Master Washing the Feet of a Servant
El Gobernante que sirve

El niño entre nosotros

Autor: Ray C. Stedman


En esta sección de Marcos que estamos estudiando, hemos estado observando el modo en que Jesús llevó a Sus discípulos dulce, pero firmemente a que se enfrentasen con las implicaciones de la cruz. Para nosotros esto es muy instructivo, porque si es usted como yo, no le gusta la cruz en su vida. Con frecuencia nosotros los cristianos le damos una gran importancia al gozo, el amor y la gloria del cristianismo, pero normalmente evitamos pensar en el sufrimiento y la persecución, la disciplina y la muerte. Una gran parte de la iglesia está actualmente intentando eludir estas implicaciones de la cruz. Pero Jesús les deja claro a Sus discípulos, y también a nosotros, que no hay gloria sin la cruz; si no hay cruz, no hay corona.

Siguiendo a los sucesos de la transfiguración y la curación del muchacho que estaba siendo controlado por un demonio, Marcos nos dice que Jesús pasó por Galilea de nuevo de camino a Capernaúm, y enfatiza el ministerio de la enseñanza a los discípulos del Señor, comenzando por el capítulo 9, versículo 30:

Saliendo de allí, caminaron por Galilea; y no quería que nadie lo supiera, pues enseñaba a sus discípulos, y les decía: "El Hijo del hombre será entregado en manos de hombres, y lo matarán; pero, después de muerto, resucitará al tercer día". Pero ellos no entendían esta palabra, y tenían miedo de preguntarle". (Marcos 9:30-32)

Basándose en el relato, es evidente que nuestro Señor evitaba de propósito las multitudes cuando regresaban a Capernaúm, caminando por senderos de segundo orden para no ser vistos, porque deseaba pasar tiempo con estos discípulos. Por todos los evangelios se puede uno dar cuenta de que Su meta eran estos doce hombres. Jesús siempre se concentraba en enseñarles la verdad a ellos, por encima de todo lo demás.

En este anuncio de la cruz, se añade un nuevo elemento, que no había aparecido con anterioridad: "El Hijo del hombre será entregado en manos de hombres". La palabra traducida "entregado" quiere decir en realidad "traicionado", y es la misma palabra que se utiliza después para describir la traición de Judas. Aquí tenemos una poderosa alusión para los discípulos, en el sentido de que la manera en que el Señor sería entregado a Sus enemigos sería por un acto de traición. No se nos dice, sin embargo, lo que esto significó para Judas, pero está claro que Jesús lo supo desde el principio mismo. Aquí añade esta nota al siniestro mensaje de la cruz que les esperaba.

Marcos nos cuenta que la reacción de los discípulos es de evidente aversión; no les gustó nada. No les hizo ninguna gracia lo que les dijo, y tampoco se atrevieron a preguntarle al respecto porque estaban asustados, nos dice Marcos. Es fácil leer eso como si tuvieran miedo de que, si le preguntaban, Jesús les pudiese reprender, pero lo asombroso es que Él nunca reprendió a nadie por hacer una pregunta. Reprendió con frecuencia a Sus discípulos por no tener demasiada fe, por continuar mostrando su incredulidad a pesar de todo lo que habían visto, pero nunca les reprendió por hacer preguntas. Pero a pesar de que a ellos les intrigaba y de que no entendieron lo que les había querido decir, no le preguntaron sobre ello. Por lo tanto, está claro que lo que hizo que no se atreviesen a preguntar fue su temor a saber más sobre ello. Cuando alguien ha suscitado un tema que a usted no le agradaba, ¿ha dicho usted alguna vez: "Bueno, no hablemos sobre eso"; o si se esperaba que hiciese usted preguntas, se ha negado usted porque no quería saber más sobre el tema? Eso era lo que sentían aquellos discípulos en el fondo de su corazón. No querían saber más acerca de aquel tema. Todos tenemos cierta tendencia a esconder la cabeza en la arena en ciertas ocasiones, a pensar que si no investigamos algo, desaparecerá, pero Jesús hace que se enfrenten continuamente con este hecho ineludible de la cruz, a pesar de que ellos no lo quieren ver.

