Volvemos ahora a donde dejamos esta serie de estudios de Marcos. Al finalizar el capítulo 10, nuestro Señor y Sus discípulos iban de camino a Jerusalén, para enfrentarse con esos acontecimientos culminantes de Su última semana allí, que acabarían en Su muerte y resurrección. Y ahora nos encontramos al Señor y a Sus discípulos acercándose a Jerusalén. Hay una canción preciosa que ha sido escrita en estos últimos años, una de una serie de composiciones maravillosas que ha surgido del gran movimiento espiritual de nuestros días: "El Rey Ya Viene"; a lo mejor la ha oído usted. Yo he visto a enormes públicos profundamente conmovidos al cantar esa canción. Sería una música muy apropiada para nuestro estudio de hoy porque esta es la historia de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, cuando la ciudad entera fue consciente de que estaba llegando el Rey:
Cuando se acercaban a Jerusalén, junto a Betfagé y Betania, frente al Monte de los Olivos, Jesús envió a dos de sus discípulos, y les dijo: "Id a la aldea que está enfrente de vosotros, y al entrar en ella hallaréis un pollino atado, en el cual ningún hombre ha montado. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta: ꞌ¿Por qué hacéis eso?ꞌ, decid que el Señor lo necesita y que luego lo devolverá". Fueron y hallaron el pollino atado afuera a la puerta, en el recodo del camino, y lo desataron. Algunos de los que estaban allí les preguntaron: "¿Qué hacéis desatando al pollino?". Ellos entonces les dijeron como Jesús había dicho, y los dejaron ir. (Marcos 11:1-6)
Es evidente, a juzgar por este breve relato, que Jesús había hecho ciertos arreglos por adelantado para ese día. Sabía que tendría que entrar en la ciudad y que debía cumplir ciertas profecías que se habían hecho cientos de años antes. Por lo que hizo los acuerdos necesarios por adelantado para el cumplimiento de la profecía concerniente al pollino, así que no tenemos que considerar esto como si Su necesidad hubiera sido suplida de una manera milagrosa. Pienso que el pollino estaba atado en el lugar donde estaba porque el Señor había hecho los arreglos necesarios para que estuviese ahí. Cuando llegó la noticia de que el Señor lo necesitaba, fue todo lo que necesitó oír el dueño, porque el Señor Jesús ya había hecho los arreglos con anterioridad. Si recuerda usted, en uno de los estudios anteriores sobre Marcos: "¿Qué hacer respecto al divorcio?", vimos que había hecho un viaje rápido a Jerusalén unos tres meses antes, en lo que sería nuestro mes de enero, y es muy posible que realizase estos acuerdos en aquella época. Jesús sabía, como es natural, el día y la hora en que habría de entrar en Jerusalén y sabía lo que se esperaría de ese momento. Como vimos en nuestros estudios en el libro de Zacarías, en el capítulo 9, Zacarías había descrito con toda claridad cómo sucedería esto. El profeta había clamado, diciendo:
¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Da voces de júbilo, hija de Jerusalén! Mira que tu rey vendrá a ti, justo y salvador, pero humilde, cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna. (Zacarías 9:9)
Jesús conocía esa profecía y sabía que era preciso que se cumpliese. De modo que creo que había hecho los arreglos para que, en ese día en particular, pudiese entrar en la ciudad sobre un pollino. Sabía exactamente en qué día sucedería, porque el libro de Daniel nos dice que casi quinientos años antes se le había aparecido al profeta Daniel un ángel que le dijo que Dios había determinado un tiempo concreto, que sería dedicado al cumplimiento de ciertos acontecimientos culminantes y dramáticos que tenían que ver con el pueblo de Israel, en el que se menciona claramente el momento en que eso debía comenzar.
Sucedería cuando el rey persa, Artajerjes, emitiera un edicto para la reconstrucción de las murallas de Jerusalén. Encontrará usted que se nos ha dejado constancia de ese edicto en las páginas de las Escrituras en el capítulo 2 de Nehemías. Y cuando este rey pagano publicó el edicto, sin ser consciente de ello, puso en marcha el reloj de Dios en relación con el pueblo judío.
