Master Washing the Feet of a Servant
El Gobernante que sirve

La dificil situación de los superprivilegiados

Autor: Ray C. Stedman


El pasaje de Marcos que vamos a estudiar hoy nos presenta dos relatos conocidos: el de Jesús bendiciendo a los niños y el relato del joven dirigente rico. Marcos enlaza estos dos relatos, aunque los predicadores rara vez lo hacen y normalmente los tratan en mensajes aparte, pero es de gran ayuda cómo se enlazan estos dos incidentes, y cómo harán posible que entendamos, de labios de Jesús mismo, lo que nos pueden hacer el dinero, las riquezas y nuestro empeño por conseguir la abundancia. Comenzamos con el relato de la bendición de los niños, que se encuentra en Marcos 10, empezando con el versículo 13:

Y le presentaban niños para que los tocara, pero los discípulos reprendían a los que los presentaban. Viéndolo Jesús, se indignó y les dijo: "Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis, porque de los tales es el reino de Dios. De cierto os digo que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él. Y tomándolos en los brazos, ponía las manos sobre ellos y los bendecía (Marcos 10:13-16).

Este pasaje ha sido llamado adecuadamente la Carta Magna de los niños, la declaración de los derechos de los niños en todas partes del mundo, su derecho a ser queridos y altamente valorados. A los grandes pintores les encanta pintar esta escena, y si tiene usted imaginación puede ver fácilmente aquella escena, Jesús reuniendo a todos los niños a Su alrededor, con un niño inquieto sobre Su regazo, una niñita que está modestamente a Su lado, mirándole a los ojos, y otros agrupados a Su alrededor, pidiendo a gritos Su atención. Es una escena preciosa, una que se ha convertido en una gran bendición para miles y miles de niños alrededor del mundo, a lo largo de todos los siglos.

Quiero mencionar dos puntos de gran importancia en este relato, porque quiero unirlo con el que viene a continuación. El primero es el hecho de que Jesús reprende a los adultos en esta situación, es decir, a los discípulos. Marcos da a entender que los discípulos estaban intentando proteger a Jesús, impidiendo que los padres le trajesen a sus pequeños, pero cuando Jesús lo vio, se indignó. De hecho, la expresión que se usa en el griego es más fuerte y dice que se puso furioso y reprendió seriamente a aquellos discípulos. Les dijo: "No hagáis eso; deteneos. Dejad que los niños vengan a mí, porque a ellos les pertenece el reino de Dios". No hay duda de que la intención de los discípulos fue buena, como lo es con frecuencia la intención de los adultos en relación con los niños, a pesar de que hicieron algo equivocado. No comprendieron el punto relacionado con la vida de los niños, y eso era lo que estaba corrigiendo Jesús. Aquellos discípulos creyeron que Jesús necesitaba protección de unos niños irritantes. Pero lo que Jesús señala es que son los niños los que necesitan protección frente a los adultos ineptos. De modo que les dice a los adultos: "Dejad que impedirles que se acerquen; dejad que vengan a mí. Quitaos de su camino y dejad que vengan".

Esto es altamente significativo, porque indica que los niños han sido creados para Dios. Es lo que está diciendo Jesús, que los niños y Él están hechos los unos para el otro. No se puede leer esto sin darnos cuenta de lo atractivo que debía resultar Jesús para los niños. Ellos en seguida le querían y deseaban estar con Él. Esto nos indica muy claramente que es fácil ir a Jesús cuando se es niño. Él es quien ellos necesitan, por encima de las demás personas. Los niños necesitan a Jesús más que ninguna otra cosa, y es lo que Él está diciendo. Lo que debiera preocupar a los adultos, en lo que a los niños se refiere, es quitarse de en medio y dejarles que acudan a Jesús, y no poner impedimentos en el camino, ni obstáculos por su propio egoísmo, sino dejarles ir a Jesús.

