglesia de Cristo tanto los ricos como los pobres han de unirse en la misma base, sin distinción y ciertamente sin favor: esclavos y libres, judíos y gentiles, hombres y mujeres, negros, rojos, blancos o amarillos, no debe de haber diferencia. Esta no es la forma en la que la iglesia siempre ha sido, pero es la forma en la que debería de ser. La iglesia cruza todas las barreras que los hombres erigen y todas las distinciones naturales, y junta a todo tipo de personas, sin excepción, en un solo cuerpo. No hay ninguna otra agrupación en el mundo que intente unificar a la gente de tantos orígenes y fuentes tan ampliamente variados.

Pero no ignoramos estas barreras fácilmente. La fricción surge a causa de ellas. Estaba ahí en el primer siglo, como puedes ver en varios sitios en las Escrituras. En la carta a los filipenses se nombran a dos señoras que no podían llevarse bien, Evodia y Síntique, que tenían problemas trabajando juntas. Había distinciones de personalidad entonces, y todavía existen aquí en el siglo XX. Como os he recordado a menudo, la iglesia está bien descrita en esa pequeña canción:

Habitar arriba con los santos que amamos,
¡Oh, eso será la gloria!
Pero habitar abajo con los santos que conocemos,
Bueno, ¡eso es otra historia!

Hay distintos dones dentro del cuerpo de Cristo, y cada cristiano tiene una tendencia a menospreciar los dones de otros y a exaltar los suyos propios. Sentimos que lo que estamos aportando es lo importante y que las contribuciones de otros no son tan importantes. Así que hay tierra fértil para la fricción, y las diferencias y distinciones surgirán dentro de la iglesia. Pero, en este versículo, hay un segundo hecho muy evidente: Bajo las diferencias también existe el hecho de una unidad básica. Fíjate que el apóstol no dice “procurando producir la unidad del Espíritu”, sino “procurando mantener la unidad”. Nunca se nos dice que debiéramos de producir unidad en la iglesia. Hay una unidad que ya está ahí por virtud de la misma existencia de una iglesia. No hay necesidad de crearla; de hecho somos incapaces de crear unidad. He aquí el problema con el movimiento moderno hoy en día. En general, aquellos que están esforzándose en producir unidad en la iglesia están ignorando esta unidad que el Nuevo Testamento menciona y tratando de producir otra. Pablo llama a esto “la unidad del Espíritu”, con lo cual quiere decir: Es producida, creada, por el Espíritu Santo obrando en el espíritu humano. La iglesia tiene poder a causa del Espíritu que mora en nosotros, quien es el Espíritu de Dios mismo. Eso es lo que crea unidad. Los ecumenistas están intentando crear una unidad de la carne, una unidad organizativa que toma su poder del número de cuerpos que pueden ser juntados, bastante aparte de la convicción y el acuerdo espiritual. El Dr. Bernard Ramm dice:

Cuando los grupos modernos niegan el carácter sobrenatural de Cristo, la iglesia se convierte en una sociedad, una comunidad natural, humana, no sobrenatural y religiosa. Está unificada por enlaces puramente naturales, tales como una herencia común en la Biblia, una creencia común en algún tipo de singularidad en Jesús, una creencia común en la continuidad histórica de los cristianos, una ética común de amor. Bueno, la iglesia es una sociedad, pero esto es secundario a su ser el cuerpo sobrenatural de Cristo.

Esta es la diferencia que necesita ser tan claramente resaltada estos días. La iglesia no es una conglomeración de individuos que por casualidad están de acuerdo sobre ciertas cosas. Está unida como un organismo en una unidad corporal. No puede, por lo tanto, derivar poder de la asociación de individuos en una sociedad. Alguien ha descrito bien eso como un intento de poner todos los cadáveres en un solo cementerio y, por tanto, intentar una resurrección. Pero no puede funcionar. La iglesia tiene la intención de ser un instrumento de vida, pero poniendo cuerpos muertos juntos no produce vida.