Le fue dicho a Daniel que deberían transcurrir cuatrocientos noventa años antes de que los acontecimientos de Dios se cumpliesen, y cuatrocientos ochenta y tres de esos años quedarían marcados por la llegada a Jerusalén del Mesías, el Príncipe.
Hace muchos años había un brillante abogado, que durante mucho tiempo sirvió como director de la famosa Scotland Yard de Inglaterra. Su nombre era Sir Robert Anderson, y era un ávido y devoto estudiante de la Biblia. Sir Robert Anderson, con su mente precisa y su preparación en la lógica, analizó el libro de Daniel y determinó la fecha exacta en que el decreto de Artajerjes se emitió: el 28 de marzo del 445 a.C. Contando a partir de esa fecha, y haciendo las correcciones necesarias a los errores del calendario, determinó que el 6 de abril del 32 d.C., Jesús entró sobre un pollino en Jerusalén, exactamente cuatrocientos ochenta y tres años después.
Ahora bien, si un hombre del siglo diecinueve pudo leer estas Escrituras y calcular la fecha en la que tuvo lugar dicho acontecimiento, sin duda el Hijo de Dios, que también tenía el libro de Daniel y lo conocía bien, que había sido enseñado e iluminado por el Espíritu Santo al leer sus páginas, sabría el día en que había de entrar en Jerusalén, por lo que hizo los arreglos necesarios para poder entrar en la ciudad, y vino bajando por las laderas del Monte de los Olivos, montado en un pollino sobre el cual no había montado nunca nadie, en cumplimiento de las predicciones hechas en Zacarías y en Daniel.
Encuentro interesante que los tres evangelios sinópticos nos digan que era un animal sobre el cual no había montado nunca nadie, un pollino joven. Cuando yo era niño en Montana, algunos de los chicos de educación secundaria intentábamos domar a los caballos para divertirnos. Algunos de los más mayores eran demasiado para que nosotros los pudiésemos manejar, por lo que normalmente nos concentrábamos en los potrillos sobre los que nunca se había montado nadie. ¡Puedo dar testimonio de primera mano de que estos animales no agradecen esta experiencia! E incluso cuando un caballo tiene un año, es perfectamente capaz de tirar a su jinete de su grupa por el camino. Aquí tenemos un animal sobre el que nadie se había montado, pero Jesús se sentó sobre él, y el animal estuvo tranquilo, sensible y obediente, llevando a Jesús por las calles de la ciudad.
"En ese caso", me dirá usted, "si Jesús hizo los arreglos necesarios y todo fue bien, ¿no quiere decir eso que esto no es realmente un cumplimiento de una profecía ni mucho menos?". Yo creo que Jesús ya había hablado con el dueño y arreglado una parte del asunto, pero no totalmente. Había cosas que no podía haber arreglado, como pueda ser la reacción de la multitud al entrar Él en la ciudad, la actitud de los gobernantes; esas eran cosas que estaban por encima de Su control. Pero cuando Jesús descendió por las laderas del Monte de los Olivos montando sobre el pollino, la multitud le dio la bienvenida y le recibieron tal y como habían dicho los antiguos profetas que sucedería, en los versículos del 7 al 10:
Trajeron el pollino a Jesús, echaron sobre él sus mantos, y se sentó sobre él. También muchos tendieron sus mantos por el camino, y otros cortaban ramas de los árboles y las tendían por el camino. Los que iban delante y los que venían detrás gritaban, diciendo: "¡Hosana! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino de nuestro padre David que viene! ¡Hosana en las alturas!". (Marcos 11:7-10)
Basándonos en otros relatos, sabemos que no se trataba tanto de ciudadanos de Jerusalén como de personas de Galilea, que habían ido a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Muchos eran niños que al ver venir a Jesús se sintieron movidos a gritar las palabras que son el cumplimiento de las del Salmo 118. No se puede leer este relato sin darse cuenta de que estas palabras debieron de estar muy presentes en la mente de Jesús al pasar por esta experiencia e, inexplicablemente, también en las mentes y en los corazones de estas gentes. En este salmo, David clama:
La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser la cabeza del ángulo. (Salmo 118:22)
Este es el día que hizo Jehová, ¡nos gozaremos y nos alegraremos en él. (Salmo 118:24)
¡Bendito el que viene en el nombre de Jehová! (Salmo 118:26a)
Esas fueron precisamente las palabras que gritaron las gentes al pasar Jesús por las calles.
