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Nuevo Testamento

2 Pedro: Ante la falsedad

Autor: Ray C. Stedman


Casi da la impresión de que Segunda de Pedro fue escrita para nosotros hoy, en esta hora en la que nos ha tocado vivir. Cada una de las palabras es pertinente, totalmente contemporánea, llena de consejos prácticos para el tiempo en que nos encontramos, que es al mismo tiempo una confirmación de la frescura y vitalidad de la Palabra de Dios, que nunca pasa de moda. También nos sugiere que es posible que el ciclo haya dado ya la vuelta entera y que estamos actualmente viviendo en días muy semejantes a los del primer siglo y que las condiciones con las que nos enfrentamos en nuestro mundo son casi del mismo estilo, si no en cuanto al terreno que abarcan, sí en cuanto a las condiciones ante las que se encontraron aquellos primeros cristianos.

Existe una considerable diferencia entre las dos epístolas de Pedro. La primera rebosa de gozosa esperanza frente al sufrimiento, pero el tema de esta segunda epístola es la de la verdad fiel frente a la falsedad, cómo detectar el error, cómo vivir en medio del engaño, cómo distinguir entre el bien y el mal, cuando el mal resulta sutilmente seductor y engañoso.

Para empezar, permítame ofrecer un breve bosquejo de esta epístola. Se compone de tres capítulos, cada uno de los cuales presenta algo totalmente diferente. En el primer capítulo, el apóstol hace a sus lectores una exhortación acerca de cómo es exactamente la vida cristiana. En el segundo, advierte acerca de cómo se puede reconocer a los falsos maestros, y en el tercer capítulo, nos ofrece una palabra de garantía acerca de la venida de nuestro Señor Jesucristo, y aquellos hechos que sirven de fundamento a nuestra fe, y a continuación llega a una conclusión. Es un resumen muy sencillo, ¿verdad?, de una epístola práctica, como podríamos esperar de un cristiano tan práctico y tenaz como Pedro.

Es muy factible que esta epístola fuese escrita en el mismo lugar que la primera, cuando Pedro se hallaba prisionero en Roma, posiblemente por orden de Nerón. Es evidente, al menos, que se hallaba en terrible peligro, porque en esta epístola dice que siente que se acerca el momento en que ha de dejar su cuerpo, esta morada, su habitación, para ir con el Señor, y dice que el Señor mismo se lo ha declarado, según se nos dice al final del evangelio de Juan. El Señor Jesús había dicho a Pedro que llegaría un tiempo en el que los hombres le atarían las manos y le llevarían a donde él no desearía ir.

Pedro entendió que eso quería decir que tendría que sufrir y morir como lo hizo nuestro Señor, en una cruz; y la tradición nos dice que Pedro fue de hecho crucificado, que se sintió tan humilde ante el hecho de ser considerado digno de morir la misma muerte que el Señor Jesús, que suplicó a sus captores que le crucificasen boca abajo.

Al escribir a aquellos cristianos, en medio de aquellas aflicciones, no les está intentando animar en esta epístola ni diciéndoles que deben regocijarse ante el sufrimiento, sino más bien está intentando ayudarles a ser fieles ante la falsedad. En su primer capítulo, hallamos una maravillosa palabra en el primer versículo; la epístola va dirigida:

... a los que habéis alcanzado... una fe igualmente preciosa que la nuestra. (2 Pedro 1:1b)

¡Piense en eso! Nos hemos sentido tan tentados a pensar en estos poderosos apóstoles como hombres de un carácter intachable y de una fe tan abundante y tan superiores en su conocimiento de la verdad, pero lo cierto es que los apóstoles mismos nunca se consideraron a sí mismos de ese modo, sino como sencillos creyentes, con la misma igualdad de oportunidades en la fe que disfrutaban el resto de los creyentes.

Hace años me encontré con esta expresión, y desde entonces ha sido algo que me ha servido de estímulo: "Hasta el más débil de los creyentes tiene en sus manos lo que poseyeron los más poderosos de los santos". Ese es el tema del primer capítulo de Pedro. Preste atención a estas palabras:

Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder... (2 Pedro 1:3a)

Todas las necesidades, tanto para desenvolverse en la vida como para manifestar la justicia o la santidad, es decir, la semejanza a Dios, en este mundo nos pertenecen. Eso significa que cualquiera que haya venido sinceramente a Jesucristo, sin excepción, tiene todo cuanto se precisa para afrontar todo lo que la vida puede poner en su camino.

