Master Washing the Feet of a Servant
El Gobernante que sirve

El corazón ambicioso

Autor: Ray C. Stedman


Nuestro estudio del evangelio de Marcos encuentra a Jesús y a Sus discípulos yendo de camino a Jerusalén, dirigiéndose a enfrentarse con el tenso drama de aquel semana anterior a la crucifixión, cargada de acción. Al leer este relato veremos lo claramente que el Señor Jesús previó la cruz y todo lo que implicaría y lo resuelto de Su determinación a ir adelante y enfrentarse con lo que iba a sucederle. También veremos lo ciegos y lo insensatos que fueron los discípulos, la estupidez con la que actuaron ante la revelación que les había sido dada. Y veremos de qué manera Marcos ilustra este incidente, que sucede cuando Jesús sale de la ciudad de Jericó. Comencemos con el versículo 32:

Iban por el camino subiendo a Jerusalén. Jesús iba delante, y ellos, asombrados, lo seguían con miedo. Entonces, volviendo a tomar a los doce aparte, les comenzó a decir las cosas que le habían de acontecer: "Ahora subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas. Lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles. Se burlarán de él, lo azotarán, lo escupirán y lo matarán; pero al tercer día resucitará". (Marcos 10:32-34)

Esta es la tercera vez que hemos visto a Jesús hacer este anuncio especial a Sus discípulos, informándoles cada vez con más detalle de lo que implicará la cruz. Y cada vez, como verá usted, incluyó la promesa de la resurrección, que parece que los discípulos nunca oyeron. Marcos indica, de modo especial, que se produce una situación muy tensa al ir por el camino. Nos dice que Jesús iba el primero solo, sin que nadie le acompañase. Detrás de Él iba el grupo de los doce discípulos, acerca de los cuales nos dice Marcos que estaban asombrados y sorprendidos. Detrás de ellos iba la multitud que le seguía, esperando que Jesús les enseñase. Y estaban asustados, dice Marcos; todo lo cual indica que había una extraña sensación de inminente fatalidad, de que estaba a punto de producirse una crisis, con siniestras posibilidades. Los discípulos estaban muy conscientes de ello, y hasta la multitud sintió la tensión.

Sin duda, lo que hizo que la multitud se sintiese atemorizada y los discípulos estuviesen asombrados era la actitud de Jesús. Uno de los otros evangelios dice, al llegar a este punto, que "puso su rostro como un pedernal para ir a Jerusalén". Se había decidido con firmeza a ir, se mostró inflexible y no se dejó disuadir. Aunque se iba a enfrentar con el peligro y lo sabía, y los discípulos también, mientras la multitud lo sentía, Jesús sintió esa extraña resolución a ir adelante.

Fijémonos además en la cantidad de detalles que ofrece este anuncio hecho por Jesús. Sabe en qué se va a meter. No sabe exactamente en qué momento sucederá, aunque sabía que le sería revelado al seguir adelante, pero sabía que iba a ser entregado en manos de los sumos sacerdotes y de los escribas y que acabaría en las manos de los romanos y sería condenado a muerte. Y añade tres detalles, que no habían sido incluidos en anteriores anuncios: se burlarían de Él, le escupirían y le azotarían. ¿Cómo sabía Jesús esas cosas? Lo aprendió en las Escrituras. Cada uno de estos acontecimientos ha sido anunciado anticipadamente por los profetas. De hecho, Lucas nos dice que justo al llegar a este punto Jesús les dijo a Sus discípulos: "Cuando lleguemos a Jerusalén, se cumplirán todas las cosas escritas por los profetas acerca del Hijo del hombre" (Lucas 18:31b). El Señor no tenía una percepción especial, sino que se enteró de ello estudiando Isaías 53 y Salmo 22, así como otros pasajes del Antiguo Testamento que predicen claramente estos sucesos.

