Man Pondering in Search for Meaning
Cosas que no funcionan

Un plan maravilloso para tu vida

Autor: Ray C. Stedman


Me asombra la variedad de cosas que se nos ofrecen cada día para ayudarnos a encontrar el secreto del éxito en la vida. Docenas de artículos de revistas nos dicen como lidiar con variados problemas; anuncios de televisión ―parece que docenas por cada programa― nos bombardean diciéndonos cómo tener éxito, o al menos cómo hacer que lo parezca, incluso cuando no es así. Los clubs de vida saludable nos ofrecen saunas y jacuzzis para relajarnos, de modo que podamos afrontar la vida con buen ánimo; mientras que varias clases de medicamentos están a nuestra disposición para activarnos, desactivarnos, o lo que haga falta.

Todo esto es la prueba de lo universal que es la búsqueda del secreto para gozar de la vida. Todos los días se gastan billones de dólares con este propósito. Esa es la verdadera meta de la que nos habla el libro de Eclesiastés. El más grande experimento jamás realizado en la historia de la humanidad para examinar las diversas aproximaciones al éxito, el gozo o la satisfacción en la vida está narrado en este libro de 3.000 años de antigüedad.

Hemos llegado ahora al tercer capítulo, el cual describe la combinación de cosas opuestas en nuestra experiencia. Leemos, por ejemplo, “tiempo de llorar y tiempo de reír” (verso 4a). A través de este capítulo se propone la idea de que hay un tiempo apropiado para todas las experiencias de la vida. ¿Ha reído usted alguna vez en un momento inoportuno? Yo, sí. Estaba una vez en un funeral, y el oficiante pidió a todos los presentes que se levantaran de sus asientos. Uno de mis amigos me susurró: “¿Y de dónde nos íbamos a levantar si no?”. Yo me eché a reír, y, obviamente, era un mal momento para hacerlo. Ron Ritchie se ganó una especie de fama perenne en el seminario teológico de Dallas cuando, el día de la graduación, una ocasión de lo más solemne en la vida académica, bajó por el pasillo con una taza en la mano. Se le recuerda en los anales del seminario de Dallas como el hombre que no conocía la acción apropiada para cierta ocasión.

Hay un tiempo apropiado para todo, para las experiencias agradables y para las desagradables también. Ese es el argumento del capítulo 3. Este no es sólo una descripción de lo que le pasa a usted en la vida; es una descripción de lo que le envía Dios. Muchos de nosotros estamos familiarizados con "Las cuatro leyes espirituales" de Bill Bright, la primera de las cuales es: “Dios te ama y tiene un plan maravilloso para tu vida”. Cuando se habla a alguien de su relación con Dios, ese es un lugar apropiado para comenzar. Pues ese es el plan que se expone aquí. Todo el tiempo, el Buscador, el autor de este libro, está diciendo que Dios desea traer gozo a la experiencia humana. Mucha gente piensa que el Eclesiastés es un libro melancólico y pesimista, porque ―al nivel de las limitaciones del escritor, que están “bajo el sol”, o sea, en las cosas visibles de la vida― sus descubrimientos son tristes y pesimistas. Pero ese no es el mensaje del libro. Dios pretende que tengamos alegría, y Su programa para traérnosla incluye todas estas cosas opuestas. Si se fija con cuidado, verá que estos ocho versos de apertura constan de tres partes principales, que se corresponden, para nuestro asombro, con las partes de nuestra humanidad. Los cuatro primeros pares tratan del cuerpo:

Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora:

Tiempo de nacer y tiempo de morir,
tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado,
tiempo de matar y tiempo de curar,
tiempo de destruir y tiempo de edificar... (Eclesiastés 3:1-3)

Fíjese cuán exactamente se corresponden con la vida física. Ninguno de nosotros pidió nacer; fue algo que nos dieron sin contar con nosotros. Ninguno de nosotros pide morir; es algo que Dios nos da. Así que esta es la manera en que deberíamos ver esta lista de opuestos: como una lista de lo que Dios piensa que deberíamos tener. Empieza emparejando el nacimiento con la muerte como límites de la vida “bajo el sol”.