Lucas añade algo muy interesante en su relato acerca de este suceso. En el capítulo 19 del evangelio de Lucas, leemos en los versículos 41 al 44:
Cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró por ella, diciendo: "¡Si también tú conocieras, a lo menos en éste tu día, lo que es para tu paz! Pero ahora está encubierto a tus ojos. Vendrán días sobre ti cuando tus enemigos te rodearán con cerca, y te sitiarán y por todas partes te estrecharán; te derribarán a tierra y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación. (Lucas 19:41-44)
Estas son palabras sorprendentes, que se cumplieron cuarenta años después, cuando Tito, el general romano, trajo consigo a sus ejércitos y sitió a Jerusalén, venciéndola posteriormente. El templo fue quemado, en contra de las ordenes del general, y el oro de la tesorería del templo corrió por las rendijas de las piedras. En su esfuerzo por hacerse con el oro, los soldados separaron las piedras y no dejaron literalmente piedra sobre piedra. Al descender montaña abajo, Jesús sabía todo lo que iba a suceder y lloró, porque, según cuenta Lucas: "no conociste el tiempo de tu visitación".
Esa es una de las más trágicas frases de la Biblia. Dios había mandado invitaciones a este gran acontecimiento quinientos años antes, había dicho cuándo sucedería, había dado un plan exacto del momento y había dicho de qué modo reconocerían al Rey, pero cuando Éste vino, nadie en la ciudad supo quién era, a excepción de un grupo de campesinos galileos y sus hijos, que estaban celebrando la Pascua. ¡Qué irónico cambio! Pero es lo que nos sucede a nosotros con frecuencia, que no sabemos cuándo Dios aparece de repente entre nosotros. En el versículo 11, leemos el propósito de la visita de nuestro Señor:
Entró Jesús en Jerusalén y fue al Templo. Después de observarlo todo, como ya anochecía, se fue a Betania con los doce. (Marcos 11:11)
Eso no suena muy significativo, pero nos dice lo que vino a hacer. Era una visita oficial del Rey de Israel, una visita de inspección al corazón de la nación. Entró en el templo, donde latía el pulso mismo de la ciudad, representado en la adoración que se elevaba a Dios, y miró todo lo que había allí. Sabemos lo que vio: el mercantilismo, los cambistas, la explotación, la corrupción y la injusticia. Vio la suciedad, la porquería, la vileza, el orgullo, la hipocresía y la altivez. Vio que se estaban realizando ceremonias religiosas totalmente carentes de significado, pero no dijo ni una palabra, sino que se limitó a mirar a todo lo que tenía a Su alrededor. Nadie se fijó en Él, porque había estado allí en muchas ocasiones con anterioridad, pero no sabían que aquella era una visita oficial de inspección realizada por el Rey.
Así es como Dios entra en nuestras vidas, ¿no es cierto? ¿No sería maravilloso si Dios sólo nos mirase cuando fuésemos a la iglesia el domingo por la mañana, si leyese nuestros corazones sólo cuando estuviésemos sentados con la Palabra de Dios abierta ante nosotros y cuando estuviésemos pensando en todas las cosas bonitas que deberíamos pensar? ¿No sería eso fabuloso? Pero no lo hace, sino que nos pilla en el dormitorio, en la cocina, en el despacho y en el coche. El viene y mira todo lo que tiene a Su alrededor, y no dice ni una palabra.