El segundo punto significativo en este pasaje son las cualidades infantiles que Jesús dice que son absolutamente necesarias para poder entrar en el reino de Dios: "el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él". No cuenta de modo elaborado en qué consisten esas cualidades y deja que seamos nosotros los que las descubramos al fijarnos en los niños, porque son algo que todo niño representa. Por muy diferente que sea el lugar de donde procedan o por diferente que sea su raza o su cultura, todos los niños tienen estas cualidades. Los comentadores se las han visto y se las han deseado para adivinar cuáles eran, pero Jesús nos lo deja a nosotros el intentar descubrirlas.

Yo soy un abuelo con carnet, y últimamente he estado haciendo una extensa investigación del tema, observando a mis nietecitos en un esfuerzo por descubrir a qué cualidades se refería Jesús. ¡Quiero presentarle las averiguaciones que he podido realizar mediante esta investigación exhaustiva y agotadora!

La primera y más evidente de la cualidades de los niños es que son sencillos, pero no en un sentido despreciativo. Lo que quiero decir con esto es que los niños básicamente no tienen complicaciones y son elementales. Van derechos al grano, y por eso es por lo que pueden hacer preguntas tan sinceras. Si tomamos a un niño en los brazos, es fácil que le mire a los ojos y le diga: "¿Por qué tienes esa nariz tan grande?". Todos nuestros amigos adultos se las han arreglado para eludir el tema durante años, pero el niño lo dice de golpe y porrazo, sin ningún problema, yendo derecho al grano. No se andan por las ramas ni hay pretensión alguna en ellos, sino que son francos.

Esto es algo que se aplica a todos los aspectos de su vida. Cuando sus necesidades físicas son imperiosas, lo que quieren es que se las solucionen de inmediato. Quieren comer cuando tienen hambre, quieren dormir cuando tienen sueño, y lo harán sin importarles quién pueda estar en la casa ni lo que esté sucediendo. Si quieren hacer sus necesidades, las hacen. En el ámbito del alma, cuando necesitan cariño, vienen a ti y buscan tu afecto, dando a conocer sus necesidades. Tienen una mente curiosa y saben expresar muy bien su sentido de fascinación.

Un día vi a una madre que iba arrastrando a su hija por la calle. La niña había visto un pedazo de mica que brillaba sobre una piedra y se detuvo a agarrarla. "¡Mamá, mira! ¡Hay estrellas en la piedra!". La madre la agarró por el brazo y le dijo: "Venga, vamos; no tenemos tiempo para eso". Ese es el sentido de la fascinación y de lo misterioso en los niños, y eso es lo que quiso decir Jesús. Un espíritu infantil es aquel que capta esta franqueza elemental.

Y resulta maravillosamente fácil enseñar a los niños. Todos los niños quieren aprender y están dispuestos a dejarse guiar. Los niños reconocen su necesidad básica de ayuda e instrucción y están completamente abiertos; son dúctiles y fáciles de moldear. Esto es característico de los niños y es lo que quiso decir Jesús.

En tercer lugar, todos los niños son obedientes por naturaleza. Puede que algunos de vosotros padres digáis que a todo hay una excepción, y lo sé, pero eso es debido a que les habéis enseñado lo contrario, porque los niños se muestran sensibles por naturaleza y responden a lo que les enseñamos. Son confiados y lo ponen de inmediato en práctica. No demoran, no esperan, no dicen: "Tengo que pensármelo un rato", como lo hacen los adultos. Si les decimos algo o ven algo o han aprendido algo, lo hacen sin la menor demora.

