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Riquezas en Cristo

La Palabra y el Espíritu

Autor: Ray C. Stedman


Al volver a Efesios esta mañana, todavía estamos ocupados con el gran sumario de esta carta que Pablo nos da en los versículos 3 a 14 del capítulo 1. Esta es una frase ininterrumpida en el lenguaje original, reuniendo en una vasta declaración todos los tremendos temas de esta carta a la cual Pablo volverá una y otra vez. Es así como funcionan estas cartas apóstolicas. Normalmente comienzan con un sumario y después son explicadas en detalle, permitiendonos enfocarnos con mucho cuidado sobre la verdad presentada, para verla en una amplia extensión y después volver y trabajar a traves de ella, y por tanto captarla y entenderla.

¡Es tan importante que entendamos lo que Dios está haciendo! El tema de todo este pasaje es que Dios está obrando. Y es importante que entendamos que el universo funciona de acuerdo a las leyes de Dios, no de acuerdo a las leyes del hombre. Nuestras legislaturas aprueban leyes, los hombres de estado negocian tratados, y tenemos toda la maquinaria de gobierno para llevarlas a cabo; y es bueno que esto sea así. Pero hay un factor que es fundamental, que el hombre no puede cambiar, que siempre está operando exactamente con la intención con el que fue creado: son estas leyes básicas del universo que Dios ha creado. Por lo tanto, es absolutemente esencial que encontremos lo que Dios está haciendo hoy, y cómo nos relacionamos todos con eso, dónde encajamos en el plan de la actividad de Dios. En este pasaje hemos visto el Dios en tres personas obrando:

El padre, antes de la fundación del mundo, nos escogió, nos llamó ―aquellos de nosotros que hemos venido a conocer a Jesucristo como Señor― para ser parte de Su familia. ¡Qué tema tan tremendo es ese! Antes de que el mundo fuera hecho estábamos en la mente y el corazón de Dios, y Él nos llamó y nos destinó para ser Sus hijos. Nunca hubiéramos venido a Él aparte de eso. Jesús dijo: “Nadie puede venir a mí, si el Padre, que me envió, no lo atrae” (Juan 6:44). ¡Qué concepto tan fascinante del que acordarnos: el recordarte a ti mismo que Dios ha pensado en ti, te ha llamado, te ha atraído, ha apelado a tu voluntad, y te ha hecho ser parte de Su familia!

Entonces hemos visto cómo el Hijo nos ha liberado en Su muerte. Hemos recibido el perdón de nuestros pecados, no sólo una vez, no meramente al comienzo de nuestra experiencia cristiana, sino una y otra vez. Día a día estamos experimentando el perdón de nuestros fallos; así que vivimos sin condenación, sin un sentimiento de culpa, aceptados por Dios. Y estamos constantemente reconociendo esos fallos, trayéndoselos a Él, y luego siguiendo desde ahí perdonados. Por lo tanto, como Pablo lo ha dicho, ha derramado Su gracia sobre nosotros una y otra vez. Y entonces, en la resurrección, el Hijo de Dios está obrando para derribar las barreras en nuestros propios corazones y vidas, y las divisiones entre unos y otros, y sanar las heridas y los distanciamientos de la familia humana, para derribar estos y eliminarlos hasta que al final, como lo predicen las Escrituras, vendrá la manifestación de la nueva creación cuando todas las cosas serán unificadas en Jesucristo, nuestro Señor. Nada que no sea parte de esto tiene ningún valor. Todo lo demás va a desintegrarse en polvo. Lo que Dios está haciendo es la única cosa que durará, y la parte que tenemos en eso es la única parte de nuestra vida que vale la pena. Ahora llegamos a la obra del Espíritu Santo. Pablo declara esto claramente para nosotros en los versículos 13 a 14:

En él [Cristo] también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria. (Efesios 1:13-14)

Fíjate en dos cosas que son enfatizadas aquí que siempre son encontradas juntas en las Escrituras: la Palabra y el Espíritu. Ambos son absolutamente esenciales. No hay ninguna salvación sin ambos. Estos son los instrumentos con los cuales Dios lleva a cabo Su obra. Siempre es un error el enfatizar uno excluyendo el otro. Hay grupos hoy en día que están haciendo esto: Algunos dicen: “No, no necesitamos la Palabra. Todo lo que necesitamos es la Guía interior del Espíritu. Todo lo que necesitamos es simplemente confiar en los sentimientos que tenemos. Dios el Espíritu vive dentro de nosotros y Él nos guiará”. Pero cuando un grupo hace eso, siguen el patrón de grupos similares en el pasado, y esto invariablemente resulta en individualismo: cada uno está yendo en su propia dirección y haciendo su propia cosa. Lo que resulta es una confusión total si dejas de lado la Palabra y tratas de seguir sólo el Espíritu.