Existen, dicho de otro modo, dos tipos de unidad. Una es una unidad interna que manifiesta desacuerdo externo ocasional. Me acuerdo de la primera vez que me encontré con ese tipo de unidad. Cuando era niño tenía unos amigos que eran hermanos, y se llevaban solo un año de diferencia en edad. Un día estábamos por ahí jugando, y estos hermanos comenzaron a discutir entre ellos. Pensé que uno de los muchachos estaba siendo un tanto sarcástico, así que me puse de parte del que parecía más débil. Para mi asombro, no agradeció mi ayuda, sino que se volvió en contra de mí; y su hermano se unió a él, y los dos se volvieron en contra de mí. Descubrí que había hecho un juicio muy superficial. Creí que las diferencias que estaban discutiendo representaban un desacuerdo fundamental entre ellos, pero para ellos no significaba eso en absoluto. Bajo la superficie existía una unión esencial, y en el momento que ataqué a uno de ellos, se manifestó, y se volvieron en contra de mí. Esa es la unidad de la iglesia, una unidad interna con un ocasional desacuerdo externo. Pero también hay una unidad externa sin acuerdo interno. Por la misma naturaleza del caso, el control y la dirección de este tipo de grupo siempre está en manos de un pequeño número en los altos niveles, cuyo poder es medido por el triunfo que están teniendo al conseguir ser seguidos por las masas. Una es la unidad de la vida compartida, la otra es una unidad de dirección impuesta; y esa es una diferencia vital. Pues bien, en los versículos 4 a 6 de este capítulo, el apóstol está describiendo la unidad real del cuerpo de Cristo. Podríamos pasar un buen tiempo con cada uno de estos elementos, pero ansío que se vean como una totalidad, así que repasaré rápidamente estos siete elementos de la unidad.

Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos y por todos y en todos. (Efesios 4:4-6)

Esa es la unidad del cuerpo. Te fijas que se junta alrededor de las tres Personas de la Trinidad: el Espíritu, el Hijo y el Padre. Ahora, examinemos estos rápidamente uno por uno: Primero, hay un solo cuerpo. Fíjate que el apóstol no dice una sola organización. Un cuerpo es una organización, eso es cierto, pero es mucho más que una organización. La esencia de un cuerpo es que consta de miles de células con una vida mutuamente compartida. Es el compartir una vida lo que hace al cuerpo diferente a una organización. La unidad básica, fundamental y subyacente de un cuerpo existe a pesar de las divisiones de superficie. Cualquier persona que haya tenido el privilegio, como lo he tenido yo, de contactar con el cuerpo de Cristo en sitios esparcidos alrededor del mundo, pronto aprende a reconocer esta unidad fundamental entre cristianos.

Estuve recientemente en una conferencia de fin de semana de cuarenta pastores de doce denominaciones distintas, y nos lo pasamos maravillosamente durante tres días. Aunque veníamos de doce grupos denominacionales distintos, y probablemente representábamos puntos de vista teológicos ampliamente variados sobre muchos temas, había una vida mutua en Cristo que era inmediatamente evidente. Había un sentido de pertenecerse los unos a los otros. Esto es discernible a menudo incluso cuando hay una negación oficial de esta unidad. Hace años me encontré con un obispo católico en Méjico y pasé una hora o dos de compañerismo con él hablando sobre las cosas de Cristo. Yo era un protestante y él era un católico. Ha habido, como bien sabes, una larga historia de desacuerdo entre los puntos de vista católicos y protestantes. Estoy seguro de que, si hubiéramos tocado esas áreas, hubiéramos encontrado diferencias. Pero con este obispo en particular inmediatamente hubo un sentido de la unidad que compartíamos juntos en Cristo. Hablamos sobre Él. Nuestras organizaciones no estaban unidas, pero éramos uno, porque habíamos entrado juntamente a la experiencia de la unidad del Espíritu, producida por la operación del Espíritu Santo en el espíritu humano.

Un cuerpo no es producido al combinar secciones de anatomía juntas. Al contrario del canto religioso de los negros, un cuerpo no es producido al unir el hueso del dedo con el hueso del tobillo, y el hueso del tobillo con el hueso del pie y el pie con la rodilla, etc. Un cuerpo es producido por la extensión de la célula original, creciendo hasta que se convierte en un cuerpo completo y maduro, pero cada célula comparte esa vida original. Ese es el secreto de un cuerpo: todas las partes de él comparten vida juntas. Y por eso la iglesia no es tan solo una organización, es un solo cuerpo. Solo el Espíritu puede producirlo.

