Master Washing the Feet of a Servant
El Gobernante que sirve

Herir al pastor

Autor: Ray C. Stedman


Volvemos a nuestros estudios en Marcos, encontrándonos de nuevo con el misterio infinito que rodea siempre a los acontecimientos de los últimos días de la vida terrenal de nuestro Señor, para examinar aquellas escenas que le llevaron a la cruz. Estoy convencido de que el Salmo 23, el del buen pastor, es el salmo más amado de todos. Conozco a miles de personas que han recibido ayuda y han sido fortalecidas por las primeras palabras de este salmo: "Jehová es mi pastor, nada me faltará". Sé que el pensar en el Señor como el Pastor de Su pueblo, que vigila a Su rebaño y lo protege, lo cuida y lo lleva a los pastos verdes, haciendo que se reposen junto a las aguas tranquilas, ha servido de consuelo a muchos de nosotros. Estoy seguro de que cuando el Señor se reunió con Sus discípulos en el aposento alto debió de pensar en el cumplimiento de este salmo. Es algo que da a entender claramente Marcos, mediante las palabras que usa para describir el final de la cena y el progreso del Señor y Sus discípulos de camino a Getsemaní, en el versículo 26:

Después de haber cantado el himno, salieron al Monte de los Olivos. Entonces Jesús les dijo: "Todos os escandalizaréis de mí esta noche, pues escrito está: ꞌHeriré al pastor y las ovejas serán dispersadasꞌ. Pero después que haya resucitado, iré delante de vosotros a Galilea". Entonces Pedro le dijo: "Aunque todos se escandalicen, yo no". Y le dijo Jesús: "De cierto te digo que tú hoy, en esta noche, antes que el gallo haya cantado dos veces, me negarás tres veces. Pero él con mayor insistencia decía: "Aunque tenga que morir contigo, no te negaré". También todos decían lo mismo. (Marcos 14:26-31)

En este corto párrafo hay dos cosas en las que nos tenemos que fijar. Para empezar, el pasaje revela muy claramente que Jesús sabía perfectamente lo que le iba a suceder. Varios incidentes anteriores parecen sugerir que el Señor entendía cuál era el programa divino, que se anticipó a él e incluso hizo los arreglos necesarios para que se realizase. Ya hemos visto cómo en ciertas ocasiones y con semanas de antelación hace los preparativos para que una persona determinada esté en un lugar concreto haciendo una cosa determinada, anticipándose al cumplimiento de un pasaje de las Escrituras del Antiguo Testamento. Nuestro Señor sabía bien lo que iba a pasar porque había leído con frecuencia las Escrituras y conocía a fondo el Antiguo Testamento. Entendía cuál era el programa que había sido divinamente preparado, tal y como lo revelan los profetas. Estoy seguro de que al pensar y meditar en estos acontecimientos y orar por ellos ante el Padre, el Espíritu le daría a conocer los detalles de los que no ha quedado constancia en las Escrituras, de forma que tenía perfectamente claro lo que le iba a pasar. Por ejemplo, el himno mismo que cantaron el Señor y Sus discípulos al marcharse del aposento alto era parte del Antiguo Testamento. Indudablemente, sería el pasaje de las Escrituras que nosotros conocemos actualmente como los salmos 113 al 118. Era el himno tradicional conocido como el gran Hallel, que se cantaba cerca de la fiesta de la Pascua. Hallel es el término hebreo que significa "alabanza a Dios", y estos salmos concentran su atención sobre un tema: el aleluya, y resulta altamente significativo que el versículo final del gran Hallel incluya estas palabras: "atad víctimas con cuerdas a los cuernos del altar" (Salmo 118:27b).