En el versículo 12 en adelante, encontramos los resultados de esa inspección. Jesús no dijo ni una sola palabra al mirar a Su alrededor, pero al día siguiente emprendió, primero, una acción simbólica:
Al día siguiente, cuando salieron de Betania, tuvo hambre. Viendo a lo lejos una higuera que tenía hojas, fue a ver si tal vez hallaba en ella algo; pero cuando llegó a ella, nada halló sino hojas, pues no era tiempo de higos. Entonces Jesús dijo a la higuera: "¡Nunca jamás coma nadie fruto de ti!". Y lo oyeron Sus discípulos. (Marcos 11:12-14)
Como leeremos dentro de unos minutos, al día siguiente los discípulos se quedaron sorprendidos al ver que el árbol se había secado hasta sus raíces. Muchos se han quedado asombrados por este milagro porque es muy poco característico de Jesús. Es el único milagro en todo lo que se ha escrito acerca del ministerio de Jesús que es una declaración de juicio, condenación y destrucción sobre algo. Parece tan extraño que le sucediese a una higuera que no tenía higos, cuando no era temporada de higos. Esto ha sido algo que ha preocupado a muchas personas. ¿Por qué maldijo Jesús a esta higuera por no tener higos, cuando no era tiempo de higos?
Quiero decirle que durante años me sentí intrigado por este problema, hasta que me decidí a investigarlo. Cuando vine a California, planté una higuera, sencillamente para ver qué pasaría con ella y aprender de ella. Aprendí la respuesta de este acertijo de la higuera que había plantado en mi huerto. La primera primavera la observé con interés mientras las ramas infructuosas del árbol comenzaron a hincharse, los capullos empezaron a ensancharse, y aparecieron las hojas. Y ante mi asombro, ya que no sabía eso sobre la higuera, empezaron a aparecer pequeños higos juntamente con las hojas. Entonces pensé: "¡Vaya!, eso es extraño; los frutos salen al mismo tiempo que las hojas. Las higueras deben de ser muy extrañas en ese sentido. Así que observé cómo iban saliendo los higos, y su color cambiaba de verde a amarillo y comenzaron a tener el aspecto de estar maduros. Un día probé uno de ellos, y ante mi sorpresa, en lugar de estar lleno de zumo y de pulpa como lo estaría un higo normal, estaba seco y mustio por dentro, sin nada de zumo. Abrí otro, y otro, y me encontré con lo mismo. Entonces pensé: "¡Mi higuera es una engañifa!".
Pero entonces, ante mi asombro, me dí cuenta que aparecían en la higuera otra clase de higos, y comenzaron a ponerse gordos y a hacerse cada vez más grandes. Y cuando abrí uno de ellos, vi que era un higo normal, rico y jugoso y lleno de pulpa. Y desde entonces el árbol tiene una buena cosecha. Así que aprendí algo: que una higuera tiene dos clases de higos: unos que son los "primerizos y que parecen higos, pero que no lo son, mas que siempre son los primeros en aparecer; y aprendí además que, si primero no aparecen esa clase de higos, tampoco aparecerán los otros.
Esa es la explicación de lo que se encontró Jesús. No era la época de los auténticos higos, pero al mirar Jesús la higuera no se encontró con aquellos primeros higos, y supo que el árbol nunca tendría higos de verdad, sino que sólo produciría hojas. La vida del árbol se había volcado, produciendo una vegetación frondosa, de modo que parecía un árbol sano, pero no lo era. Por eso lo maldijo, y al día siguiente se había secado hasta sus raíces. Como veremos, ese árbol fue un símbolo de la nación de Israel, porque lo que viene a continuación es una representación dramática del símbolo de esa higuera maldita, como leemos en los versículos del 15 al 17:
Vinieron, pues, a Jerusalén, y entrando Jesús en el Templo comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban en el Templo. Volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas; y no consentía que nadie atravesara el Templo llevando utensilio alguno. Y les enseñaba, diciendo: "¿No está escrito: ꞌMi casa será llamada casa de oración para todas las nacionesꞌ? Pero vosotros la habéis hecho cueva de ladrones". (Marcos 11:15-17)
Jesús emprendió en este caso dos acciones que equivalen a maldecir a esta nación, de la misma manera que maldijo a la higuera cuando encontró que no tenía nada más que hojas. Lo primero que hizo fue limpiarla de todas las falsas manifestaciones que se habían introducido. Se deshizo de la comercialización del templo, y fue la segunda vez que lo hizo. Según el evangelio de Juan, tres años antes, al principio mismo de Su ministerio, había entrado en aquel templo y había echado a los que cambiaban dinero de una manera muy parecida. En esta ocasión lo hace de nuevo, por segunda vez, y se niega a permitir que nadie comercialice estas ofrendas para el sacrificio. Ellos estaban vendiendo animales como un "servicio" al pueblo, y debido a que sólo aceptaban la moneda oficial del templo, los cambistas establecieron allí su negocio (otro "servicio"), donde las personas pudieran cambiar el dinero normal por la moneda del templo. Los cambistas y los comerciantes estaban sacando un beneficio excesivo llevando a cabo este negocio, y Jesús se deshizo de todo aquello.