De modo que Jesús va camino a Jerusalén y a la cruz, pero los discípulos, nos revela Marcos a continuación, ven que a ellos les espera algo muy diferente. Ellos están contemplando el camino de la gloria:

Entonces Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, se le acercaron y le dijeron: "Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte". Él les preguntó: "¿Qué queréis que os haga?". Ellos le contestaron: "Concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda". (Marcos 10:35-37)

Mateo nos dice que fue la madre de Jacobo y de Juan la que se lo pidió a Jesús, sugiriendo que la habían convencido para que le hiciese esa petición, pero Marcos pasa de la madre a los dos discípulos y nos muestra que fue idea de ellos. Jesús sabía que la petición había partido de ellos, de manera que les contestó. Fíjese en lo que le piden, porque muchos han malinterpretado esta historia y han creído que los discípulos hicieron mal en pedírselo, pero eso no es cierto. Estaban pidiendo algo que Jesús les había dado todos los motivos para que se lo pidiesen, sólo unos días antes. Mateo nos cuenta que Jesús les había prometido que cuando Él viniese en Su gloria ellos se sentarían en doce tronos a juzgar a las doce tribus de Israel, y eso es lo que ellos tenían en mente al ir de camino a Jerusalén, que les esperaban unos tronos.

De modo que le piden tres cosas concretas: Para empezar, piden preeminencia. Quieren sentarse en esos tronos y tener el honor y el enaltecimiento que representa un trono. Eso es lo que se les había prometido. En segundo lugar, quieren la proximidad. Una vez que los discípulos supieron que les esperaban doce tronos y como ya en dos ocasiones habían estado discutiendo entre ellos acerca de quién sería el más importante de ellos, entendemos el motivo por el que discutieron acerca de dónde estarían aquellos tronos en relación con Jesús. Jacobo y Juan, hablándolo con su madre, deciden que no hay motivo para que no pudiesen pertenecer al círculo interno, con uno de ellos a la derecha y el otro a la izquierda, por lo que acuden con esa petición. Quieren estar cerca de Jesús, y ¿está mal eso? No, no hay nada de malo en querer estar cerca de Jesús. Saben que van a estar sentados con Él y creen que es perfectamente normal pedirle que puedan sentarse lo más cerca posible de Él. Y, en tercer lugar, quieren poder. Porque, como es lógico, eso es lo que representa el trono. En un sentido, ya habían experimentado el don del poder de Jesús. Habían sido enviados y les había sido dado poder para levantar a los muertos, sanar a los enfermos y echar a los demonios. De manera que sólo están pidiendo lo que ya les ha sido prometido, y no hay nada de malo en ello.

De modo que cuando nuestro Señor contesta no les reprende. No les dice: "Pero, ¿qué os pasa? ¿Cómo podéis ser tan orgullosos? No rechaza esta ambición de estar cerca de Él, de tener preeminencia y poder; sino que, de hecho, les dice que lo están enfocando de una manera enteramente equivocada. Esto nos conduce a su respuesta:

Entonces Jesús les dijo: "No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado?". Ellos respondieron: "Podemos". Jesús les dijo: "A la verdad, del vaso que yo bebo beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado seréis bautizados; pero el sentaros a mi derecha y a mi izquierda no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado". (Marcos 10:38-40)

Él está diciendo: "El problema con vosotros no es que estéis pidiendo algo equivocado, sino que lo estáis pidiendo sin entender lo que eso implica. Sois ignorantes y no sabéis lo que pedís". A continuación nos dice lo que ellos ignoran. Ignoran el precio de lo que piden, el precio que exigiría. Implica que Él mismo se halla en el mismo camino que ellos desean seguir. Él va camino a la gloria, pero Él está dispuesto a pagar el precio.

"¿Podéis beber del vaso que yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado?" En este caso, Jesús usa dos preciosas figuras para ayudarles a entender lo que le espera a Él, un vaso y un bautismo. ¿Qué significa el vaso? Estoy seguro que todos nosotros habremos citado alguna vez el Salmo 23: "mi copa está rebosando" (Salmo 23:5b). ¿Qué queremos decir con eso? Se ha convertido en una canción popular: "Mi copa rebosa de amor". Está claro que la copa simboliza el ámbito de la experiencia, las circunstancias en las que nos encontramos, que tal vez producen una reacción gozosa y feliz por su parte. En el Antiguo Testamento se usa también la figura de cosas que no son gozosas. Jeremías habla acerca de Israel como una nación que tiene que apurar la copa de la ira del Señor de Su mano. Aquí, una vez más, fue algo que había sido entregado a Israel y que tenían que beber. Por lo que una copa es una figura de lo que la vida pone en nuestras manos y en lo que no tenemos opción alguna. Puede, por tanto, producirnos una reacción positiva o negativa, pero una copa es algo que se nos da y que tenemos que beber.

