Large Ancient Amphitheater at Ephesis
Riquezas en Cristo

Vivos para vivir

Autor: Ray C. Stedman


En el segundo capítulo de Efesios, estamos examinando los grandes hechos que el apóstol Pablo presenta para nosotros que explican quiénes somos en Jesucristo. Cualquier psicológo te dirá que la solución básica a cualquier problema mental es una de identidad. La crisis básica de nuestros días es una crisis de identidad. Si vamos a resolver los problemas de nuestras vidas, debemos de saber quiénes somos. Así que el apóstol tiene mucho cuidado de presentar exactamente quiénes somos en Cristo. Una de las peores luchas que la mayoría de nosotros tenemos con nuestra fe cristiana es que intentamos arreglar nuestros problemas sin comenzar con los fundamentos, sin darnos cuenta de quiénes somos en Jesucristo.

Ya hemos visto, en estudios anteriores, las profundidades de la inmoralidad y la oscuridad desde la cual nos eleva el Señor Jesús: el dilema humano, la condición del hombre caído, que estaría completamente sin ninguna perspectiva de mejora si no fuera por la gracia de Dios operando en nuestras vidas. Entonces vimos, comenzando en el versículo 4, el fantástico cambio que fue introducido por las palabras: “Pero Dios…”. Y es ahí donde queremos comenzar de nuevo:

Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos). Juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. (Efesios 2:4-7)

Notarás que, cuando está hablando sobre quiénes somos como cristianos, el apóstol deja muy claro que está trazando un paralelo exacto de la experiencia del Señor mismo. Nos identifica con lo que Jesús ha experimentado. Morimos con Él, aprendemos en Romanos 6. Ahora se nos hace vivir juntamente con Él: “Juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús”. Estos son símbolos que el apóstol está utilizando. Esta bella hipérbole está diseñada para enseñarnos algo sobre nosotros mismos y quiénes somos como cristianos. Es necesario, por tanto, que entendamos qué significan estos símbolos en términos de nuestra experiencia. De otra forma no tendremos ninguna base sobre la cual manejar los problemas que la vida nos puede presentar. En nuestro último estudio tratamos de ver qué significaba estar vivos en Cristo, el ser vivificados juntamente con Él:

Primero de todo, significa que ya no estamos muertos, que la condición en la cual nacimos ha sido cambiada: Ya no estamos asustados y alienados de Dios. Una de las primeras marcas del cambio que ocurre cuando una persona viene a Jesucristo es justamente en este momento. Ya no le asusta la muerte. Ya no tiene miedo de enfrentarse a Dios, de entrar en Su presencia. Ya no ve a Dios como a un enemigo, como un terrible juez, un vengador. Más bien, es visto como un amigo, como un padre, con el amor de un padre, los brazos de un padre, el corazón de un padre.

Lo que es más, vimos que esto significa que estamos unidos a Cristo. De alguna forma hemos sido identificados con Él. Su vida se ha vuelto nuestra vida, y nuestra nueva identidad es Cristo: “Pero el que se une al Señor, un espíritu es con él” (1 Corintios 6:17). Así que a partir de ahí nunca debemos de pensar sobre nosotros mismos como lo que éramos en Adán. Ya no somos eso. Estamos en Cristo. Le pertenecemos a Él. Él se ha soldado a nosotros, así que se ha establecido una unión irrompible, y nosotros somos Suyos y Él es nuestro: “vosotros en mí y yo en vosotros” (Juan 14:20); estas son Sus propias palabras. Nada puede romper esa relación.

Esto significa, por supuesto, que somos cambiados hasta las mismas profundidades de nuestro ser. Algo nos ocurrió cuando vinimos a Jesucristo que altera todo lo que somos desde ese momento en adelante. Somos absolutamente distintos. Somos cambiados hasta las raíces de nuestra vida. Fundamentalmente, desde los cimientos, algo ha venido que ha alterado lo que somos, y comenzará a manifestarse desde entonces, en muchas formas: una perspectiva distinta, una actitud distinta, una estrategia distinta para la situación. Puede crear unos cambios bastante sorprendentes e impresionantes enseguida.

