Master Washing the Feet of a Servant
El Gobernante que sirve

El camino de la cruz

Autor: Ray C. Stedman


Había previsto estudiar con ustedes la transfiguración al llegar a este momento, pero examinando el pasaje me encontré con que el párrafo final del capítulo 8 es tan importante, tan vital para el mensaje de todo este evangelio, que no me atrevo a pasar apresuradamente por él. Con él comenzamos la segunda mitad de nuestro estudio del evangelio de Marcos. Hemos estado observando a Aquel que vino como Siervo del hombre, sanando, ayudando, consolando y restableciendo, pero con tal poder y autoridad que nuestros ojos se han abierto, como les sucedió a los discípulos, para ver finalmente que Él es nada menos que el Señor de la gloria, que es "el Siervo que gobierna" en toda la inmensa creación de Dios. Este ha sido el tema de la primera mitad de nuestro estudio de Marcos.

Pero tan pronto hemos descubierto Quién es y sigue siendo Jesús, nos encontramos con algo increíble, con que empieza a hablar acerca de Su muerte. Para los discípulos eso resulta asombroso y se convierte en el punto en el que se produce el cambio en el evangelio de Marcos. A partir de ese momento, Jesús va camino a Jerusalén, para enfrentarse con la oscuridad del huerto de Getsemaní, la sala del juicio de Pilato, el poste de flagelación y la cruz sangrienta. Pero en el camino, como veremos, sigue llevando a cabo Su ministerio entre los hombres, realizando sanidades, consolando, limpiando, restableciendo y bendiciendo a los hombres. Pero ahora es "el Gobernante que sirve", y este es el tema de la segunda mitad de nuestro estudio de Marcos.

Si me permiten ustedes una sola palabra a modo de bosquejo, para que podamos ver a dónde nos dirigimos, esta segunda mitad tiene dos partes principales. Comenzando con el capítulo 8, versículo 34, y continuando hasta el capítulo 13, tenemos lo que voy a llamar: "El camino de la cruz". Es el tiempo que Jesús dedica a preparar a Sus discípulos para el terrible suceso que le espera al llegar a Jerusalén. Los capítulos 14 al 16, que concluyen el evangelio, relatan los sucesos de la cruz y de la resurrección. En la división con la que empezamos ahora, "El camino de la cruz", hay también dos subdivisiones: primero, la preparación a la que somete el Señor a Sus discípulos en Cesarea, en Capernaúm, hasta llegar al valle del río Jordán; segundo, los sucesos que tienen lugar en Jericó, en el Monte de los Olivos, y en Jerusalén. Hoy examinaremos sólo la parte en la que Jesús somete a Sus discípulos a la preparación, que tuvo lugar en Cesarea de Filipo, al norte de Galilea, al pie del Monte Hermón. Una vez que Jesús les hubo anunciado la cruz a Sus discípulos, que hubo reprendido a Pedro, que a su vez reprende al Señor, Marcos nos dice:

Y llamando a la gente y a sus discipulos, les dijo: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. (Marcos 8:3-4)

Así es como el Señor resume el proceso del discipulado. Examinaremos aquí, con Sus propias palabras, lo que significa ser un discípulo. El hecho de que nuestro Señor llamase a las multitudes al mismo tiempo que a Sus discípulos ha suscitado interrogantes en las mentes de algunos. Muchos se han preguntado si esto indica que estaba intentando hacer discípulos, es decir, evangelizar, o si estaba sencillamente diciéndole a Sus discípulos lo que representa vivir como discípulo. En otras palabras, suscita la pregunta que muchos hacen: ¿Se puede ser cristiano sin ser un discípulo? ¿Es el discipulado una segunda etapa del cristianismo? ¿Hay muchos cristianos, pero relativamente pocos discípulos? ¿Se puede ser cristiano sin ser discípulo? Esta es una pregunta muy importante, y es una pregunta que el Señor nos responde, como veremos en este estudio.

Centremos ahora nuestra atención en estas palabras sencillas, pero de vital importancia, de Jesús, mediante las cuales nos explica el proceso del discipulado. Dice que hay tres pasos. Primero: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo... ". Fíjese en que no dice: "ódiese a sí mismo". No nos está pidiendo que neguemos nuestra humanidad básica, nuestra personalidad. Si eliminamos eso, no hemos entendido lo que quiso decir. No nos está diciendo que es preciso que nos abandonemos, porque no podemos salirnos de nosotros mismos de ninguna manera. De modo que tenemos que entender lo que quiere decir cuando dice: "niéguese a sí mismo", que es el primer paso del discipulado.