Como es natural, nuestro Señor se está refiriendo a la cruz. Lo ve como una copa que Su Padre le ha dado. Más adelante, en el jardín de Getsemaní, orará diciendo: "Padre, si quieres, pasa de mí esta copa, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lucas 22:42). De modo que está hablando acerca de todo el espectro de los acontecimientos relacionados con Su sufrimiento, la angustia, el dolor, el rechazo, la burla, los azotes, el que le escupan ―todo lo relacionado con la cruz― como algo que el Padre ha elegido para Él y que le ha dado a beber.

Cuando usa la figura del bautismo, ¿qué quiere decir? Nuevamente, esta es una figura que es muy corriente en las Escrituras y que se encuentra tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. "Bautizar quiere decir "hundir en", "colocar dentro de", meter algo en el agua o en otro líquido, sumergirles en ella; y se usa acerca de los israelitas. Al salir de Egipto fueron "bautizados en Moisés en el Mar Rojo. Es decir, al pasar por las aguas del Mar Rojo, por el camino que les había sido abierto, se vieron rodeados por las aguas, bautizados por ellas en ese sentido y abrumados por las aguas.

Esto es, por lo tanto, la figura de algún acontecimiento que le fue dado al Señor y que le afectaría totalmente y le abrumaría. Se vería inmerso en él de un modo tan completo que tocaría y afectaría todo acerca de Él. Ese es un bautismo y eso era lo que le esperaba. La cruz le afectaría en todos los aspectos de Su vida, le sumergiría y le abrumaría. Recordemos de qué manera tan maravillosa lo describen algunos salmos: "todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí" (Salmo 42:7b). Se sentiría totalmente saturado por este terrible suceso.

Así que les dice a Jacobo y a Juan: "Este es el precio de la gloria; ¿podéis pagarlo?". Fíjese en la confianza que demuestran tener en sí mismos. ¡Hablan como Muhammad Alí justo antes de una pelea!: "Claro, Señor. Dínoslo; lo podemos hacer; ya lo creo que sí". Veamos cómo les responde Jesús. No intenta explicárselo todo; lo deja a los sucesos posteriores y a la mano del Padre para que se lo revele a ellos. Les toma la palabra: "Está bien. Si queréis beber de mi copa y ser bautizados con mi bautismo, lo seréis".

Como es lógico, estos discípulos no sabían lo que estaban pidiendo, y en ocasiones tampoco nosotros lo sabemos, cuando le pedimos algo a Dios, pero de todos modos Él nos lo concede. Si hubieran sabido lo que representaba, nunca lo hubieran pedido; estoy seguro de ello. En cierta ocasión el Dr. A.B. Bruce escribió en relación con esto: "Si las cruces nos dejasen en paz, también nosotros las dejaríamos a ellas en paz". Pero no lo hacen; nos son entregadas; son copas que se nos dan. Y estos discípulos no podían escapar a ellas. Lo que significaba era que también ellos tendrían que sufrir como Jesús. También ellos se tendrían que enfrentar con los reproches, la vergüenza, la angustia, el sufrimiento y la muerte.

Y resulta que eso fue lo que sucedió. Jacobo fue el primero de los discípulos en morir, como dice el capítulo 22 de los Hechos. Fue llevado y asesinado, decapitado por Herodes, el primer de los apóstoles en morir como un mártir; y Juan fue el último. Estos dos hermanos formaron una especie de "paréntesis del martirio", dentro del cual todos los apóstoles, al llegarles el turno a cada uno de ellos, fueron asesinados por amor a Jesús. No se nos dice exactamente cómo murió Juan, aunque algunos de los escritos de los primeros padres de la iglesia sugieren que le hirvieron en aceite. Otros dicen, sin embargo, que murió de muerte natural. Aunque no es seguro cómo murió exactamente, lo que sí sabemos es que fue exiliado a la isla de Patmos por el testimonio de Jesús y tuvo que pasar por muchos sufrimientos, vergüenza y castigo por causa del Señor. Por lo que Jesús les concedió su petición.