El par siguiente trata de la provisión de alimento: “tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado”. Todo debe venir en el tiempo apropiado. Si usted lo tiene fuera de esa cronología, tendrá problemas. Intente plantar algo en mitad del invierno cuando hay nieve sobre la tierra, y no crecerá. La mitad de los problemas de la vida vienen de que estamos constantemente intentando programar este calendario nosotros mismos. Pero Dios ya ha planificado el programa. Hay un tiempo apropiado para todo.

Hay un “tiempo de matar y tiempo de curar”. Eso nos puede sonar extraño, pero el proceso de morir transcurre junto con el proceso de vivir. Los médicos dicen que cada siete años todas las células de nuestro cuerpo mueren. Pero nuestros cuerpos no mueren. Lo que usted es ahora no es lo que usted era hace siete años; no obstante, usted es el mismo. El cuerpo físico del hombre es uno de los milagros de la historia humana. Como dice el salmista: “Estamos hechos de una manera formidable y maravillosa”. ¿Cómo entender el hecho de que cada célula parece transmitir a la célula que la sustituye la memoria del pasado, de modo que, incluso cuando nuestras células cerebrales cambian, la memoria va más allá de la vida de la célula misma? Hay un “tiempo de matar y tiempo de curar”. Dios hace que ocurra.

Hay un “tiempo de destruir y tiempo de edificar”. La juventud es el tiempo de construir. Los músculos crecen, las habilidades se incrementan, la coordinación mejora. Entonces si usted persiste el tiempo suficiente como hice yo y alcanza el peldaño 65, llega un momento en que todo empieza a desmoronarse: un "tiempo de destruir". Las letras se vuelven más y más pequeñas, los escalones más y más altos, los trenes van más y más rápido, la gente habla en tonos cada vez más bajos: un "tiempo de destruir”. Pero eso es apropiado. No deberíamos luchar contra ello; no es malo, está bien. Dios lo ha dispuesto así, y no importa lo que podamos pensar al respecto, va a continuar así. Esto es lo que se nos está diciendo.

Entonces el Buscador pasa al ámbito del alma, con sus funciones de pensar, sentir y elegir, las áreas sociales y todas las interrelaciones de la vida que fluyen de ahí. Verso 4:

... tiempo de llorar y tiempo de reír,
tiempo de hacer duelo y tiempo de bailar... (Eclesiastés 3:4)

Todas estas cosas van siguiéndose de cerca y todas son apropiadas. Nadie va a escapar de las heridas y las tristezas de la vida; eso es lo que está diciendo aquí. Dios lo escogió para nosotros. La prueba de ello es que al mismo Hijo de Dios, cuando vino, no se le dio una vida hermosa, toda agradable y placentera, libre de luchas y dolor. No, Él fue un “varón de dolores, experimentado en sufrimiento” (Isaías 53:3b). En un mundo caído, lo propio es que haya tiempos de dolor, pena y llanto.

Pero también habrá tiempos en que sea apropiado reír, sentirse feliz y despreocupado. Hay un tiempo de aflicción y lágrimas, un "tiempo de hacer duelo”, pero hay tiempos de celebración y de disfrutar ocasiones festivas. Jesús asistió a la boda de Caná de Galilea. Entró en ella e incluso proveyó parte del festejo.

Luego, hay un “tiempo de esparcir piedras y tiempo de juntarlas” (Eclesiastés 3:5a). Hay un tiempo de derribar las cosas y un tiempo de volver a construirlas. Esto tiene que ver particularmente con las estructuras sociales, nuestras relaciones con los demás. Hay tiempos en que tenemos que abrazar a otros para mostrarles nuestro apoyo. Pero hay un tiempo en que deberíamos rehusar abrazarlos, cuando nuestro apoyo sería malinterpretado y sería equivalente a una complicidad con algo malo. Esos tiempos vienen de la mano de Dios.

Los últimos seis pares de opuestos se relacionan con el espíritu, con las decisiones internas, con los compromisos profundos.

