Master Washing the Feet of a Servant
El Gobernante que sirve

Máxima prioridad

Autor: Ray C. Stedman


Estoy seguro de que esta época del año le encuentra, al igual que me sucede a mí, sintiendo algo de la presión y la complejidad de la vida. Creo que la semana pasada podría haber ido cada tarde a un ejercicio de graduación, y posiblemente debería haberlo hecho, pero debido a que tenía otros compromisos, no pude asistir. En ocasiones la vida puede llegar a estar saturada y sobrecargada, de modo que nos preguntamos cómo nos las vamos a arreglar para hacerlo todo. La respuesta a este complejo acertijo de la vida es algo que examinaremos esta mañana en el pasaje del evangelio de Marcos. ¿Por dónde empezar? ¿Qué es lo primero que debemos hacer? ¿Y a dónde vamos desde ahí? Obtendremos una gran ayuda de las palabras de Jesús que se encuentran en el capítulo doce de Marcos.

Recuerde que el pasaje que estamos examinando sucede durante la última semana en Jerusalén, después de que Jesús hiciese la limpieza en el templo y de que echase a los cambistas. Se había tenido que enfrentar con los escribas, los sumos sacerdotes, los fariseos, los herodianos y los saduceos, que habían intentado atraparle en Sus mismas palabras. Y ahora, en medio de ese gran discurso, toma la ofensiva y comienza a hablar acerca de cosas que son de gran importancia para nosotros.

Empezaremos el relato en Marcos 12, versículo 28:

Acercándose uno de los escribas, que los había oído discutir y sabía que les había respondido bien, le preguntó: "¿Cuál es el primer mandamiento de todos?". Jesús le respondió: "El primero de todos los mandamientos es: ꞌOye, Israel: el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzasꞌ. El segundo es semejante: ꞌAmarás a tu prójimo como a ti mismoꞌ. No hay otro mandamiento mayor que estos". (Marcos 12:28-31)

Ahora bien, en la respuesta que da el Señor a la pregunta perspicaz de los escribas, lo que hace es darnos una lista de las prioridades de la vida. La primera comienza con Dios. Cuando nos sentimos preocupados, cuando no sabemos qué es lo primero que debemos hacer, cuando sentimos que no disponemos de los suficientes recursos como para resolver alguna situación, o nos sentimos intrigados o extrañados, empecemos con Dios y amémosle.

Cuando pensamos acerca de nuestras propias vidas, tenemos que admitir que rara vez comenzamos por Dios. Casi siempre empezamos con las exigencias que nos hacen otros, en lugar de elevar la vista al Dios que nos guiará a través de la compleja situación, del problema y de las presiones con las que nos tenemos que enfrentar. Nos vemos tan envueltos por el problema que no podemos dejar de pensar en él y pensar en Dios. Él nos dice que empecemos amando a Dios. Cuando empezamos con Dios comenzamos por Aquel que ve todo el problema, no solamente una parte de él, sino el problema en su totalidad y todo lo que implica. Nuestro problema consiste en que cuando empezamos con nuestra propia situación, estamos tan limitados que no la vemos en su debida perspectiva, por lo que debemos empezar con el pensamiento de Dios y pensar en Él mismo.

Pero Dios mismo no empieza ahí. Hay algo que precede a nuestro amor a Dios y que el Señor da por hecho. ¿Qué es esa primera cosa? Es que Dios se acerca antes a nosotros. El mandamiento de Moisés en Deuteronomio 6, que Jesús cita aquí, es un mandamiento según el cual el hombre debe amar a Dios, pero ese amor no es posible hasta que no empezamos a darnos cuenta de que Dios nos ha amado a nosotros primero. Por lo tanto, nuestro amor es la respuesta del hombre a Dios. Si todo lo que tuviéramos que afrontar fuese la exigencia del amor a un Dios que está allá arriba en alguna parte, nos resultaría difícil responder. Nos parecería como si fuese nuestro enemigo o nuestro juez, o incluso nuestro verdugo, pero las Escrituras no comienzan realmente con nuestra respuesta. ¿Recuerda usted cómo Juan lo expresó en 1ª de Juan 4:19: "Nosotros lo amamos a él, porque él nos amó primero".