Estas son las características a las que se refería Jesús. Él nos dice que son esenciales para entrar en el reino de Dios. Cuando nos preocupan nuestras necesidades básicas y escuchamos lo que enseña Jesús y entendemos lo que dice acerca de nosotros y acerca de Él, si respondemos de inmediato y de todo corazón, la puerta del reino de Dios está abierta de par en par para nosotros, no sólo para entrar por ella inicialmente, sino para crecer y desarrollarnos, y para que podamos ser cabales, estar fuertes y sanos. Esto es lo que subraya Jesús mediante esta imagen preciosa de las cualidades semejantes a las de los niños. Pero continuemos con la historia, como lo hace Marcos, para examinar el incidente que tiene lugar inmediatamente después:

Al salir él para seguir su camino, llegó uno corriendo y, arrodillándose delante de él, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?". Jesús le dijo: "¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino solo uno, Dios". (Marcos 10:17-18)

Este es el incidente al que normalmente nos referimos como "la historia del joven gobernante rico", porque Lucas y Mateo nos dicen que este joven era muy rico, que era un gobernante, un aristócrata.

¡Qué escena mas asombrosa!: este joven aristócrata, brillante, atractivo, que viene y se arrodilla a los pies de aquel maestro campesino de Galilea. Fijémonos en la pregunta con la que se presenta: "Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?". Es evidente, basándonos en sus palabras, que el joven acababa de escuchar a Jesús y que estaba presente cuando Jesús respondió a las preguntas que le hicieron los fariseos acerca del divorcio, y que vería a Jesús bendecir a los niños y reprender a los discípulos, diciéndoles que era preciso que se volviesen como niños para poder entrar en el reino de Dios. Algo despertó en el corazón de este joven al escuchar, y cuando Jesús se dispone a marcharse, viene a Él corriendo. Arrodillándose ante Él, le dice, de hecho: "Bueno, ¿cómo? ¿Cómo se puede entrar en el reino? ¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?". No es posible leer esto sin darse cuenta de que este joven, quienquiera que pudiera ser, poseía por lo menos la primera de aquellas cualidades que Jesús había dicho que era preciso tener para entrar en el reino. Fue directamente al grano y se expresó con sinceridad; fue de inmediato, y no se anduvo con rodeos. Su sentido de la necesidad se había despertado, y no esperó, sino que preguntó de inmediato: "Señor, ¿qué es lo que debo hacer?".

Fijémonos en la respuesta de Jesús: "¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino solo uno, Dios". Muchos se han sentido intrigados por el motivo por el que Jesús le habló de ese modo a aquel joven.

Algunos de los comentadores más liberales han dicho que esa es una de las claras ocasiones en las que Jesús negó ser Dios. Su argumento es el siguiente: Jesús dice: "¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo uno, Dios". Al preguntar: "¿Por qué me llamas bueno?", está, de hecho, negando que Él es bueno: "No me llames bueno; yo no lo soy; sólo Dios es bueno, y yo no soy Dios". Este es un enfoque que se puede adoptar con respecto a estas palabras.

Pero es igualmente válido como afirmación de la deidad de parte de Jesús. Lo que realmente le está diciendo al joven es: "Escucha, ¿por qué me llamas bueno? ¿Qué quieres decir con ꞌbuenoꞌ? Si entiendes lo que quiere decir ꞌbuenoꞌ, entenderás que sólo Dios es bueno. Por lo tanto, si me llamas bueno, debes entender que me estás llamando Dios". Esto resulta una interpretación igualmente válida y encaja, sin duda, con el resto de las declaraciones de las Escrituras con respecto a Jesús y lo que afirmaba acerca de Sí mismo.

De modo que es aparente que está interrogando al joven, intentando ver si está dispuesto a investigar y a aprender, en otras palabras, si es una persona que se deja enseñar o no. Ya ha demostrado la cualidad de la franqueza elemental y sin complicaciones. Vino de inmediato con la pregunta que tenía en su corazón, vino corriendo y se arrodilló delante de Él, con el corazón abierto y buscando. Jesús le dice entonces: "¿Estás dispuesto a que te enseñe? ¿Estás dispuesto a investigar y a meditar en las cosas?". Y entonces le pone a prueba con respecto a la cualidad final: "¿Eres obediente?". El versículo 19 dice:

"Los mandamientos sabes: ꞌNo adulteras. No mates. No digas falso testimonio. No defraudes. Honra a tu padre y a tu madreꞌ". (Marcos 10:19)