Mientras cantaban estas palabras, se fueron del aposento alto y se dirigieron por la oscuridad del Valle del Cedrón, pasando por las sombras del huerto de Getsemaní. Al pasar por allí, Jesús citó palabras de la profecía de Zacarías, diciéndoles: "Todos os escandalizaréis de mí; pues escrito está: "Heriré al pastor y serán dispersadas las ovejas". En mi anterior estudio acerca del libro de Hebreos, titulado "¿Qué más puede decir Dios?", digo que, en mi opinión, Jesús no se esperaba lo que le sucedió en el huerto de Getsemaní. Pero estudiando una vez más este pasaje, debo retractarme de esa afirmación. Con anterioridad no me había dado cuenta de que este pasaje de Zacarías tenía como intención ser una predicción de la lucha que tuvo Jesús en el huerto de Getsemaní, como se ve claramente. Zacarías ha anunciado por adelantado que Jehová diría:

"Hiere al pastor y serán dispersas las ovejas" (Zacarías 13:7b).

Cuando Jesús lo citó cambió ligeramente del modo imperativo: "Hiere al pastor" al indicativo: "Heriré al pastor". Él pone las palabras en voz de Dios mismo; es Dios hablando. La primera parte del versículo dice:

"¡Levántate, espada, contra el pastor y contra el hombre que me acompaña!, dice Jehová de los ejércitos". (Zacarías 13:7a)

El resultado de que el pastor fuese herido sería que se esparcirían las ovejas. En el relato de Mateo, Jesús añade: "Todos vosotros os escandalizaréis de mí esta noche, pues escrito está: "Heriré al pastor y las ovejas del rebaño serán dispersadas" (Mateo 26:31). Está perfectamente claro que Zacarías se estaba refiriendo a lo que sucedería en el huerto de Getsemaní. La lucha que tuvo lugar en Getsemaní se produce en el momento en que hieren al pastor, y el resultado es que se dispersan las ovejas. Podemos darnos cuenta de que esto es una gran verdad si leemos un poco más adelante en el versículo 50, donde dice acerca de los discípulos: "Entonces todos los discípulos, dejándolo, huyeron" (Marcos 14:50). A eso se refiere cuando dice que las ovejas se dispersen, porque Jesús entendía bien lo que iba a pasar aquella noche en el huerto de Getsemaní.

Jesús aún sigue refiriéndose a Sí mismo como el pastor, al decir estas palabras a los discípulos: "Pero después que haya resucitado, iré delante de vosotros a Galilea". Recuerde lo que dice en Juan 10, donde Jesús dice: "Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas" (Juan 10:11). Él dice acerca de este pastor: "Y cuando ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas... " (Juan 10:4a). Está tranquilizando a Sus discípulos, para que sepan que después del siniestro acontecimiento del Calvario, se manifestará la gloria de la resurrección. El irá delante de ellos, como el buen pastor, cuidando aún de Su rebaño, y se encontrará con ellos de nuevo en Galilea.

Es interesante pensar que Jesús no habló nunca a Sus discípulos acerca de la cruz sin contrastarla con la luz del amanecer de la resurrección, a pesar de lo cual, da la impresión de que ellos no captaron nunca Su mensaje. Ni uno solo de ellos creyó que Jesús resucitaría de entre los muertos. Creo que por no querer oír hablar acerca de Su muerte, no estaban dispuestos a creer en Su resurrección. Y por ello, aunque intentó consolarles, Sus palabras no sirvieron de nada en aquellos momentos.

La segunda cosa en la que nos podemos fijar, en lo que se refiere a este pasaje, es la confiada jactancia de Pedro y los discípulos. Pedro le dijo a Jesús: "Aunque todos se escandalicen, yo no". Fíjese en el contraste entre "todos" y "yo". "Todos te negarán", le dijo Pedro. "Señor, yo conozco a estos hombres; ¡y no puedes fiarte ni de uno solo de ellos! ¡Todos te negarán; tienes razón! Pero, Señor, estás equivocado en cuanto a mí. ¡Yo no te negaré!". Pedro está seguro de que él no hará lo que van a hacer el resto de los discípulos, y no duda ni por un momento en dejar claro que es de esperar que los demás le nieguen, pero en su caso es diferente.