Hay “tiempo de buscar [trabajo, matrimonio, nuevos amigos] y tiempo de perder” (Eclesiastés 3:6a). Llega un tiempo en la vida en que debemos limitar ciertas amistades, o cambiar de trabajo, por ejemplo, y perder lo que tuvimos en el pasado. Es adecuado y apropiado que estos tiempos lleguen.

Hay un “tiempo de guardar y tiempo de tirar” (Eclesiastés 3:6b). Hay valores y principios que nunca deben abandonarse, mientras que hay otros tiempos en que necesitamos tirar cosas: limpiar el desván, el garaje, tirar ropa vieja, etc. A veces esto es cierto en cuanto a hábitos y actitudes. Hay que desechar los resentimientos. Se necesita que las heridas y los rencores persistentes se perdonen y olviden.

Hay un “tiempo de callar y tiempo de hablar” (Eclesiastés 3:7b). Algunas veces, cuando sabemos algo, un chismorreo por ejemplo, no deberíamos decirlo; no deberíamos hablar. Otras veces deberíamos hablar, cuando algo que guardamos en secreto puede liberar a alguien o traer la verdad a una situación; un tiempo de hablar alto.

Hay un “tiempo de amar y tiempo de aborrecer” (Eclesiastés 3:8a). ¿Cuando es tiempo de aborrecer? Piense en el joven Abraham Lincoln la primera vez que vio vender a seres humanos en los salones de subastas de Nueva Orleans. Sintió el odio brotar en su corazón. Decidió que si alguna vez tenía la oportunidad de eliminar la esclavitud, lo haría. El aborrecimiento de Lincoln hacia la esclavitud era perfectamente apropiado. Hay un “tiempo de amar”, cuando está bien que extendamos nuestro amor a alguien que está sufriendo, alguien que se siente abatido o rechazado, solo o débil.

Hay un “tiempo de guerra y tiempo de paz” (Eclesiastés 3:8b). Deberíamos recordar esto al considerar algunos de los problemas que tenemos delante actualmente. Cuando la tiranía pisotea los derechos de los hombres, llega un tiempo en que una nación hace la guerra con razón. Pero, hay otras veces en que la guerra es una cosa absolutamente equivocada, cuando no se debe permitir que ninguna provocación estalle, porque la guerra puede explotar con violencia más allá de lo que exige una situación particular. Hasta dónde se puede llegar es un asunto perfectamente discutible y está siendo ampliamente debatido en nuestros días.

Yo le hago notar que todo esto es el maravilloso plan de Dios para su vida. El problema, por supuesto, es que no es nuestro plan para nuestra vida. Si se nos diera ese derecho, no tendríamos cosas desagradables en toda nuestra vida. Pero eso nos echaría a perder. Dios sabe que la gente que está protegida de todo casi invariablemente acaba siendo insoportable para la convivencia; son egoístas, crueles, malvados, superficiales y sin principios. Dios manda estas cosas con el fin de que seamos enseñados. Hay un tiempo para todo, dice el Buscador.

Pero, aun más que eso, si Dios tiene un tiempo para todo, también tiene un propósito en todo, como declara el siguiente pasaje. Verso 9:

¿Qué provecho obtiene el que trabaja de aquello en que se afana? (Eclesiastés 3:9)

¿Qué queda para dar una sensación de satisfacción después de extraer el placer momentáneo de una experiencia placentera? Esa es la pregunta con la que el Buscador lo examina todo. Ya ha hecho esta pregunta tres veces en este libro. La respuesta es la que sigue:

He visto el trabajo que Dios ha dado a los hijos de los hombres para que se ocupen en él. (Eclesiastés 3:10)

La vida misma va a esconder el secreto. El propósito de estas cosas se descubre a través de un cuidadoso y meditado examen, tal como el que ha estado haciendo todo el tiempo.

Ahora nos da la respuesta. Descubrió tres cosas. Primera:

Todo lo hizo hermoso en su tiempo. (Eclesiastés 3:11a)

Ya hemos mirado a eso. Todo es apropiado y útil para nosotros, tanto lo que parece ser negativo como lo que es positivo. Cuando llega el tiempo de estas cosas, no son maldiciones ni obstáculos; son bendiciones de Dios, deliberadamente provistas por Él.