No querían examinarlo más de cerca por el sentimiento que albergaban ya en sus corazones, que Marcos nos revela a continuación:

Llegó a Capernaúm y, cuando estuvo en casa, les preguntó: "¿Qué discutíais entre vosotros por el camino?". Pero ellos callaron, porque por el camino habían discutido entre sí sobre quién había de ser el mayor. Entonces él se sentó, llamó a los doce y les dijo: "Si alguno quiere ser el primero, será el último de todos y el servidor de todos". Y tomó a un niño, lo puso en medio de ellos y, tomándolo en sus brazos, les dijo: "El que reciba en mi nombre a un niño como éste, me recibe a mí; y el que a mí me recibe, no me recibe a mí sino al que me envió". (Marcos 9:33-37)

Evidentemente el Señor sabía de qué habían estado hablando los discípulos. Aunque no había estado lo suficientemente cerca de ellos como para oír lo que decían, sentía lo que estaba sucediendo. Así que, cuando llegan a la casa en Capernaúm, les pregunta: "¿Qué discutían entre vosotros por el camino?", una pregunta sencilla y normal, pero se encuentra con un silencio, motivado por la vergüenza que sentían porque, según nos dice Marcos, habían estado discutiendo quién era el más importante entre ellos. Por alguna razón, eso no parece lo correcto en la presencia de Jesús. Sería maravilloso que siempre fuésemos conscientes de que lo que decimos y lo que pensamos lo estamos haciendo en Su presencia. Estoy seguro de que haría que nos sintiésemos diferentes acerca de muchas cosas.

No se nos dice cómo se produjo este argumento, y tengo la sospecha de que, teniendo en cuenta el contexto, fue ocasionado por los sucesos relacionados con la transfiguración. Jacobo, Pedro y Juan habían sido escogidos para ir a la cima del monte con el Señor y observar esa visión maravillosa, y Jesús les había mandado estrictamente que no le dijesen a nadie lo que acababan de ver. Estoy seguro de que habían cumplido lo que el Señor les había pedido y que no habían dicho nada a los otros discípulos, pero es bastante probable guardar un secreto de tal modo que haga que los que estén alrededor estén en ascuas por averiguar qué ha pasado. Cuando regresaron Jacobo, Pedro y Juan, es probable que los otros les preguntasen: "Decidnos: ¿qué ha pasado allí arriba?". Y que ellos contestasen: "No nos está permitido decirlo. Puede que uno de estos días os lo podamos contar, pero vosotros, que sois discípulos corrientes, estáis excluidos de esto por el momento". Y claro, el argumento no tarda en producirse en cuanto a quién de ellos era el más importante; y empezaron a discutir unos con otros.

Para contestar a esto, Jesús dice algo que es maravilloso y revelador. Les habló acerca de la verdad de la ambición, y este es un consejo de gran ayuda. Les dijo que se acercasen a Él, y les dijo: "Si alguno quiere ser el primero, será el último de todos y el servidor de todos". Hay algo altamente significativo en estas palabras. Ni en esta ni en ninguna otra ocasión les reprendió Jesús por su deseo de ser el más importante, y nunca les regaña por su deseo, porque Dios ha puesto, de algún modo, en todos los corazones humanos, el deseo de alcanzar el éxito en lo que hagamos, sean cuales fueren los términos en los cuales pensemos que es posible alcanzarlo. No les reprendió, porque esto forma parte de nuestra humanidad, el deseo de tener éxito, de ser más grande. Pero lo que sí les dijo fue cuál era la verdadera manera de conseguirlo: "No es intentando ser el primero", les dijo; "es estando dispuestos a ser el último; y no haciendo que otros nos sirvan, sino convirtiéndonos en servidor de todos".