Pero Jesús vio las cosas mas claras que Pedro y vio que su confianza dependía de su propia determinación humana, de su propia voluntad, y conocía la debilidad de todo ello. Por lo que le dijo: "De cierto te digo que tú hoy, en esta noche, antes que el gallo haya cantado dos veces, me negarás tres veces". Es interesante ver de qué modo el Señor aquilata el tiempo, y en el griego está diciendo, literalmente, tres cosas: "De cierto te digo que tú hoy... ". Y luego lo reduce a un momento más concreto: "en esta noche", y para más detalle: "antes que el gallo haya cantado dos veces". Pedro, toda tu resolución, toda esa arrogante confianza, esa disposición tozuda que has manifestado al decir que no me vas a negar, se va a esfumar y te va a dejar incapacitado para mantenerte firme, y todo eso sucederá antes de que hayan pasado unas pocas horas.

Yo me siento siempre fascinado por los símbolos que utiliza Jesús, porque son muy apropiados y característicos. Y aquí tenemos el símbolo que emplea para poner de manifiesto la arrogancia y la confianza de Pedro y los demás discípulos: el de un gallo, que será siempre un símbolo de la actitud adoptada por Pedro. En algunos idiomas, como el inglés, hay expresiones que significan "seguros como el gallo (cocksure)", y esa y otras expresiones tienen su origen en el relato de Pedro y en el símbolo que emplea Jesús. Aunque no lo dice, estoy seguro de que debió de pensar que Pedro podría haber pensado en la suerte que corren los gallos: que pierden la cabeza.

Vemos que Pedro insiste en que Jesús está equivocado y le dice con vehemencia: "Aunque tenga que morir contigo, no te negaré. ¡Estoy preparado para llegar hasta el fin! ¿Cómo puedes decir que te voy a negar, cuando estoy dispuesto, sí, incluso ansioso por dar mi vida por ti?". Pedro está completamente seguro de que Jesús está equivocado. ¿Se ha sentido usted alguna vez de ese modo? Yo sí. He sentido que algo que decía la Palabra no podía suceder y que por mi propia determinación y fuerza de voluntad podría resolver las cosas yo solo. He dicho lo mismo que dijo Pedro, y usted también lo ha hecho. Jesús dice que la próxima vez que pensemos de esa forma, lo que tenemos que hacer es pensar en ese gallo tan gallardo y seguro de sí mismo que hemos visto pasear por el gallinero. ¡Es el mismo gallo que cenó usted la semana pasada!

Volvamos ahora a Getsemani, al versículo 32:

Vinieron, pues, a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: "Sentaos aquí, entre tanto que yo oro". Se llevó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a entristecerse y a angustiarse. Y les dijo: "Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad". Yéndose un poco adelante, se postró en tierra, y oró que si fuera posible, pasara de él aquella hora. Y decía: "¡Abba, Padre!, todas las cosas son posibles para ti. ¡Aparta de mí esta copa; pero no lo que yo quiero, sino lo que quieres tú". (Marcos 14:32-36)

Aquí es donde comienza a sentirse herido, como predice Zacarías. Jehová había pedido una espada: "¡Levántate, espada, contra el pastor y contra el hombre que me acompaña!, dice Jehová de los ejércitos. Hiere al pastor y serán dispersadas las ovejas" (Zacarías 13:7a). Dios mismo lo haría; sería Él quien hiriese a Su propio pastor, "el hombre que me acompaña", y serían dispersadas las ovejas. Ahora bien, una espada es un instrumento cuyo fin es el de cortar, el de separar. Creo que eso explica por qué en esta ocasión, por primera vez en el ministerio de nuestro Señor, tenemos la sensación de que existe una división entre Jesús y el Padre. Esta separación se hace evidente cuando Jesús dice: "pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú". Hasta llegar a este punto del ministerio del Señor, Él tenía muy claro que iba a ir a la cruz, pero esta es la primera señal de que no estuviera dispuesto ni preparado para enfrentarse con la cruz. Habló acerca de ella, entendió lo que representaba, pero antes de llegar a este punto no hay la menor indicación de que se mostrase reacio a ir a la cruz. Había dicho: "yo hago siempre lo que le agrada" (Juan 8:29b). A pesar de que implicase cierto grado de dureza o de dificultad para Él, deseaba hacerlo. De la misma manera, a un joven se le presenta el desafío de hacer una labor que es peligrosa o dura, y se deleita en llevarla a cabo, aunque le cueste mucho. Así que Jesús fue hacia la cruz con una sensación de seguridad, sabiendo que estaba haciendo la voluntad del Padre; y a pesar de que iba a ser algo duro, peligroso, difícil y, sí, hasta mortal, estaba dispuesto a hacerlo.