"Negar" quiere decir "repudiar alguna relación con" algo, es decir, afirmar que no nos relacionamos con lo que sea que tengamos a la vista. Resulta interesante que es la misma palabra que se utiliza cuando Pedro negó conocer a Jesús, un poco más adelante. Se hallaba en el patio del sumo sacerdote, calentándose junto a una pequeña hoguera, cuando una muchacha le pregunto: "¿Conoces a este hombre?". Pedro negó tener alguna relación con Jesús, dijo que no le conocía y afirmó su falta de relación con juramentos y maldiciones. Así fue como negó a su Señor. Esa es exactamente la palabra que escoge Jesús cuando nos dice que, si estamos dispuestos a seguirle, lo primero que tenemos que hacer es negarnos a nosotros mismos.

Es importante que entendamos que Él no quiere decir lo mismo que lo que normalmente queremos decir nosotros con "renuncia" (negarnos a nosotros mismos) con lo que normalmente lo que estamos dando a entender es que renunciamos a algo. Muchas personas creen que es justo negarse algo a sí mismas durante la cuaresma, renunciar a varios malos hábitos, como pueda ser llevar chanclos en la cama. Pero Jesús no se está refiriendo a esa clase de "renuncia", puesto que a Él no le preocupa tanto lo que hacemos como lo que somos. Por lo tanto, no está hablando acerca de renunciar a los lujos, ni a las necesidades, sino a negarse a uno mismo, que es completamente diferente.

Negarnos a nosotros mismos significa que repudiamos nuestros sentimientos naturales con respecto a nosotros mismos, es decir, nuestro derecho a nosotros mismos, el derecho que tenemos de hacernos cargo de nuestra propia vida. Tenemos que negar que somos dueños de nosotros mismos. No tenemos el derecho final de decidir lo que vamos a hacer o a donde vamos a ir. Cuando se expresa con esos términos, las personas sienten de inmediato que Jesús está diciendo algo muy fundamental. Es algo que tiene que ver con el fondo mismo de nuestra existencia, porque lo que nosotros valoramos, como seres humanos, y lo que ambicionamos y protegemos por encima de todo lo demás es nuestro derecho de tomar decisiones decisivas por nosotros mismos. Nos negamos a someternos a algo o a cualquiera, y nos reservamos el derecho de tomar las decisiones finales en nuestra vida. A esto es a lo que se está refiriendo Jesús. No está hablando acerca de renunciar a esto o a lo otro, sino de renunciar a nosotros mismos. En el auditorio de PBC tenemos un versículo que ha sido tallado y que está tomado de los escritos de Pablo en Iª de Corintios, que dice lo mismo que está diciendo Jesús: "no sois vuestros, pues habeis sido comprados por precio" (1 Corintios 6:19b-20a). Si va usted a seguir a Jesús, usted ya no es dueño de sí mismo, sino que es Él quien tiene el derecho definitivo y el señorío sobre su vida. Por lo que usted ya no pertenece a sí mismo, y Él es quien debe tomar las decisiones finales cuando las cosas importantes de su vida están en juego. Eso es lo que quiere decir Jesús con las palabras: "Si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo". Lo que hay que negar es la confianza que hemos depositado en nosotros mismos, negar nuestra autosuficiencia y negar los sentimientos de que somos capaces de encargarnos solos de nuestra propia vida y hacer las cosas de manera que nos satisfagan.