A continuación explica que no les puede conceder lo que le habían pedido, diciendo: "El sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es mío concederlo, sino que es para quienes está preparado, y el Padre es el que lo decide". Aquí dice algo muy revelador. No dice, como podríamos esperar: "es para los que están preparados para ello", que es como lo diríamos nosotros, sino que dice: "es para quienes está preparado". Si meditamos detenidamente en estas palabras nos daremos cuenta de que está dando por sentado que el Padre elige a los hombres para este honor. Prepara al hombre, el lugar y las circunstancias, mediante las copas y los bautismos, por los que hace que pase. Y entonces prepara el honor para el hombre. ¿Se ha fijado usted en eso? Dios comienza siempre por las personas, y no por los acontecimientos, porque Su objetivo es moldear las vidas, y ahí es donde empieza, haciendo que encajen los acontecimientos con ese fin. Así que, dos de ellos se sentarán a Su derecha y a la izquierda de Jesús, pero Dios va a moldear a esos dos y les va a preparar para ello, y entonces preparará también para ellos esa gloria tan sublime. Al llegar Marcos a este punto se vuelve hacia los otros diez:

Cuando lo oyeron los diez, comenzaron a enojarse contra Jacobo y contra Juan. Pero Jesús, llamándolos, les dijo: "Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellos, y sus grandes ejercen sobre ellos potestad. Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros, será vuestro servidor; y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos, porque el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por todos". (Marcos 10:41-45)

Ya hemos visto que, cuando iban de camino a Jerusalén, Jesús ve la cruz que le está esperando, mientras que Juan y Jacobo ven los tronos que les aguardan. ¿Pero qué ven los otros diez? ¡Ven a Jacobo y a Juan!, y están enfurecidos y molestos con ellos. ¿Por qué? Porque ellos llegaron antes junto a Jesús. Evidentemente querían las mismas cosas que querían Jacobo y Juan, y estaban furiosos sólo porque Jacobo y Juan se les habían adelantado. Con frecuencia eso es lo que explica nuestra ira, ¿no es cierto? Con frecuencia estamos molestos porque alguien pensó en ello antes de que lo hiciésemos nosotros.

Pero fijémonos en que Jesús deja de lado todo el politiqueo, la manipulación y el pedir favores y privilegios especiales. Así es como funciona el mundo, pero eso no ha de formar parte del reino de Dios. En el reino, o sea, la iglesia, no se dedicará al juego de tira y afloja por ocupar posiciones y honor. Esto es algo que Pablo explica de una manera maravillosa en su desarrollo del tema del cuerpo de Cristo, en 1ª de Corintios 12, donde nos dice que, debido a que el Espíritu Santo nos concede unos dones y nos da un ministerio al que el Señor Jesús nos abre la puerta, y por el poder que nos concede el Padre celestial, no tenemos que competir con nadie. Cada uno tiene su propio ministerio, y nadie es rival de ninguna otra persona, y no tenemos que tener envidia los unos de los otros. El ojo no puede decir a la mano: "No te necesito" (1 Corintios 12:21a). No debemos despreciarnos unos a otros ni mirar con menosprecio a otro. Tampoco puede el pie decir: "Como no soy mano, no soy del cuerpo" (1 Corintios 1:15a), porque todos los miembros son necesarios en el cuerpo de Cristo y, gracias a estos términos, se elimina de la iglesia cualquier tipo de competencia.