La responsabilidad del hombre es responder al amor de Dios, que nos está extendiendo por todas partes, mostrándonos ese amor por medio de la naturaleza, por el hecho de que todos los días suple todo lo que necesitamos. No debemos olvidar nunca que todo lo que disfrutamos ―los alimentos, el aire, el sol, el techo sobre nuestras cabezas― todas estas cosas materiales que necesitamo proceden de la mano de Dios, y es Él quien nos las da. Es la bondad de Dios protegiéndonos, cobijándonos y cuidándonos lo que impide que seamos arrebatados y destruidos por las fuerzas que operan para mal en nuestras vidas. La mano de Dios que nos refugia nos está protegiendo. De modo que cuando pensemos acerca del amor de Dios y en especial en el amor que nos redime, la respuesta adecuada y la única del corazón es amarle también a Él con todo nuestro corazón, nuestra alma, nuestra mente y nuestras fuerzas.

Fijémonos ahora en que Dios nos está diciendo qué proceso debemos seguir para amar a Dios, pues el amor no es sólo un sentimiento momentáneo, es una acción lógica y específica. Si el amar a Dios es la clave de la vida, la verdad vital de nuestra humanidad, ¿cómo lo haremos? Jesús cita a Moisés como si indicase ciertos procesos mediante los cuales es posible realizarlo. La orden que se da en estos versículos procede del corazón al alma, a la mente y a todo el hombre, la fortaleza. Esto se invierte en nuestra experiencia. En la experiencia comenzamos por la mente, y la verdad llega a nosotros gracias a la observación. Vemos las cosas, las sentimos, las oímos; leemos cosas acerca de Dios, observamos la historia de nuestras vidas, la experiencia que nos rodea, y al primer lugar donde llega la verdad es a nuestra mente. Por eso fue por lo que Jesús dijo que debíamos amar al Señor nuestro Dios con toda nuestra mente y pensar en lo que Dios está haciendo por nosotros, por medio de nosotros y a nosotros en nuestra vida.

A continuación, la verdad se apodera de nuestras emociones, o del alma, según la lista que tenemos aquí. Ama a tu Dios con toda tu alma; esa es la calidad de tu reacción emocional. La verdad nos llega a la mente y luego se apodera de nuestras emociones, y comenzamos a sentirnos conmovidos por la verdad que nuestra mente ha captado.

El tercer paso es asaltar y apoderarse de la voluntad, el corazón, como lo llaman aquí. La palabra "corazón" se usa de varias maneras diferentes en las Escrituras. En ocasiones se refiere a la voluntad, en otras a las emociones, pero en este caso se trata de la voluntad. Hemos de elegir con el corazón, elegir con la voluntad. "Porque con el corazón se cree para justicia" (Romanos 10:10b), nos dice el apóstol Pablo.

Una vez que nuestra voluntad (o corazón) se ha sentido conmovido, todo el hombre se ve involucrado, y amamos a Dios con todas nuestras fuerzas, que quiere decir que obedecemos a lo que Él nos dice.

¿Cómo amamos a Dios? Observamos la verdad; permitimos que dicha verdad conmueva nuestras emociones, que nos desafíe y que mueva nuestra voluntad, y finalmente todo nuestro cuerpo participe. Esto es algo que debemos hacer repetidamente. Empezamos a resolver los problemas respondiendo al amor de Dios de esta manera. Sólo entonces podremos amar a nuestros semejantes como a nosotros mismos, y eso es poner las cosas en su debido orden de prioridad.

Ahora bien, antes de que nos alejemos del primer mandamiento, hay algo que quiero que observemos. Esta progresión de nuestro amor ha quedado maravillosamente reflejada en algunos de los himnos que cantamos. Cuando cantamos himnos, estamos adorando a Dios, y en muchos casos estos himnos reflejan el orden en que reaccionamos ante el amor de Dios. Uno de nuestros himnos favoritos, que hemos cantado aquí muchas, muchas veces es el gran cántico de Charles Wesley (traducido por Esteban Sywulka B.): "Maravilloso es el gran amor". Recordará usted que empieza, diciendo:

Maravilloso es el gran amor que Cristo el Salvador derramó en mí;
Siendo rebelde y pecador, yo de su muerte causa fui.