Hace algunos años leí un artículo titulado: "The Art of Being a Big Shot" (El arte de ser un pez gordo), escrito por un amigo mío, un destacado hombre de negocios cristiano, llamado Howard Butt. Entre otras muchas cosas buenas que dijo, estaban estas palabras, que cito porque son un buen ejemplo de lo que quiso decir nuestro Señor:

Mi orgullo es el que hace que sea independiente de Dios. Me atrae sentir que soy el dueño de mi propio destino, que me hago cargo de mi propia vida, que tomo mis propias decisiones y que lo hago solo, pero ese sentimiento es mi falta de honradez básica porque no puedo hacer las cosas yo solo. Necesito la ayuda de otras personas y a la postre no puedo depender de mí mismo, sino que dependo de Dios para mi próximo aliento. No es muy honesto de mi parte pretender que soy algo más que un hombre, insignificante, débil y limitado. Por lo tanto, el vivir independientemente de Dios es engañarse a uno mismo. No es sólo que la cuestión del orgullo sea una característica desafortunada, aunque insignificante, y de que la humildad sea una pequeña virtud atractiva; lo que está en juego es mi integridad psicológica interior. Cuando soy orgulloso, me estoy mintiendo a mí mismo acerca de lo que soy. Estoy pretendiendo ser Dios y no un hombre. Mi orgullo es la adoración idólatra de mí mismo, y ¡esa es la religión nacional del infierno!

Esta es una explicación muy elocuente de lo que quiere decir Jesús con Sus palabras: "Si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, que renuncie a su derecho a dirigir su vida y que se someta a mi liderazgo y a mi señorío". Esto es fundamental para todo el discipulado, y sin ello no puede haber discipulado.

El segundo paso lo encontramos a continuación: "niéguese a sí mismo, tome su cruz... ". ¿Qué quiere decir "tome su cruz"? Estoy casi seguro de que al escuchar los discípulos aquellas palabras les resultarían incomprensibles y que no sabrían lo que había querido decir. Para ellos, la cruz era algo indefinido, como un borrón confuso sobre el horizonte de sus mentes. No entendían a dónde iba a parar Jesús, pero Él sí lo sabía. Y sabía que después de los terribles acontecimientos que habían de tener lugar en Jerusalén, después de que el espantoso sufrimiento tuviese una respuesta, gracias a la gloriosa y gozosa resurrección, pensarían nuevamente en aquellas palabras y empezarían a entender lo que había querido decir. A nosotros que vivimos a este lado de la cruz nos resulta más fácil entender lo que quiso decir.

Pero son muchas las personas que están convencidas de que una cruz es cualquier prueba o dificultad por la que se esté pasando, o cualquier incapacidad que se padezca, como una suegra, una vecina ligerita de cascos o un impedimento físico. "Esa es mi cruz", solemos decir, pero no es eso lo que quiso decir Jesús. Él mismo tuvo que pasar por muchas dificultades, por muchos problemas y pruebas que tuvo que soportar antes de ir a la cruz. De modo que no se trata sólo de un impedimento, de una dificultad o de una prueba. La cruz era algo muy diferente. La cruz representaba algo en la vida de Jesús relacionada con la vergüenza y la humillación. La cruz sobre la que le colgaron era la cruz de un criminal, un lugar de degradación, sobre la que fue degradado y envilecido.

Por lo que la cruz será siempre un símbolo de aquellas circunstancias y acontecimientos en nuestra experiencia que nos humillan, que nos hacen correr riesgos, que ofenden a nuestro orgullo, que nos avergüenzan, y que revelan lo básicamente malo que hay en nosotros, ese mal que Jesús describió con anterioridad: "porque de adentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lujuria, la envidia, la calumnia, el orgullo y la insensatez" (Marcos 7:21-22). La cruz es la que descubre todas estas cosas. Cualquier circunstancia, cualquier incidente que nos haga eso, nos dice Jesús, debemos recibirlos, si somos discípulos. Ese es su significado: "Tome su cruz, acéptela, gloríese en ella, aférrese a ella, porque es algo bueno para usted. Le colocará en el lugar en el que estará dispuesto a recibir el don de la gracia de Dios". Por eso es por lo que la cruz tiene valor para nosotros.

Esto no quiere decir que es sólo para las cosas importantes de nuestra vida, también tiene que ver con las cosas insignificantes. ¿Se siente usted dolorido cuando alguien se olvida de su nombre? ¿Se molesta cuando un cajero no quiere darle dinero efectivo por su cheque? ¿Le molestan a usted las críticas, aunque sepa que están justificadas? ¿Se siente usted resentido cuando pierde al tenis o al golf? Todas estas cosas son manifestaciones insignificantes de la cruz en nuestra vida. La palabra del Señor es que, si deseamos ser discípulos, no debemos sentirnos ofendidos por estas cosas, ni enfadarnos por ellas, sino que debemos aceptarlas.