"¿Qué te ha dicho Dios? ¿Has obedecido? ¿Eres obediente?". La respuesta de aquel joven es preciosa y la da sin dudar ni por un momento:

"Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud". (Marcos 10:20b)

Hemos de darnos cuenta de que Jesús no le dice: "Bueno, me debes de estar ocultando algo. No lo creo". No implica para nada que el joven le estuviese mintiendo ni que se estuviese engañando a sí mismo, en modo alguno. Parece aceptarla, estar satisfecho con la respuesta del joven. No es de sorprender que Marcos continúe diciendo: "He aquí un joven de corazón abierto, maravilloso, moral, excelente". Observándole Jesús y oyendo sus respuestas, le amó, porque tenía las cualidades que hacen posible entrar en el reino; pero tenía algo más que decirle, en los versículos 21 al 22:

Entonces Jesús, mirándolo, lo amó y le dijo: "Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Y ven, sígueme, tomando tu cruz". Pero él, afligido por esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones". (Marcos 10:21-22)

Jesús está diciéndole: "Tienes las cualidades necesarias para entrar en el reino: eres sencillo y sincero, eres una persona que se deja enseñar y eres obediente. Es decir, lo has sido. Veamos ahora cuánto has retenido de esas cualidades. ¿Hasta qué punto eres obediente ahora? ¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar en cuanto a aplicar lo que sabes que es verdad? Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme".

Hay un cierto humor irónico en la reacción del joven: "Afligido por esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones". ¿Se marcharía usted, sintiéndose triste por tener muchas posesiones? ¿Si acabase usted de ganar 50.000 dólares en un programa de televisión, se marcharía apesadumbrado? No, se sentiría usted muy contento. Pero aquel joven se marchó triste, porque tenía muchas posesiones. ¿Por qué? La respuesta es que se daba cuenta de que no podía servir a dos señores. Jesús había llegado, de esa manera tan maravillosa que tiene Él de hacer las cosas, al fondo mismo del corazón de aquel joven, llegando hasta lo más profundo de su espíritu, y le había demostrado que el joven era propiedad de otro dios. Aquel joven, que tenía todo lo que el dinero, el poder y la juventud podían darle, había querido, sin embargo, algo más importante. Lo vio; vislumbró un destello y lo quiso; quiso la vida eterna, no el sencillo hecho de vivir para siempre, sino una calidad de vida que sabía que le faltaba, un vacío en su espíritu que no podía llenar, pero sabía que aquello podía llenarlo y lo deseaba. Pero se entristeció porque también supo, al escuchar las palabras de Jesús, que tenía que renunciar a lo otro para tener esto, porque no podía tener las dos cosas. Por eso es por lo que se marchó triste: porque tenía muchas posesiones.

Como sabe usted, yo no creo que ese sea el final de la historia. Esto lo dije en el mensaje inicial en estos estudios de Marcos. Estoy convencido, por varias indicaciones de las Escrituras, de que el joven era el propio Marcos. Sólo Marcos nos dice que cuando Jesús vio a aquel joven le amó. ¿Cómo podía Marcos saber eso, a menos que Jesús se lo hubiese dicho? Y Marcos era realmente un hombre muy rico, un aristócrata, miembro de la clase gobernante de Israel. Encaja perfectamente en esta imagen, y sólo Marcos nos cuenta el caso del joven que huye de la escena del arresto de Jesús, dejando sus ropas tras de sí, en manos de los soldados, y sale corriendo desnudo, perdiéndose en la noche. Si fue realmente Marcos, debió de llegar un momento en el que aquel joven, sopesando lo que había dicho Jesús, comprendió que estaba poniendo en la balanza sus comodidades terrenales y la riqueza que poseía, comparándolas con la vida eterna, la importancia y el valor de su alma tanto en el presente como en la eternidad, y entendió que estaba renunciando a satisfacer todas las cosas profundas de su condición de hombre a cambio de aquellas riquezas mezquinas, y decidió dejarlo todo y obedecer a Jesús. Lo regaló todo, y no se quedó más que con una túnica; vino y siguió a Jesús. Y por eso es por lo que escribe este evangelio.