Pero entonces hizo algo incluso más significativo. Marcos dice: "y no consentía que nadie atravesara el Templo llevando utensilio alguno". Si lee usted los libros de Levítico y Números, verá que Dios había instituido una serie de rituales para ese templo que hacían preciso que los sacerdotes llevasen cosas de un lado a otro del templo. Tenían que llevar los animales al templo, atarlos sobre el altar y matarlos. Tenían que recoger la sangre de aquellos animales y llevarla en vasijas al lugar santísimo, con el fin de rociarla sobre el altar del incienso. Tenían que trasladar los cuerpos para el sacrificio, una vez que los habían quemado, y sacarlos fuera del templo otra vez. De modo que había una continua procesión de sacerdotes en aquel templo durante todo el día, cumpliendo el sistema de rituales que el mismo Dios había instituido para la nación.
Pero aquel día, cuando Jesús entró en el templo, se paró en seco, "y no consentía que nadie atravesara el Templo llevando utensilio alguno", que significa que, como Rey autorizado de aquella nación, rechazó su adoración y se negó a reconocer que tuviese ya valor alguno. Aunque posteriormente los judíos restauraron este trasiego y lo mantuvieron durante cuarenta años más, hasta que fue destruido el templo, nunca más volvieron aquellos sacrificios a tener ningún significado ante Dios. Lo que representaban era la maldición de aquella nación, porque no quedaban más que hojas. Daba la impresión de tener vida, pero en realidad no era así. Parecía tener esperanza para los hombres y mujeres de las naciones de la tierra. Había personas que acudían al templo de Jerusalén procedentes de todas las naciones, con la esperanza de hallar una respuesta al vacío y al peso que sentían en sus corazones, pero no pudieron encontrar allí ninguna ayuda, por lo que Jesús maldijo a la nación.
El resultado inmediato fue que la vida de la nación se deterioró. Está claro en estas palabras: "Lo oyeron los principales sacerdotes y los escribas, y buscaban cómo matarlo". Ellos nunca habían hecho eso con anterioridad. Todos los relatos anteriores, en los que se menciona la oposición en contra de Jesús por parte de los sumos sacerdotes y de los escribas, citan que se reunían para discutir lo que debían hacer con él, pero ahora el asunto está decidido. Lo que pretenden es destruirle y lo único que tienen que hacer es discutir cómo conseguirlo, como vemos en los versículos 18 y 19:
Lo oyeron los escribas y los principales sacerdotes, y buscaban cómo matarlo; porque le tenían miedo, por cuanto todo el pueblo estaba admirado de su doctrina. Pero al llegar la noche, Jesús salió de la ciudad. (Marcos 11:18-19)
Ese era el punto sin retorno para aquella nación. Fue sin duda lo que hizo Jesús, el impedir que se siguiese con la adoración en el templo, lo que causó Su muerte una semana después. Los escribas y los fariseos ya no estaban dispuestos a soportar nada de lo que hiciese Jesús a partir de ese momento, lo cual selló Su muerte, pero al mismo tiempo selló el destino de ellos. Creían que se estaban librando de Él, pero era Él, como Rey en toda Su majestad, el que había pronunciado la sentencia sobre ellos y había sellado la suerte de ellos. Al día siguiente, entrando de nuevo en la ciudad, Jesús comienza a explicar algunas de estas extrañas cosas. Y aquí, todo lo que ha sucedido en estos impresionantes acontecimientos, llega a nuestros corazones. Leemos en los versículos 20 al 22:
Por la mañana, al pasar junto a la higuera, vieron que se había secado desde las raíces. Entonces Pedro, acordándose, le dijo: "Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado". Respondiendo Jesús, les dijo: "Tened fe en Dios". (Marcos 11:20-22)
¿No le parece esa respuesta un poco extraña? Muchos han leído este pasaje y no han sabido leerlo en su contexto, sino que han creído que era una especie de fórmula que Dios nos está dando para permitirnos hacer milagros; pero si lo leemos en relación con todos los acontecimientos que menciona este pasaje, que es donde debe situarse, se dará usted cuenta de que no es así. Él no nos está revelando el secreto de cómo maldecir la higuera, nos está diciendo el secreto de cómo vivir para que no seamos maldecidos como lo fue la higuera. Esta nación había sido maldecida por haber perdido su fe en Dios. En lugar de creer, había sustituido la fe por un procedimiento vacío, por un ritual sin significado alguno, que no era más que una representación, con apariencia de religiosidad exterior, pero que en el fondo era irreal e hipócrita. Había perdido su fe en Dios y, debido a ello, la vida de Dios que estaba en ellos se había secado y se había marchitado.