Como ve, este es un enfoque muy radical de la vida, muy diferente de cómo nos dice el mundo que nos rodea que debemos actuar. El mundo dice: "Escape, eluda las situaciones. O si no le es posible, devuelva la ofensa. Enfurézcase, vénguese, y ofenda usted también. Enfádese por ello". Pero la palabra del Señor es: "Si va a ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz... ".

El tercer paso es: "... y sigame", lo cual significa realmente: "obedézcame". ¿Es realmente tan asombroso que si nos ha llevado tanto tiempo entender que, si la desobediencia es la condición normal antes de ser cristianos, sin duda la obediencia será la condición indispensable una vez que seamos cristianos, y debe serlo. A mí me deja sorprendido que las personas digan que son cristianas, al mismo tiempo que reconocen, flagrantemente e incluso con orgullo, que no siguen al Señor, que no hacen lo que Él dice. Todos tenemos que luchar con eso. Yo mismo fallo en eso en muchas ocasiones. Nuestro Señor no está hablando acerca de ser perfectos para poder ser discípulos, nos está diciendo sencillamente lo que quiere decir el discipulado y lo que implica. Implica seguirle, decidir hacer o decir lo que Jesús nos manda que hagamos y digamos, y lo que Él mismo hizo, esperando recibir de Él el poder para hacerlo. Eso es lo que significa seguirle. Es lo que significaba para los discípulos. Ellos le obedecieron, y Jesús les enseñó a depender de Él para todo cuanto fuese preciso para conseguirlo. Cuando la multitud fue alimentada, Jesús les dijo que alimentasen ellos a la multitud, y lo hicieron, pero Él fue quien tuvo que suplir lo necesario para que lo consiguiesen.

De eso precisamente se trata el cristianismo. La vida cristiana representa seguir a Jesús, hacer lo que Él dice, como pueda ser: "amar a vuestros enemigos... orar por los que os hacen mal" (Mateo 5:44), "perdonar a los que os ofendan" (Mateo 6:14-15). Esas no son sencillamente palabras sabias y de gran ayuda, sino que representan una forma de vida que el Señor pone ante nosotros, a la cual se espera que nos amoldemos en el momento en que menos nos apetezca hacerlo.

Cuando no sintamos deseo alguno de obedecer, de perdonar o de orar, nos dice que lo hagamos a pesar de todo. "Sed amables con los desagradecidos y con los egoístas" (Lucas 6:35). A mí me cuesta enfrentarme con esas dos clases de personas, porque no me hace ninguna gracia ser amable con personas que son desagradecidas y egoístas, pero eso es lo que el Señor nos dice que debemos hacer. "Sobrellevad los unos las cargas de los otros" (Gálatas 6:2a). De gracia recibisteis, dad de gracia" (Mateo 10:8b). "Sígueme" significa obedecer estas y otras muchas exhortaciones de las Escrituras.

En el griego original estos pasos aparecen en el presente continuo, lo cual quiere decir: "continúa negándote a ti mismo, continúa llevando tu cruz, continúa siguiéndome". Esta no es una decisión momentánea, sino el programa para toda una vida, que se debe repetir una y otra vez, siempre que nos encontremos con situaciones que hagan estas opciones necesarias. Eso es lo que significa ser un discípulo. El discipulado es negar el derecho a sí mismo, el tomar la cruz, el aceptar estos incidentes y circunstancias que ponen de manifiesto nuestro orgullo y nuestra vanidad, aceptándolas y siguiéndolas, haciendo lo que Él dice que debemos hacer y poniendo nuestros ojos en Él para el poder necesario para realizarlo.

Este no es siempre el curso más atractivo, ¿verdad? Estoy seguro de que debió de causar un profundo y solemne impacto a los discípulos y a la multitud. De hecho, Juan nos dice que, al llegar a este punto, muchos se dieron la vuelta y se marcharon, porque esas palabras les parecieron demasiado duras y exigentes. Podemos estar siempre agradecidos por el hecho de que nuestro Señor no ha pedido nunca a nadie que le siga sin decirle lo que eso implica. Les dijo con toda claridad en lo que se estaban metiendo, y lo mismo hace con nosotros. No está interesado en que nadie se haga cristiano o intente vivir como un cristiano bajo falsos términos. Quiere que entendamos que eso nos va a destrozar, que nos va a cambiar, haciendo de nosotros personas diferentes, y lo hará. Si tiene algún significado en nuestra vida, va a causar una profunda revolución en nuestra vida, llegando hasta el fondo mismo de nuestro ser. Eso es algo que deja perfectamente claro, desde el principio mismo.