Incluso nuestros enemigos son una bendición. Recibí una carta de un hombre de negocios de Dallas, amigo mío, un hombre muy reflexivo, en la cual me daba su opinión sobre esto. Decía que había aprendido en la vida que hay cinco tipos de personas: héroes, modelos, mentores, colegas y amigos. Y continúa:

He añadido otra categoría: los enemigos. Ellos tienen un lugar muy importante en nuestras vidas. Empezaré primero por lo difícil. Sugeriría que ellos pueden darnos sentido, tanto como los pobres a la madre Teresa. Los enemigos son la orilla opuesta de nuestra existencia. Nuestra posición está en parte definida por la de ellos, así como la luz es lo opuesto a las tinieblas. Ellos miden la profundidad de nuestra madurez cristiana, exponiendo nuestro egocentrismo, autocomplacencia y arrogancia. Ellos atacan y exponen nuestras motivaciones, pues raramente hacemos enemigos por un simple error o acción, o ni siquiera por una opinión. Los enemigos son personales, no posicionales. Por tanto, porque son un asunto personal, se nos manda que los amemos. Este mandamiento es como un termómetro espiritual clavado en las profundidades de nuestras pequeñas y febriles almas. Es muy interesante que el historiador y sociólogo judío Hart ponga este mandamiento como la diferencia más grande entre el cristianismo y todas las demás religiones del mundo.

“Amad a vuestros enemigos”, dijo Jesús (Mateo 5:44, Lucas 6:27), porque son valiosos para ustedes. Ellos le están ayudando. Hacen algo por usted que usted necesita desesperadamente. Nuestro problema es que tenemos un concepto muy superficial de las cosas. Queremos que todo sea agradable y vaya como la seda. Más que eso, queremos estar al mando, queremos limitar el plazo del daño y el dolor. Pero Dios no nos permitirá tomar Su lugar ni ponernos al mando.

La vida tiene un ritmo que incluso los escritores seculares reconocen. El libro Passages trata de las variadas experiencias por las que pasamos mientras crecemos al vivir.

La segunda cosa que el Buscador aprendió en su investigación es:

[Dios] ha puesto eternidad en el corazón del hombre... (Eclesiastés 3:11b)

Hay una cualidad de la vida, de la humanidad, que nunca podrá ser explicada por el razonamiento evolutivo. Somos diferentes a los animales. Ningún animal está inquieto e insatisfecho cuando sus necesidades físicas han sido cubiertas. Observe a un perro bien alimentado durmiendo ante la chimenea en un día frío. Está con su familia, disfrutando; está totalmente relajado; no se preocupa por nada. Ponga a un hombre en esa posición, y bien pronto tendrá un sentimiento de inquietud. Hay algo más allá, algo más por lo que está clamando.

Esta búsqueda sin fin de una respuesta más allá de lo que podemos sentir o experimentar con nuestras necesidades físicas y emocionales, es lo que aquí se llama “eternidad en el corazón del hombre”. San Agustín decía: “Tú nos has hecho para Ti mismo, y nuestros corazones no descansan hasta que aprenden a descansar en Ti”. El hombre es el único animal que adora. Lo que lo hace diferente no se puede explicar por el proceso evolutivo. Es diferente porque añora el rostro de Dios. C.S. Lewis decía: “Nuestro Padre Celestial nos ha provisto con muchas posadas agradables a lo largo del camino, pero tiene mucho cuidado de que no las confundamos con hogares”. Hay una añoranza del hogar, una llamada profunda en el espíritu humano hacia algo más de lo que la vida puede dar.

La tercera cosa que el Buscador aprendió es que el misterio aún permanece:

... sin que este alcance a comprender la obra hecha por Dios desde el principio hasta el fin. (Eclesiastés 3:11c)

Crecemos en nuestro conocimiento, pero nos damos cuenta de que cuanto más sabemos, más sabemos que no sabemos. El aumento de conocimiento sólo aumenta la profundidad del asombro y el deleite. En la soberana sabiduría de Dios, no podemos resolver todos los misterios. Como expresó el apóstol Pablo: “Ahora vemos por espejo, oscuramente” (1 Corintios 13:12); esperamos con impaciencia el día en que veremos cara a cara.