¿Lo cree usted? Muchísimas personas no lo creen, buscando siempre algo más, alguna nueva experiencia, una reacción diferente, alguna revelación adicional, algún sentimiento especial sobresaliente, y están convencidos de que sin esas cosas no pueden ser nunca la clase de cristianos que deberían ser, pero ¿se da usted cuenta de que Pedro lo niega enfáticamente? Nos dice que si acudimos a Cristo, le tenemos a Él, y si le tenemos a Él, tendrá usted todo cuanto Dios le dará jamás. Dispone usted de todo el poder y de todas las cosas que tienen relación con la vida y con la santidad mediante el conocimiento de Dios.

Ahora bien, si esto es cierto, no tenemos excusa para fracasar ¿verdad? Eso quiere decir que si lo tenemos todo en Cristo, solo necesitamos saber más acerca de Él y tendremos todo lo que necesitamos para resolver el problema con el que nos estemos enfrentando.

¡Ojalá que encontrase la manera de hacer que eso quedase claro de una manera práctica! Para mí, lo importante de ser cristiano es que en Jesucristo encuentro realmente las respuestas prácticas a cada uno de los problemas con los que me enfrento. Por supuesto que por el hecho de hacerse usted cristiano, eso no significa que sepa automáticamente todo lo que hay en todos los libros del mundo. Pero lo que sí consigue es tener una percepción más profunda y entendimiento al aumentar su conocimiento de Cristo, sabiendo desenvolverse ante cualquier dificultad, aprendiendo a afrontar los sufrimientos, los problemas, y entender la vida y a sí mismo.

Su divino poder ya nos ha concedido todo lo que necesitamos, pero al principio de conocer a Cristo, aunque tenga usted todo cuanto se precisa, todavía no lo habrá descubierto, no habrá encontrado todo en lo que se refiere a la experiencia.

Esto se produce por dos medios. Primero, las promesas:

... por medio de estas cosas nos ha dado preciosas y grandísimas promesas... (2 Pedro 1:4a)

Estas no son solo palabras brillantes, no son solo disparates teológicos cuyo propósito es conmover un poco al corazón, sino que son garantías seguras que nos ha dado Dios, que Él honrará con todo cuanto tiene. Su naturaleza misma, Su mismo carácter, Su magnificencia está en juego en estas palabras, que se refieren a las promesas que son seguras y están garantizadas.

Por lo tanto, lo primero que tenemos que hacer es enterarnos de lo que ha prometido, lo cual significa familiarizarnos con las Escrituras. Por eso es por lo que es imposible que se sienta usted realizado en la vida y que verdaderamente descubra la clase de persona que Dios quiere que sea, a menos que entienda usted la Palabra de Dios.

Puede usted apuntarse en todos los cursillos que quiera, y todo lo que conseguirá será acumular sabiduría humana, con su mezcla de verdad y error, sin capacidad para distinguir lo uno de lo otro. Por eso es por lo que hasta la persona más culta, que no conozca la Biblia, puede cometer las más espantosas y atroces equivocaciones, algo que sucede continuamente, pero si empezamos a entender todas estas grandes y maravillosas promesas, entenderemos de qué trata la vida. Para eso sirven, para revelar las cosas tal y como son.

Veamos ahora el efecto que produce el depositar nuestra confianza en estas promesas:

... habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo... (2 Pedro 1:4b)

Eso suena atractivo, ¿no es cierto? ¡Hay tanta corrupción a nuestro alrededor! La corrupción implica todo cuanto deshonra, contamina y destruye. ¿Cómo podrá usted huir de todo ello a menos que posea usted la verdad acerca de Dios? No hay escapatoria posible. Sin la verdad de Dios todos nos veríamos atrapados inexorablemente en una red de mentiras y de engaños.