Por el otro lado están aquellos que tratan de seguir sólo la Palabra. En mi viaje reciente alrededor del país visité varias iglesias en las cuales era evidente que habían perdido toda la frescura y la vitalidad del Espíritu y habían sido reducidas a un desempeño mecánico, ortodoxo y superficial de la Palabra. Eran ortodoxos hasta el meollo, pero no había vida. Eran estériles, aburridos y sin vida. Esto es lo que resulta cuando tratas de adherirte a la Palabra sin el Espíritu. Resulta en cultos secos y mecánicos que sólo cumplen por una cierta forma, una observancia ritual, y la gente se va a casa sin vida y seca. Resulta en un tipo de piedad con los dientes apretados en la cual la gente resuelve que van a “hacer su deber” como cristianos, pero no hay ninguna motivación, no hay hambre, no hay satisfacción, no hay amor, no hay calidez, no hay júbilo, no hay vida. Pero en las Éscrituras siempre encuentras a los dos juntos. La Palabra es interpretada por el Espíritu, y la Palabra se vuelve fresca y vital al fijarte en el Espíritu Santo para hacer que Jesucristo salga de las páginas y esté en tu presencia en carne viviente. Sientes el latido del Señor humano que caminó aquí en la tierra. Es la obra del Espíritu hacer eso, y nunca deberías de venir a la Biblia sin pedirle que tome estas palabras y les de vida.

Acuérdate cómo Jesús, en el camino a Emaús, se apareció a dos de Sus discípulos y tomó las Escrituras, dice el relato, y comenzando con Moisés y los profetas les explicó todas las cosas en cuanto a Sí mismo. Al relatar la experiencia más tarde dijeron: “¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino y cuando nos abría las Escrituras?” (Lucas 24:27-32). Ese corazón ardiente al leer la Palabra es la obra del Espíritu Santo, tomando la Palabra y haciéndola viva y vital. Pero por otro lado el Espíritu es identificado por la Palabra. Hay muchos espíritus en circulación hoy en día, muchas voces que nos están hablando, muchas fuentes de las cuales estamos consiguiendo información e ideas y actitudes que se nos presentan y las estrategias para la solución de los problemas sugeridos. ¿Cómo sabes lo que está bien? ¿Cómo sabes que no es la voz del enemigo inteligentemente oculto, como si fuera la voz de Dios, sonando como si fuera a ofrecer una bendición? ¿Cómo puedes saber la diferencia? Sólo por la Palabra. Es la Palabra la que identifica al Espíritu Santo. Y todos los espíritus falsos son detectados por Su Palabra. Así que debemos de tener juntos la Palabra y el Espíritu para tener equilibrio y cordura en nuestras vidas cristianas.

Al examinar este pasaje puedes notar tres cosas que el apóstol dice que son normativas para los cristianos. Cada cristiano que lee esta carta puede esperar tener su propia experiencia con estas tres cosas que son fundamentales en su fe cristiana: Primero, “habiendo oído la palabra de verdad”; segundo, “habiendo creído en él (Cristo)”, y tercero, “fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa”. Esas tres son experiencias esenciales si has llegado a conocer a Jesucristo. Examinémoslas juntas en más detalle. Pablo dice:

… habiendo oído la palabra de verdad... (Efesios 1:13a)