No podemos saber todas las respuestas a todos los enigmas y misterios de la vida. Por eso la exhortación de las Escrituras es siempre que debemos confiar en la revelación de la sabiduría del Padre en las áreas que no podemos entender. Jesús decía una y otra vez que la vida de fe es como la de un niño. Un niño pequeño en brazos de su padre no es consciente de muchas cosas que su padre ha aprendido. Pero, descansando en los brazos de su padre, está bastante conforme con dejar que esos enigmas se desvelen al ir creciendo, confiando en la sabiduría de su padre. Eso es la vida de fe, y eso es lo que hemos de hacer en nuestra experiencia.

En los versos 12 al 15, nos enteramos del propósito de Dios en este plan extraordinario. Encontramos tres cosas aquí. Primera:

Sé que no hay para el hombre cosa mejor que alegrarse y hacer bien en su vida. (Eclesiastés 3:12)

Sí, todo el mundo está de acuerdo con eso. Eso es lo que los anuncios nos dicen: “Viva la vida con gusto. Sólo se vive una vez. Aproveche el momento”. Muy bien. El Buscador también dice eso.

En segundo lugar, dice:

... y también que es don de Dios que todo hombre coma y beba, y goce de los beneficios de toda su labor. (Eclesiastés 3:13)

Subraye la palabra “goce”. Eso es lo que el Buscador descubre que el hombre no puede producir. Las cosas en sí mismas dan un placer momentáneo, no duradero. El verdadero gozo es un don de Dios; es lo que Dios quiere. Eso es lo que el Buscador ha estado argumentando todo el rato.

¡Qué descripción tan diferente es esta de la vida bajo el soberano señorío de un Dios vivo, comparada con lo que la gente piensa sobre cómo es Dios! El otro día vi un libro sobre sexo titulado Diseñado para el placer. Eso es verdad. Pero no es solamente el sexo lo que está diseñado para el placer; todas las cosas están diseñadas para el placer humano. Sin embargo, si piensa que el tema en cuestión va a producir placer duradero, lo perderá. El secreto es que es el conocimiento de Dios en esa relación lo que produce el disfrute. No estamos en el puño del "gran aguafiestas cósmico", como mucha gente parece que considera a Dios. Dios se complace en el gozo humano.

Lo tercero que dice el Buscador es que todo se explica al darse uno cuenta de que Dios está al mando y no desviará Su plan por nadie. Verso 14:

Sé que todo lo que Dios hace es perpetuo: Nada hay que añadir ni nada que quitar. Dios lo hace para que los hombres teman delante de él. (Eclesiastés 3:14)

Dios, con Su soberanía, independientemente traza el plan de vida, de modo que no podemos interferir con Él. Lo ha hecho así, para que los hombres teman ante Él. Por toda la Biblia leemos que el temor del Señor es el principio de la sabiduría (Salmo 111:10, Proverbios 9:10). Hasta que el hombre reconozca y confíe en la superior sabiduría de Dios y la acepte como acertada y vital, no ha empezado a temer a Dios. Este temor no es un abyecto terror de Dios; es honor y respeto hacia Él. Si usted intenta vivir su vida sin el reconocimiento a Dios, al final se encontrará como el Buscador se encontró, vacío, insatisfecho e inquieto, sintiendo que la vida es mísera y sin sentido. El secreto de la vida es la presencia de Dios mismo.

La mayor parte de la lucha de la vida viene de que nosotros queremos hacer el papel de Dios, queriendo estar a cargo de lo que nos pasa. Eso es cierto incluso entre los cristianos. Cuando Dios rehúsa seguirnos la corriente, nos enfurruñamos y hacemos pucheros y nos enojamos con Él. Arrojamos lejos nuestra fe y decimos: “¿De qué sirve? Lo intenté, pero no funcionó”. ¡Qué afirmación tan tonta! Dios no va a abandonar Sus prerrogativas. “Nada hay que añadir ni nada que quitar. Dios lo hace para que los hombres teman delante de él”.