Esto es lo que el Señor quiere exponer ante Sus discípulos, de modo que les reúne y pacientemente ―¡y qué gran paciencia tenía!― les dice: "Muchachos, sentaos, que hay algo que quiero deciros. Habéis visto a los gentiles, a los que no creen, a vuestro alrededor. ¿Os habéis fijado en que cuando ejercen autoridad siempre es sobre alguna otra persona? Calculan su poder teniendo en cuenta la cantidad de personas que tienen a sus órdenes, y esa es la señal de su autoridad". Pero no creo que esté diciendo que deba ser eliminada o que debiéramos atacar esa clase de cosas. Sencillamente reconoce que es algo que existe. Esa es la manera en la que la gente hace las cosas y la forma en que juzgan el éxito. Y aunque produce toda clase de rivalidades, de competencia y de artimañas, de politiqueos, disímulos, manipulaciones, y de intentar ponerle la zancadilla al resto de las personas, no se puede culpar a otros por hacerlo, porque es lo único que saben hacer. Esas personas no tienen ninguna otra base sobre la que apoyar su autoridad o su poder.

Tengamos en cuenta lo que está haciendo, algo muy radical. La clave se encuentra en estas palabras: "Pero no será así entre vosotros". La iglesia no ha de ser de ese modo. No debe establecerse como una jerarquía de poder; en la iglesia de Jesucristo no hay cadena de mando. Jesús les ha dicho ya a los discípulos: "... uno es vuestro Maestro,,, y todos vosotros sois hermanos" (Mateo 23:8b). Cada uno de los apóstoles se asegura de recordarnos del peligro de mandar sobre los hermanos, de que aquellos que ocupan puestos de autoridad se crean con derecho a decirles a otros lo que hacer o cómo comportarse o qué pensar o qué deben hacer, creyendo que tienen derecho a tomar decisiones que otros deben acatar; pero esto no es cierto en la iglesia. Pablo se asegura de decirles a los corintios: "No que nos enseñoreemos de vuestra fe" (2 Corintios 1:24a); es decir: "Podéis hacer lo que queráis. Vosotros sois los que estáis ante la presencia de Dios y sois responsables ante él; yo no soy el responsable". Pero también es fiel, diciéndoles lo que necesitan hacer y de advertirles de los resultados que pueden producirse si no están dispuestos a hacerlo, pero nadie en la iglesia debe mandar a otro hermano lo que tiene que hacer; el único que manda es el Señor.

Es preciso que pensemos esto muy a fondo y con todo detalle. La iglesia se ha opuesto siempre al prelado, es decir, al papado, a la idea de que exista una cabeza humana sobre toda la iglesia. Lamentablemente, entre las iglesias protestantes y evangélicas, lo que hemos hecho ha sido rechazar la idea de un papa sobre todas las iglesias, pero hemos colocado a un papa en cada iglesia. No hay duda de que eso es tan malo, o incluso peor. No, el ser pastor no es ser una autoridad. Un pastor no es otra cosa que un hermano al que le han sido concedidos ciertos dones, a fin de que pueda ayudar a las personas a entender lo que están haciendo y a dónde se dirigen. Yo no tengo ninguna autoridad sobre usted ni usted la tiene sobre mí. Delante del Señor somos todos hermanos. Por eso es por lo que el Señor dice: "Pero entre vosotros no será así" (Mateo 20:26a). La iglesia no debe reflejar la posición ni las costumbres del mundo en este sentido.

Jesús nos da la clave de lo que es la verdadera autoridad: "sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo" (Mateo 20:26b-27). Esto es algo que ya ha dicho con anterioridad, pero en este caso lo vuelve a subrayar, para que nos demos cuenta de que la verdadera autoridad radica en la servidumbre, en cubrir la necesidad de otro. ¿No es eso lo que hace el siervo? El mundo está lleno de servidumbre. Siempre nos estamos sirviendo los unos a los otros y siendo servidos por otros. Si vamos a un hotel, alguien carga nuestras maletas y las lleva a nuestra habitación. Como es lógico, hay que darles una propina de 50 centavos por maleta, pero nos habrá servido. La camarera viene a hacer la cama, a limpiar el cuarto de baño, a poner jabones en las jaboneras y a dejar toallas limpias en el toallero. Nos está prestando un servicio, y nosotros lo estamos pagando, pero sigue siendo servidumbre. Hay muchas maneras de servirnos unos a otros en nuestras casas y en diferentes lugares. ¿Cuál es el verdadero carácter de la servidumbre? Es siempre suplir la necesidad de otros.