Pero ahora todo eso ha cambiado. De repente, y esto parece que sucede por primera vez, Jesús no quiere hacer lo que el Padre quiere que haga. Hay una sensación de distanciamiento, de desviación. Es en ese momento cuando siente en Su espíritu esa sensación de profunda lucha y de angustia. Los discípulos son conscientes de ello, y Él no intenta ocultárselo, sino que les dice: "Mi alma está muy triste, hasta la muerte". Hemos de admitir que muy pocos de nosotros nos hemos encontrado en una situación en la que estuviésemos tan angustiados, tan doloridos, tan profundamente entristecidos que hayamos temido por nuestra propia vida. Pero a Jesús sí le pasó. Sintió esa absoluta falta de deseo de hacer la voluntad de Su Padre, a pesar de que sabía que era inevitable, por lo que dice: "todas las cosas son posibles para ti. Aparta de mí esta copa". Algunos creen que la copa se refiere a la agonía de Getsemaní, pero no creo que sea así, porque al final de este relato, cuando Jesús es arrestado por los soldados que vienen con Judas, Pedro saca y ataca con la espada para defenderle; pero Jesús le dice: "Mete tu espada en la vaina. ¿No he de beber la copa que el Padre me ha dado?". Esa copa es algo por lo que aún tiene que pasar, aquella copa de agonía y de terrible separación que sabía que le esperaba en la cruz.

Soy consciente de que hay algunos cristianos a los que les incomoda la idea de pensar que hubo un momento en el que Jesús no deseó hacer la voluntad de Su Padre, y cuando se lo sugerimos les molesta enormemente. Hace aproximadamente una semana me escribió una carta un hombre, diciéndome que estaba muy preocupado por algunas cosas que yo había dicho en mi estudio de Hebreos, según las cuales Jesús no deseaba hacer la voluntad de Su Padre. Me dijo que las palabras de Jesús: "pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú", son el apogeo de la sumisión perfecta y voluntaria por Su parte. Jesús no deseaba hacer la voluntad del Padre, pero al final decide obedecerla. Sin embargo, al lenguaje se le vacía de su contenido si eliminamos el sentido de división y de conflicto que transmiten estas palabras: "no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres". Jesús no quería obedecer porque algo muy en el fondo de Su ser hacía que sintiese verdadero temor, y es fácil para nosotros entender por qué no quería seguir adelante, por qué deseaba evitar la cruz. Jesús pide una salida, si es posible, pero añade: "pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú".

A mí me es de gran ayuda el temblor que sintió Jesús ante esta situación. Y creo que el relato de Hebreos 5 es de gran ayuda al llegar a este punto. Hebreos nos dice que al llegar a este momento, la agonía fue tan intensa, tan increíble, que al caer Jesús sobre Su rostro, salieron de Sus venas gotas de sangre de la agonía y la presión tan fuerte que sentía en Su interior, de modo que Su sudor se convirtió en grandes gotas de sangre que cayeron al suelo. Su boca se abrió por los gritos involuntarios de angustia. Hebreos 5:7 dice que le suplicó a Su Padre, al que podía librarle de la muerte, con fuerte clamor y lágrimas, y fue oído. Creo que por eso es por lo que el relato de Lucas nos dice que apareció un ángel para fortalecerle. Fue escuchado por Su santa sumisión. Hebreos 5:8 dice: "aunque era Hijo, a través del sufrimiento aprendió lo que es la obediencia". Ese es el significado del Pastor que fue herido en Getsemaní. Hebreos nos dice: "No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado" (Hebreos 4:15). Si no hubiera sentido nunca la divergencia de la voluntad, esa falta de deseo de hacer lo que debía hacer, porque el Padre así lo quería, nunca hubiera podido sentir compasión por nosotros; porque yo, por causa de mi debilidad, con frecuencia tampoco estoy dispuesto a hacerlo, y lo mismo le sucede a usted. Jesús no quería hacer lo que el Padre quería que hiciese, y tuvo que obligarse a Sí mismo a seguir adelante. Y lo hizo apoyándose nuevamente en las fuerzas del Padre, que lo hacía posible; y ese es, precisamente, el significado de las oraciones que hizo Jesús en el huerto de Getsemaní. Hay mucho de misterioso en esto, y yo no puedo profundizar más en ello, pero, a pesar de eso, sí, soy consciente de la enorme ayuda que se nos ofrece a todos aquellos de nosotros que nos debatimos, esforzándonos por hacer la voluntad de Dios.