Esta es una especulación mía; no es lo que enseña la Escritura. Es mi propio punto de vista, y puede que usted no esté de acuerdo con él, y no hay problema.

Pero nuestro Señor toma este incidente y nos enseña algunas cosas acerca de la afluencia en el relato que sigue:

Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: "¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!". Los discípulos se asombraron de sus palabras; pero Jesús, respondiendo, volvió a decirles: "Hijos, ¡cuán difícil les es entrar en el reino de Dios a los que confían en las requezas. Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios". Ellos asombraron aún más, diciendo entre sí: "¿Quién, pues, podrá ser salvo?". Entonces Jesús, mirándolos, dijo: "Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque todas las cosas son posibles para Dios". (Marcos 10:23-27)

Esa declaración que hace Jesús es realmente asombrosa. En ella destaca dos cosas. El primero es el terrible peligro de las riquezas, de la abundancia, de intentar volverse rico y de enamorarse de las cosas que puede adquirir el dinero. Eso, nos dice, hace cosas espantosas al alma. La mayoría de nosotros, si no abiertamente, al menos en secreto, sentimos envidia de los ricos. Desearíamos tener dinero, nos decimos a nosotros mismos. Pero, con todo y con eso, si pudiésemos entender lo que está diciendo Jesús, no nos sentiríamos de esa manera, sino que sentiríamos lástima de ellos. Creemos que son unos superprivilegiados, pero Jesús dice que son unos desamparados. Son personas que se ven privadas, y son muchas las cosas que se pierden por causa de las que ya tienen. De modo que Jesús nos habla del terrible peligro de la riqueza. Nos dice que es imposible al rico entrar en el reino de Dios.

No escatimemos palabras. Jesús lo dice de un modo muy contundente y claro, haciendo uso de una metáfora muy gráfica. Dice: "Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios". Sé que algunos comentaristas intentan suavizar esto, explicando que "el ojo de la aguja" se refería a una pequeña verja, de unos dos metros de altura, que se encontraba en la muralla de Jerusalén, y que si se retorcía y ondulaba el camello, podía arreglárselas para pasar por ella, y eso es lo que está diciendo Jesús aquí. No encuentro demasiada evidencia en este pasaje que apoye esta idea. Pero intente usted imaginarse a un enorme camello, con sus jorobas, intentando apretujarse para poder pasar por el ojo de una aguja, y verá la imagen que vieron los discípulos de Jesús. Ellos le interpretaron correctamente. Jesús les está diciendo: "Es imposible", y eso era lo que también ellos pensaban. Dijeron: "Entonces ¿quién podrá salvarse? ¿Qué rico conseguirá jamás ser salvo, si eso es lo que le hacen las riquezas a las personas?". Y Jesús lo admitió: "Para los hombres es imposible".

¿Por qué es imposible? ¿Qué es lo que hace el dinero, la riqueza y la abundancia como para hacerlo imposible? Es evidente, basándose en el contexto, que las riquezas, el dinero y la abundancia tienden a destruir las cualidades que es preciso tener a fin de poder entrar en el reino de Dios. Destruyen esa inocencia infantil de la vida, y nos damos cuenta de por qué. La riqueza crea una preocupación por los valores secundarios. A los ricos no les preocupa de dónde saldrá su próxima comida; les preocupa el gusto que tendrá y cómo será el ambiente en que la coman. A los ricos no les preocupa si tendrán un tejado sobre sus cabezas ni ropa que ponerse; lo que les preocupa es la moda, el estilo, la decoración y si van o no a la moda. No les preocupa si están adorando a Dios como debieran o no, sino que les preocupa estar en un edificio grandioso, que les complazca desde el punto de vista estético. Las riquezas hacen que la preocupación pase de lo elemental y de las cosas necesarias a las cosas secundarias. Esto destruye la sencillez de la vida. Es por lo que se ha producido una revolución entre la juventud de este país, que se han levantado para denunciar el materialismo y su énfasis sobre otros que no son los valores básicos. Los jóvenes han clamado a gran voz: "¡Abajo la institución! ¡Ya no la queremos! Queremos volver a la vida sencilla, a las cosas naturales", porque la riqueza destruye la sencillez.