Eso nos trae al siguiente elemento, un solo Espíritu. He aquí la gran, eterna e invisible Persona quien es el poder tras la iglesia cristiana. La fuerza de la iglesia nunca viene de sus números. Este es el concepto erróneo que muchos cristianos tienen hoy. Piensan que solo influenciamos la sociedad y producimos impacto sobre el mundo según podamos unir juntos bastantes cristianos y por tanto mover bastantes votos para influenciar nuestras legislaciones. No es ahí donde el poder de la iglesia reside, y nunca ha sido así. El profeta Zacarías una vez enfrentó una gran montaña que Dios le dijo sería convertido en una planicie. Cuando Zacarías comenzó a mirar a su alrededor para ver cómo podría ocurrir esto, de dónde vendría el poder, qué instrumento sería proveído para nivelar esa montaña y volverla en una planicie, la palabra del Señor vino a él, diciéndole: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zacarías 4:6b). Es el Espíritu quien es la verdadera fuerza de la iglesia, y hay un solo Espíritu. Él es el mismo en todas partes, sin importar dónde exista la iglesia, en cada sitio y en cada edad. Es por eso que la verdad permanece inmutable, el pasar del tiempo no la cambia. Por eso la iglesia no depende de muchos o pocos, o de la sabiduría de su membresía. Depende de una sola cosa, del Espíritu.

Pablo enlaza con esto una sola esperanza, la esperanza “de vuestra vocación”. Estas tres primeras cosas son conectadas con el Espíritu, porque es Él quien forma el cuerpo para su meta final, lo cual es la esperanza de la iglesia. ¿Qué es la esperanza? Es expresada cientos de veces a lo largo de las Escrituras. Quizás la expresión más breve de ello se pueda encontrar en Colosenses: “Cristo en vosotros, esperanza de gloria” (Colosenses 1:27b). Gloria es la esperanza de la iglesia. Como dice Juan: “pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es” (1 Juan 3:2). Esa es la esperanza de la iglesia: que ya no seamos hombres y mujeres débiles, defectuosos tal y como somos, pero, cumpliendo el propósito de Dios para la humanidad, seamos como Él, como Cristo.

Viajo extensamente, y en todas partes a donde voy alrededor del mundo, he encontrado que esto es la esperanza de los cristianos. Sin importar su marca, su sello de denominación, su trasfondo u origen, su raza o color, esta es siempre la única esperanza. Puede que haya muchas diferencias en cuanto al detalle por el cual esto funciona, y los cristianos tienen mucho espacio para el desacuerdo aquí. Hay aquellos que son pre-milenialistas, amilenialistas, pos-milenialistas, y otros nombres complicados que detallan las diferencias de puntos de vista, pero hay una sola expectación final de cristianos en cualquier sitio de esta tierra, y eso es que al final seremos como Cristo.

El próximo grupo de tres se reúne alrededor de la segunda Persona de la Trinidad y comienza con Él, un solo Señor. Fíjate que el apóstol no dice un Salvador, aunque es cierto que hay un solo Salvador. Pero en todas partes en la Escritura es sólo cuando le reconocemos como Señor que se vuelve nuestro Salvador. Por lo tanto, el asunto importante en el cual se centra Pablo es que Jesucristo es Señor. Señor significa “autoridad final”. Como dice Pablo en la carta a los filipenses: “haciéndose obediente hasta la muerte… Por eso Dios también lo exaltó sobre todas las cosas y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:8-11). Él es la Persona suprema del universo. No hay ningún otro Señor; nunca habrá ningún otro Señor.