El mundo en el que Pablo vivió y escribió era un mundo como el nuestro hoy: lleno de todo tipo de ideas torcidas y distorsionadas, con actitudes que están equivocadas, con estrategias y filosofías que están absolutamente equivocadas y que llevarán a la gente por el camino equivocado. Pero la gente había creído en ellas, como las creen hoy en día. Hay muchos engaños e ilusiones en circulación. Crecemos con nuestras mentes abarrotadas con todo tipo de ideas erróneas. ¿Cómo hemos de mantenerlas en orden? Bueno, la gran cosa sobre el evangelio es que cuando oyes este glorioso mensaje sobre Jesucristo ―quién era él, el tipo de mundo al cual vino, la razón por la que vino, lo que hizo cuando vino― descubres que estás escuchando por primera vez una verdad pura y sin adulterar. El evangelio es considerado por el mundo de muchas formas:

Alguna gente piensa de él como un remedio, para ciertas enfermedades, entre muchas posibles elecciones. Algunos piensan de él como una ilusión de aquellos que son débiles e inseguros que necesitan algo para reforzar su moral. Otros sienten que es todo una ilusión. Los comunistas te dirán eso. Dicen que el evangelio es el opiáceo de la gente, que es fantasía, no real. Pero exactamente lo opuesto es lo cierto.

El evangelio es un regreso a la realidad. Es el final de lo ilusorio. Es el escape de todos estos conceptos erróneos e ideas y velos ilusorios, y es el regreso a un hecho escueto, desnudo, sin adornar. La gran cosa sobre el evangelio es que te pone en contacto con la realidad. Comienzas una vez más a ver las cosas en la forma en que realmente existen.

Por ejemplo, sólo el evangelio describe la verdadera condición del hombre. ¿Alguna vez has notado lo fácil que es pensar sobre ti mismo como si realmente no hubiera nada seriamente mal? Todos tendemos a minimizar nuestros problemas. Pensamos que todo lo que necesitamos es limpiar unas pocas áreas que están un poco manchadas ―nada muy serio― sólo para deshacernos de un par de malos hábitos, o para añadir un poco más de moralidad o hacer un esfuerzo más fuerte hacia la hermandad o hacia más sinceridad y cortesía, y entonces podemos solucionar nuestros problemas como seres humanos. Podemos vivir juntos en paz. Podemos arreglar nuestras luchas familiares y nuestras otras relaciones. La mayoría de la gente piensa de esa forma. Hay algo inherente en nosotros que nos hace pensar que el nuestro no es un problema muy serio. Pero el evangelio nos dice que todo eso está mal. La verdad es que todos somos asesinos en nuestros corazones. No hay ni uno solo de nosotros, que dándose suficiente motivación o un período de estrés abrumador, y bajo las condiciones apropiadas, no dudara ni un segundo en tomar otra vida humana. ¡Somos asesinos en nuestros corazones! Y tan profundo es este problema que no hay nada que podamos hacer sobre ello nosotros mismos. No podemos sanarnos a nosotros mismos. No podemos salvarnos a nosotros mismos.

Hace algún tiempo, seleccioné una cita de un discurso de Winston Churchill, quien era un hombre sabio. Conocía la historia de la humanidad. Él mismo era un participante de la historia involucrado en algunos de los grandes y extensos movimientos de la experiencia contemporánea. Esto es lo que dijo:

“Es cierto que, mientras los hombres están acumulando conocimiento y poder con velocidad cada vez más rápida, sus virtudes y su sabiduría no han mostrado ninguna mejoría notable al haber pasado los siglos. ¡Bajo suficiente estrés ―hambruna, terror, guerra, así como la pasión, o incluso una histeria fría e intelectua― el hombre moderno que conocemos tan bien cometerá las más terribles acciones, y su mujer moderna le apoyará!!

Ese es el análisis de Churchill de la vida humana. Y eso es lo que dice el evangelio. Nos dice por qué constantemente experimentamos frustración en nuestra vida y por qué no podemos conseguir que las cosas funcionen juntas. Es porque estamos experimentando lo que las Escrituras llaman “la ira de Dios”. Ira significa “el cese de restricción”. Dios ha quitado los límites de la maldad humana y ha permitido que siga su curso, que tenga el poder, y, consecuentemente, estamos constantemente siendo debilitados y saboteados, y algo sale mal en todos nuestros planes para arreglar las cosas; siempre hay una traba en la maquinaria. Es por eso que experimentamos esclavitud. Parece ser que no podemos obligarnos a nosotros mismos a hacer lo que queremos hacer, lo que is correcto. Pero el evangelio nos dice por qué.