Además, la riqueza destruye la capacidad de aprender. ¿Se ha dado usted cuenta de que algunas personas muy ricas parecen ejercitar un poder que no tienen realmente en sí mismas? Si se les quitasen sus riquezas, parecerían simplones, casi bobos, pero debido al poder, al dinero y al hecho de que pueden hacer que las personas hagan todo lo que ellas quieran, con frecuencia se dejan engañar, y creen que son sabias e inteligentes, cuando la verdad es que no lo son. No pretendo despreciar a todos los ricos; algunos sí son inteligentes, pero la riqueza destruye un espíritu moldeable, que se deja enseñar, porque crea una falsa sensación de poder y de autoridad. El hombre que tiene poder, gracias a su riqueza, comienza a sentir que debería ser él el maestro. No tiene necesidad de aprender, ¡porque ya se lo sabe todo! Esto hace que sea arrogante, indiferente e insensible a las necesidades de otros, por causa del aislamiento y por falta de interés. Esto es, con frecuencia, característico de los ricos. Posiblemente no tengan intención de ser de esa manera, pero eso es lo que hace el dinero. Es algo que está podrido y seco, que corroe la sencillez de la vida y la sensibilidad del corazón, alejando a las personas de las realidades de la vida.

Finalmente, la riqueza esclaviza gradualmente a aquellos que se aferran a ella. Crea una cada vez mayor dependencia de la comodidad, de la "buena vida", hasta que llega un momento en que las personas no pueden renunciar a ella. Sus posesiones se han apoderado de esas personas. Como una droga que crea hábito, se vuelven adictos a las cosas, adictos al confort y a la vida fácil. Por lo tanto, destruye su espíritu de sensibilidad, que está dispuesto a seguir la verdad siempre que es revelada. Eso era lo que le estaba pasando a aquel joven rico. Estaba casi perdido, porque estaba cautivado de tal manera, ya en su juventud, por el terrible poder de las riquezas, acerca de las cuales habló Jesús, llamándolo "el engaño de las riquezas", que crean una ilusión que no es real, haciendo que las personas se crean ser lo que no son, de tal manera que cuando se enfrentan con la verdad están atadas y no se pueden liberar, y son esclavas impotentes de todas sus propiedades.

Por eso es por lo que Jesús dijo que para el hombre era imposible. Esta es la nota de la gracia, y este es el segundo hecho que destaca. Para los hombres es imposible, pero no para Dios. Él puede romper esa esclavitud a las riquezas, y en ocasiones lo hace.

Uno de los pastores que nos está visitando esta semana me estaba contando acerca de su congregación. Me dijo: "En mi congregación tenemos unas cuantas personas ricas, y me preocupan porque", según sus palabras, "se ocupan superficialmente del cristianismo".

Con frecuencia esto es cierto. He oído de muchos cristianos que son ricos, y me encuentro con que pocos son los que realmente se entregan de lleno y obedecen a la Palabra de Dios. Muchos de ellos siguen sólo hasta cierto punto. Gracias a Dios que hay unos pocos que obedecen, y Dios les ha tocado. No sé cómo lo hace, pero sólo Dios puede hacerlo. Puede llegar hasta ellos, y en ocasiones lo hace. A veces les hace sentir un profundo desagrado por las cosas, y hace que sean conscientes del vacío y el hambre que hay en su interior, de tal modo que pierden todo interés por los asuntos relacionados con los negocios, la riqueza y el dinero, y se dan cuenta de la burla que es el vacío producido por el dinero, y entonces comienzan a investigar las realidades de la vida. En ocasiones hay personas que han tenido que sufrir catástrofes, estar a punto de perder a su familia, o ponerse enfermos, o les sucede algún otro desastre antes de que empiecen a ver las cosas en su debida perspectiva y de que vengan a Cristo de ese modo. Yo podría contarle a usted una historia tras otra acerca de cómo Dios ha tenido que obrar para abrirles los ojos a hombres y mujeres ricas, para que volviesen a la verdad y para enseñarles el único camino que Él ha provisto.