En esta congregación tenemos a un matrimonio joven, que se separó hace unos años poco después de haberse casado. Tenían un bebé de poco tiempo. Pero después de una pelea, el joven se marchó y abandonó a su familia. Hablé con él cuando sucedió esto, y me dijo que odiaba a su esposa y que ella le odiaba a él y que nunca mas quería volver junto a su familia. Hablamos un poco acerca de la responsabilidad que tenía como cristiano, pero la rechazó y se marchó furioso y afligido. Pero el Espíritu de Dios le habló y le hizo darse cuenta de que no podía esperar recibir las bendiciones de Dios ni la felicidad en su vida si se negaba deliberadamente a obedecer lo que Dios le había dicho que debía hacer. Así que, muy en contra de su propia voluntad, se dispuso a obedecer a Dios y regresar junto a su esposa y su bebé. No fue fácil de hacer, pero lo hizo. Pero se encontró con que Dios había estado obrando de igual modo en el corazón de su mujer, por lo que se volvieron a unir con cierta humildad y con el deseo de arreglar las cosas. Dios fue restableciendo gradualmente ese hogar y el amor que sentía este matrimonio el uno hacia el otro, y siguen siendo miembros de esta iglesia, y su matrimonio es maravilloso. El esposo dijo que sabía que tenía que volver con su familia, aunque era algo que hacía en contra de todos sus sentimientos, y eso es algo que Jesús entiende. Y llegará un momento en el que, diga lo que diga la Palabra de Dios, usted no sienta el menor deseo de obedecer. Y como nos ha demostrado Jesús con Su propio ejemplo, la respuesta es dejar que Dios obre en nosotros por medio de Su misericordia y de Su gracia, sabiendo que si Dios no viene con nosotros, no funcionará; pero nos proponemos obedecer sobre la base del carácter de Dios.

En los versículos 37 al 42, vemos de qué modo se vencen la determinación y la férrea voluntad de Pedro:

Vino luego y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: "Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. Otra vez fue y oró, diciendo las mismas palabras. Al volver, otra vez los halló durmiendo, porque los ojos de ellos estaban cargados de sueño; y no sabían qué responderle. Vino la tercera vez, y les dijo: "¡Dormid y descansad! ¡Basta, la hora ha llegado! He aquí, el Hijo del hombre es entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos! ¡Vamos! Ya se acerca el que me entrega". (Marcos 14:37-42)

El enemigo tiene poco que luchar con Pedro. Ni siquiera tiene necesidad de amenazarle con echarle a los leones ni con quemarle en la hoguera. Su resolución se desvanece sencillamente haciendo que tenga demasiado sueño como para poder orar. Eso es todo, y esa tremenda determinación de su voluntad y su firme resolución se disuelven, y Pedro es tan blando como la plastilina cuando llega el momento. Es débil porque carece de la fuerza de la oración. Lo único que tuvo que hacer el demonio es que sintiese sueño; eso es todo. Estoy seguro de que fue un ataque satánico. La espada que esgrimía Jehová, y que hizo daño al afligido Hijo de Dios, estaba ahora afectando a Sus discípulos y permitió a Satanás aparecer como el enemigo furtivo, que hace que caiga el sueño sobre los ojos de ellos, por lo que se quedaron dormidos en lugar de dedicarse a la oración.