¿Qué nos está diciendo este himno? Está desafiando a la mente acerca de la historia, de la que ha quedado constancia, del Hijo de Dios. Dios mismo en carne humana vino con el fin de morir y sufrir a mi favor, para que yo pudiese tener una parte en la gran obra del universo, para que participe con Él, para que esté unido con Él en todo lo que realiza. Esa verdad deja a nuestro intelecto perplejo, y la mente tiene que realizar esfuerzos por pensar acerca de la obra de Cristo y considerar estas verdades:

¡Grande, sublime, inmensurable amor!
por mí murió el Salvador.

La verdad es algo que atrae a la mente; entonces responde el corazón, y el alma y las emociones se despiertan:

¡Oh maravilla de su amor, por mí murió el Salvador!"

Las siguientes estrofas repiten el proceso en el que se completan los diferentes aspectos de la muerte de Cristo a nuestro favor, invitando, a continuación, al corazón a responder de nuevo. En la cuarta estrofa entra en acción la voluntad:

En vil prisión mi alma padeció, atado en pecado y oscuridad;

Como ve usted, el proceso consiste en mirar al pasado y pensar a fondo en él, y entonces Dios obra:

Pronto en mi celda resplandeció la clara luz de su verdad.

Aquí Dios está obrando en un corazón oscurecido; y el escritor continúa, diciendo:

Cristo las férreas cadenas destruyó; quedé ya libre, ¡Gloria a Dios!

Aquí tenemos la liberación del espíritu para que pueda obrar. Mi corazón ―el mismo término que usó Jesús en el versículo de Marcos― mi corazón, mi voluntad, quedó libre:

Me levanté, salí y te seguí.

Finalmente aparece el cuerpo y participa; el hombre completo debe seguir a Dios. Eso es lo que quiere decir amar a Dios con todo el corazón, el alma, la mente y la fuerza, todos juntos.

Hemos de reaccionar a nuestros problemas respondiendo una y otra vez al amor de Dios. Cuando comenzamos con el amor de Dios, entonces estamos preparados para atender a nuestros problemas particulares: nuestra relación con nuestra esposa, con nuestros hijos, con el vecino, con el amigo, con el jefe. Somos libres para amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. El mismo proceso que nos afectó y obtuvo una reacción por nuestra parte es el que debemos transmitir a otra persona. Podemos mostrar hacia otros el mismo amor que hemos recibido nosotros. Nuestra reacción al amor de Dios lo hace posible, y si empezamos amando a nuestro prójimo, nos sentiremos tan identificados con el sufrimiento, las dificultades y las fricciones, que empezaremos a reaccionar de la misma manera que nos han tratado a nosotros; pero cuando empezamos con Dios y hemos experimentado Su amor y también nosotros hemos reaccionado con amor, entonces nos es posible transmitir ese amor a nuestros semejantes. No funciona nunca si lo primero que pretendemos hacer es "amar a nuestro prójimo", como siempre intentamos hacer. Todas las humanidades sociales actuales nos enseñan que debemos amar a nuestro prójimo, y tienen razón, pero si empezamos por ahí, sin amar antes a Dios, nos encontramos con que somos incapaces de amar a otros.