La corrupción se encuentra en el mundo debido a la pasión, y hay tres pasiones en el fondo de todos los males humanos: la lujuria, que significa la pasión sexual, en el mal sentido, que destruye el cuerpo; la avaricia, que es el materialismo; y además la ambición, el orgullo del espíritu que busca popularidad, fama y la alabanza de los hombres. Esas cosas están destruyendo las vidas de hombres y mujeres por todo el mundo, y esas son las tres cosas que la verdad de Dios nos transmite al entenderla y obedecerla.

La segunda vía para descubrir todas estas cosas que están a nuestro alcance se encuentra al principio del versículo 5:

Por esto mismo, poned toda diligencia en añadir a vuestra fe [literalmente, para redondear vuestra fe] virtud [lo cual significa básicamente el valor para enfrentarse con la vida]; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. (2 Pedro 1:5-7)

Ahora tiene usted todo esto en Cristo, pero necesita esforzarse en descubrirlo y aplicárselo a su vida. Eso es lo que todos nosotros estamos haciendo ahora, intentando aplicar estas cosas en términos prácticos con las personas con las que vivimos y trabajamos, además de con las personas que nos irritan y que siempre nos caen mal, nuestros cuñados y suegros, y los menos allegados, sean quienes sean, con los que hemos de aplicar todas estas cosas. ¿Y cuál es el resultado?

Si tenéis estas cosas y abundan en vosotros, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto... (2 Pedro 1:8a)

... como cristianos. ¿Quiere usted la receta para alcanzar el éxito como cristiano? Ahí la tiene usted: la fe y la obediencia. El conocimiento de las promesas de Dios y la aplicación de las mismas a situaciones concretas, serán lo que evitará que seamos sin fruto e inefectivos.

Además, "el que no tiene estas cosas es muy corto de vista"; aunque sea cristiano, está viviendo como el resto del mundo y aparentemente se ha olvidado de que ha experimentado "la purificación de sus antiguos pecados" (2 Pedro 1:9). Ni siquiera su regeneración parece haberle hecho demasiado efecto.

... tanto más procurad [dice el apóstol] hacer firme vuestra vocación y elección [asegúrese de ello], porque haciendo estas cosas, jamás caeréis. De esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. (2 Pedro 1:10b-11)

Eso quiere decir que cuando llegue la hora de que parta usted para el hogar, las trompetas sonarán en la gloria al entrar usted en el reino, porque habrá encontrado el secreto de la vida vivida con éxito.

Pedro nos enseña, a continuación, las dos garantías que apoyan esta declaración. En primer lugar, el relato del apóstol que ha sido testigo directo de lo sucedido. Nos dice:

No os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas... (2 Pedro 1:16a)

Y a continuación relata un caso, diciendo: "Porque yo estaba con él en el monte santo cuando fue transformado delante de mí, y le vi, siendo testigo de ese acontecimiento, y os estoy dando a conocer lo que vi, la venida del reino de nuestro Señor Jesucristo. Nosotros presenciamos su majestad".

En eso precisamente descansa la fe cristiana, en los relatos de testimonio de los hombres y las mujeres que estuvieron presentes y que sencillamente informaron acerca de lo que vieron y oyeron, así como lo que hizo Jesús.

Pedro continúa diciendo que esto lo confirma otra voz, la voz de los profetas del Antiguo Testamento. Estos hombres no escribieron por su propia inspiración; no escribieron sus interpretaciones particulares, sino que escribieron lo que les fue dado por el Espíritu de Dios, y predijeron con exactitud los sucesos que habrían de acontecer muchos siglos después. Si esa no es una confirmación de la verdad de todo ello, ¿qué podría ser? Hay dos cosas que sustentan nuestra fe: el testimonio de los que lo presenciaron y las palabras proféticas.

En el segundo capítulo, Pedro nos advierte en contra de ciertos falsos maestros. Una vez más, esto suena como si hubiera sido escrito para nuestra época:

Hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros que introducirán encubiertamente herejías destructoras... (2 Pedro 2:1a)

¡Qué cosa tan extraña que hayamos llegado actualmente a la etapa en la que una importante denominación tiemble y esté a punto de declarar que no existe lo que se llaman herejías, porque de hecho todo es verdad, o al menos nadie está seguro de nada y, por lo tanto, ¿cómo se puede acusar a nadie de herejía?