No hace mucho tiempo recibimos un paquete en el correo de la iglesia aquí. Lo abrimos, y para nuestro asombro y perplejidad encontramos que era un paquete de píldoras anticonceptivas. ¿Quién mandaría píldoras anticonceptivas a una iglesia? Abrimos la tarjeta que venía con el paquete y leímos:

Querida iglesia PBC: La prescripción para estas píldoras es del mes de Octubre. Todavía están en fecha. Úsenlas si gustan. Yo ya no las necesito, ya que estoy reformada, aunque no estoy casada. ¡Gloria a Dios! Él me está sosteniendo.

Estaba firmada: “El dedo meñique del Cuerpo”. No habíamos pedido eso; no sabíamos que iba a venir. Pero hay una señal de un cambio básico en una persona porque fue traída a la vida en Jesucristo.

Comenzando en ese momento, queremos seguir y ver lo que ocurre al comenzar a obrar esta nueva vida en términos de nuestra experiencia. El apóstol añade otros dos factores que son fundamentales en esta nueva relación que tenemos en Cristo: Juntamente con Él nos resucitó, y así mismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús.

De nuevo, esto está siguiendo el paralelo de lo que le ocurrió a Jesús. Lo que le ocurrió a Él es lo que nos ocurrió a nosotros. ¿Qué le ocurrió a Él? Murió. Y cuando bajaron Su cuerpo de la cruz, dio pruebas, tenía todas las marcas, de muerte. Su cuerpo sufrió rigor mortis. Estaba muy frío y rígido. Una pintura que vi una vez de El descenso de la cruz enseñaba en un detalle escueto y horripilante el terrible hecho de la muerte de Jesús. La boca estaba abierta, los dientes sobresaliendo, los ojos estaban vidriados. Era obvio que este era un cuerpo muerto. Y ese cuerpo muerto fue puesto en la tumba. Te acuerdas de cómo la realidad absoluta y dura de esa muerte dejó caer una cortina de melancolía sobre los apóstoles. Destruyó sus esperanzas y era el final de todos sus sueños. El Señor estaba muerto. Pero, en la tercera mañana, Dios el Padre llenó ese cuerpo muerto de nueva vida, y Jesús fue vuelto a la vida de nuevo.

“Y eso”, dice el apóstol Pablo, “es un paralelo exacto de lo que nos ocurrió a nosotros cuando fuimos traídos a la vida en Cristo. En la muerte de nuestra humanidad caída vino una nueva vida y un nuevo Espíritu”. Por supuesto, el cuerpo de Jesús no fue dejado vivo en la tumba. Esta es la siguiente observación que hace el apóstol. No se quedó ahí llevando a cabo sesiones de consejería con gente que vino a visitarle. No, fue resucitado y puesto a obrar de nuevo. Fue incorporado a la vida para operar de nuevo, pero sobre una base distinta, con un poder distinto. Fue encajado en la experiencia del hombre, pero con una base enteramente distinta con la cual contar y vivir. Esto es lo que el apóstol dice que nos ocurrió a nosotros cuando se nos hizo vivir en Cristo. Así que es importante para nosotros ver esto. Somos llamados a volver a las mismas circunstancias, a la misma situación, pero a contar con un nuevo poder, para demostrar un nuevo poder al cual recurrir: la vida de resurrección. Y esto significa que el cristiano entonces es capaz de hacer lo que nunca pudo hacer por sí mismo. Es capaz de actuar en una forma que es imposible para aquellos que están sin Jesucristo. Por ejemplo, es capaz de amar lo que es odioso, padecer lo insoportable, llevar a cabo lo inalcanzable, y perdonar lo imperdonable.

No necesito salir de la congregación PBC para ilustrar esto. Hay algunos que han dado todas las pruebas, después de volverse cristianos, de ser capaces de amar a aquellos que les eran absolutamente odiosos anteriormente. Muchos maridos me han dicho que habían llegado a tal estado de distanciamiento en su matrimonio que literalmente odiaban a su mujer, no podían soportar ni siquiera mirarla, no podían soportar estar en su presencia. Pero después de volverse cristianos una nueva relación nació. Uno era capaz, a pesar de las luchas, de comenzar a mirar a su mujer de una nueva forma, y de hecho comenzar a amarla. Muchas mujeres han dicho las mismas cosas sobre sus esposos. La gente joven me ha dicho cómo odiaban a sus padres; habían llegado al punto en que no podían soportarlos un momento más; todo lo que sus padres hacían les asqueaba. Los consideraban como oponentes y obstáculos en todo lo que querían hacer. Pero después de venir a Cristo, encontraron que era posible llegar a un nuevo sentimiento de apreciación y entendimiento, y el amor por sus padres comenzó a florecer de nuevo. Con pena y compasión les vieron como personas como ellos, luchando con los difíciles problemas que ellos mismos eran incapaces de manejar. Todo esto era posible porque fueron resucitados y reinsertados en la vida de nuevo, para manejar los mismos problemas, pero con una perspectiva distinta.