Y declara el amor de Dios por nosotros. Dice que no se ha olvidado de nosotros. Dice que ha tomado parte en la vida humana para compartir sus tristezas y su dolor, y, más que todo eso, salió y personalmente llevó el castigo por nuestra maldad en un misterio profundo, oscuro y horrible ―más allá de nuestras imaginaciones y nuestro razonamiento― para que podamos tener la realidad del perdón y la salvación y la libertad como hijos de Dios. Todo eso está en el evangelio. Por eso se llama “la palabra de verdad”. Y ¡qué buenas nuevas son: el evangelio de salvación! La segunda cosa que el apóstol dice es: No solo habéis oído la palabra de verdad y aprendido los hechos de la vida, pero lo que es más:

… y habiendo creído en él... (Efesios 1:13b)

Pone énfasis en esto, y yo también quisiera poner énfasis en ello. Es obvio que no sólo debemos de oír la Palabra de verdad, sino que debemos de actuar en base a ella. Debemos de creerla. Y el creerla significa aceptarla como verdad, y actuar en consecuencia. Nunca has creído a menos que algo cambie en tu experiencia. Si dices que crees que algo es verdad, pero continuas viviendo exactamente de la misma forma, entonces realmente no lo has creído. Sólo te estás engañando a ti mismo. La creencia resulta en cambio, en un ajustamiento de los hechos, en conformidad con la realidad. Significa que haces algo, das los pasos apropiados en relación a aquello que te ha sido revelado y que ahora ves que es verdad.

Pero notarás que no es la creencia en ello, es la creencia en Él lo que Pablo especifica. No hemos de creer en el evangelio; hemos de creer en el Señor Jesús. Es más que admitir la verdad intelectual del plan de salvación lo que se requiere. Mucha gente hoy siente que si explicas el plan de salvación a alguien y esa persona dice: “Lo creo”, que se han vuelto cristianos. Eso no es así. Puedes creer el plan de salvación, y hasta escribir tratados teológicos sobre ello, sin nunca ser cambiado. Eso no es lo que te cambia. El evangelio no es el Salvador; es el Señor Jesús. Él salva, y sólo Él. Así que la fe, para un cristiano, está siempre relacionada a la Persona, e involucra un compromiso personal, una relación personal. No es nunca un mero proceso intelectual ni una creencia en una declaración de hechos.

¿Has notado que los apóstoles nunca nos dejan olvidarnos de esto? En los primeros catorce versículos de este mismo capítulo, el apóstol Pablo menciona el Señor Jesucristo quince veces. Está constantemente trayéndole frente a nosotros, porque Dios quiere dejar claro en nuestros corazones este gran hecho. No hay ninguna manera en que puedas tener bendición de Dios aparte de una relación personal continua con el Señor Jesucristo. Debemos de aprender a no creer a estas personas que declaran que van “directamente” a Dios, porque sólo se están engañando a sí mismos. Todo viene a través de Cristo y por medio de una relación con Él.