Jesús analiza la situación. Viene y se los encuentra dormidos, y hay casi una nota humorística en la situación. Después de despertarles les pregunta: "Pedro, ¿duermes¿ ¿No has podido velar una hora? ¿No podían tu firme resolución y tu determinación durarte ni siquiera una hora?". A continuación nos dice por qué Pedro no pudo conseguirlo: "El espíritu a la verdad está dispuesto, Pedro. Conozco tu corazón. Tu espíritu está presto; sé que me amas y que estás dispuesto, pero, Pedro, has dependido de tu carne, que es débil".

Todos nos hemos sentido así alguna vez, ¿no es cierto? Nos han pedido que hagamos algo, y decimos: "El espíritu está presto, pero la carne está listo para el fin de semana". La carne es débil. Jesús dice que esa es la naturaleza de la carne. El sentimiento humano de la independencia, la confianza que tenemos en nosotros mismos, es siempre débil a la hora de la prueba y no puede soportar ser sometida a prueba. Jesús dijo lo mismo en Mateo 7, usando otro ejemplo, el del hombre que construye una casa: "A cualquiera, pues, que me oye estas palabras y las pone en práctica, lo compararé a un hombre prudente que edificó su casa sobre la roca... Pero a cualquiera que me oye estas palabras y no las practica, lo compararé a un hombre insensato que edificó su casa sobre la arena" (Mateo 7:24-26). En la hora de la prueba, la casa que ha sido edificada sobre la arena se derrumbará porque no podrá soportar la prueba. El espíritu que confía en que podrá soportar sobre la base de su propia resistencia y determinación fracasará, porque el brazo de carne nos fallará.

Este es el análisis que hace Jesús del problema con el que se enfrenta Pedro. La clave está en la oración. Si Pedro, al igual que Jesús, al sentirse soñoliento y débil, se hubiese apoyado en el Padre y le hubiese contado el problema, el Padre le hubiera podido ayudar a superarlo, y no hubiese negado a su Señor.

Como ve usted, nuestra debilidad es nuestra seguridad, no nuestra fortaleza. Por eso es por lo que no me dejo impresionar cuando los jóvenes me cuentan todo lo que van a hacer por Dios y lo seguros que están de poder conseguirlo. He aprendido, gracias a la triste experiencia en mi propia vida, así como gracias al testimonio de las Escrituras mismas, que cuando llega la hora de la prueba, esa confianza que tenemos en nosotros mismos se desvanece. Pero tengo confianza en el hombre o en la mujer que dice: "Tengo miedo; me da la impresión de que no soy capaz de hacer esto, pero lo voy a intentar, porque Dios me dice que lo haga, y estoy esperando que Él me dé las fuerzas".

La oración es un principio sencillo, pero qué gran transformación se produce en nuestra vida cuando la practicamos. ¡Qué gran diferencia hace la oración!

Hace sólo un par de semanas que mi esposa, mi hija y yo estuvimos en el interior de la catedral de Worms en Alemania, junto al río Rin. Al caminar bajo aquella impresionante estructura gótica, intentamos visualizar, con el ojo de nuestra imaginación, aquella escena que tuvo lugar hace tantísimo tiempo, cuando se reunieron todas las potencias de Europa en aquel lugar: el imperio romano, con toda su vestimenta y su dignidad, los delegados papales, los obispos y arzobispos de todos los reinos católicos de Europa. Fue el más impresionante despliegue de poder posible sobre la faz de la tierra en aquel día, todos ellos reunidos en aquella gran catedral en contra de un solo hombre, el Dr. Martín Lutero, que estaba viendo su vida puesta a juicio. El relato nos dice que la noche anterior, alguien oyó a Martín Lutero orar y puso por escrito las palabras de su oración. Fue una oración larga, divagadora, desconectada, de un alma profundamente afligida y atemorizada, suplicando a Dios que le ayudase, descansando una vez más sobre la fortaleza de Dios y recordándose a sí mismo que no hay ninguna fuente de esperanza ni de ayuda a excepción de Dios. Había desaparecido toda su confianza en los príncipes del estado alemán. Martín Lutero se acercó en indefensa impotencia, apoyándose en la gracia y la fortaleza de Dios que le habría de sostener. Estoy seguro de que fue por eso que en ese momento pudo recibir la fuerza necesaria y pudo decir: "A menos que alguien pueda enseñarme en estos libros y por revelación de las Sagradas Escrituras el error que estoy cometiendo en mi manera de pensar, no puedo y no voy a retractarme. Aquí estoy, y no puedo hacer otra cosa. ¡Qué Dios me ayude!". Y aunque fue condenado por hereje, fue entonces cuando los resultados de la Reforma comenzaron a extenderse por toda Europa, y nadie pudo impedir que la luz brillase e iluminase por doquier.