Esto se nos enseña por medio de muchas repeticiones. Verso 15:

Lo que antes fue, ya es, y lo que ha de ser, fue ya; y Dios restaura lo pasado. (Eclesiastés 3:15)

Una mejor traducción de la última frase es: “Dios vuelve a traer lo que ya se alejó”.

El Buscador se está refiriendo aquí a la repetición de las lecciones de la vida. Parece que no las aprendemos muy bien. Yo he aprendido algunas lecciones de la vida y he dicho: “Señor, veo lo que pretendes. Ahora lo he pillado. No tienes que volver a traerlo”. Más adelante, sin embargo, vuelvo a cometer el mismo error. Alguna circunstancia me trae dolorosamente a la mente lo que una vez había visto como un principio fundamental de la vida. Tengo, entonces, que venir humildemente y decir: “Señor, tardo en aprender. Ten paciencia conmigo”. Dios dice: “Lo comprendo. Estoy dispuesto a tener paciencia contigo y enseñarte esto una y otra vez, hasta que lo entiendas bien”. ¿Ha descubierto usted que la vida es así? El Buscador nos dice que él también tuvo que aprender esto.

Ese es el argumento del Buscador. Dios desea que nosotros aprendamos el secreto del gozo. Ese gozo no vendrá de una variedad de experiencias. Estas no traerán sino un placer momentáneo, pero no el secreto del contentamiento, del disfrute continuo. Una placa en la pared de mi dormitorio, que leo todas las mañanas, dice:

Ningún pensamiento merece ser pensado
que no sea el pensamiento de Dios.
Nada merece ser visto,
a menos que se vea con Sus ojos.
Ningún aliento merece respirarse
sin dar gracias a Aquél
del cual es el aliento mismo.

El verso 16 del capítulo 3 empieza una sección que discurre por el capítulo 5, en la cual el Buscador examina una serie de objeciones a esta tesis. No voy a abarcarlo todo esta mañana, pero miraré sólo una objeción que aparece aquí en el capítulo 3.

Alguien puede decir: “Espere un minuto. Usted dice que Dios tiene un plan maravilloso para mi vida, que es un Dios de justicia, pero la semana pasada yo estaba buscando justicia en un juzgado y encontré que todo estaba arreglado contra mí; todo lo que conseguí fue la más cruda injusticia. ¿Cómo cuadra eso con ese ‘plan maravilloso para mi vidaꞌ?”. El Buscador recoge el guante. Verso 16:

Vi más cosas debajo del sol: en lugar del juicio, la maldad; y en lugar de la justicia, la iniquidad. (Eclesiastés 3:16)

Los tribunales humanos están diseñados para corregir la injusticia, pero a menudo están llenos de maldad e injusticia. Justo la semana pasada fui testigo en un caso en el cual el negocio de un hombre estaba siendo destruido con maniobras legales. Todos sabían que esto era injusto, pero, a causa de ciertas cosas legales, nadie pudo arreglárselas con el asunto para corregirlo. Esa clase de injusticia crea rabia y frustración en muchos corazones. La gente dice: “¿Qué significa eso? ¿Tengo que aceptarlo de manos de Dios?”.

El Buscador recoge esto y dice que hay tres cosas que quiere mostrarnos sobre ello. Primera:

Y dije en mi corazón: «Al justo y al malvado juzgará Dios; porque allí hay un tiempo para todo lo que se quiere y para todo lo que se hace.» (Eclesiastés 3:17)

Aunque haya injusticia, ese no es el fin de la historia. Dios puede corregirla incluso dentro del tiempo, y si no lo hace así “a tiempo”, aún ha señalado un tiempo en que todo saldrá a la luz. Las Escrituras hablan de un tiempo señalado por Dios cuando todos los motivos ocultos del corazón serán examinados, cuando “todo lo que se hable en secreto será gritado desde las azoteas” (Mateo 10:27, Lucas 12:3), y la justicia prevalecerá al final. Eso es lo que este Buscador dice. La injusticia está limitada en su alcance.