Pero Pedro dice que en la iglesia aparecerán algunos que "introducirán encubiertamente herejías destructivas, y hasta negarán al Señor que los rescató", lo cual nos dice que estos hombres no son sencillamente ateos antagonistas del cristianismo, que siempre hemos tenido, sino que estos hombres que afirman ser cristianos, que profesan amar al Señor Jesús, que profesan ser seguidores de Cristo, enseñan todo cuanto niega lo que representan. ¡Qué ecos de algunas de las voces que se escuchan en nuestros días!

Y muchos seguirán su libertinaje, y por causa de ellos, el camino de la verdad será blasfemado. (2 Pedro 2:2)

La gente mirará con desprecio a aquellos que creen en la Biblia como personas retrógradas, ignorantes, que no entienden los grandes temas de la actualidad, que viven en la edad del oscurantismo.

Llevados por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas. Sobre los tales ya hace tiempo la condenación les amenaza y la perdición los espera. (2 Pedro 2:3)

A continuación habla acerca de la seguridad del juicio de estos hombres y cuenta tres casos del pasado que demuestran que Dios sabe cómo manejar una situación así. No os alarméis cuando aparezcan falsos maestros, burlándose de vuestras creencias. Dios sabe lo que está haciendo y se ocupará de ellos. No perdonó a los ángeles cuando pecaron, sino que los juzgó. Él no perdonó a Sodoma y Gomorra cuando pecaron, sino que las juzgó, y no perdonó al mundo antiguo, sino que lo juzgó por medio del diluvio; pero a pesar de ello, a través de todo esto conservó a un remanente con integridad y, por lo tanto, la conclusión a la que se llega es:

El Señor sabe rescatar de tentación a los piadosos, y reservar a los injustos para ser castigados en el día del juicio. (2 Pedro 2:9)

Después de todo esto, aparece una descripción gráfica de las características de estos falsos maestros. Para empezar, serán presuntuosos, es decir, serán elocuentes, usando palabras impresionantes acerca de cosas relacionadas con la vida, la muerte, la salvación y otros temas de gran importancia, pero serán realmente ignorantes, no sabiendo de qué están hablando. Pedro nos dice que "como animales irracionales nacidos para presa y destrucción, perecerán en su propia perdición" (2 Pedro 2:12). Por lo tanto, la segunda característica es la ignorancia y la tercera es su desvergüenza; animando a cometer lo licencioso y a la conducta sexual pervertida. Animarán abiertamente a las personas a ser indulgentes y a practicar libremente la lujuria, sin la menor vergüenza.

La cuarta señal es que serán avariciosos:

... tienen el corazón habituado a la codicia... (2 Pedro 2:14b)

Enseñarán, por amor al dinero, prácticamente cualquier cosa que crean que las personas quieren oír y, finalmente, serán pretenciosos:

Hablando palabras infladas y vanas, seducen con pasiones de la carne y vicios a los que verdaderamente habían huido de los que viven en error. (2 Pedro 2:18)

Y a continuación tenemos esta palabra, que es de lo más reveladora en nuestro tiempo: prometen libertad, pero ellos mismos son esclavos de la corrupción. ¿No suena eso como algunos de los actuales defensores del uso de la droga, como las drogas alucinógenas conocidas como "ensanchadoras de la mente"? Dicen que al consumirlas se experimentará un ensanchamiento de la mente y se sentirá una sensación de libertad como jamás se ha experimentado. Y cuando las personas las prueban, se produce de verdad una sensación de libertad, pero va acompañada de una esclavitud que destruye. De modo que el apóstol concluye con algunas de las palabras más serias de las Escrituras:

Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su último estado viene a ser peor que el primero. Mejor les hubriera sido no haber conocido el camino de la justicia que, después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado. (2 Pedro 2:20-21)

Piense en ello. Los hombres que trabajan con las Escrituras, que tienen en sus manos la Palabra de Dios, que la estudian y que intentan explicarla, y que ocupan puestos de maestros de la verdad, ellos mismos niegan todo lo que han enseñado y aprendido, convirtiéndose en víctimas de sus propios engaños.