Esa es la clave del servicio. Jesús nos dice que cuando estamos dispuestos a entregarnos con el fin de suplir las necesidades de otros, sucede algo maravilloso. Sin que nosotros lo deseemos, necesariamente, establecemos una extraña autoridad en la vida de esa persona, y esa persona desea responder, cambiando la actitud que tenía con respecto a nosotros, deseando hacer algo por nosotros a cambio de lo que hemos hecho por esa persona. No es que esté obligada a hacerlo, sino que quiere hacerlo. Esa persona deseará hacer algo parecido por nosotros, de alguna manera. Jesús nos dice que este es el principio en el reino de Dios. Así es como surge la autoridad. Las personas que ejercen autoridad son aquellas personas a las que los demás han aprendido a respetar y honrar, porque han sido servidas por ellas; sus necesidades han sido cubiertas por ellas, de una manera u otra. Ahí radica la autoridad en la iglesia y, como es natural, Jesús es nuestro gran ejemplo:

"Porque el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por todos". (Marcos 10:45)

Esa es la imagen definitiva del Siervo. El que tenía todo el derecho a la autoridad se convierte en el que renuncia a todo, con el fin de suplir nuestras necesidades. Esta es la marca de cómo funciona en el reino de Dios. Es algo acerca de lo cual cantamos con frecuencia:

El varón de gran dolor
Es el Hijo del Señor.
Vino al mundo por amor.
¡Aleluya! ¡Es mi Cristo!

Existe actualmente una extraña falacia, según la cual Jesús murió para que los que creemos en Él no tuviésemos que enfrentarnos con ninguna clase de muerte; pero eso no es cierto. Eso no es, ni mucho menos, ni lo que dicen ni lo que implican las Escrituras. De ahí viene la idea de que, cuando nos hacemos cristianos, todos los problemas deberían desaparecer y todo debería salirnos bien, porque Jesús cargó con todo, y nosotros no tenemos que cargar con nada. Pero la postura de las Escrituras es que Jesús murió para que Él pudiese pasar con nosotros por la muerte y sacarnos al otro lado. No elimina la muerte; sigue existiendo; pero sí que pasa con nosotros por ella y nos saca al otro lado de la muerte ―esa es la cuestión― a la resurrección. Por eso fue por lo que murió, para dar Su vida en rescate por todos.

Al llegar a este punto, sucede algo asombroso. Marcos cambia de tema de repente, casi de un modo brusco, y comienza a contarnos un incidente que sucedió al marcharse Jesús y los discípulos de Jericó, sin que exista aparente relación con lo que acabamos de examinar:

Entonces vinieron a Jericó; y al salir de Jericó él, sus discípulos y una gran multitud, Bartimeo, el ciego, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino, mendigando. Al oír que era Jesús nazareno, comenzó a gritar: "¡Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí!". Y muchos lo reprendían para que callara, pero él clamaba mucho más: "¡Hijo de David, ten misericordia de mí!". Entonces Jesús, deteniéndose, mandó llamarlo; y llamaron al ciego, diciéndole: "Ten confianza; levántate, te llama". Él entonces, arrojando su capa, se levantó y vino a Jesús. Jesús le preguntó: "¿Qué quieres que te haga?". El ciego le dijo: "Maestro, que recobre la vista". Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado". Al instante recobró la vista, y seguía a Jesús por el camino. (Marcos 10:46-52)

A primera vista, da la impresión de que no existe relación alguna, pero ¿fue por casualidad que al salir Jesús de Jericó, un ciego llamado Bartimeo estuviese sentado junto al camino? La verdad es que podemos leerlo como si lo único que hubiese pretendido Marcos hubiera sido ofrecernos una crónica de los sucesos que tuvieron lugar, y este no hubiera sido más que uno de aquellos sucesos que se habían producido por casualidad al salir ellos de la ciudad. ¿Pero es así como suceden las cosas? ¿O es posible que fuese algo que hubiera sido arreglado de antemano por un Padre infinitamente sabio, que hizo que estuviese allí un ciego llamado Bartimeo, porque estaba directamente relacionado con lo que Jesús había estado diciendo, y que resulta ser el ejemplo exacto de algo que deseaba que supiesen Sus discípulos?