Lo que está diciendo en realidad es que hay dos clases de grandeza, dos clases de ambición. Está la ambición de recibir la aprobación y ser aplaudidos por los hombres y la ambición de ser aprobado y aplaudido por Dios. Estas son tan diferentes como lo son la noche y el día. Hay aquellos que quieren alcanzar la fama y conseguir la atención, la influencia y el poder. La medida de la ambición para ser grandes ante los hombres es siempre: "¿Cuántos me sirven? ¿Cuánto poder ejerzo sobre ellos? ¿Hasta dónde llega mi influencia? ¿Hasta dónde ha llegado mi fama?". ¿Cuántos de nosotros no hemos sentido este deseo de que nos conozcan, de que nos admiren, de que nos consideren importantes y grandes a los ojos de los hombres?

Pero Jesús explica claramente que la verdadera grandeza no radica en eso. La medida de la verdadera grandeza es: "¿A cuántos sirvo? ¿A cuántos estoy dispuesto a dedicar mi ministerio? ¿A cuántos puedo ayudar?". Esta es la señal de la grandeza a los ojos de Dios. Esta es una grandeza perdurable. Como se dará usted cuenta, estos dos enfoques son totalmente diferentes, y existe una gran divergencia entre ellos. ¡El cristianismo es una fe radical! Revolucionará por completo nuestra manera de pensar. Es exactamente todo lo contrario al instinto natural del corazón. Por eso es por lo que, al ir creciendo como cristianos, aprendemos más y más a actuar, no según nos sintamos, conforme a nuestra inclinación natural, sino a actuar sobre una base totalmente diferente. Nuestras inclinaciones naturales no harán más que meternos cada vez en más problemas, y aunque podamos alcanzar una forma de grandeza a los ojos de los hombres, se convertirá en telarañas y en ceniza en nuestras manos, porque no es más que algo temporal y un logro momentáneo.

Para que esta lección quedase perfectamente clara, de esa manera tan maravillosa como lo hacía Jesús, llamó a un niño y, poniendo Sus brazos alrededor de él, les dijo a Sus discípulos:

"El que reciba en mi nombre a un niño como éste, a mí me recibe; y el que a mí me recibe, no me recibe a mí sino al que me envió". (Marcos 9:37)

Esta es una escena preciosa, y puedo ver, con mi imaginación, como espero que también pueda verlo usted, a nuestro Señor, con Sus brazos alrededor de aquel niño. No se nos dice quién era el niño, pero una cosa está clara: no era un niño que había sido especialmente preparado para la ocasión. No era un niño de la escuela dominical al que acabasen de enseñar todas las respuestas correctas que debía dar; no era más que un chiquillo corriente. Puede que fuese el hijo de Pedro, porque esto seguramente sucedió en la casa de Simón Pedro, donde Jesús tenía su central en Capernaúm. Si así fuese, no cabe duda de que el niño tendría mucho del hombre viejo y, por lo tanto, sería un pillo. Al tomar Jesús en Sus brazos a aquel pequeño pillo, les dijo a Sus discípulos: "La grandeza tiene su ejemplo en esto".

A continuación destaca, de tres maneras asombrosas, lo que podríamos llamar "las lecciones respecto al niño" o, para explicarlo de otro modo: las verdaderas marcas de la grandeza, aquello por lo que podemos ser ambiciosos en la vida. No hay nada de malo en ser ambicioso, pero la ambición debe estar bien enfocada. La primera la encontramos en estas palabras: "El que reciba en mi nombre a un niño como éste, me recibe a mí". Las palabras importantes son "en mi nombre". El motivo por el que se recibe a semejante persona, a un niño pequeño y sin importancia, es que se hace como si se lo hiciésemos al Señor; lo hacemos en Su nombre. No es algo que hacemos porque podemos conseguir algo de gran valor por haber recibido a un niño, sino que es algo que hacemos, tanto si recibimos algún beneficio por hacerlo como si no, porque es algo que hacemos en Su nombre. Me gusta el comentario que hace William Barclay sobre el tema, y me gustaría compartirlo con usted:

El niño no tiene ninguna influencia. Un niño no puede hacer que avance la carrera de un hombre ni puede incrementar el prestigio de un hombre. Un niño no puede darnos cosas; es todo lo contrario; es el niño el que necesita cosas. El niño necesita que le hagan todas las cosas, así que lo que está diciendo Jesús es: "Si un hombre da la bienvenida a los pobres, a la gente corriente, a los que no tienen ninguna influencia, ni riqueza ni poder, las personas que necesitan que les hagan las cosas, entonces me está dando la bienvenida a mí, y más que eso, le está dando la bienvenida a Dios".

No hay duda de que la primera señal de grandeza es que aprendemos cada vez más a respetar a las personas, a recibirlas sencillamente por el hecho de ser personas, sin tener en cuenta si pueden hacer algo por nosotros o no, y sin preocuparnos de si el conocer a una persona determinada sirve para beneficiar a nuestro prestigio, por lo que podríamos mencionar el nombre de esa persona donde más nos beneficiase; pero lo que quiere decir es sencillamente que nos interesemos en las personas por el hecho de ser personas y porque, al menos en potencia, son hijos e hijas de Dios mismo. Esa es la primera señal de los hijos de Dios.

Encontramos un ejemplo de ello en la próxima sección de Juan, de una manera un tanto inconsciente. Al llegar a este punto, Marcos dice que Juan interrumpió a Jesús:

Juan le respondió diciendo: "Maestro, hemos visto a uno que en tu nombre echaba fuera demonios, pero él no nos sigue; y se lo prohibimos porque no nos seguía". Pero Jesús dijo: "No se lo prohibáis, porque ninguno hay que haga milagro en mi nombre, que luego pueda hablar mal de mí, pues el que no está contra nosotros, por nosotros está". (Marcos 9:38-40)

Es difícil saber exactamente por qué lo que había dicho Jesús le hizo recordar esto a Juan, posiblemente fue el que dijese la frase "en mi nombre". Eso hizo que Juan se acordase de repente de un incidente que había sucedido no mucho antes, cuando él y otros discípulos habían visto cómo un hombre estaba echando demonios en el nombre de Jesús, y Juan dijo: "Maestro, cuando le vimos, le dijimos que dejase de hacerlo, porque no pertenece a nuestra escuela; no nos estaba siguiendo". Esa es la típica reacción humana, ¿no es cierto? ¿Cuántas veces no reaccionamos instintivamente de esta manera cuando nos enteramos de que alguien ha logrado algo? Decimos: "Pues no puede ser bueno, porque no fue a nuestro seminario", o "No pertenece a nuestra denominación", o "Nunca he oído hablar de él antes". Por lo que tendemos a rechazarle. Creo que a Juan le preocupaba el éxito que estaba teniendo aquel hombre, y lo que le había dejado pasmado era que, de hecho, ¡aquel hombre estaba consiguiendo echar fuera a los demonios! No era un ministerio falso, ni era un farsante; lo estaba haciendo y lo estaba haciendo en el nombre de Jesús, a pesar de lo cual, Juan no había oído hablar nunca de aquel hombre, y su éxito era lo que le preocupaba a Juan.