Lo que nos da la oración es la fortaleza, y eso es lo que nos enseña Getsemaní. Jesús estuvo orando cuando la carne se amedrenta. Y aunque sudó grandes gotas de sangre, se mantuvo firme e hizo la voluntad de Su Padre. Pedro durmió. Cuando la carne fue atrevida y confiada, Pedro durmió. Y el resultado fue el que se menciona en los versículos 43 al 50:

Aún estaba él hablando cuando vino Judas, que era uno de los doce, y con él mucha gente con espadas y palos, de parte de los principales sacerdotes, de los escribas y de los ancianos. El que lo entregaba les había dado señal, diciendo: "Al que yo bese, ése es. Prendedlo y llevadlo con seguridad". Cuando vino, se acercó luego a él y le dijo: "¡Maestro! ¡Maestro!". Y lo besó. Entonces ellos le echaron mano y lo prendieron. Pero uno de los que estaban allí, sacando la espada, hirió al siervo del Sumo sacerdote y le cortó la oreja. Respondiendo Jesús, les dijo: "¿Como contra un ladrón habéis salido con espadas y con palos para prenderme? Cada día estaba con vosotros enseñando en el Templo y no me prendisteis; pero así es, para que se cumplan las Escrituras". Entonces todos los discípulos, dejándolo, huyeron. (Marcos 14:43-50)

En este párrafo se enfatizan tres acciones. En primer lugar, el beso traicionero de Judas. Marcos usa la palabra normal para beso, que quiere decir "amar", contando acerca del acuerdo de Judas con los sumos sacerdotes, que debían arrestar a aquel a quien Judas besase. Pero en el momento mismo de hacerlo, cuando Judas lo hace, Marcos usa una forma enfática de la palabra, una palabra que quiere decir un beso prolongado, el beso de un amante. No creo que exista en todos los anales de la traición nada más despreciable que el beso de Judas, un acto deliberado, prolongado y fingido de amor, con una fría determinación para llevar a cabo su propio propósito.

Lo segundo que se enfatiza en este párrafo es la defensa torpe de Pedro, que está intentado demostrar que es capaz de cumplir lo que se ha propuesto. Agarra la espada y, cuando los sumos sacerdotes y los soldados se acercan a Jesús, ataca con ella, pero su tino es tan malo que lo que consigue no es más que arrancarle la oreja al siervo del sacerdote. ¡Ese es un precioso ejemplo de la manera de actuar de la carne! Es posible que nosotros ataquemos en un esfuerzo por realizar nuestros propósitos, pero lo único que conseguimos con ello es arrancar la oreja a alguna persona. ¡Esta mañana pienso en veinticinco años de ministerio pastoral, y estoy seguro de que si los símbolos de mis acciones pudieran ser visibles, podrían ustedes mirar al pasado y encontrarse con orejas cortadas por todas partes! Son los símbolos de mis esfuerzos por hacer aquello que consideré que estaba bien, pero que no era del Señor. Todos hemos hecho cosas por el estilo. Lo glorioso, nos dice Lucas, es que Jesús extendió Su mano, tocó a aquel siervo y le sanó la oreja. Siento una profunda gratitud por el hecho de que el Señor sane todas las orejas cortadas de las que he sido responsable durante toda mi vida.