Permítanme que le muestre algunos vínculos, bastante interesantes, en este relato con lo que ha sucedido antes. En primer lugar, nos damos cuenta de que hay una repetición bastante fuera de lo normal del nombre de este hombre. Se nos dice que era Bartimeo, un mendigo ciego, hijo de Timeo, que estaba sentado junto al camino. El nombre "Bartimeo" quiere decir "hijo de Timeo", de modo que decir "Bartimeo, el hijo de Timeo", es realmente una redundancia, porque las dos quieren decir la misma cosa. De modo que, en un sentido, este nombre está siendo recalcado como no lo ha sido ningún otro nombre en el relato. Se traduce por "Bartimeo, el hijo de Timeo". Debe de haber algo en este nombre en lo cual Marcos quiere que nos fijemos. Si examinamos el significado griego de "Timeo", descubrimos por qué. La palabra significa "honor", por lo que este mendigo se llamaba "el hijo del honor". ¿Qué era lo que Jacobo y Juan le habían pedido a Jesús? Honor, ¿verdad? "Concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda", y aquí tenemos a un ciego, cuyo nombre significaba "el hijo del honor", sentado junto al camino.

Fíjese además que Marcos pasa por alto una serie de acontecimientos. Elimina aquellas cosas que sabemos que sucedieron en Jericó, según los otros relatos. Nos dice: "Entonces vinieron a Jericó", y se salta la historia de Zaqueo y todo lo que pasó en relación con aquel hombre de corta estatura al que Jesús conoció y con el que fue a comer, y va directamente al momento en que se fueron de la ciudad, a fin de enfatizar que hay un vínculo de unión con estos acontecimientos.

Es más, vemos que cuando el ciego fue a Jesús, Él le preguntó, en el versículo 51: "¿Qué quieres que te haga?". Cuando Jacobo y Juan acudieron a Jesús con su petición de conseguir aquel honor, en el versículo 36, les preguntó: "¿Qué queréis que os haga?". ¡Exactamente las mismas palabras! ¿Qué les pasaba a aquellos discípulos? Estaban ciegos, ¿no es cierto? No podían ver lo que implicaba su petición. Había algo que ellos deseaban, pero no se daban cuenta de lo que estaba relacionado con su petición. No podían ver la copa ni el bautismo, ni el sufrimiento ni la cruz, porque estaban ciegos. ¿Qué le pasaba a Bartimeo? Que estaba ciego. En ambos casos Jesús pregunta: "¿Qué queréis?" y "¿Qué quieres que haga?" respectivamente.

De modo que el punto de la historia y lo que resulta verdaderamente impresionante acerca de este relato y el motivo por el que Marcos lo ha colocado ahí, es lo que hizo Bartimeo. Tenemos el caso de un hombre que era consciente de su ceguera, mientras que en el caso de los discípulos no es así. Cuando se enteró de que estaba pasando por allí Jesús de Nazaret, se puso muy emocionado y comenzó a exigir Su atención. "¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!". "¡Cállate! ¡Estamos intentando oír lo que dice! Pero Bartimeo no les hizo caso y siguió diciendo: "¡JESúS, HIJO DE DAVID, TEN MISERICORDIA DE MÍ!". Pero la multitud volvió a intentar hacerle callar: "Muchos le regañaban para que se callara, pero él no estaba dispuesto a callarse, y consiguió, por fin, llamar la atención de Jesús. Y cuando el Señor se detuvo para ver a aquel hombre, para cubrir sus necesidades, le llamó a que se acercase a Él y le preguntó: "¿Qué quieres que te haga?".

¿No da la impresión de que la pregunta hecha al ciego parece un tanto absurda, cuando se tiene el poder, y el ciego lo sabe, para restaurarle la vista? Pero Jesús le hizo esa pregunta, y Bartimeo le contesta con sencillez: "Señor, quiero ver; permíteme recibir la vista". Y de inmediato Jesús le dijo: "Eso está hecho; tu fe ha hecho que te cures". Y Bartimeo pudo ver, por primera vez en su vida.