¿Y no es interesante que si un rico viene a Cristo, debe hacerlo de la misma manera que lo hace el pobre mendigo o el chico en la cárcel? Tiene que reconocer su absoluta y vital necesidad, venir como un pecador culpable, desgraciado y miserable, y recibir el don de la vida de manos de Jesús desde la cruz. No hay ninguna otra manera de venir, ¡ningún otro camino! También los ricos tienen que venir de ese modo. No se ha provisto una manera especial para ellos, a excepción de la que Dios ha establecido para todos.

En contraste con esto, nuestro Señor explica lo que les sucede a aquellos que le sirven:

Entonces Pedro comenzó a decirle: "Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido". Respondió Jesús y dijo: "De cierto os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo [es decir, en la tierra]: casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, aunque con persecuciones, y en el siglo venidero la vida eterna. Pero muchos primeros serán los últimos, y los últimos, primeros". (Marcos 10:28-31)

La clave de este pasaje es la última frase: "Pero muchos primeros serán los últimos, y los últimos, primeros". ¿Qué es lo que está enseñando Jesús por medio de estas palabras? ¿Nos está diciendo que si tenemos dinero y riqueza, primero tenemos que deshacernos de ello, como lo hizo en este caso el joven gobernante rico?

¿Tenemos, de hecho, que deshacernos de nuestra fortuna y pronunciar un voto de pobreza para poder servir a Cristo? El pasaje ha sido interpretado de esa manera. Durante cientos de años en la iglesia cristiana, casi desde finales del primer siglo, hombres y mujeres lo han entendido de ese modo. Pronunciaron un voto de pobreza, entregaron todo cuanto tenían y se convirtieron en frailes, en monjas y en ermitaños. Algunos entregaron absolutamente todo y fueron por ahí como mendigos; pero ¿significa eso que fueron verdaderamente obedientes y que cumplieron lo dicho en este pasaje?

No, Jesús está diciendo que muchos de los que son los primeros, en aparentemente renunciar a las cosas, al final serán los últimos. Jesús no se está refiriendo a las cosas externas. Hay testimonios más que de sobra de la historia de la iglesia a este efecto, que no puede ser eso a lo que Jesús se está refiriendo, porque con frecuencia esta práctica no ha producido ni siquiera la semejanza de la espiritualidad. Está hablando, más bien, acerca de las actitudes que tenemos en relación con las cosas. Esa es la clave, una actitud en la que se da por sentado que estas cosas no se nos han dado para nuestro beneficio exclusivo, no para que podamos tener un coche más grande o una casa mejor, o un lugar en el campo o una barca de lujo, o lo que sea. No es ese el motivo por el que se nos da el dinero. El dinero nos ha sido dado con el propósito de que lo invirtamos, de que lo empleemos para el progreso de la obra de Aquel que nos lo dio. Nosotros somos mayordomos de los negocios de Dios, mayordomos de las cosas que nos han sido confiadas. Y algún día todos nosotros tendremos que rendir cuentas de la manera en que lo hemos usado todo. Ahora bien, usar cierta cantidad para disfrutarlo y para nuestro placer, está bien. Pero no es ese el único propósito; también es para el progreso de Su obra.

¡Si adoptamos la actitud de que las cosas que Dios nos ha dado le pertenecen a Él y no a nosotros, entonces si nos las quita no debemos sentirnos molestos, porque no eran nuestras para empezar! Y si Él nos las quiere quitar y usarlas en otra parte, eso es asunto Suyo. Esa es la actitud acerca de la cual está hablando Jesús.