Por lo tanto, las últimas palabras son de garantía. No os desaniméis, dice, por este ambiente de error prevaleciente. Recordad que el que viene arreglará todas las cosas. Habla acerca de la seguridad de la venida del Señor. Afirma que habrá quienes se burlen y basen sus argumentos en contra de la segunda venida de Cristo sobre el hecho de que todas las cosas han continuado como lo han estado desde el principio de la creación.

Este es un universo estable, dirán, y nunca sucede nada fuera de lo normal; no puede haber intrusión alguna en este universo por parte de un poder divino que opere de una manera diferente a la que observamos a nuestro alrededor. Pero están equivocados, dice Pedro. Lo han estado en el pasado y lo seguirán estando en el futuro.

Este no es un universo estable. Este universo se ha visto terriblemente trastornado en el pasado y volverá a estarlo. El diluvio es el dato fehaciente del pasado y apunta a un día en el futuro en el que el mundo volverá a quedar destruido, no por el agua, sino por el fuego. Y en un pasaje extraordinariamente descriptivo que encontramos aquí, muchos de nuestros científicos nucleares que son cristianos han visto una descripción de una explosión nuclear:

Pero los cielos y la tierra que existen ahora están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos. (2 Pedro 3:7)

A continuación pasamos al versículo 10:

Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche. Entonces los cielos pasarán con grande estruendo, los elementos ardiendo serán deshechos y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas. (2 Pedro 3:10)

Muy instructivo, ¿no es cierto? Pero es preciso recordar dos cosas acerca de esto, nos dice: recordemos que el pasado ha demostrado lo que será el futuro, y la constancia que ha quedado del diluvio es la garantía de que Dios se va a mover en el futuro, como dijo que lo haría. Y el mundo que existe actualmente se mantiene unido por la misma palabra que el mundo que existía antes del diluvio.

Lo único que hace que el mundo siga funcionando es la palabra de Dios, la autoridad de Dios. Por lo tanto, todo lo que necesita hacer Dios es alterar las cosas en nuestro universo físico, y todo comenzará a derrumbarse. Y Pedro nos dice que si nos sentimos impacientes y comenzamos a preguntarnos acerca del tiempo, recordemos lo siguiente: Dios no considera el tiempo de la misma manera que lo hacemos nosotros. Para el Señor un día es como mil años y mil años como un día y, por lo tanto, lo que a nosotros nos causa la impresión de que se hace interminable, para Él no es más que unos pocos momentos.

En segundo lugar, recuerde que Dios tiene un propósito al demorarse, por lo que deberíamos sentirnos muy agradecidos, porque una vez que Dios comience a juzgar, todo quedará incluido. Él demora Su mano de juicio a fin de darnos a todos la oportunidad de pensar en qué consiste la vida, que es lo que quiere decir la palabra "arrepentimiento"; quiere decir pensar de nuevo, examinar los hechos detenidamente y actuar sobre esa base. Dios detiene Su mano para que los hombres tengan oportunidad de pensar sobre las cosas y cambiar Su manera de comportarse. ¿No es maravilloso? ¿No le alegra a usted que Él le haya estado esperando?

Hace algún tiempo me contó un hombre que estaba paseando con un amigo; pasaron junto a una iglesia, y sobre el tablón de anuncios frente a ella, se fijaron que el título del mensaje para el próximo domingo era "Si yo fuese Dios", y eso hizo que aquellos hombres se pusiesen a pensar. Uno de ellos se volvió hacia el otro y le dijo: "¿Sabes lo que haría yo si fuese Dios? ¡Sencillamente me inclinaría sobre las almenas del cielo, respiraría profundamente y soplaría, acabando con toda la existencia!". Bueno, por lo menos sabemos cómo pensaba aquel hombre, ¿verdad?

¿Por qué aguanta Dios los insultos de los hombres? ¿Por qué soporta la violencia, la crueldad, la injusticia, las tinieblas, los engaños, las impurezas y las desvergüenzas que suceden en nuestro mundo? ¿Por qué? Porque es un Dios de amor y no desea que nadie se pierda. Espera y demora, a fin de que los hombres puedan tener la oportunidad de pensarse las cosas y ver a dónde les lleva todo ello.