Pedro lo dice directamente, como en Hechos 4: “Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). Es por eso que los cristianos primitivos no podían decir: “César es el Señor”, como los perseguidores de la iglesia temprana querían que hicieran. Es por eso que el cristiano moderno no puede decir: “Buda es el Señor”, ni ninguna otra persona es Señor, solo Jesús. El misterio y la maravilla de Su Persona es esta: El hombre Jesucristo, el hombre que vivió y caminó y amó y trabajó y murió entre nosotros, cuya vida está registrada y nos es dada en los evangelios, es también Señor del universo, el Ser supremo, el Señor de todas las cosas, el Dios-Hombre. Por eso Juan, en su carta, dice que “todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del Anticristo” (1 Juan 4:3a). Pablo dice que un hombre solo puede decir: “¡Jesús es el Señor!” (1 Corintios 12:3) por el Espíritu Santo.

Ahora nos encontramos con lo siguiente, una sola fe. Esto es un poco más difícil, pero estoy persuadido de que no es fe en general, o sea la habilidad de creer, porque todos los hombres tienen esto. Hay aquellos que dicen: “No puedo creer”, pero eso no es cierto, por supuesto. Todos los hombres pueden creer; es que no tienen la voluntad de creer. Pero no es de eso de lo que está hablando Pablo aquí. Tiene en visión aquello que es creído, o sea el cuerpo de verdad que ha sido revelado. Hay un solo cuerpo de verdad revelado, una fe. Es de lo que habla Judas en su carta, que “contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas 1:3), es decir, la serie completa de hechos revelados sobre Jesucristo.

Fíjate que esto está conectado con el Señor Jesús; es la verdad sobre Él. De nuevo, puede que haya muchas preguntas sobre los detalles, hay mucho espacio para el desacuerdo en cuanto a significado, pero lo que Pablo está diciendo es que hay pleno acuerdo en todas partes entre verdaderos cristianos de que hay un cuerpo de verdad revelado sobre Jesucristo; solo hay una serie de hechos; solo hay una fe. No hay una fe para los judíos y otra fe para los gentiles; solo hay una serie de hechos para todos los hombres en todas partes. Dios ha hablado por medio de los profetas y los apóstoles, pero todo forma una sola imagen, articulada junta, explicándose a sí misma. Por lo tanto, no hay un Dios del Antiguo Testamento en comparación con un Dios del Nuevo Testamento, como oímos a veces. No podemos decir, como dice alguna gente: “Bueno, yo tengo mi Cristo y tú tienes tu Cristo”. No, solo hay un Cristo. Solo hay un Jesús histórico. Solo hay una fe.

Ahora nos encontramos con un solo bautismo, y aquí hay mucha desunión aparente. Los bautistas dicen: “Ah, esto es el bautismo por agua, bautismo por inmersión solamente”. Los Presbiterianos dicen: “No, estás todo mojado, la aspersión es la única forma”. Hay otros grupos que dicen que los bebés han de ser bautizados, mientras que otros dicen: “No, es solo para adultos”. Parece haber tal desunión en esta cuestión del bautismo. Pero la cosa asombrosa es que, a pesar de la diferencia sobre el símbolo (y, después de todo, el bautismo por agua en cualquier forma es evidente y demostrablemente un símbolo de otra cosa), hay un solo bautismo en todas partes en lo cual la iglesia está de acuerdo. Es el bautismo del Espíritu, el verdadero bautismo, del cual el bautismo por agua es siempre un símbolo. Ese bautismo está aquí conectado a Jesucristo porque es el bautismo en Su cuerpo. Como leemos en 1ª de Corintios 12: “porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo” (1 Corintios 12:13), el cuerpo de Cristo. O, como dice Romanos 6: “hemos sido bautizados en su muerte” (6:3b). Hemos sido hechos uno con Él, unificados con Él en todo el valor de Su muerte y resurrección. Pues bien, ese es el único bautismo de la iglesia y es confesado en todas partes.