La tercera acción que se enfatiza es la repentina huida de los discípulos. Todos le abandonaron; y estoy seguro de que eso quiere decir que en aquel momento, después de tres años y medio, toda la confianza que habían tenido de que Jesús era realmente el Mesías les abandonó de buenas a primeras. En ese momento se dan cuenta que no es más que un hombre, y el que esté dispuesto a entregarse en manos de Sus enemigos, sin oponer la más mínima resistencia y negándose a defenderse de ningún modo, representa, en opinión de los discípulos, algo equivalente a renunciar a ser el Mesías. Llega el momento de que cada uno se preocupe de sí mismo y todos salen huyendo.

En el relato de Lucas acerca de la resurrección, recuerde que al ir dos de los discípulos camino a Emaús, se les aparece un extraño, un hombre al que no reconocieron, y le contaron los sucesos que habían tenido lugar en Jerusalén. Le hablaron acerca de Jesús de Nazaret: "Pero nosotros esperábamos [fíjese en el tiempo pasado del verbo] que él fuera el que había de redimir a Israel" (Lucas 24:21a). La esperanza de ellos se había esfumado, por lo que le abandonaron y huyeron y, por ello, al ser herido el pastor, se dispersaron las ovejas.

Marcos añade una pequeña posdata en el versículo 51, que no debemos perdernos:

Pero cierto joven lo seguía, cubierto el cuerpo con una sábana. Lo prendieron, pero él, dejando la sábana, huyó desnudo. (Marcos 14:51-52)

Todos los eruditos concuerdan que el joven era Marcos, y es su manera de decir: "Yo estuve allí". Estoy seguro de que hay por lo menos dos cosas que nos está contando al mencionar este pequeño relato acerca de su presencia en el lugar. Al principio de esta serie del libro de Marcos, dije que estaba convencido, basándome en mi propia interpretación personal de este pasaje de las Escrituras, de que Marcos era un joven gobernante rico que vino a Jesús y le preguntó de qué manera podía obtener la vida eterna, y Jesús le dijo: "anda, vende todo lo que tienes... y ven, sígueme" (Marcos 10:21), y que el joven se marchó triste, porque tenía muchas posesiones. Creo que existe evidencia en el sentido de que se trataba de Marcos. Estoy convencido de que este incidente, que aparece al final del libro, es la manera que tiene Marcos de decir: "Lo hice; fui y vendí todo lo que tenía y se lo di a los pobres, y lo único que me quedaba era una túnica. ¡Esa noche le seguí, y en la confusión y lo repentino del arresto, me echaron mano, y perdí hasta mi túnica!". Y salió huyendo, perdiéndose en la noche, desnudo. También es otra manera de contarnos Marcos de qué manera se enteró de lo que pasó en Getsemaní, porque ninguno de los discípulos se lo pudo haber contado. Ocho de ellos habían estado en una parte del huerto a alguna distancia de Jesús. Tres estaban cerca de Él, pero estaban profundamente dormidos y no podían haber oído el clamor y las oración del Señor, y tampoco vieron al ángel que vino para ministrar a Jesús; pero había alguien que estaba observando. Allí había un joven observándolo todo, y nos cuenta la historia, para que nosotros podamos tener esperanza cuando llegue el momento de nuestro propio Getsemaní. Este relato nos puede ser de ayuda cuando sintamos que no queremos hacer lo que Dios nos dice que debemos hacer y creamos que nosotros solos somos capaces de conseguirlo. En esa hora, tenemos el relato de Marcos para recordarnos que podemos acudir al trono de la gracia y hallar misericordia y gracia que nos ayuden en la hora de nuestra necesidad.

Oración

Padre, puede que esta mañana haya algunos de nosotros que estemos pasando ahora mismo por el huerto de Getsemaní, y puede que otros ya hayan pasado por él. Padre, te pedimos que nos abras los ojos y los corazones para que podamos comprender este mensaje, para que seamos conscientes de que hay Uno que es el Pastor de las ovejas, que ha resucitado de los muertos, y que va delante de nosotros para reunirse con nosotros. Él es el Pastor en el que podemos confiar, al que podemos acudir en nuestra hora de angustia y hallar la fortaleza para hacer lo que no deseamos hacer y obedecer cuando preferiríamos hacer otra cosa. Enséñanos esto por medio de la práctica, te lo pedimos en el nombre de Jesús. Amén.