Esto es lo que nos está diciendo Jesús: "¡Tened fe en Dios!", que es cómo debemos vivir! Así es como debemos llevar una vida plena, rica y significativa, confiando en que el Dios vivo sabe lo que está haciendo, creyendo lo que Él nos dice, obedeciendo Sus mandamientos, abriéndole a Él nuestra vida, para que pueda enriquecerla y fluir a través de nosotros, convirtiéndonos en personas que llevemos fruto, o haciendo una nación que lleva fruto, sea cual fuere el caso. "Tened fe en Dios"; esa es la respuesta. La nación o la persona que comienza a secar esta fuente de vida, cuya fe se marchita, corre peligro de acabar perdiendo su capacidad de tener vida en sí mismo, y eso fue lo que hizo esa nación. A continuación Jesús dice algo que resulta aún más asombroso:
"De cierto os digo que cualquiera que diga a este monte: ꞌQuítate y arrójate al marꞌ, y no dude en su corazón, sino que crea que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho". (Marcos 11:23)
Una vez más extraemos estas palabras de su contexto, como si se tratase de una fórmula mágica para realizar cosas asombrosas. ¡Imagínese usted lo que sería que fuésemos por ahí dando órdenes a las montañas para que se tirasen al mar! Decimos: "El secreto consiste en creer que lo que queremos va a suceder". Eso es como decirle a alguien que no piense en elefantes de color rosa. Si le decimos a alguien: "Te van a dar todas las riquezas del mundo cuando las pidas y no tienes que pensar en elefantes de color rosa", ¿sabe usted lo que pasará? ¡Que nunca se volverán ricos, porque en esas circunstancias es imposible dejar de pensar en elefantes de color rosa!
Pero Jesús no nos está dando una fórmula aquí que haga posible que tiremos los montes al mar. Nos está diciendo que a veces nos es difícil tener fe en Dios. Hay montes que se oponen a nuestra fe y que la hacen difícil para nosotros. Existen obstáculos en el camino de la fe. Aquella nación se había tropezado con esos obstáculos, que resultaban formidables y poderosos. Uno de ellos había sido su esclavitud bajo los romanos, otro era el aparente silencio de Dios. Todas las circunstancias que suscitaron la duda y el temor en sus vidas eran como una montaña que se oponía al gran hecho de que debían tener fe en Dios. Jesús dice: "Si pedís con fe, la montaña será quitada". Y a continuación nos dice cómo:
"Por tanto os digo que todo lo que pidáis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá. Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguien, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas". (Marcos 11:24-25)
¡Pero no saquemos estas palabras de su contexto! Lo que está diciendo Jesús es: "El gran impedimento para poder tener fe en Dios es el orgullo que se niega a perdonar". Es como una montaña que llenase toda nuestra vida, y todo cuanto podemos ver es esa enorme montaña ante nosotros, que bloquea la vida de Dios en nuestra vida. Tenemos el poder para quitar eso de en medio si, cuando nos ponemos en pie para orar, perdonamos a los que nos han ofendido. Porque lo único que nos impide perdonarnos los unos a los otros es el orgullo. Nos sentimos justificados al creer que los demás nos tienen que perdonar, pero también en sentir que debemos cobrarnos un precio por el daño que nos han causado. Por lo que de muchas maneras, ya sean sutiles o directa y abiertamente, insistimos en que no estamos dispuestos a perdonar, que tienen que pagar por lo que nos han hecho. ¡Vamos a conseguir ser vengados! Conseguiremos la venganza por lo que ha pasado y, de una manera u otra, vamos a conseguir que se tengan que arrastrar, hacer que supliquen o nos pidan perdón. Y eso, nos dice Jesús, es una gran montaña que es preciso quitar de en medio porque está bloqueando el fluir de la vida de Dios en nuestra fe. Así que, cuando nos pongamos en pie para orar, la vida fluirá desde Dios, cuando seamos capaces de reconocer que también nosotros necesitamos perdón. Dios nos ha perdonado. Si guardamos rencor a alguna persona, también nosotros necesitamos que nos perdonen, y Dios ha ofrecido Su perdón gratuitamente; así que también nosotros debemos ofrecer de la misma manera, gratuitamente, el perdón a los demás.