De modo que le preguntó a Jesús: "¿Hicimos bien?". La respuesta de nuestro Señor es: "No, no se lo prohibáis. Porque el que hace una poderosa obra en mi nombre no podrá poco después hablar mal acerca de mí". ¿Qué es lo que quiere decir con eso? Está dando por sentado que si aquel hombre estaba realmente echando demonios, evidentemente debía de tener alguna fe en su corazón. Dios no responde a nada más que a la fe. Y aunque nadie sabía mucho acerca de aquel hombre y lo que creía, y hasta es posible que hubiese errores en lo que enseñaba, sin embargo, el hecho de que Dios le estuviese respondiendo y de que los demonios estuviesen saliendo en el nombre de Jesús, indicaba que había cierta realidad en su ministerio, que algún destello de la verdad había llegado a aquel hombre. Aunque pudiese haber estado confundido respecto a muchas cosas, conocía la verdad, hasta cierto punto. Jesús dice: "Cuando veáis eso, no apaguéis la llama". No rechacéis a las personas por el hecho de que no lo sepan todo aún; todavía van de camino y están aprendiendo. No les prohibáis que actúen, porque hay aun algo de realidad acerca de ellas. Y si las animáis, podéis guiarlas y adiestrarlas y enseñarles más.

Este principio ha quedado ampliamente demostrado en muy diversas maneras en nuestros días. Muchas iglesias, cuando "el movimiento de Jesús" llegó a su momento más álgido, le dieron la espalda a los jóvenes que acudían a ellas por vestir de una manera extraña, por ir descalzos, por llevar cuentas colgadas del cuello y por llevar extraños peinados. Muchas personas de la iglesia decían: "No queremos a esta clase de personas entre nosotros", no siendo capaces de ver las señales de la verdadera fe en aquellos jóvenes. Por lo que se perdieron la bendición de abrirles sus vidas.

Esta semana pasada participé en un incidente que sirve para ilustrar este principio. Vi en el periódico un anuncio sobre una reunión de la Unión de Gays, que se iba a celebrar en la Universidad de Stanford. Mencionaba a dos destacados oradores, una de ellas una mujer lesbiana, catedrática de la Universidad del Estado en San Francisco; el otro era un joven, también homosexual, que había sido ordenado al ministerio en la Iglesia Unida de Cristo. Iban a hablar acerca del tema: "La homosexualidad en la iglesia". Uno de nuestros internos y yo fuimos a la reunión. Nos encontramos con unos cien jóvenes y aquí y allá unas cuantas personas mayores, en la que había un número semejante de hombres y de mujeres. Estuvimos escuchando a estos dos oradores durante aproximadamente una hora. La mujer se mostró muy mordaz, denunciando a la iglesia en prácticamente todas sus formas y de todas las maneras posibles, diciendo que era preciso destruirla, que era la enemiga de la libertad y de los derechos humanos.

El joven se mostró más cauto en su enfoque. Habló acerca de su propio deseo de hallar un lugar en la iglesia, pero dijo que, a pesar de ello, tenía una gran lucha por causa de la homosexualidad que respaldaba y de cómo se había visto maltratado en algunas ocasiones debido a malentendidos con otros. Yo estaba de acuerdo con muchas de las cosas que dijo acerca de la iglesia y sus debilidades, y me di cuenta de una cosa en concreto mientras hablaba. Se refirió en varias ocasiones a Jesús y Su ministerio entre las gentes. Y es cierto, tal y como dijo Jesús en este caso, que nadie que usa Su nombre podrá poco después hablar mal de Él. Cuando aquel joven hablaba de Jesús, lo hacía con un gran respeto y una evidente admiración por Su ministerio.

Después de haber estado escuchando durante una hora, pensé que había llegado el momento de decir algo a favor de la otra parte. De modo que me presenté y dije: "Estoy de acuerdo con una gran parte de lo que se ha dicho acerca de la iglesia, pero creo que no han acabado ustedes de entender el verdadero problema, la postura del cristianismo con respecto a la homosexualidad. Lo más que se han acercado al tema fue cuando habló el joven acerca de Jesús y la mujer junto al pozo". Había destacado que Jesús no la había criticado severamente ni la había denunciado; no se había burlado de ella ni le había dado la espalda. Les dije: "Sin embargo, sí le habló acerca de su situación, de que había vivido con cinco maridos y estaba viviendo con un hombre que no era su marido, y entonces le ofreció liberación y alivio a su situación", y añadí: "Creo que esa es la verdadera postura cristiana. La homosexualidad es muy perjudicial y destruye a las personas. Jesús lo entiende, pero no quiere denunciar a las personas ni alienarlas; lo que desea es ofrecerles una solución".