Y a continuación nos explica el motivo que nos llevará en esa dirección:

Todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará. (Marcos 8:35)

No cabe duda de que ese es motivo más que suficiente. ¿A quién no le interesa salvar su vida? Es decir, hacer que valga la pena, hacer de ella una vida completa, plena, rica y que valga la pena vivirla. Todos lo deseamos. En el fondo de nuestra alma, todo el mundo anhela la vida y la manera de hallarla, en el mas amplio sentido de la palabra, hallar la vida con la plenitud para la cual fue diseñada. A esto se refiere Jesús. "Si es eso lo que usted quiere", dice, "le diré cómo conseguirlo". Hay dos actitudes que son posibles con respecto a la vida, y sólo puede tener usted una u otra. Una de ellas es: salve su vida ahora, es decir, atesórela, aférrese a ella, no la deje escapar, intente apropiarse usted mismo de ella, cuide de sí mismo, confíe en sí mismo, asegúrese de que en todas las situaciones su principal y más importante preocupación sea "¿qué me ofrece la vida?". Esa es una manera de vivir, y son millones los que actualmente viven de ese modo. Todos nosotros lo hacemos, en un momento u otro.

La otra actitud es: piérdala, es decir, despréndase de ella, no tenga en cuenta la ventaja que puede haber para usted en una situación determinada y siga adelante dependiendo de Dios, sin preocuparle lo que pueda sucederle a usted.

Pablo dice: "... ni estimo preciosa mi vida para mí mismo" (Hechos 20:24). Abraham obedeció a Dios, marchándose a una tierra que no conocía, emprendiendo el camino sin un mapa, aparentemente sin preocuparle por lo que le pudiese suceder. Y sus vecinos le reprocharon, le reprendieron por no preocuparse por sí mismo. Jesús nos dice que esa debe ser una forma de vida. Confíe en Dios, obedézcale y coloque la responsabilidad de lo que pueda pasar sobre Sus hombros. Esa es la forma de vida que ofrece Jesús: perder la vida de esa manera.

Y nos dice que se pueden obtener sólo dos resultados: Si salva usted su vida, si se aferra a ella, si la atesora, si consigue todo lo que pueda para sí mismo, entonces Jesús dice que, sin duda alguna, la perderá. Esto no es sencillamente una trivialidad ni un axioma; está afirmando una ley fundamental de la vida. Es algo absolutamente inquebrantable, y nadie puede quebrantarla. Jesús dice que si salva usted su vida, puede usted perderla. Se encontrará usted con que tiene todo lo que desea, pero no deseará nada de lo que tiene. Se encontrará usted con que toda esa vida, a la que ha estado intentando aferrarse, se le escapará entre los dedos, y con que ha acabado usted con un montón de telarañas y de cenizas, sintiéndose insatisfecho, vacío, burlado por lo que esperaba poder conseguir.

En la actualidad son muchos los que están demostrando este hecho. Pregúnteselo al hombre que lo tiene todo: "¿Es usted feliz?". Y posiblemente le contestará: "Sí, soy feliz. Tengo todo lo que quiero; puedo hacer lo que quiera; puedo ir a cualquier parte, en cualquier momento. Tengo todo el dinero que necesito. Sí, soy feliz". Pero si le presiona usted y le pregunta: "¿Significa eso que se siente satisfecho consigo mismo, con su vida, que se siente realizado, convencido de que su vida ha valido la pena y que puede usted bajar a la tumba con la profunda convicción de haber invertido bien su vida?". Si le presiona usted, acabará por obtener la respuesta: "No, me falta algo. Creí que esas cosas harían que me sintiese realizado. Pensé que satisfarían ese profundo anhelo que sentía en el fondo de mi ser, pero no ha sido así. Sigo sintiéndolo. Sigo creyendo que tiene que haber algo más allá, algo más que yo no tengo". De esto es de lo que está hablando Jesús: "Todo el que quiera salvar su vida, la perderá".