Esta semana vino a verme un joven y me contó que había ido a su casa y se había encontrado a su hermana muy excitada con toda la familia y se había estado metiendo con todos ellos, uno por uno. Nadie podía hablar con ella, porque estaba muy tensa, furiosa, y se mostraba hostil. Eso le había ofendido y había reaccionado hacia ella con la misma hostilidad. Entonces discutieron y se amenazaron. Es la misma historia con la que tan familiarizados estamos todos. Puse mi brazo sobre su hombro y le dije: "¿Sabes una cosa? Recuerdo hace unos cinco años había un joven que venía a la Iglesia Peninsula Bible y que tenía la mirada más llena de odio que jamás he visto. Se mostraba hostil, furioso y molesto. Miraba con mal humor a todo el mundo que intentaba hablarle; pero he estado observando a ese joven durante todos estos años, y ha estado cambiando, y ahora le veo sonreír. Veo que ahora le sonríe a todos, que tiene una actitud diferente, que su visión de la vida ha cambiado y se muestra ansioso por ayudar y tiene un espíritu alegre. Y le pregunté: "¿Qué crees que ha producido ese cambio en ti? Sabía que estaba hablando acerca de él. Por un momento bajó la vista, y le dije: "No has cambiado, porque los demás te tratasen de la misma manera que tú les tratabas, ¿verdad? Fue el amor lo que te hizo cambiar. Alguien te ha amado a pesar de tu manera de comportarte. Alguien te mostró cariño e interesado en ti, te estimuló y te abrazó. Eso fue lo que produjo el cambio, ¿no es cierto?". Se quedó callado un momento, con la cabeza inclinada, y luego dijo: "Sí, creo que eso es lo que ella necesita". Se fue a casa decidido, me di cuenta, a responder a su hermana con amor.

El amor no es sólo una palabra que se escribe en una placa y se cuelga de la pared de la casa. Amar es lo que hacemos con otras personas que nos irritan, cuando estamos molestos, enfadados, nos sentimos hostiles y nos entran ganas de pegarles. Pero hemos de empezar con Dios, recordando Su amor hacia nosotros. Hemos de recordar Su espíritu perdonador, la manera en que todo lo borra sin exigirnos nada a nosotros. Lo que debemos hacer es reaccionar ante ese amor y transmitirlo a las personas con las que nos relacionamos. El amor a Dios es la cosa más importante de nuestra vida, y Jesús tiene toda la razón al decir que el amar a Dios es nuestra máxima prioridad. Todo lo demás fluirá de ese amor, pero si ponemos algo antes que ese amor, no tardará todo el proceso en enfriarse.

La semana pasada algunos de los ancianos estaban hablando entre sí, discutiendo acerca del problema que han mencionado muchas personas aquí en PBC: la soledad. Alguien mencionó el hecho de que las personas están diciendo que la iglesia es demasiado grande, y al venir ahora a la iglesia se pierden entre la multitud; y muchas personas padecen esa soledad. Muchas sienten que las demás personas no les hacen caso porque el cuerpo es demasiado numeroso. Yo suscité el tema y dije: "La explicación habitual de por qué se produce la soledad es que hay una multitud demasiado numerosa, pero no creo que eso sea cierto. Hay ocasiones que están reunidas dos o tres personas, y cada una de ellas siente la soledad. No es el tamaño de la multitud lo que hace la diferencia. La soledad es una necesidad de amor que no está siendo satisfecha. Es el terrible dolor y la agonía de necesitar el amor, pero encontrarse con que esa necesidad no está siendo suplida". Y necesitamos el amor. El amor es una necesidad de la humanidad de la misma manera que necesita el aire, el sol, el agua y los alimentos. Sin amor, el espíritu humano se marchita, se encoge y se seca, y comenzamos a atacar, a actuar con hostilidad y con enfado.

Por supuesto que necesitamos el amor, y Dios lo sabe. A fin de suplir esa necesidad, Dios nos coloca en familias, donde comenzamos la vida recibiendo el amor y el cuidado necesario. Nos rodean de amor, y empezamos a ver y a aprender lo que es el amor y lo mucho que lo necesitamos. Y durante un tiempo todos los que nos rodean suplen nuestra necesidad de amor, pero antes o después nos encontramos con que se ha secado la cisterna y las personas no son una fuente adecuada de amor. Pero es que esa no fue nunca la intención. Si insistimos en depender de la gente para que nos quieran, nos encontraremos con que su amor tiene límites y sólo puede llegar hasta un cierto punto, y no puede satisfacer nuestra necesidad.