Al mirar aquella sala llena de jóvenes, no vi una habitación llena de lesbianas ni de maricas, aunque ellos se aplicaban esos nombres. Lo que vi fue a una juventud hambrienta, confusa, atrofiada, fragmentada y dolorida, deseando hallar de alguna manera el secreto de la vida, creyendo haberlo encontrado, pero siguiendo el camino equivocado y destruyéndose a sí mismos en el proceso. Una y otra vez me venían a la mente las palabras de Pablo en Romanos acerca de los homosexuales: "y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío" (Romanos 1:27b). La postura de la iglesia con respecto a las personas que participan en cosas que están mal y que son malvadas no ha de ser nunca de denuncia, ni de estigmatización o de rechazo. Ha de ser de aceptación y de brazos abiertos, pero realizando al mismo tiempo una evaluación honesta de lo que está sucediendo y ofreciendo el camino de la liberación.

Esto es lo que les está diciendo Jesús a Sus discípulos. La marca de la grandeza no consiste en ver el aspecto exterior de la persona, ni las características externas que muestre, ni siquiera aquello que represente, sino el verla como alguien que está buscando a tientas la verdad y la vida. Y si el nombre de Jesús es respetado en algún modo, no hay que apagar la llama que lo ha alimentado.

La segunda marca de la grandeza la encontramos a continuación:

"Y cualquiera que os dé un vaso de agua en mi nombre, porque sois de Cristo, de cierto os digo que no perderá su recompensa. A cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeñitos que creen en mí, mejor le sería que se atara una piedra de molino al cuello y se le arrojara al mar". (Marcos 9:41-42)

Recuerde que Jesús está diciendo estas palabras mientras tiene todavía en Sus brazos al niño. Lo que está diciendo es que la marca de la verdadera grandeza en Su reino consiste en que alguien se tome la humanidad muy en serio y que anhele ver cómo se desarrolla de la manera debida. Dios recompensa el más mínimo ministerio realizado a favor de un creyente joven; ni siquiera un vaso de agua fría ofrecido en el nombre de Cristo perderá su recompensa. Toda oportunidad aprovechada para ayudar a alguien a desarrollarse en toda su plenitud espiritual sana, así como la del alma y la del cuerpo, será recompensada por Dios. Pero, por otro lado, cualquier perjuicio, cualquier daño espiritual que se le haga a un joven cristiano, se considera más grave que el asesinato o la lesión física: "A cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeñitos que creen en mí, mejor le sería que se atara una piedra de molino al cuello y se le arrojara al mar".

Recuerdo que hace años leí un relato breve, escrito por O. Henry, en el que mencionaba a una niña pequeña a la que se le había muerto la madre. Cuando el padre llegaba a casa del trabajo, preparaba la cena y se sentaba con el periódico y su pipa, colocando sus pies sobre la repisa, y leía. La niña se le acercaba y le decía: "Papá, ¿juegas conmigo?". y él le contestaba: "No, estoy demasiado cansado y ocupado. Ve a la calle a jugar". Esto pasó durante tanto tiempo que finalmente la niña se crió, creció en las calles y se convirtió en lo que llamaríamos una de las mujeres que hacen la calle, es decir, una prostituta. Por fin un día se murió, y cuando, en el relato, su alma apareció a las puertas del cielo, Pedro le dijo a Jesús: "Aquí tienes a esta prostituta. ¿La mandamos al infierno?". Jesús le contestó: "No, no; déjala pasar. Pero ve a buscar al hombre que se negó a jugar con su hijita y mándale al infierno".