Entonces llegamos a la última de estas siete unidades: “un solo Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos y por todos y en todos”. He aquí la meta final de todos los demás. Todo lo demás es, como dice Pedro: “para llevarnos a Dios” (1 Pedro 3:18). Él es la meta y el objetivo. La marca de que le hemos encontrado es que le reconocemos como Padre, sentimos Su corazón de Padre. Sabes cómo lo dice Pablo en Romanos 8: “habéis recibido el Espíritu de adopción, por el cual clamamos: ‘¡Abba, Padre!’” (Romanos 8:15b). Juan escribe en su primera carta sobre este tema, que la marca de un recién nacido a la familia de Dios es que inmediatamente conoce a su Padre, y le llama Padre. Esto nada tiene que ver con algunas visiones de Dios que se encuentran en circulación hoy en día. Dios es llamado la Base de nuestro ser, la Causa final, la Mente infinita. Él es todas estas cosas, es cierto. Estas no están mal, pero son inadecuadas. Como Pablo dice aquí: “el cual es sobre todos y por todos y en todos”. Él es el final y el principio; Él es principio y el final. Todas las cosas existen a causa de Él; todas las cosas tienden hacia Él; todas las cosas son originadas por Él. ¡Qué bello lenguaje aquí, y es todo cierto! Pero cuando le conoces de hecho, encuentras que solo puedes dirigirte a Él como: “Padre nuestro que estás en los cielos” (Mateo 6:9).

Pues, he aquí la naturaleza de la unidad cristiana. Fíjate, no es una unión a ser producida, sino una unidad que ya existe. Estos, en otras palabras, no son artículos de un acuerdo teológico. Esto nunca debería ser puesto en una declaración de creencias, como si tuviéramos que estar de acuerdo sobre estas cosas y por tanto volvernos cristianos. No, estas son áreas de mutua experiencia. Estas son cosas que toman posesión de nosotros, no al contrario. Estas no son discutibles. Si alguien las desafía o está en desacuerdo con ellas, simplemente está manifestando el hecho de que todavía no es cristiano, porque cuando se vuelva cristiano experimentará estas cosas. Puede que no logre expresarlas claramente, pero las entenderá cuando sean presentadas. Todas estas son inmediatamente experimentadas por todos los que están en Cristo. Por lo tanto, la forma de crear unidad es el simplemente traer a los hombres a Cristo, y la unidad del Espíritu será producida en ellos por el Espíritu. Es imposible hacer cualquier unión significativa aparte de esta unidad que solo es producida por el Espíritu.

Ahora hay ciertas conclusiones prácticas que fluyen de un pasaje como este. Al aplicar esta gran verdad central a las áreas externas de nuestra vida, especialmente al enfrentarnos con los problemas de nuestra existencia moderna en esta generación, hay ciertas cosas que son inmediatamente evidentes: Primero, no podemos clasificar a los cristianos por organizaciones. No podemos decir que todo el mundo que pertenece a la iglesia bautista, por ejemplo, son cristianos, pero que todos aquellos que son católicos no lo son. No podemos decir que todos los que pertenecen al concilio mundial de iglesias son cristianos mientras que aquellos que pertenecen a las iglesias fundamentales independientes de América no lo son. Todo esto es incorrecto. El Espíritu de Dios para siempre sobrepasa las barreras humanas. La unidad del Espíritu se encontrará en gente de muchos grupos distintos, y tenemos que reconocer eso. Encontraremos cristianos en todas partes, y es nuestra responsabilidad mantener la unidad del Espíritu en vínculos de paz con los cristianos donde sea que los encontremos. Como dice Pablo en Romanos 14: “Recibid al débil en la fe” (14:1). Recibidle, aunque no vea tan claramente como lo haces tú y no se haya graduado en el seminario correcto. Aun así, recibidle. Reconocedlo como un hermano si manifiesta esta experiencia de la unidad del Espíritu, sin importar cuál sea su etiqueta.

Una segunda conclusión de este estudio sugiere que los verdaderos cristianos (es decir, aquellos que han entrado a esta unidad del Espíritu) no pueden posiblemente unirse en un esfuerzo evangelistico con aquellos que niegan esta unidad fundamental. ¿Por qué no? Porque nuestras acciones son determinadas por nuestras creencias. Estas son creencias tan fundamentales, nos afectan tan fundamentalmente, que fijan la dirección de nuestra vida. Donde una persona acepta estas y las ha experimentado y otra persona no, tienes dos direcciones fundamentalmente distintas. Tienes a dos personas yendo en dos direcciones distintas. Es imposible, por supuesto, montar dos caballos yendo en dos direcciones opuestas; el intentarlo pone una terrorífico estrés sobre la anatomía. Es por esto que a los Israelitas se les ordenó no poner en un yugo un buey y un asno juntos. ¿Por qué no? Bueno, porque van a dos velocidades distintas, tienen dos alturas distintas, y simplemente se fastidiarían el uno al otro todo el tiempo. Sería cruel unirlos juntos. Esta es la forma que Dios tiene de enseñarnos, simbólicamente, que hay diferencias fundamentales de andares y dirección, que dos no pueden caminar juntos a menos que estén de acuerdo.