Algunos aquí han aprendido a padecer lo insoportable. No hace mucho tiempo compartí con ustedes la experiencia de una mujer en esta congregación que había aprendido a luchar contra un dolor interminable, y sin embargo a encontrar en medio de ello un júbilo que no puede explicar, júbilo en medio de un dolor creciente. Otra mujer en esta congregación ha sido incapaz de moverse de forma normal durante trece años. Ha pasado por terribles luchas con depresión, desánimo y derrota. Pero el Señor la ha sostenido y la ha mantenido a través de este tiempo. Gradualmente ha podido llegar a un estado de descanso y contentamiento. Y, aunque ha estado cerca, nunca ha tomado la salida que su mente le sugería de vez en cuando: un bote de píldoras, o algún otro método de suicidio. Ha sido capaz de sobrevivir a causa del poder liberado en ella por el Señor resucitado.

Hay algunos que han sido capaces de llevar a cabo lo inalcanzable. Me regocijé hablando con Paul Winslow no hace mucho tiempo sobre el programa de terapia ocupacional. Estaba informándome de lo que se había conseguido en las prisiones de California por este medio. En ciertas prisiones, cuando entraron al principio, los guardas eran muy suspicaces y no sentían que se conseguiría nada. Pero al explicar que era un medio por el cual los prisioneros podían ser puestos en contacto con familias cristianas que les visitarían, serían amigos, y estarían disponibles para cumplir cualquier necesidad que pudieran tener cuando salieran, los guardas estuvieron dispuestos a darle una oportunidad. Y Paul me estaba contando recientemente que algunos de estos guardas habían testificado que el programa había comenzado a cambiar la atmósfera en sus prisiones. Quizás no te das cuenta de que muchas prisiones en este país están en una condición casi tan extrema como aquella que produjo la revuelta de Attica en el estado de Nueva York, hirviendo con revolución y descontento, y listas para estallar en violencia en cualquier momento. Pero una nueva esperanza ha comenzado a extenderse. Una “sal” ha sido introducida. Y una mejora está comenzando. Este es el poder de un Señor resucitado. Esto es lo que significa ser “juntamente con él resucitados”: el venir a una vida de nuevo con una nueva perspectiva y un nuevo poder.

Significa la habilidad de perdonar lo imperdonable. Este fin de semana John Fischer está en el sur de California visitando una universidad cristiana. Hace unos pocos años cantó en la capilla de esta universidad. Con su guitarra cantó algunas de las canciones que ha escrito que conocemos tan bien. Después, uno de los profesores de la escuela escribió una carta al periódico de la escuela atacándole muy sarcástica, amarga y calumniosamente; lo llamó “basura musical”; dijo que no tenía ningún valor. Cuando John leyó el periódico estaba molesto y enfadado. Estaba tentado a descartar a este hombre como una persona que obviamente no tiene ningún juicio musical, y a sentirse resentido en contra de él por tomar tal posición. Pero entonces el Señor comenzó a hablarle; le dijo: “No está bien que te sientas de esa forma. Este hombre compartió como se sentía con toda honestidad. Quizás no estés de acuerdo con él, pero sin embargo no tienes derecho a estar resentido en contra de él”. Así que John determinó seguir una estrategia cristiana. La próxima vez que estuvo en la zona buscó a este hombre y le llevó a cenar. Se sentaron juntos en una atmósfera bastante tensa, al principio, como te puedes imaginar. El hombre no sabía lo que John quería. Pero John le preguntó algo sobre su historial, y no había pasado mucho tiempo cuando encontraron un interés mutuo y comenzaron a explorarlo. Esto llevó a otros temas. El resultado fue que después de dos horas se sintieron más cercanos el uno al otro como si fueran hermanos. Disfrutaron de un tiempo maravilloso juntos, y el tema de la carta nunca salió a relucir. Simplemente se apreciaron el uno al otro. Más tarde este hombre oyó que John estaba dando un concierto a alguna distancia. Para sorpresa de John el hombre apareció y le escuchó su concierto. ¡Vino a él después y le dijo cuanto su apreciaba su hijo su música! Ya ves, su sanación había comenzado.