Segunda:

Dije también en mi corazón: «Esto es así, por causa de los hijos de los hombres, para que Dios los pruebe, y vean que ellos mismos son semejantes a las bestias.» (Eclesiastés 3:18)

En otras palabras, hay una cualidad bestial en nosotros que la injusticia sacará a la luz. ¿Qué es lo que le pasa al hombre que le hace un depredador incluso con sus amigos y vecinos? En el programa de televisión El tribunal del pueblo la otra noche, un caso estaba relacionado con una joven que se había enojado con su amiga y compañera de habitación, a la que conocía desde hacía años y, llena de ira, había echado azúcar dentro del depósito de gasolina de su coche, destruyendo totalmente el motor. El juez estaba consternado por el espíritu vengativo de esta atractiva joven, que había actuado de una manera tan malvada. Hay algo bestial dentro de todos nosotros. Puestos en una situación en que sufrimos daño, reaccionamos con maldad. Dios permite ciertas circunstancias para mostrarnos que todos tenemos esa característica. Ello muestra nuestra fragilidad.

Somos como los animales en otros aspectos también, dice el Buscador. Versos 19-20:

Pues lo mismo les sucede a los hijos de los hombres que a las bestias: como mueren las unas, así mueren los otros, y todos tienen un mismo aliento de vida. No es más el hombre que la bestia, porque todo es vanidad.

Todo va a un mismo lugar; todo fue hecho del polvo,
y todo al polvo volverá. (Eclesiastés 3:19-20)

El hombre es frágil y su existencia temporal. Como los animales, no disponemos de mucho tiempo para vivir en esta tierra. La injusticia agudiza la conciencia de que no tenemos mucho tiempo para vivir de una manera justa, honrada y sincera ante Dios. Morimos como animales, y nuestros cuerpos se deshacen como los de las bestias. Desde el punto de vista humano, uno no puede notar ninguna diferencia. Eso es lo que el Buscador dice en el verso 21:

¿Quién sabe si el espíritu de los hijos de los hombres sube a lo alto, y el espíritu del animal baja a lo hondo de la tierra? (Eclesiastés 3:21)

Esto, en realidad, no debería ser una pregunta, como se plantea aquí en el texto. Debería escribirse así: “Quien sabe que el espíritu del hombre va hacia arriba y el espíritu de la bestia baja a la tierra”.

Eso es algo que sólo la revelación nos dice. La experiencia no nos brinda aquí ninguna ayuda en esto. Desde el punto de vista humano, parece que a un hombre muerto le ha pasado lo mismo que a un perro muerto. Pero, desde el punto de vista divino, ese no es el caso. Aunque morimos como bestias, el espíritu del hombre va hacia arriba, mientras que el espíritu de la bestia va hacia abajo. Más adelante el Buscador afirma positivamente que, al morir, el espíritu del hombre vuelve a Dios, quien se lo dio, pero el espíritu de la bestia acaba siendo nada. La injusticia surge de nuestra bestialidad, y el plan de vida de Dios lo revelará. Finalmente, concluye en el verso 22:

Así, pues, he visto que no hay cosa mejor para el hombre que alegrarse en su trabajo, porque ésa es su recompensa; [pero recuerde, el gozo viene sólo de Dios. Y entonces añade la pregunta] porque, ¿quién lo llevará para que vea lo que ha de venir después de él? (Eclesiastés 3:22)

Él no contesta a esa pregunta aquí; la deja colgando. La respuesta, por supuesto, es que sólo Dios puede ayudarnos a entender lo que hay más allá de la vida.

Lo maravilloso que se extrae de este pasaje es la gran verdad que Dios quiere que aprendamos, sobre cómo llevar la vida de tal manera que podamos gozarnos en cualquier y toda circunstancia, tal como las Escrituras nos exhortan. Reconozca que todo viene de un Padre sabio. Aunque las circunstancias nos traigan dolor así como placer, es Su decisión para nosotros. Regocíjese, pues en medio del dolor hay una posibilidad de placer.