Todo el propósito de la vida es conseguir que nos demos cuenta de que la verdad fundamental y definitiva es que Dios es el que nos ama y el que nos puede satisfacer totalmente. El amor de Dios suple las necesidades más profundas de nuestra vida, a pesar de lo cual, me encuentro con que hay cristianos que se oponen a esa verdad y no quieren creérselo. Ni siquiera desean aceptar el amor de Dios, porque siguen insistiendo en recibir el amor de las personas; pero cuando intentamos suplir nuestra necesidad de amor con las personas, nos encontramos con que no podemos suplir totalmente esa necesidad y nos sentimos solos. Podemos estar con personas que están intentando querernos con todo su corazón y seguir sintiéndonos solos. Solamente Dios puede suplir esa necesidad de amor, y por eso es por lo que tenemos que comenzar por Dios.

Jesús nos enseña algo más:

Entonces el escriba le dijo: "Bien, Maestro. Verdad has dicho, que uno es Dios y no hay otro fuera de él; y amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento, con toda el alma y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, es más que todos los holocaustos y sacrificios". (Marcos 12:32-33),

Este escriba, un desconocido, cuyo nombre no se menciona, vio una gran verdad. Se dio cuenta de que Dios no está interesado en lo que podemos lograr en nuestra vida; no está interesado en la mera actividad religiosa, sino que estas cosas apuntan a algo en lo que sí está interesado Dios, y este hombre se había dado cuenta:

Jesús entonces, viendo que había respondido sabiamente, le dijo: "No estás lejos del reino de Dios". Y ya nadie se atrevía a preguntarle. (Marcos 12:34)

Nuestro Señor ensalza a este escriba, pero le hace darse cuenta de que todavía no ha visto claro el reino de Dios. Está cerca; está viendo una verdad que es sumamente importante, que Dios está interesado en la actitud interior y no el comportamiento exterior en la vida, pero el escriba todavía no ha captado toda la verdad. En otras palabras, aún no puede amar al Señor su Dios con todo su corazón, con toda su alma, con toda su mente y con todas sus fuerzas, por lo que le falta algo.

Y ahora el Señor explica lo que es ese algo. Lo que lamento es que en nuestro texto en inglés se pierde la relación entre estos dos párrafos, pero en el griego, está muy claro que las dos están relacionadas. Dice: "Enseñando Jesús in el Templo, [respondiendo] decía... " (Marcos 12:35a). Jesús "respondió". ¿Qué es lo que respondió? Respondió a la pregunta que estaría en el corazón del escriba: "Dices que estoy muy cerca del reino de Dios; ¿qué más es necesario?". Jesús le responde haciendo una pregunta a estos escribas:

"¿Cómo dicen los escribas que el Cristo es hijo de David?, pues el mismo David dijo por el Espíritu Santo: ꞌDijo el Señor a mi Señor: "Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies"ꞌ. David mismo lo llama Señor; ¿cómo, pues, es su hijo?". Y gran multitud del pueblo lo oía de buena gana. (Marcos 12:35b-37)

Según el relato de Marcos, nadie respondió a esa pregunta, pero nuestro Señor estaba ahondando profundamente y está dejando muy claro para estos escribas un punto que es muy importante. Cuando David dice: "Dijo el Señor [Jehová] a mi Señor: ꞌSiéntate a mi diestra... ꞌ", está llamando al Mesías "mi Señor". Todos aquellos escribas hubieron estado de acuerdo con eso. La pregunta de Jesús es: "¿Cómo puede el Mesías ser el Señor de David y seguir siendo su hijo?". La respuesta, como es lógico, es el misterio de Su propia Persona. Desciende de David, según la carne, pero es el Señor de la gloria, según el Espíritu.

La identidad de Jesús es el tema fundamental de la vida. ¿Qué representa Jesús para usted? Todo el tema de cómo entrar en el reino y cómo vivir en el reino de Dios depende de este punto. ¿Es Jesús el Señor?

Como nos dice Pablo, toda la creación avanza hacia ese día final cuando esa pregunta recibirá una respuesta completa y a fondo, cuando por fin toda la historia de la guerra, el conflicto y el mal humano se acabarán. Entonces Dios habrá finalizado Su obra asombrosa y extraordinaria en la vida humana y en la historia. Culminará con esa gran escena, en la que "Dios habrá exaltado a lo sumo a Jesús y le habrá dado un nombre que es sobre todo nombre, "para que en el nombre de Jesús, se doble toda rodilla, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre" (Filipenses 2:9-11).