Ese es el poder de la vida de resurrección. Es para situaciones como esa. Está diseñada para confundir los cálculos de los hombres, para transformar a los que están desmoralizados, y no para resolver, sino para disolver los problemas de la vida. El poder de resurrección funciona de forma distinta. Significa que tenemos una estrategia en cuanto a la vida que tiene una actitud distinta que a menudo deja a la gente atónita y confundida. No pueden entenderlo, pero reconocen que hace cosas maravillosas. Para eso es. Eso es lo que significa ser resucitado juntamente con Él. El tercer factor involucrado con nuestra relación básica con Cristo ―parte de nuestra verdadera identidad― no es solo que se nos ha hecho vivir y resucitar con Él, sino que se nos ha sentado con Él en los lugares celestiales. ¿Qué significa eso? Bueno, en varios sitios de las Escrituras, se dice que Cristo ha sido resucitado y sentado a la mano derecha de Dios. En el primer capítulo de Hebreos el escritor dice que ningún ángel puede compararse con Cristo porque, como pone:

¿A cuál de los ángeles dijo Dios jamás: “Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies”? (Hebreos 1:13)

En el décimo capítulo del mismo libro hay otra referencia:

Pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios. Allí estará esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies. (Hebreos 10:12-13)

¿Por qué se dice que Cristo “se ha sentado” cuando vino a la mano derecha del Padre después de Su ascensión? Bueno, no significa que se sienta en algún sitio ahí arriba en una silla, esperando. Es obviamente una imagen, un símbolo de algo. Bueno, ¿de qué? ¿Qué simboliza el sentarse? Simboliza la cesación de un esfuerzo, ¿no es así? El sentarse significa el final del trabajo y del esfuerzo. Es una bella imagen de lo que las Escrituras llaman “descanso”. A menudo cantamos:

Jesús, estoy yo descansando
En el gozo de Tu Ser;
Encontrando la grandeza
De Tu corazón.

Significa una dependencia de la obra de otro. Si estuvieras trabajando cavando un hoyo ―sudando y esforzándote y cansado y exhausto― y yo viniera y dijera: “Mira, ¿por qué no descansas? Yo continuaré la tarea”, ¿qué esperarías que hiciera? ¿Esperarías que te exhortara a que lo intentaras mejor, que consiguieras una pala más afilada, que cavaras más profundamente? No. Si había sido sincero en mi oferta, querría que salieras del hoyo y me dejaras tomar la pala mientras que tú te sentabas y te relajabas. Yo haría el trabajo. Y esta es la imagen presentada para nosotros de lo que un cristiano ha de hacer. Ha de vivir como si estuviera sentado con Cristo en los lugares celestiales. Los lugares celestiales, por supuesto, no es algún lugar distante en el espacio donde están los cielos. Es el ámbito invisible de la realidad, la vida interior, el sitio donde sentimos la tensión y la presión y la ansiedad y la hostilidad. Hemos de descansar ahí. Habiendo hecho lo que Jesús nos ha pedido que hagamos, hemos de sentarnos y descansar, relajarnos, y dejarle llevar las presiones y los problemas.

Es sorprendente lo difícil que es para los cristianos entender esto. Esta semana pasada estuve con un hombre de negocios que tiene mucho éxito quien es cristiano. Pero nunca ha sido enseñado mucho en este ámbito. Ha aplicado naturalmente mucho de su práctica de negocios a su vida cristiana, y mucho de ello se puede aplicar. Ha aprendido la necesidad de planear metas y de moverse hacia ellas con una organización regular, trayendo, por tanto, los resultados deseados. Pero confesó que estaba totalmente atónito por la manera en la que operamos por aquí. Dijo que estaba fascinado pero perplejo, porque parece como si fuéramos tan relajados, y sin embargo es asombroso como todo funciona. Dijo: “He estado contando los errores que has cometido. Y cada uno de esos errores era el punto de inflexión para producir los buenos resultados que siguieron. ¡No lo entiendo!”. Está aprendiendo el gran hecho que no nos toca a nosotros el maniobrar y manipular para obtener los resultados apropiados. Estamos tratando con un Dios que ha anunciado que tiene formas de obrar que van más allá de lo que somos capaces de hacer. Nos ha dicho que Él es capaz de hacer aquello que excede en abundancia más allá de lo que podamos pedir o pensar. Así que de nada vale intentar sentarnos a razonar lo que va a hacer, porque no puedes pedir o pensar lo que es. Anunció por medio de Isaías:

“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos ni vuestros caminos mis caminos”, dice Jehová. “Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”. (Isaías 55:8-9)

Tenemos que clamar con Pablo:

¡Profundidad de las riquezas, de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! (Romanos 11:33)

¿Ves lo que hace eso a la vida? La vuelve una aventura, ¿no es así? Nunca sabes en que va a resultar una situación. Un Dios creativo, comenzando a obrar en las más ordinarias circunstancias, puede de pronto abrirlas de par en par, y tienes algo en tus manos que te deja pasmado, que nunca soñaste que pudiera ocurrir, y que incluso te sobresalta, tan vastas son sus posibilidades. Este es el tipo de Dios que tenemos, y esto es lo que significa el sentarse: el esperar que Él haga esto, y a descansar, y a no estar ansioso y luchando y esforzándose y frenético.

Hay un factor más involucrado en el descanso. Esos versículos en Hebreos nos dicen que, cuando se sentó a la mano derecha del Padre, nuestro Señor estaba esperando algo. ¿Qué? Bueno, “hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies”, esperando hasta que Dios el Padre, obrando con los principios involucrados en la cruz y la resurrección, producirá armonía y paz una vez más en la creación, y cada fuerza opuesta a la autoridad de Jesucristo será subyugada, y cada rodilla se inclinará y confesará que Jesús es el Señor, para gloria de Dios el Padre. En otras palabras, un resultado de absoluta certeza.

Pues bien, no vendrá rápidamente, y ese es nuestro problema. Pero lo que esta figura de sentarse implica es la expectación de un resultado, que aun siendo seguro hemos de esperar, con paciencia. Es aquí donde luchamos, ¿no es así? Quizás la lucha más difícil en la vida cristiana es con la lentitud de Dios. ¿Te has dado cuenta de eso? ¡Cómo de increíblemente lento es a veces! ¿Te impacientas con Él como lo hago yo? ¡Porque hay tiempos cuando puedo ver claramente como la luz del día cómo deberíamos de actuar! Puedo delinear los pasos para Él. ¡Y así lo hago! Simplemente le digo lo que ha de hacer. Y todo funcionaría si simplemente diera esos pasos. Pero me ignora completamente y sigue sin hacer nada hasta que quiero levantarme y decir: “¡Mira, has de bajar de Tu trono y hacer algo!”. Lucho en ese momento. Pero Dios sigue, y, antes de que lo sepa, lo que había esperado ―y más de lo que había esperado― ha ocurrido. Y ni siquiera sé cómo ocurrió a veces. Algunas cosas todavía las estoy esperando.

Pero este es el punto. El Señor nos dice que Su obra es como un granjero que sale a plantar su semilla. El granjero esparce su semilla, ¿y entonces qué? Jesús dice que se va a casa y se va a la cama, descansa, simplemente se relaja y deja que la semilla crezca, porque esa es la naturaleza de la semilla. El granjero sabe que si planta la semilla y la deja descansar. Debe de pasar por un cierto proceso que conlleva tiempo; ninguna semilla simplemente cae en tierra y brota de pronto; no, debes de permitir que se descomponga, que se deteriore, que se caiga a pedazos, y entonces de eso viene una nueva vida. Crecerá lenta y constantemente hacia arriba hasta que toda la planta está frente a ti. Dios anuncia que esta es la forma de obrar. Y nos urge a entender que el resultado es seguro y que podemos descansar pacientemente, sabiendo que está obrando Sus propósitos. Estamos sentados con Él en los lugares celestiales. Me gustaría hacer tres observaciones como conclusión:

Primero, esto es cristianismo verdadero. Cualquier otra cosa es un fraude y una farsa. Cualquier esfuerzo de intentar ser “religioso” o “cristiano” que no surge de esta triple relación de ser hechos vivir en Cristo, resucitados con nuevo poder, y reinsertados en la vida para descansar en Su actividad, y la certidumbre de llevar a cabo Su obra, es una falsificación básica de la vida cristiana. Y nunca puede conseguir nada excepto el alejar a la gente. Lo que Pablo ha delineado para nosotros aquí, y sólo esto, es el verdadero cristianismo. Cualquier otra cosa está mal.