¿Sabe usted una cosa? Después de llevar treinta años en el ministerio, puedo recitar de memoria muchas pruebas de que esto es verdad, hasta la saciedad. Si hay una cosa que bloquea e impide que fluya la vida de Dios a través de una persona, de una iglesia o de una nación es esta falta de deseo de perdonar, el guardar rencor, ese deseo de despreciar a alguien para sentirnos bien, la falta de deseo de olvidar las cosas y permitir que Dios sane los sufrimientos que nos ha causado la vida.
Es por eso por lo que Jesús acierta de lleno en lo que a esto se refiere. ¿No es sorprendente? La nación de Israel perdió su vida porque no quiso perdonar a los gentiles, a los romanos, que le habían ofendido y que le habían causado tanto sufrimiento. En lugar de ello, se habían envuelto en sus ropajes de justicia y habían mirado a Dios con orgullo y le habían dicho: "Dios, te doy gracias porque no soy como esta otra gente". Dios dice que eso es lo que acaba con la vida de una nación, lo que acaba con la vida de una iglesia, y lo que acaba con la vida de una persona y lo que hace que se encuentre aislada.
Pues, que Dios nos ayude a perdonarnos los unos a los otros. No se trata de una opción; no es un lujo, es una necesidad de la vida. Al acercarnos a la mesa del Señor y participar de estos elementos, espero que nos hablen abundantemente de la base de nuestro propio perdón. Otro ha pagado el precio en nuestro lugar y ha asumido nuestra deuda. Ha sido Otro el que ha llevado sobre Sí el sufrimiento, para que nosotros podamos ser libres. Podemos tener todo Su amor y toda Su vida, gratuitamente, sin tener que hacer nada por nuestra parte y sin merecerlo. Cuánto más debemos nosotros extender la misma misericordia y amor a todos los que nos han ofendido y perdonarlos, para que la vida de Dios pueda fluir en medio de nosotros y juntos podamos fortalecernos en Jesucristo nuestro Señor.
Oración
Padre celestial, te damos gracias por estas reveladoras palabras de labios de Jesús. ¡Padre, cuán vívidamente demuestras, a lo largo del curso de la historia, la verdad de estos principios! ¡De qué modo tan real las has demostrado en nuestras vidas y de cuántas maneras! Cuántas veces hemos negado una palabra de perdón, un acto de restauración, y nos hemos sometido a las torturas, como Tú has dicho, Señor Jesús, de los temores y las ansiedades, de las preocupaciones, las presiones y las dudas, teniendo que seguir dominados por ellas hasta que nos decidimos a perdonar. Gracias por el perdón que es nuestro en Jesucristo, nuestro Señor. Al celebrar juntos esta fiesta, que nos habla de una manera tan elocuente de ello, haz que también nuestros corazones extiendan a todos los que nos han perjudicado una palabra de perdón o una muestra de perdón. Haz que les amemos, Señor, como Tú nos has amado a nosotros, a pesar de nuestra maldad, de nuestro fariseísmo, de nuestro orgullo, altivez y arrogancia. Te damos gracias, en el nombre de Jesús. Amén.