¿Por qué cree usted que Marcos coloca este relato del "hijo del honor" al que se le permite ver en este lugar concreto? Lo cierto es que Jesús les está diciendo algo a Sus discípulos, y también a nosotros. Está diciendo: "Cuando le pida usted cosas buenas a Dios, pídale además que le permita saber lo que implican. Pida que le dé la vista, para que pueda usted verse a sí mismo y todo lo que hace falta antes de que Dios pueda responder a esa oración.

Hace un par de años, en la víspera de Año Nuevo, tuvimos un culto aquí en PBC. La sala estaba completamente llena, y yo estaba sobre la plataforma y sólo tenía una vela en mi mano, la única luz en la habitación. Estaba hablando acerca de un versículo de Proverbios, que dice: "Lámpara de Jehová es el espíritu del hombre, que escudriña lo más profundo del corazón" (Proverbios 20:27). Recuerdo que fue como si pasase por mi conciencia mi propia vida, y comenté acerca del hecho de que cuando no era más que un joven cristiano, yo creía que Dios sólo tenía unas pocas cosillas que cambiar en mí, para que fuese prácticamente perfecto. Sabía que había algunas cosas que necesitaba cambiar, cosas de las que era consciente, pero no eran demasiado graves. Y una vez que lograse cambiar esas cosas, no habría mucho acerca de lo que Dios tendría que preocuparse. De eso ya hace muchos años, pero "Lámpara de Jehová es el espíritu del hombre, la cual escudriña lo más profundo del corazón". En manos del Espíritu Santo, mi espíritu humano estaba siendo usado por Dios y comenzaba a revelarme, gradualmente y a lo largo de los años, todos los muchos aspectos en los que había una mayor participación en el mal de lo que yo jamás pudiera haberme imaginado. Y recuerdo cómo, con el paso de los años, pasé por experiencias dolorosas, copas y bautismos por los que tendría que pasar, que me abrieron los ojos hasta que empecé a ver cada vez con más claridad lo mucho que mi vida había estado dominada por un espíritu de egoísmo, de cómo había hecho daño a otras personas y a las que más cercanas a mí estaban, además de darme cuenta de que las fuerzas del mal se habían apoderado de mi vida, controlándome y devastándome. A pesar de eso, cada vez que recibía una nueva revelación de la profundidad de mi propia vileza, también descubría de qué modo actuaba en mi vida el poder limpiador de Dios, de forma que al ir transcurriendo los años, descubrí que al caer el nivel de mi propia estima cada vez más bajo, el sentido que tenía de mi propio valor también subía más y más. Y comprendí que yo tenía valor sólo en la medida en que Dios poseía y limpiaba mi vida. Por eso podía cantar, como lo han hecho tantas personas, acerca de Su gracia admirable y darle las gracias a Dios por haber salvado a un desgraciado como yo. Empecé a orar cada vez más, con el paso de los años, haciendo la oración de David en el Salmo 139:

Examíname, Dios, y conoce mi corazón;
pruébame y conoce mis pensamientos.
Ve si hay en mí camino de perversidad
y guíame en el camino eterno. (Salmo 139:23-24)

Estoy convencido de que eso es lo que Dios quiere que todos le pidamos en oración. Era lo que Jesús quería que pidiesen Sus discípulos en oración. Pero ¡qué ciegos estaban! ¡Qué insensatos, qué ignorantes y qué confiados en sí mismos!, sin saber lo que había en su interior y que Dios tendría que eliminarlo. ¿Quiere usted unirse a mí ahora en oración?

Oración

Padre, te pedimos que mires lo que hay en nuestro interior, oh Dios, y que examines nuestros pensamientos. Que veas si hay alguna maldad en nosotros, que nos lo muestres, Señor, para que veamos lo mucho que necesitamos la limpieza de Tu gracia, el perdón de Tu misericordia. Guíanos por el sendero eterno, te lo pedimos en el nombre de Jesús. Amén.