"Pero el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio", dice Jesús, "si pierda su vida por haberla entregado a la causa de Cristo, renunciando a su derecho sobre sí mismo, llevando su cruz y siguiéndome, la salvará". No la habrá desperdiciado, sino que la habrá salvado. Encontrará usted satisfacción y se sentirá realizado, sentirá la paz interior y la sensación de que su vida ha valido la pena. Descubrirá usted, no sólo en el cielo algún día, sino ahora mismo, y aunque posiblemente no tenga usted todas las cosas que tienen otros, su vida será rica, enriquecedora y satisfactoria.

Hay un ejemplo que uso con frecuencia para ilustrar la verdad. Puedo imaginarme la escena en la que el apóstol Pablo apareció ante Nerón, el emperador romano, para responder ante él de las acusaciones que le hacían. Su nombre era conocido por todo el imperio, pero nadie conocía el de Pablo. Era un pobre judío desconocido, calvo, con una gran nariz, patizambo, que no impresionaba a nadie con su aspecto físico, cosa que él mismo dice en sus epístolas, y era el dirigente de una pequeña secta desconocida y hereje, a los que sólo se les conocía como alborotadores. Nadie había oído hablar sobre Pablo, mientras que todo el mundo había oído acerca de Nerón; pero lo interesante es que ahora, dos mil años después, llamamos a nuestros hijos Pablo y a nuestros perros, Nerón.

Esa es la parte de Dios en la obra del discipulado. Jesús no vino con el fin de llamarnos a una definitiva aridez, debilidad, oscuridad y muerte; Él nos ha llamado a la vida, a la riqueza, al disfrute, a que nos sintamos realizados, pero nos ha dicho que el camino para conseguirlo significa la muerte. El discipulado acaba en vida, no en muerte. Acaba haciendo que nos sintamos realizados y satisfechos, pero de la única manera que lo podemos encontrar es por medio de la cruz.

El tema final se expone con las palabras de nuestro Señor en la última parte de este párrafo:

"Porque ¿de qué aprovechará al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?". (Marcos 8:36-37)

¡Qué penetrantes son las preguntas que hace Jesús! ¿Qué le puede aprovechar al hombre ganar todo el mundo, si pierde su propia alma?

Esta es una pregunta que pende sobre toda nuestra generación, como lo ha hecho sobre todas las generaciones desde aquel día. ¿De qué sirve conseguir todo lo que queremos y no tener nada con que disfrutarlo, habiendo perdido la vida en el proceso? ¿No es acaso la esencia misma de la sabiduría, si vamos a invertir nuestro tiempo, nuestro dinero y todo cuanto tenemos, asegurarnos de poder disfrutar el resultado al final? ¿Acaso construiría alguien una casa a sabiendas de que va en contra de todas las ordenanzas de urbanización y las normas de edificación, con el resultado seguro de que una vez invertido el dinero y construida la casa, no se le permitirá ni siquiera habitarla? ¡Eso sería una estupidez! Y, sin embargo, cuántas vidas se edifican sin consideración alguna de esta cuestión, o sin trato alguno con el Dios que se encuentra al final del camino. Por eso es por lo que pregunta Jesús: "¿de qué le aprovecherá al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?" (Marcos 8:36-37).

Hace muchos años los arqueólogos descubrieron la tumba de Carlo Magno, el gran rey y emperador de Francia del siglo octavo y del noveno. Cuando abrieron el féretro, después de llevar siglos enteros cerrado, los hombres que se metieron en el sepulcro se encontraron con algo asombroso. Como es natural, se encontraron con ciertos tesoros del reino, pero en el centro de aquella gran bóveda se encontraba un trono, y sentado sobre él estaba el esqueleto de Carlo Magno, con una Biblia abierta sobre su regazo y un dedo huesudo apuntando a las palabras: "¿De qué le aprovechará al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?". ¡Qué gran lección de la historia para que la sigamos!