Hace unas semanas, cuando estaba en la costa Este, hablé en una conferencia bíblica. Después, una querida señora de ascendencia china vino a mí y me pidió una cita para más tarde ese día. Insistió en que habláramos en privado, así que nos reunimos, y me contó su historia. Era una doctora, y había estado practicando en esa área por más de cuarenta años, y había ganado gran respeto. Y por cuarenta años había estado asistiendo una cierta iglesia denominacional. Había intentado descubrir la verdad del cristianismo, se había unido a la iglesia, y era un miembro regular. Pero dijo que su vida era tan espantosamente vacía y que constantemente estaba llena de ansiedad y miedo y un tremendo sentido de falta de propósito. Finalmente, en el último año o así, había recurrido a tomar Demerol para calmar sus nervios. Pero esto sólo incrementó su ansiedad, y la culpa se acumuló. Y ahora estaba casi al borde de un ataque de nervios. Dijo que había ido a su pastor y le había contado el problema. Pero después de escucharla la había mandado a casa, diciendo: “Simplemente tienes pena por ti misma. Eso es todo”. Conforme hablábamos, me iba pareciendo que en todos estos años de sincera búsqueda nunca había llegado a un conocimiento personal del Señor Jesús; nunca se había relacionado con Él. Así que le expliqué muy simplemente la invitación que él ofrece: “Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo” (Apocalipsis 3:20). Le pedí que respondiera a esa invitación. Muy silenciosamente, sin otra palabra de mí, inclinó la cabeza y comenzó, casi inaudiblemente, a orar. Sólo podía entender algunas frases. Le estaba diciendo al Señor lo vacía que estaba su vida, lo solitaria y desesperada que había estado, lo culpable que se sentía sobre las drogas que estaba tomando para aliviar su agonía. Y simplemente respondió a la promesa de Jesús y le pidió que entrara en su vida y llenara su vida. Cuando terminó, oré brevemente. Entonces me miró y dijo: “¡Oh, muchísimas gracias!”. Tomó mi mano y la sostuvo, y dijo: “No puedo decirle lo que esto significa para mí. ¡Ya las cosas son distintas!”. Después de haberle explicado un poco más de lo que el Señor haría por ella, se volvió a mí, con su cara radiante, y dijo: “¡Sabes, por primera vez en años, ya no tengo dolor de estómago!”. Bueno, es de eso de lo que se trata. Es una relación personal. Es creer en Él; no en ello, sino en Él.

La tercera cosa que el apóstol trae frente a nosotros aquí es la extraña frase:

… sellados con el Espíritu Santo de la promesa. (Efesios 1:13c)

¿Qué significa ser sellado con el Espíritu? Sin duda esto es una referencia a la antigua práctica de sellar las cartas u otros objetos con lacre e imprimir sobre el lacre con un sello que se llevaba en un anillo que llevaba una imagen identificadora. El uso del sello siempre involucraba dos ideas específicas:

La primera era propiedad: Marcaba a quién pertenecía la carta. Era poseída por el individuo al que pertenecía el sello. Eso es lo que Pablo está diciendo aquí. Cuando Dios mandó al Espíritu Santo a tu vida, era la marca de que le perteneces a Él. “No sois vuestros, pues habéis sido comprados por precio” (1 Corintios 6:19b-20a). La presencia del Espíritu Santo es tu testigo de que le perteneces a Él. Como lo dice Pablo en Romanos 8: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Romanos 8:16). Y además, el júbilo y la paz y el amor que te da son un testimonio para otros. Al empezar a fluir ese júbilo y ese amor y esa paz a través de ti hasta que sobreabunde hacia la vida de otros y comience a brillar con amor cuando no sientas ganas de amar, con júbilo cuando tus circunstancias sean tristes, con paz cuando todo a tu alrededor sean problemas, es un testimonio, una marca inconfundible para el mundo a tu alrededor de que perteneces a Dios. Hay algo en ti que es diferente. Tienes la marca de Su propiedad sobre ti.

La segunda idea involucrada en el uso del sello era la de conservación. Recordarás que la tumba de Jesús fue sellada con un sello del Emperador Romano. El sello tenía la intención de mantener la tumba inviolada. Nadie se atrevía a romper el sello del Emperador bajo pena de muerte. Por lo tanto era para preservar la tumba intacta, sin intrusión o destrucción. Esta es la idea de la presencia del Espíritu en nuestras vidas. Significa que Dios nos va a guardar, que, como Pablo lo dice aquí, Él garantiza nuestra herencia, que algo más ha de venir, y es el Espíritu mismo quien es la garantía. En griego, la palabra “garantía” es arrhabon y significa “un pago inicial”. Es algo con lo que estamos familiarizados en estos días de crédito universal. Firmas un papel y haces un pago inicial, y eso es arrhabon, la garantía de que habrá más pagos. La presencia del Espíritu en tu vida ―el júbilo y la paz que te da― es la garantía de que habrá más, mucho más, mucho mejor, en cantidad más plena, incluso en mejor calidad, que lo que has experimentado hasta ahora. Así como la sonrisa de satisfacción que tiene tu banquero cuando haces ese pago inicial y firmas el papel significa que sabes que habrá más por venir, así la presencia del Espíritu en tu vida es una indicación de que hay mucho más por venir, tan grande y glorioso como es esto, que no es el final.