Y Él nos dice que si realmente es esa la actitud que tenemos respecto a nuestras posesiones, descubriremos que no podemos renunciar nunca a nada, sin que Dios nos la restaure abundantemente, en los mismos términos que renunciemos a ella, en un céntuplo.

Ahora bien, esto es más que un cien por ciento, como cualquier matemático podría decírnoslo. El cien por ciento querría decir que nos devolvería exactamente la cantidad que nosotros le entregamos. Pero no es eso lo que dice Jesús, sino que dice cien veces más a cambio. Eso quiere decir que por cada cosa a la que nosotros renunciemos, nos dará cien veces más a cambio. No sé de qué modo se puede expresar esto en términos de porcentajes. A mí no se me dan tan bien las matemáticas, pero ¿de qué modo se cumple esto?

Si está usted dispuesto a tomarse las cosas con moderación, se encontrará con que las personas le abren las puertas, que otros hermanos le darán cosas que puede usted usar, y no tendrá usted que pagar impuestos o alquiler ni nada. Tendrá usted hogares y familias y barcas y viajes de placer que le ofrecerán por amor a Dios mismo, por medio de la amistad y las relaciones con otros cristianos. Yo me he encontrado con que esto es cierto.

Claro que también Jesús nos promete persecuciones, y las coloca justo en el centro del pasaje, como si fuese una de las ventajas. Y lo es, porque el Señor dice que tendremos la clase de enemigos que debemos tener también. Durante el escándalo del Watergate, había personas que consideraban un cumplido estar en la "listas de los enemigos" de Nixon. Lo consideraban como algo que favorecía su reputación, y les complacía que las personas de la administración se opusieran a ellas. Es decir, lo que está diciendo Jesús es que nuestros enemigos serán los que deben ser y se convertirán en algo que favorecerá nuestra reputación. Nos alegraremos de tener esa clase de enemigos, y de que nos persigan, porque será para nuestro propio beneficio.

Cuando entendemos esto, qué gran diferencia hace en nuestra vida, el ver las cosas con moderación por amor a Su nombre y comprender que Dios nos ha hecho responsables de cosas, no para que nos complazcamos a nosotros mismos, sino para que podamos hacer que progrese la causa que Él nos ha encomendado. Uno de estos días, nos dice, todas las fachadas, las apariencias y las excusas quedarán al descubierto. Y muchos que están los últimos, que aparentemente no han renunciado a mucho, pero por haber tenido la actitud correcta con respecto a las posesiones, serán los primeros. Y a muchos que aparentemente han renunciado a muchas cosas, y que se han ganado una reputación como personas que han hecho sacrificios por la causa de Cristo, se les dirá que ocupen el último asiento, porque lo cierto es que no han renunciado a mucho.

Quiero acabar este mensaje sencillamente leyendo las palabras de Pablo en 1ª de Timoteo 6, que son realmente una exposición de las palabras de nuestro Señor en Marcos:

A los ricos de este mundo manda que no sean altivos ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos y generosos. De este modo atesorarán para sí buen fundamento para el futuro, y alcanzarán la vida eterna. (1 Timoteo 6:17-19)

El hombre que aprende a usar el dinero para ese propósito ha aprendido cómo ser pobre en espíritu, para que pueda ser rico en su mayordomía.

Oración

Padre, te damos gracias por esas palabras escrutadoras, de labios de Jesús. Vemos una vez más que nos entiende completamente, lo bien que nos conoce. Pedimos que seamos sensibles a este mundo, Señor, que como niños pequeños obedezcamos a la verdad, que no hagamos un mal uso de ella ni demoremos nuestra respuesta a ella, que no busquemos excusas ni nos justifiquemos nuestras actitudes equivocadas, sino que las corrijamos rápidamente y, como ese magnífico joven, que acudamos corriendo y nos arrodillemos a los pies de Jesús, dispuestos a renunciar a todas nuestras posesiones, y volvamos a dejarlas en las manos de Aquel a quien le pertenecen, y que le sigamos. Lo pedimos en Su nombre. Amén.