Jesús no sólo hace esa pregunta, sino al mismo tiempo deja claro que no podemos hacer trampas. No sólo que vale la pena correr el riesgo, sino que es imposible engañar:

"Por tanto, el que se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles". (Marcos 8:38)

Es decir, los hechos, y no las palabras, son lo que cuentan la historia. No es lo que hayamos dicho que creemos, sino la manera como nos hayamos comportado, lo que hará la diferencia. Alguien me dijo esta mañana después del culto: ¿Qué quiere decir avergonzarse de Jesús? Mi hijo, que está en la escuela secundaria, me dijo el otro día: ꞌ¿Sabes una cosa, Papá? He aprendido a orar antes de comer en la cafetería de la escuela de manera que nadie se dé cuenta. Me agacho y me ato el zapatoꞌ. ¿Es eso avergonzarse de Cristo?". Sí lo es, en cierto modo. Pero no creo que pequeños incidentes como éste fuese a lo que se refiriese el Señor. En ocasiones nos sentimos tentados a ponernos nerviosos cuando tenemos que decir que somos cristianos, o manifestarlo en ciertos círculos. Y la tentación no está mal. A lo que se está refiriendo aquí el Señor es a un modo de vida establecido que exteriormente expresa conformidad con la verdad cristiana, pero que interiormente adopta y se amolda a los valores del mundo. Y eso es lo que se revelará en aquel día. Recordemos que al final del sermón del monte Jesús dijo: "Muchos me dirán en aquel día: ꞌSeñor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?ꞌ. Entonces les declararé: ꞌNunca os conocí. ¡Apartaos de mí, hacedores de maldad!ꞌ" (Mateo 7: 22-23).

De modo que ahí tenemos la respuesta a la pregunta que hacíamos al principio: ¿Puede una persona ser cristiana y no ser discípulo? Bueno, se puede venir a Cristo, y todos los que vienen a Él reciben vida, si lo han hecho con sinceridad al venir a Él. Pero está claro que a menos que se realice la obra del discipulado, está vida se ha dado en vano. Pablo lo llama: "recibir en vano la gracia de Dios" (2 Corintios 6:1b). Sólo aquellos que son discípulos entran en una vida abundante.

No todos somos buenos discípulos todo el tiempo, y tenemos muchos fracasos, pero el Señor ha provisto para cuando fracasamos en nuestra vida. Pero se está refiriendo al corazón: ¿Cuál es el propósito de usted? ¿Qué quiere realmente para su vida? ¿Quiere vivirla para sí mismo, o quiere vivirla para Él? Esa es realmente la cuestión.

C.S. Lewis lo resume de una manera muy apropiada en su obra Mere Christianity:

Dios va a invadir este mundo con fuerza. Pero de qué sirve decir que estamos de Su parte, cuando vemos todo el universo natural desvaneciéndose como un sueño, y algo más, algo que jamás se le pasó por su mente imaginar, aparece, de repente; algo tan hermoso para algunos de nosotros y tan terrible para otros que a nadie le va a quedar opción alguna. Porque en esta ocasión será Dios sin disímulo alguno; algo tan sobrecogedor que, o bien producirá un amor irresistible, o un horror irresistible, en todas las criaturas. Entonces será ya demasiado tarde para escoger de qué parte ponerse. Ya no sirve de nada escoger tumbarse cuando resulta imposible ponerse en pie. No será el momento de escoger; será el momento en que descubramos el lado que hemos realmente escogido, tanto si eramos conscientes de ello con anterioridad como si no. Ahora, hoy, en este momento, es la ocasión apropiada para escoger la parte acertada. Dios se está refrenando a fin de brindarnos esa oportunidad, pero no durará para siempre. Así que debemos tomarla o dejarla.

Esto es lo que Cristo dijo a los hombres de Su tiempo. Ser cristiano no es fácil. Es alto radical, per es el único camino hacia la vida.

Oración

Padre nuestro, te damos gracias por ser la clase de Dios que no nos miente, sino que nos dice la verdad tal y como es, sin dudar y por esperar que reaccionemos de una manera honrada. No podemos engañarte, no te podemos mentir; podemos hacerlo con otros, pero contigo no. Tal vez sean muchos los que hoy se enfrentan con esta opción. Padre, te pedimos que les ayudes a escoger la vida, no la muerte, y que les ayudes a encontrar la gracia suficiente como para decirte que sí a Ti, Señor Jesús, y que podamos recibir la vida por medio de la cruz, que en ocasiones hará que se sientan humillados, descubre su vergüenza y elimina su orgullo. Eso les traerá libertad, gozo y alegría. Señor, te pedimos, en este momento crucial, que muchos tomen una decisión, porque te lo pedimos en el nombre de Jesús. Amén.