Aquí en el evangelio de Marcos, Jesús está diciendo que el descuido es en ocasiones el daño mas grande que se le puede hacer a un niño y a los creyentes jóvenes, y debemos reconocer este como un asunto muy serio.

La tercera característica es la siguiente:

"Si tu mano te es ocasión de caer, córtala, porque mejor te es entrar en la vida manco, que teniendo dos manos ir al infierno, al fuego que no puede ser apagado... Y si tu pie te es ocasión de tropezar, córtalo, porque mejor te es entrar a la vida cojo, que teniendo dos pies ser arrojado al infierno... Y si tu ojo te es ocasión de caer, sácalo, porque mejor te es entrar en el reino de Dios con un ojo, que teniendo dos ojos ser arrojado al infierno, donde el gusano de ellos no muere y el fuego nunca se apaga. Todos serán salados con fuego... ". (Marcos 9:43-49a)

La tercera marca de la grandeza, como podemos aprender al pensar en los niños, es que la persona que se toma en serio a los pequeños debe aprender empezando por juzgarse a sí misma. Recuerde que esto lo está diciendo Jesús mientras tiene Sus brazos alrededor del niño. Está diciendo que la marca de la persona que se toma en serio la importancia que tiene el crecimiento espiritual es la que empieza juzgándose a sí misma, tratándose a sí misma de una manera drástica. Estas palabras acerca de cortarse la mano, el pie y el ojo, no son más que una manera dramática e intensa de decir lo que dijo Jesús en otra ocasión: "... saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano" (Mateo 7:5). La analogía que presenta es muy clara y está tomada de la vida misma. Si tiene usted un brazo infectado, que se gangrena y está siendo una amenaza para su vida, y los médicos no pueden hacer más por usted, sólo queda una cosa que hacer: cortarlo o amputarlo, porque está en juego su vida. Jesús usa esa analogía tan dramática para decirnos lo grave que es que estemos involucrados en cosas que están mal y que adoptemos actitudes y hagamos cosas perjudiciales, y lo que debemos hacer al respecto. Es preciso que actuemos de manera drástica con estas cosas; de lo contrario, harán que acabemos en el infierno.

La palabra que se usa aquí para "infierno" es gehenna ("Ge-hinnom"), que era el nombre de un valle que se encontraba a las afueras de Jerusalén. Era el lugar en el que algunos de los reyes de Israel habían ofrecido a sus hijos al dios Moloch, para ser quemados en la hoguera. Era un lugar corrompido, y se convirtió en el vertedero de basuras de Jerusalén. Los fuegos estaban continuamente humeando allí, y los repugnantes y asquerosos gusanos se comían la basura. Eso se convirtió en el símbolo del eterno desperdicio de la vida. Cuando leemos estas palabras de Jesús acerca del infierno (y por cierto habló sobre el infierno más que ninguna otra persona en el Nuevo Testamento), entendemos que cuando se aplican a una persona que no cree, es decir, a uno que rechaza y se resiste a las buenas nuevas de Jesús y que muere sin haber creído, quiere decir que toda su vida es como eso, un desperdicio, una pérdida total, y no hay nada en ella que se pueda salvar. Puede que se haya ganado la aprobación de los hombres, puede que haya llevado una vida rodeada de comodidades, pero al final de su vida es un desperdicio, una pérdida total, que no sirve para otra cosa que para tirarla a un montón de basura para toda la eternidad. Cuando estas palabras se aplican a los creyentes, como en este caso, está refiriéndose a una pérdida parcial. Una parte de nuestra vida parece perdida, desperdiciada, mal utilizada.