La conclusión a la que llega el apóstol suscita una pregunta escrutadora:

Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis ser vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir! (2 Pedro 3:11)

Teniendo en cuenta que así es cómo terminará el mundo, ¿qué clase de personas debemos ser nosotros en términos de santidad y de semejanza a Dios, esperando y (esto es casi increíble, ¿no es cierto?) acelerando la venida del día de Dios?

¿De qué manera apresuramos la venida del Señor Jesucristo? ¿Cómo conseguimos que por fin se haga realidad lo que los hombres han estado esperando y soñando con ello durante siglos, un mundo en paz, un mundo de abundancia, de bendición, de calma y de gozo, con oportunidades ilimitadas para todos? ¿Cómo conseguimos un mundo así?

Durante el año de elecciones, cada uno de los políticos lo promete, ¿no es cierto? Y no sabemos a cuál creer, porque, sinceramente hablando, en el fondo sospechamos que todos ellos son unos hipócritas, que ninguno de ellos es capaz de cumplir sus promesas, porque no están llegando al fondo del problema; pero esta palabra dice que nosotros, el pueblo de Dios, tenemos la habilidad para acelerar la venida de ese día.

Entonces, ¿cómo se consigue? Hay tres cosas principales que sugieren las Escrituras: primero, la oración. ¿Recuerda usted lo que nos enseñó a orar el Señor Jesús?: Venga tu Reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra" (Mateo 6:11, Lucas 11:2b). Esa es una oración que acelera el día de Dios. En segundo lugar, el testimonio. "Y será predicado este evangelio del Reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin" (Mateo 24:14), dice el Señor Jesús.

De modo que, al compartir nuestra fe, no de una manera mecánica, intentando meterles en la cabeza la verdad a las personas como con un martillo, sino mediante un amor genuino y compasivo, atendiendo a las necesidades de otros, hablando acerca de una esperanza que nos anima y que hace que creamos de todo corazón, estamos acelerando la venida del día de Dios.

Y en tercer lugar, por medio de la obediencia. Existe un dicho entre los judíos que dice que si toda Israel obedeciese totalmente la ley durante un solo día, vendría el Mesías. Lo que Dios está buscando es a hombres y a mujeres que sean obedientes, que le pertenezcan. La única libertad que tienen los hombres es la libertad para servir o bien a Dios o al demonio, al uno o al otro. Es la única opción que se nos ha ofrecido. Y la libertad que conseguimos por obedecer al demonio solo es temporal, es una libertad aparente, que no tarda en desvanecerse, y se convierte en una espantosa desesperación que lleva al vacío.

Sin embargo, la libertad que ofrece el Señor Jesús es una libertad que va en aumento, que enriquece, que se ensancha y que nos lleva a la plenitud de vida. No acaba nunca hasta que todas las cosas se encuentran en nuestro poder, todas las cosas presentes y las venideras; el mundo y todo lo demás pertenece a los que conocen a Jesucristo.

Por eso, amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprochables, en paz. (2 Pedro 3:14)

Y a continuación, en una postdata final, nos dice que Pablo también está de acuerdo. Las cosas que nuestro amado hermano Pablo os ha escrito, dice, los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, pero no les prestéis atención.

Y termina con dos versículos, que estoy convencido de que deberían de escribirse con grandes caracteres en el presente tiempo anárquico:

Así que vosotros, amados, sabiéndolo de antemano, guardaos, no sea que, arrastrados por el error de los inicuos, caigáis de vuestra firmeza. Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén. (2 Pedro 3:17-18)

Pedro nos dice que la estabilidad se basa en el conocimiento, en el conocimiento de toda la verdad inmutable, tal y como se encuentra en Jesucristo. Por lo tanto, teniendo en cuenta que contamos con los hechos, no debemos permitirnos a nosotros mismos ser arrastrados ni engañados por aquellos que intentan minarnos. En momentos de verdadero ataque a la verdad, ahora como en los tiempos de Pedro, debemos ejercitar nuestra libertad en Cristo y decidir permanecer fieles y obedientes a Él.