Jesús es el tema. ¿Es Él el Señor de su vida? ¿Es Él quien motiva lo que hace usted? Su señorío es la clave. Por eso es por lo que en todas las epístolas de Pablo encontramos muchas exhortaciones prácticas que están siempre relacionadas con hacer las cosas "como para el Señor": "Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor" (Efesios 5:22). "Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia" (Efesios 5:25a). "Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres (Efesios 6:1a). "Dejad de robar por amor al Señor" (Efesios 4:28), "Amos, sed condescendientes con vuestros siervos por amor al Señor" (Efesios 6:5-9). En todo lugar, Jesucristo es el que gobierna la vida.

¿Es así como está viviendo usted? ¿Gobierna Jesús todo lo que dice y hace usted? Jesús es el tema. Su señorío es lo que libera el reino de Dios en nuestra vida. Toda la grandeza y la gloria de Dios se derrama sobre nosotros cuando Él es Señor en nuestra vida. Pablo escribe a los colosenses y les dice: "Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él" (Colosenses 3:17).

Marcos concluye este relato con un contraste que indica de qué modo se manifiesta el señorío de Jesús. La verdadera expresión de un corazón sometido al señorío de Jesús se demuestra mediante un contraste entre un escriba pomposo, orgulloso y religioso y una viuda humilde, pobre y santa. El versículo 38 dice:

Les decía en su enseñanza decía: "Guardaos de los escribas, que gustan de andar con largas ropas, y aman las salutaciones en las plazas, las primeras sillas en las sinagogas y los primeros asientos en las cenas, que devoran las casas de las viudas y, para disimularlo, hacen largas oraciones. Estos recibirán mayor condenación". (Marcos 12:38-40)

Esa es la falsa expresión de la santidad. Todos sabemos que es posible fingir ser santos. De un modo u otro, todos hemos heredado esta tentación, ¿no es así? Sucumbimos a ella. Nos encantan los puestos de honor; nos encantan las salutaciones en el mercado; nos gusta hacer oraciones largas e impresionantes, para que otros nos escuchen. Si no son estas las pretensiones concretas que usamos, son las equivalencias modernas de esas cosas. Nos encanta impresionar a otros con nuestra conversación santa, con nuestro conocimiento de las Escrituras, con nuestra asistencia a la iglesia, mediante varios y diferentes actos religiosos, y queremos que otros se enteren de estas cosas. Pero, en contraste:

Estando Jesús sentado delante del arca de la ofrenda, miraba cómo el pueblo echaba dinero en el arca; y muchos ricos echaban mucho. Y vino una viuda pobre y echó dos blancas, o sea, un cuadrante. Entonces, llamando a sus discípulos, les dijo: "De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca, porque todos han echado de lo que les sobra, pero ésta, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento". (Marcos 12:41-44)

La representación religiosa entre estos escribas y fariseos había llegado a unas dimensiones tan absurdas, nos dice Josefo, que algunos de los fariseos, antes de hacer su contribución a la gran caja de la colecta que Jesús estaba contemplando, de hecho llamaban a uno que tocase la trompeta ante ellos para llamar la atención de los demás. Entonces se acercaban los fariseos y depositaban orgullosamente una bolsa de oro en la caja del tesoro, queriendo que todo el mundo viese su generoso donativo.

En cierto modo también nosotros hacemos lo mismo. Oí a un querido hombre en una reunión en la que estaban recolectando una ofrenda y suscripciones de dinero, y dijo: "Quiero dar cien dólares, anónimamente". Pero Jesús dijo que la única persona que realmente conmovió Su corazón y que contribuyó enormemente al reino de Dios fue una pequeña viuda, a la que no se menciona por nombre, desconocida, que no tenía ninguna influencia, que no adoptó ninguna postura exterior dando a entender que pudiese valer nada. La viuda llegó y puso dos monedas pequeñas que no tenían más valor que un penique, pero debido a que amaba al Señor su Dios con todo su corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas y con toda su mente, entregó el dinero. Y Jesús dijo: "Ha hecho más por el reino de los cielos que todos los actos externos de todos ellos juntos".