La manera de evitar esa pérdida y ese desperdicio es, como dice Jesús, salarnos con el fuego, es decir, juzgarnos a nosotros mismos. Nos dice que debemos actuar drásticamente con nosotros mismos en este sentido; y en esta analogía que nos ofrece y que es de gran ayuda, comienza por la mano. El "cortar la mano" se refiere, como es natural, a eliminar el acto mismo que está mal, la mala acción. Si tiene usted una mente sucia, una boca que siempre dice cosas sucias, deje de pensar en cosas malas y deje de usar términos obscenos. Si está cometiendo inmoralidades sexuales, deje de hacerlo. Si su actitud hacia otra persona es de amargura y de resentimiento, deje de pensar de esa manera. Deje de decir las cosas que dice acerca de otras personas, enfréntese con tu manera de comportarse y elimínela; de lo contrario, estará desperdiciando su vida.

Y si con eso no basta, tendrá que cortarse el pie también. El pie es el símbolo de un camino que conduce al mal, el modo de enfocar la tentación, las circunstancias que nos llevan allí. Es posible que tenga que cambiar los lugares a donde va y el tiempo que invierte en ellos, porque se enfrenta con una tentación demasiado fuerte como para poder soportarla. Así que, elimínelo. Tal vez eso signifique tener que limitar el tiempo que pasa viendo la televisión o que tenga que dejar de ver ciertos programas, o que deje de ver cierta clase de películas o de leer ciertos libros, porque le exponen a presiones que son demasiado fuertes como para que las pueda usted soportar. Elimine todo eso o, de lo contrario, estará usted desperdiciando su vida.

O es posible que el ojo, el símbolo de la visión interna, la imagen que vemos en nuestra imaginación, las fantasías, los recuerdos y los sueños del pasado que encienden la llama de la tentación, deban ser eliminados. Jesús está diciendo que debemos tratar drásticamente estas cosas. No solamente nos hacen desperdiciar nuestra vida, sino que afectan a otras personas, y por eso es preciso hacer algo al respecto. Finaliza con estas palabras:

"Buena es la sal; pero si la sal se hace insípida, ¿con qué la sazonaréis? Tened sal en vosotros mismos, y vivid en paz los unos con los otros". (Marcos 9:50)

La sal es buena, la sal del juicio propio; la sal es el fuego químico que purifica y limpia. Júzguese a sí mismo; examínese y evalúe lo que está haciendo y aprenda a controlarse. Pero recuerde, debe hacerlo de un modo real; no sirve fingir. La sal que ha perdido lo que la hace salada no sirve para nada. Debe ser de verdad; debe ser auténtica sal. Así que, tened sal en vosotros y vivid en paz los unos con los otros. Recuerde cómo empieza este relato. Unos discípulos están discutiendo en cuanto a quién será el más importante, luchando, rivalizando unos con otros. Jesús dice que el remedio consiste en tener sal en nosotros, comenzando por nosotros mismos; que tratemos nuestras debilidades y no las de otros, que limpiemos nuestra vida y no la de otras personas. Comience a actuar drásticamente con aquellas cosas que están mal en su vida. Porque las marcas de la grandeza en el reino de Dios son estás: aprender a tratar a todo el mundo por igual, sin hacer acepción de personas; tomarse la vida y a la humanidad muy en serio y preocuparnos de que se beneficien otros; edificar en sus vidas y fortalecerlas, y no hacer daño ni perjudicar a otros, y que empiece usted a juzgarse a sí mismo y que trate de manera drástica aquellas cosas que hay en su corazón que están mal. Una persona así se eleva y es más grande a los ojos de Dios, y será honrada ante los ojos del mundo entero.

Oración

Señor Jesús, enséñanos el significado de estas palabras en el fondo de nuestros corazones, y ayúdanos a responder a ellas y a ser hombres y mujeres fieles. Ayúdanos a esforzarnos por conseguir una grandeza tal que brille por toda la eternidad, a ser grandes como Tú lo eres, Señor Jesús, con el mismo Espíritu y por el mismo poder. Lo pedimos en Tu nombre. Amén.