Hay áreas y niveles de cooperación que podemos tener con aquellos que no comparten esta unidad. Después de todo, aunque no seamos uno en el cuerpo de Cristo, somos uno al compartir la vida humana. Podemos unirnos con ellos como seres humanos en asistencia de los males humanos, en sanación, en gobierno, en educación, y en muchas otras iniciativas en la vida. No hemos de aislarnos de ellos porque no compartimos la misma vida en Cristo. Alguien dice: “¿Podemos alabar juntos con gente así?”. Sí, podemos. Dios manda que todos los hombres en todas partes le alaben. Cuando alguien está alabando a Dios como supremo y no como un concepto menor de Él, como un ídolo, entonces los cristianos pueden unirse con ellos en alabanza. Pero en la iniciativa de proclamar el gran mensaje de la iglesia que cambia vidas, entonces no podemos trabajar juntos, ya que su entendimiento del evangelio es enteramente distinto al nuestro. Lo que ellos están intentando hacer entre los hombres es enteramente distinto; vamos en direcciones opuestas.

Ahora llegamos a una tercera aplicación de esto. Los esfuerzos de los cristianos no han de ser dirigidos hacia crear unidad, sino hacia mantener la paz en el cuerpo. Es así como dice el apóstol Pablo: “procurando mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de paz”. Es importante que los cristianos no estén discutiendo, riñendo y luchando los unos con los otros, llenos de resentimiento y odio. Una iglesia así es un cuerpo totalmente inefectivo en su comunidad. Una iglesia que tiene ese tipo de actividad ocurriendo en medio de ellos no tendrá nada que decirle al mundo a lo que el mundo quiera prestar atención. Es importante que cuando los cristianos se reúnan reconozcan que son llamados a entenderse los unos a los otros, para ser pacientes mutuamente, para orar los unos por los otros, perdonarse mutuamente; para ser amables, compasivos, no siendo resentidos u odiosos los unos con los otros. Es ahí donde el Espíritu apunta cuando viene en medio de nosotros, a la sanación de viejos resentimientos, resentimientos profundos y hostilidades amargas que son mantenidas en contra de otros. Debemos de cumplir lo que el apóstol nos dice, para mantener la unidad del Espíritu.

La unidad ya está ahí; simplemente necesitamos ver bajo la superficie, detrás de las diferencias que son aparentes, y entonces será manifiesta. Descubriremos que, si ha habido una obra de gracia, hay una unidad maravillosa, subyacente, fundamental y de base que surgirá abriéndose paso entre todas las diferencias y se expresará, por el Espíritu de Jesucristo, en amor manifestado a aquellos que son desagradables. Es ahí donde debemos de poner nuestro esfuerzo.

Oración:

Padre nuestro, sentimos que el Espíritu de Dios ha estado sondeando nuestros corazones sobre nuestras actitudes de los unos hacia los otros en el mundo en el que vivimos. Te damos las gracias, Padre, que no sea nuestro llamamiento el producir la unión de cristianos o de aquellos que se llaman a sí mismos cristianos, sino más bien descubrir la unidad del Espíritu que es producida solo por el Espíritu Santo y que ya existe. Donde existe, Señor, no estamos llamados a ser críticos y severos y crueles, sino a evangelizar en el espíritu de amor y gracia. Y cuando encontramos esta unidad hemos de perdonar y entender, manteniendo estos grandes asuntos fundamentales por encima de todo lo demás, dándole valor a la otra persona. Enséñanos, por tu gracia, a vivir estas prácticas así como a predicarlas. En el nombre de Cristo lo pedimos. Amén.