Segundo, estos tres grandes hechos ya son ciertos de cada cristiano regenerado. No es algo que intentes hacer cierto; ya son ciertos. No es algo que vaya a ocurrir cuando estés más avanzado y tengas otra gran experiencia con Dios, cuando “hables en lenguas” o algo así. Ya son ciertos. No hay nada más que puedas añadir. No es algo que necesite ser argumentado. Son lo definitivo. No puedes ir más allá. Y ya han ocurrido. Ahora, puede que no sean tu experiencia todavía, a causa de dos factores: Primero, ignorancia. Quizás no hayas comenzado a experimentar esto porque no estabas al tanto de esta relación. Muchos de nosotros no tenemos mucho entendimiento sobre ella. No nos acercamos a nuestros problemas de esta forma. Así que necesitamos saber más sobre ella.

Y segundo, quizás no sea cierto en tu experiencia porque amas más los placeres que la carne puede darte más que aquellos del espíritu. Todos amamos el placer torcido y perverso de actuar en la carne, en la vieja forma: el esfuerzo propio, la gratificación propia, la vida indulgente. Nos encanta eso. Así que lo elegimos a veces. Pero cuando lo hacemos, deberíamos de acordarnos que no hemos perdido esta triple relación. Siempre podemos volver a ella. No es algo temporal. Es un elemento fijo en nuestras vidas. Y cuando reconocemos la maldad ―la carne a la cual nos hemos sometido― podemos volver a esa relación.

La tercera observación es: Descubrimos que esta relación se vuelve observable y real por fe, o sea, al vivirla de hecho y al actuar sobre esta base, al confiar en que estos hechos son ciertos y al actuar de acuerdo a ellos. Eso es la fe. Significa que debemos de emplearlos en las condiciones reales de la vida. Esto no es mera teología. No hay ningunas decisiones fáciles aquí. Somos llamados a obedecer estos hechos cuando la carne en nosotros está gritando pidiendo venganza, o cuando el corazón se desmaya con desánimo y desesperación y estamos listos para darnos por vencidos, o cuando la tentación de ser lujurioso o amargo o sarcástico nos invade en oleadas y solo podemos reclamar esta relación por unos pocos momentos cada vez y debemos de renovarla una y otra vez hasta que al final podamos entrar en algún grado de calma y tranquilidad. Es una batalla, pero es posible ganar. Cada vez, hemos de recordarnoslo a nosotros mismos:

Estoy vivo en Cristo. No soy la misma persona. Ya no soy lo que una vez era. ¡Quizás no sea lo que he de ser, pero gracias a Dios no soy lo que era! Estoy vivo en Cristo y soy resucitado con Él. Tengo un nuevo poder disponible: el poder de Su vida en mí. Por lo tanto puedo descansar. Puedo decir y hacer lo correcto, y esperar que Él lleve a cabo los resultados. Puedo relajarme. No tengo que esforzarme. Puedo dejar el problema de resolver las situaciones difíciles en Sus manos, y esperaré el resultado definitivo y cierto.

Cuando hago esto, he aprendido a dejar que Dios sea Dios en mí. Esa es la forma en la que Dios obra. Esta es la forma en la que Dios es liberado en la situación humana. ¡Qué base tan tremenda para vivir! Esta es nuestra identidad de ahora en adelante. Es quien eres. Comienza cada día sobre esta base, y enfréntate a cada situación sobre esta base.

Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. (Gálatas 2:20)

Oración:

Nuestro Padre Celestial, te damos las gracias por esta maravillosa imagen que es cierta de nosotros. Tan cierto como que Tú ves la vida como realmente es, así de cierto es todo esto con respecto a nosotros. Oramos para que nos capacites para entenderlo y para comenzar a manejar los problemas ahora frente a nosotros a la luz de estos fundamentos de vida. Oramos en nombre de Cristo. Amén.