¿Qué nos dice eso a nosotros? Estamos empeñados en el hecho de que Dios quiere alguna clase de actividad por nuestra parte, ¿no es cierto? Estamos convencidos de que la manera de servir a Dios es haciendo cosas espectaculares o vistosas, para conseguir ganar a muchas personas a Cristo, o dar de nuestro tiempo, o trabajar de maneras visibles. Pero, sin embargo, las Escrituras nos dicen repetidamente que las obras no son más que un canal. Dios quiere que hagamos cosas, pero sólo si la actitud del corazón es la correcta. Si usted no puede hacer nada exteriormente, seguramente su actitud seguirá siendo la correcta, su actitud hacia su vecino, sus amigos, sus hijos, su esposo o esposa y su jefe, e incluso los que le irritan. Si su actitud es una actitud de amor, del amor recibido del Dios que le ama a usted, entonces está usted haciendo que el reino de Dios llegue lejos, mucho más de lo que se consigue cuando los grandes santos de nuestros días y nuestro tiempo hacen cosas externas. ¡No es eso sorprendente!

Dios dice: "Puede usted servirme en la tranquilidad de su hogar, teniendo un espíritu tierno y dulce que manifieste en medio de las presiones y los problemas. Ha hecho usted más por avanzar el reino de Dios que aquellos que salen a proclamar la Palabra haciendo uso de los sistemas de difusión pública por todas partes. Así es como Dios ve la vida.

Eso es al mismo tiempo algo que anima y que desanima. Es algo que desanima para aquellos de nosotros que tenemos un ministerio público y que estamos apuntando mentalmente en el fondo de nuestro cerebro lo impresionado que debería estar Dios con lo que estamos haciendo, pero Dios está mirando en nuestro corazón. Esto es algo que debemos recordar y que debiera animarnos en esos momentos privados en los que cambia nuestra actitud. Nadie nos estaba observando, nadie sabía lo que estabamos pensando, pero a pesar de ello, en lugar de perder la paciencia, en lugar de ser mordaces y sarcásticos, fuimos dulces, pacientes y amables. Dios dice que el reino de Dios avanza de ese modo, gracias a esa actividad y esa actitud.

Esas palabras de Jesús realmente llegan a nuestros corazones, ¿no es cierto? Pero ¡qué sabias son!, ¡qué gran verdad al acertar de lleno respecto a lo que de verdad cuenta! He aquí una pobre viuda que amaba de verdad al Señor con todo su corazón, con toda su alma, con toda su mente y con todas sus fuerzas, y Dios lo veía.

Oración

Padre nuestro, clamamos con el Apóstol: "¡Profundidad de las riquezas, de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos!". Al encontrarnos con este misterio, nuestro Padre, sólo podemos responder con un corazón lleno de gratitud, de gozo y de acción de gracias por habernos dado con tal riqueza de Tu amor. Ayúdanos ahora a darnos la vuelta y a transmitirlo a nuestro prójimo, por amor a Tu nombre, Señor Jesús, a amar cuando nuestro ser clama por odiar, por amor a Tu nombre, a que reaccionemos con paciencia y con compasión en lugar de hacerlo con dureza y sarcasmo, por amor a Tu nombre, Señor Jesús, para que nos esforcemos más allá de lo que lo hacemos para suplir las necesidades de otros en lugar de actuar con egoísmo, pensando en nosotros mismos. Señor, Tú nos has llamado a esta forma de vida y Tú eres el que nos puede dar el poder para hacerlo. Te damos gracias porque estás dispuesto a hacerlo cuando nosotros estamos dispuestos a obedecer. Ayúdanos a tener gozo y paz, a ser instrumentos de Tu amor, expresando Tu clase y calidad de vida en este día, esta semana, este mes, este año. En el nombre de Jesucristo te lo pedimos. Amén.