Pero aquí necesitamos corregir la traducción levemente en la Versión Revisada Estándar (versión en inglés). No es realmente “hasta la redención de la posesión adquirida”. El lenguaje original es, literalmente, “… hasta la redención del dar la vuelta”. Esto es una referencia a la costumbre de comprar un terreno y entonces salir a ese terreno a caminar alrededor de él. Cuando caminabas por el terreno lo hacías tuyo. Esa era la señal para todos de que habías pagado el pago inicial y que ahora este terreno era de tu propiedad.

Eso es lo que Pablo dice que Dios ha hecho con nosotros. No somos nosotros los que estamos adquiriendo una posesión; es Dios. Es Él quien ha caminado a nuestro alrededor, nos ha marcado, y ha dado un pago inicial, la señal, el arrhabon, de que va regresar y reclamar su posesión comprada. Esa posesión es nuestro cuerpo. Así que Pablo se está refiriendo aquí a la resurrección del cuerpo, y en ese día, dice, Dios completa la transacción. Viene a reclamar la cosa completa, todo para Sí mismo. Lo que ha comenzado, lo llevará a cabo. Y la garantía es la presencia del Espíritu en tu vida y en la mía. Es interesante que, en el griego moderno, este término arrhabon es utilizado para el anillo de compromiso. Cuando un chico le da a una chica un anillo de compromiso, le está dando una garantía que un día ella va a ser su mujer.

Anoche muchos de nosotros atendimos la boda de Jack y Jody Crabteee. ¡Fue una ceremonia tan bella! Hubo un tiempo cuando Jack le dio un anillo de compromiso a Jody, un arrhabon, y esta era la señal para ella de que, aunque él no iba a estar aquí este verano pasado, ella podía depender del hecho de que él iba a regresar en el otoño para reclamarla como su mujer. Y anoche ocurrió; estuvimos aquí y lo vimos. Fue un servicio de lo más interesante porque muchas de las promesas, que normalmente son expresadas en el lenguaje antiguo del rey Jacobo, fueron expresadas en un inglés más contemporáneo. Así que, si estabas aquí, te acuerdas que Jack le prometió a Jody dos cosas. Dijo primero: “No me largaré”, y segundo: “No escurriré el bulto”.

Yo estaba interesado en eso porque es exactamente lo que la llegada del Espíritu Santo significa en nuestras vidas. Nos está diciendo, por Su presencia en nosotros: “No te preocupes; nunca me largaré”. Si lo quieres en una versión más bíblica, nos podemos referir a Hebreos 13: “No te desampararé ni te dejaré” (Hebreos 13:5b). Pero si lo quieres en términos contemporáneos, esto es exactamente lo que el Espíritu Santo está diciendo: “Nunca me largaré, y lo que es más, nunca escurriré el bulto en cuanto a mis responsabilidades hacia ti. Completaré lo que he comenzado. Terminaré lo que he empezado”. Y esta es la señal del Espíritu en nuestras vidas, la garantía de nuestra herencia, puesto que Dios ha mandado al Espíritu Santo a nuestras vidas para ese mismo propósito.

Todo esto es en cumplimiento de una promesa que se hizo una vez a Abraham. Pablo llama esto el “prometido” Espíritu Santo. Y hace 4.000 años, 2.000 años antes de los tiempos de Pablo, Dios le había dicho a Abraham: “De cierto te bendeciré y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; tu descendencia se adueñará de las puertas de sus enemigos. En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz” (Génesis 22:17-18). Esa era la promesa que Dios hizo. Significaba que aquellos que ejercitaran la fe de Abraham recibirían el Espíritu Santo. Esa es la forma en la que recibes el Espíritu Santo: por fe. Si quieres verlo, entonces vuelve al libro previo, Gálatas. En el capítulo 3, el apóstol lo deja muy claro. Dice, comenzando en el versículo 6:

Así Abraham creyó a Dios y le fue contado por justicia. Sabed, por tanto, que los que tienen fe, estos son hijos de Abraham. Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: “En ti serán benditas todas las naciones”. (Gálatas 3:6-8)

Entonces fíjate en los versículos 13 a 14: Al transcurrir el tiempo…

Cristo nos redimió de la maldición de la Ley, haciéndose maldición por nosotros (pues está escrito: “Maldito todo el que es colgado en un madero”), para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzara a los gentiles, [¿qué bendición?] a fin de que por la fe recibiéramos la promesa del Espíritu. (Gálatas 3:13-14)

Ahora así es cómo recibes el Espíritu Santo. No es al suplicarlo. No es al esperar en Dios y esperar una segunda experiencia después de la salvación. Es imposible tener salvación aparte del Espíritu que vive en ti. Y ese Espíritu es recibido por fe en el Señor Jesús. Desde el minuto en que crees en Él, desde el minuto en que te comprometes a ti mismo en respuesta a Su invitación y Él entra en tu vida, desde ese mismo momento el Espíritu Santo vive dentro de ti.

El Espíritu mismo es el sello de Dios. Él te marca, te identifica como Suyo, te garantiza que llevará a cabo cada palabra que te ha prometido, hasta que estés en Su presencia absolutamente abrumado por todo lo que Dios ha hecho por ti, tan completamente inmerso por ese maravilloso cumplimiento de cada palabra de la promesa de Dios que te quedas sin palabras. Esta es la tercera vez que Pablo ha utilizado esta frase en este pasaje. Cada uno de los miembros de la Deidad ―el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo― lleva a cabo Su obra perfectamente para que siempre resulte en la alabanza de Su gloria. El resultado final es que cada uno de nosotros, estando al final en la presencia de Dios, tiene un corazón lleno de alabanza. Y comienza ahora, al hacer el Espíritu Su obra en nosotros, para alabanza de Su gloria, para que no podamos evitar cantar y glorificar a Dios por todo lo que ha hecho.

Eso es lo que el apóstol quiere que aprendamos. Es aquí donde consigues tu identidad. Como cristiano has de recordarte a ti mismo todas las mañanas que esto es cierto de ti. Aquí es donde puedes encontrarte a ti mismo. Aquí es donde ganas un sentido de aceptación de ti mismo, y es donde ganas el poder y los recursos para enfrentarte con los problemas que se te presentan durante el día.

Es por esto que el apóstol presenta estos hechos tan sencillamente. Es porque son de ayuda práctica al manejar las dificultades, las presiones, los problemas, el estrés, las incertidumbres y las desilusiones que la vida te presenta. ¿Alguna vez te despiertas por la mañana y te dices a ti mismo: “Soy un hijo de Dios. He sido perdonado por mis pecados. Soy aceptado en la familia de Dios. Me ha marcado como Suyo. Ha puesto Su Espíritu en mí, dejándome libre para vivir la vida plena del Señor Jesucristo. Cada poder que Jesús mismo tenía para llevar a cabo Su vida sobre esta tierra, yo lo tengo en Él. Por lo tanto, estoy equipado para manejar lo que sea que ocurra hoy. Puedo enfrentarme a cualquier cosa que la vida me presente, porque le tengo a Él y la plenitud de Su vida”. Es aquí donde encuentras identidad. No hay ningún otro lugar. Eso es lo que te capacita para manejar lo que sea que ocurra en tu vida. Alabemos Su gloria.

Oración:

Nuestro Padre Celestial, cuánto te damos las gracias por esta revelación de la verdad. Esta es la forma en la que la vida realmente es. Esta es la forma en la que ves las cosas, y lo que ves es la realidad. Y, Señor, oramos para que podamos verlo no sólo en este momento, sino repetidamente, una y otra vez, y que no nos veamos a nosotros mismos como lo hacemos frecuentemente, como sin valor, inútiles, y forzados a hacer lo malo. Tú nos has liberado, Señor Jesús. Tú nos has perdonado. Nos has libertado para vivir para la alabanza de Tu Gloria. Señor, ayúdanos a hacer eso en este mismo momento. Ayúdanos a entender que estos son hechos y a acordarnos de ellos, y mañana a acordarnos de ellos de nuevo, y el próximo día, y a lo largo de esta semana. Y ayúdanos a regocijarnos en el hecho sustentante de nuestra vida de que tenemos esta relación contigo. Te pedimos que hagas esto para que podamos crecer fuertes en la fuerza del Espíritu, por el poder de esta Palabra, en el nombre de Jesús. Amén.